Breve estudio sobre el resentimiento

Breve estudio sobre el resentimiento. Diego Chiaramoni

En memoria de Lucio y su cruel infanticidio

Cada vez que vuelvo a los estudios fenomenológicos de Max Scheler, sobre todo en ese decenio brillante que se extiende aproximadamente entre los años 1911-1921, estoy tentado a rubricar que, al menos en el plano antropológico, el muniqués es el mayor filósofo del siglo XX. Ortega y Gasset dijo de él alguna vez que era un prestidigitador a quien sus manos se le llenaban de joyas, “un embriagado de esencias”, un hombre al que se le revelaban tantas cosas en el ejercicio de sus intuiciones que, abrumado por ellas, perdía el sentido del orden y la sistematicidad que requieren los tratados científicos. He escrito bastante sobre Scheler y no es mi propósito rozar el panegírico una vez más, simplemente solicitar su lumbre para abordar algunos elementos de un fenómeno emocional que parece marcar el tono anímico del hombre contemporáneo: el resentimiento

Si bien el abordaje de Scheler se sitúa en un horizonte de polémica con Nietzsche y sus afirmaciones sobre la génesis de la moral cristiana, le reconoce a éste el traer a presencia el fenómeno del resentimiento como fuente de muchas valoraciones morales vigentes no sólo en las personas sino también en determinados círculos culturales.

El resentimiento, en tanto unidad de vivencia y acción, reúne una serie de notas esenciales, a saber:

  1. Es una reacción emocional frente a otro, reacción que se revive repetidamente. Este volver a sentir (re-sentir) la emoción misma, penetra cada vez más en el núcleo de la personalidad.
  2. La cualidad de esta emoción es negativa y por ello, se expresa en un movimiento de hostilidad.
  3. El resentimiento se erige como una fuente de juicios de valor que pueden incluso expresarse en la acción concreta de la persona. 
  4. Es un fenómeno emocional que surgiendo del núcleo personal sale de sí pero cual boomerang lanzado a lo otro, vuelve a sí vulnerando la propia personalidad. Por esta razón, Scheler define al resentimiento como una autointoxicación psíquica

El punto de partida para la formación del resentimiento es el impulso de venganza. Ahora bien, la venganza, aun con su detención temporaria y su aplazamiento para un momento oportuno, lleva siempre en su seno, un sentimiento de impotencia. La venganza nunca puede resarcir la lesión experimentada. Si una persona mata a otra porque ha sido engañada, ese acto elimina al engañador, pero no al engaño. No obstante, la venganza consumada hace al menos desaparecer el propio sentimiento de venganza, como la envidia merma cuando se consigue el bien por el que se envidia a otro.  La venganza o la envidia, la ojeriza o la perfidia pueden ser condimentos anexos, pero no dan con la esencia del resentimiento. 

El resentimiento se manifiesta en un tipo especial de crítica que Scheler denuncia bajo los siguientes términos:  

“La crítica resentida se caracteriza por no querer en serio lo que pretende querer; no critica por remediar el mal, sino que utiliza el mal como pretexto para desahogarse”.[1]

Un tipo de envidia suscita el resentimiento más virulento y es aquella dirigida a la esencia individual del otro, el resentido no tolera que el otro sea aquello que es. En este caso, como en otros de menor densidad (la belleza, los valores hereditarios, el carácter, etc.), el resentimiento está ligado a una comparación valorativa, aunque evidentemente, no toda comparación conduzca al resentimiento. En la persona noble, la conciencia de los valores propios es anterior a la comparación, pero en la persona débil, la encarnación del propio valor y del valor ajeno está fundada en la comparación y en su aprehensión diferencial.  Scheler, con su finísimo bisturí fenomenológico intuye lo siguiente: si el que compara es débil o impotente, su conciencia opresora se resuelve en una ilusión valorativa y ésta sí es específica del resentimiento.  Escribe Scheler:

“Este transparentarse de los verdaderos valores objetivos a través de los valores aparentes que les opone la ilusión del resentimiento; esta oscura conciencia de vivir en un apócrifo mundo de la apariencia, sin fuerzas para traspasarlo y ver lo que es, constituye un componente inamovible de esta vivencia compleja”.[2]

La estructura formal del resentimiento, como fenómeno de una vida decadente, se expresa entonces en la reivindicación de algo, no por interna cualidad sino con el objetivo inconfesable de censurar otra cosa. Scheler analiza diversas manifestaciones del resentimiento, pero resalta una de ellas como específicamente “espiritual” del hombre resentido: el apóstata. Para el filósofo alemán, “apóstata” no es simplemente aquel que cambia o abandona sus convicciones religiosas o sus posiciones filosóficas, políticas, etc., sino aquel que en su “nueva vida”, declara la guerra a la anterior. Scheler lo expresa con notable claridad:

“El apóstata es un hombre cuya vida espiritual no radica en el contenido positivo de su nueva fe y en la realización de los fines correspondientes a ella, sino que vive solamente en lucha contra la antigua y para su negación. La afirmación del nuevo ideario no tiene lugar en él por este ideario mismo, sino que es sólo una continua cadena de venganzas contra su pasado espiritual, que le mantiene de hecho es sus redes y frente al cual la nueva doctrina hace el papel de un posible punto de referencia para negar y rechazar lo antiguo. El apóstata es, por consiguiente, como tipo religioso, la extrema antítesis del regenerado o convertido”.[3]

El fenómeno del resentimiento, puede echar luz sobre grandes coyunturas históricas y sobre pequeños sucesos de la vida diaria. Scheler percibe que cuando una persona experimenta fuertes afanes de realizar un valor y, a la par, la impotencia de cumplir con ese anhelo, surge una tendencia de la conciencia a resolver ese conflicto entre el querer y el no poder, rebajando o negando el valor del bien correspondiente. En ocasiones, se llega incluso a considerar positivo un contrario al bien anhelado originariamente. En la fábula de la zorra y las uvas, la zorra no dice que lo dulce es malo, sino que las uvas están verdes.  Escribe Scheler:

“La envidia, la ojeriza, la maldad, la secreta sed de venganza, llenan el alma de la persona resentida en toda su profundidad. (…) ya la formación de las percepciones, de las presunciones y los recuerdos, está influida por estas actitudes, las cuales, automáticamente, subrayan, en los fenómenos que le salen al encuentro, aquellas partes y lados que pueden justificar el curso efectivo de estos sentimientos y afectos, y, en cambio, rechazan lo restante”. [4]

Es sobre esta “falsificación”, que no es fruto de una mera mentira, sino que se forma en el camino de las vivencias, donde se apoya luego el juicio de valor. 

El abordaje que sobre el resentimiento hace Scheler, discrepa profundamente de aquel que expresa Nietzsche. Para Scheler, los valores cristianos son susceptibles, incluso fácilmente, de transformarse en resentimiento, pero la semilla de la ética cristiana, no ha germinado sobre el suelo del resentimiento. Scheler da un paso más y sostiene que la moral burguesa que desplazó a la cristiana y que llega a su ápice en la Revolución Francesa, tiene su raíz en el resentimiento.  Escribe el filósofo muniqués:

“En el movimiento social moderno, el resentimiento se ha convertido en una fuerza poderosamente influyente y ha transformado cada vez más la moral vigente”. [5]

Esta tesis scheleriana, la cual suscribo absolutamente, ilumina las páginas coyunturales de nuestra historia reciente. El corazón de las sociedades se encuentra hoy corroído por el resentimiento. ¿Qué explicación racional puede buscarse ante quien llama a un ser humano en formación en el vientre de su madre, con el despectivo mote de “bolsa de células”? ¿Qué razones puede llevar a una mujer a pintar una pared con la sentencia “Macho muerto abono para mi huerto”? ¿Qué desencadenantes intervienen para que una pareja de mujeres abuse de un niño de cinco años, hijo de una de ellas y lleguen a la aberración de quemarlo con cigarrillos, morderlo y golpearlo hasta provocarle la muerte? Del mismo modo, ¿qué conduce a un hombre a reducir a objeto a todas las mujeres con las que traba relación y vanagloriarse por ello? ¿Qué veneno íntimo conduce a una persona a defecar en la puerta de una Catedral o a escenificar a la Virgen María abortando a Jesús? ¿Qué elementos metapolíticos conducen a un espacio supuestamente antiimperialista a militarle todas las causas (género, aborto, desfiguración de la familia y de los valores de honda extracción histórica, etc.) a los gestores del poder financiero internacional? Incluso, ¿qué íntimos resortes conducen a una persona a vacunarse 3 veces en diez meses y descargar su virulencia contra el no vacunado en vez de hacer foco en la precaria inmunidad recibida? Y las preguntas pueden replicarse indefinidamente. La respuesta es una sola: el resentimiento.

Emil Cioran, ese lúcido silogista de la amargura escribió alguna vez sobre el rencor, algo que bien podría aplicarse al resentimiento: “Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás”.

Cuando el aroma del resentimiento me visita a veces, cargo en mi mochila mi libreta de apuntes, mi cámara y me voy a mirar pájaros por ahí. La gomera también la carga el resentido que envidia el vuelo del ave.


[1]Max Scheler. El resentimiento en la moral. Ed. Revista de Occidente, Buenos Aires, 1938: p. 26

[2]Ibídem: p. 41.

[3]Ibídem: p. 53-54

[4]Ibídem: p. 69.

[5]Ibídem: p. 80.

Top