En la primavera de 1837, debido a las palizas que se daba estudiando, Marx enfermó y el médico le recomendó que pasase el verano en el campo. Y entonces se trasladó a Stralow, lugar situado a las afueras de Berlín. «Gracias a frecuentes reuniones con amigos en Stralow, me puse en contacto con el Doktorklub, en el que se contaban algunos catedráticos de la universidad y mi más íntimo amigo de Berlín, el doctor Rutenberg -informaba a su padre en noviembre de 1837-. Allí se revelaron, en nuestros debates, varios puntos de vista en pugna» (citado por Heinrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, págs.27-28).
En dicho club, el más radical y combativo de los círculos hegelianos, también conocido como «Club de los graduados», Marx solía reunirse junto a los hermanos Bruno y Edgar Bauer, Karl Friedrich Köppen, Adolph Rutenberg (el «más íntimo» de sus camaradas berlineses) y otros tantos en el bar Weinstube Hippel, situado en la Französen Strasse, justo en el centro histórico y cultural de Berlín, aunque también se reunían en alojamientos privados. Las reuniones eran frecuentes, incluso todos los días.
El club tenía como bandera la crítica a la religión, y estaba compuesto por jóvenes universitarios «librepensadores» reunidos en la taberna en la que escribían una leve poesía sediciosa; eran jóvenes que amaban la libertad y odiaban al rey, a la Iglesia y a la burguesía. También discutían sobre teología hegeliana (la cual, como decimos desde el materialismo filosófico, suponía la culminación del proceso de inversión teológica y de la secularización del Reino de la Gracia en el Reino de la Cultura).
El Club de los Doctores venía a ser una «universidad libre» o «cátedra paralela» por cuyos debates el joven Marx se encadenaba cada vez más «a la actual filosofía del mundo», aunque de vez en cuando asaltaba en él «una verdadera furia nórdica ante tanta negación», como escribía a sus padres el 10 de noviembre de 1837 (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 22).
Con el traslado de Bruno Bauer de la universidad de Berlín a la de Bonn en el invierno de 1840 el Club de los Doctores empezó a llamarse «Los Amigos del Pueblo», en homenaje al diario dirigido por el revolucionario francés Jean-Paul Marat fundado en 1790.
Así recordaba en 1898 aquellas reuniones Max Rign, escritor y doctor que era miembro del club: «Entre aquellos jóvenes que buscaban la luz, reinaba aquel idealismo, aquella entusiasta necesidad de conocimiento y aquel espíritu liberal del que entonces estaba animada aún la juventud. En el curso de las reuniones se leían poemas y trabajos compuestos por los miembros y se criticaban, pero sobre todo, se elaboraba, con enorme fervor, la filosofía hegeliana. El Hegelianismo se encontraba aún en su plenitud y dominaba prácticamente el mundo del pensamiento. Pero contra aquel sistema se levantaban ya voces aisladas, y entre los propios hegelianos se dibujaba una escisión entre la derecha y la izquierda hegeliana» (citado por Nicolás González Varela, Un Marx desconocido. Sobre «La ideología alemana», Copyleft, 2012, pág. 58).
Uno de los cabecillas del club, Bruno Bauer, fue el mentor de Marx en su época de joven hegeliano. Bauer fue el alumno predilecto de Hegel, de ahí que fuese un hegeliano reconocido que participó en las ediciones de la Estética y de la Filosofía de la Religión de Hegel. Y, andado el tiempo, se haría el consejero del joven Nietzsche.
El primer escrito de Bauer fue una estética escrita en latín en 1829, De pulchri principiis, por el cual fue premiado con el premio nacional de filosofía. Bauer escribió, en tres volúmenes, una edición crítica de las Lecciones sobre filosofía de la religión de Hegel: 1808-1830.
Durante la década de 1830 revolucionó la exégesis bíblica relacionando cristianismo, judaísmo y estoicismo, con textos griegos, hebreos y arameos. Otras obras importantes fueron los cuatro volúmenes de la Historia política y cultural de la Ilustración, los tres volúmenes de la Historia de la revolución francesa (1847), Cristo y los césares(1877) y El imperialismo romántico de Disraeli y el imperialismo socialista de Bismarck(1882). Hasta la fecha ninguno de estos trabajos se ha traducido al francés, al inglés, al italiano o al español.
Bauer empezó a dar clases en la Universidad de Berlín en 1834, a la edad de veinticinco años, pero no en calidad de profesor ordinario o titular, sino en calidad de Privat-Dozent, es decir, era pagado por los alumnos que iban a sus clases.
Al principio era un hegeliano ortodoxo, es decir, un hegeliano de derecha que criticó a David Strauss por su impío y escandaloso libro sobre la Vida de Jesús. En 1838, con la publicación de su libro Crítica de la Historia de la Revelación, se ganó la protección del ministro de Cultura, Instrucción y Cultos prusianos, el liberal Karl August von Altenstein, el mismo que a pesar de la resistencia y escándalo de conservadores y reaccionarios se trajo a Hegel a Berlín para que ocupase la cátedra de filosofía de la universidad en 1818, que estaba vacante desde 1814 tras la muerte de Fichte. Altenstein nombró a Bauer en 1839 maestro de conferencias de la Universidad de Bonn.
Pero Bauer, yendo más allá de las posiciones de Strauss, empezó a criticar abiertamente el cristianismo, negando no ya sólo la divinidad sino también la historicidad de Jesús de Nazaret: «Como individuo real, jamás existió» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, pág. 64).
Según Bauer, a los evangelistas había que clasificarlos en la misma categoría que a Homero, por lo tanto los evangelios son mitos (en el sentido de los mitos tenebrosos). A su juicio, no hay ni un solo átomo de verdad histórica en los evangelios y que todo en ellos era producto de la imaginación poética de los evangelistas. Además sostuvo que la religión cristiana no se impuso a la cultura greco-romana, sino que sólo era el producto más genuino de ésta. «La humanidad -continuaba razonando Bauer- había sido educada en la esclavitud de la religión cristiana, para de este modo preparar más concienzudamente el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanto o mayor fuerza cuando por fin ese día llegase: la propia conciencia del hombre, al recobrar la conciencia de sí misma, comprendiéndose a ahondando en las raíces de su ser, recobraría un poder infinito sobre todos los frutos de su renunciamiento» (Mehring, Carlos Marx, pág. 34).
Bauer, además, quería terminar no sólo con el cristianismo, sino con toda religión; pues si las religiones pretenden, en sus finis operantis, darnos la libertad, en realidad, en sus finis operis, nos atrapan con las cadenas de la esclavitud. Una vez superada y abolida la ilusión alienante y la «dolencia psíquica» de la religión, el ser humano organiza sus tareas en total libertad: «Después de aniquilada la Religión, el problema ya no es filosófico, sino humano. Los diversos bienes de la Humanidad, el Estado, el Arte y la Ciencia, forman un todo sistemático, en el que ningún particular gobierna de manera absoluta y exclusivista… No pueden gobernar así, si están dispuestos para evitar nuevos desastres. Todos ellos, después de haber sido perseguidos a muerte por la Religión, serán por fin libres y podrán lograr su desenvolvimiento sin trabas» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, pág. 64).
En 1840, en un libro titulado Crítica de la Historia Evangélica de Juan, Bauer afirma que la Kritik es «la crisis que saca al hombre del delirio y lo lleva a un reconocimiento de sí mismo» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, pág. 67).
En noviembre de 1841 Bauer publicó en la prensa de Vigard un «Ultimátum» titulado «Los trompetazos del Juicio final. Sobre Hegel, el ateo y el anticristo», con el que se pretendía demostrar que la esencia del hegelianismo vivía en los jóvenes y no en los viejos hegelianos. Bauer afirmaba que «Hegel quería demostrar que las determinaciones de la conciencia religiosa constituían la disposición interna de la autoconciencia» (citado por Juan Luis Vermal y Manuel Atienza, «Introducción» a Karl Marx En defensa de la libertad. Los artículos de la Gaceta Renana 1842-1843, Fernando Torres-Editor, Valencia 1983, Pág. 11). Bauer quería que Marx colaborase en los «Trompetazos», pero estos fueron prohibidos.
En la Semana Santa de 1842 se produjo un episodio surrealista, pues según relata Bruno Bauer en un libro sobre sus luchas personales y políticas, resulta que él y Marx entraron en un pueblo cercano a Godesberg con unos burros que habían alquilado para parodiar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Cosas de la juventud.
La Izquierda Hegeliana fue condenada por el Ministro de Educación del gobierno prusiano, y así Bruno Bauer dejó su puesto como profesor universitario en marzo de 1842, acontecimiento que repercutió en Marx, ya que éste aspiraba a un puesto similar. Una de las asignaturas que tuvo Marx en la Universidad de Berlín tras abandonar la carrera de Derecho la impartía Bruno Bauer, y trataba sobre el profeta veterotestamentario Isaías.
Para el joven Marx, Bruno Bauer era uno de sus maestros; y, para Bauer, Marx era su más cercano Coequiper y en dos cartas que le envió a Arnold Ruge en diciembre de 1843 se refería a Marx como su fiel escudero. La estrecha colaboración intelectual y amistad entre Bauer y Marx empezó en 1837 y terminó en ruptura en 1842.
Al final ninguno de los Jóvenes Hegelianos terminó siendo profesor universitario. Bauer prefirió ser expulsado de la universidad a que le recortasen la libertad de cátedra. En las cuatro décadas que le quedaron de vida se dedicó a la investigación que alternaba con un trabajo como dependiente de un estanco.
Lo que Bruno Bauer consiguió con su ateísmo humanista y su teología revolucionaria fue la prohibición del Estado prusiano a que los hegelianos enseñasen cualquier materia en la universidad, salvo estética.
Y con todo, pese a su ateísmo intransigente, Bauer nunca fue de izquierda (ni siquiera moderadamente liberal), como lo puso en evidencia su posterior evolución política y filosófica. Como se ha comentado, Bruno Bauer «nunca dejó de ser un hegeliano de derecha» (González Varela, Un Marx desconocido, pág. 68). De ahí que Marx pensase contra él y sus «consortes» en «La cuestión judía» en 1843 dentro de los Anales franco-alemanes y junto a Engels en La sagrada familia en 1844.
El 10 de mayo de 1861 le escribiría Marx a Engels refiriéndose a las posiciones reaccionarias de su antiguo amigo y maestro Bruno Baeur: «Bruno (Bauer), quien, según me dicen, ha tenido tiempos terriblemente duros, se ha ofrecido, en vano, al actual Ministerio prusiano para continuar su colaboración con el órgano oficial, la Preussische Zeitung. Por el momento es el colaborador principal del Staatslexicon publicado por Hermann Wagener de la Kreuzzeitung. También es agricultor en Rixdorf» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, pág. 68).
La Kreuzzeitung a la que se refiere Marx es el sobrenombre del órgano oficial de la reacción prusiana, Neve Preussiske Zeitung, diario que surgió de sectores contrarrevolucionarios de la Alemania posterior a 1848, diario que además de conservador y contrarrevolucionario era abiertamente antisemita y opuesto al tibio populismo de Bismarck, y en el centro de su titular podía verse la máxima condecoración de guerra del reino de Prusia: la cruz de hierro teutónica con el lema «Adelante, con Dios por el Rey y por la Patria».
Tras el fracaso de las revoluciones de 1848 Bruno Bauer terminaría por renegar de Hegel, y colaboraría en la revista semanal berlinesa de tendencia antisemita Berliner Ravue. Así, «Bauer había partido de las cercanías de la izquierda hegeliana y Marx para terminar su parábola negativa en el riñón más reaccionario, antiliberal y antisemita del IIº Reich» (González Varela, Un Marx desconocido, pág. 70).
Bauer anunció que el enfrentamiento entre liberalismo y socialismo provocaría «una crisis de la revolución europea» cuyas consecuencias serían la emergencia de Rusia como gran potencia, lo cual produciría «una era de imperialismo y de guerra mundial» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 374). He aquí un pronóstico asombroso.