Bulos, globos sonda, desmentidos y renuncias. Cuando la guerra cultural se pone tonta

Bulos, globos sonda, desmentidos y renuncias. Cuando la guerra cultural se pone tonta. José Vicente Pascual

No es verdad que el Instituto Cervantes, con su pintoresco director a la cabeza, esté preparando una reescritura de El Quijote en lenguaje inclusivo, ecológico y no sexista. Si por L.G. Montero fuese, no les quepa  duda de que patrocinaría un Quijote escrito en código seraphiniano. Con tal de llamar la atención y hacerse imprescindible ante sus benefactores, el gran Montero sería capaz de traducirse él mismo al lenguaje de las ranas, pero no es el caso de momento. El malentendido surgió la semana pasada porque el Instituto Cervantes —ya les digo, bajo dirección de tan egregio poeta y destacado hombre de la cultura patria—, presentó una exposición titulada Aeolia, de un autor plástico llamado Solimán López, creador (sic) “especializado en lo que denomina arte del futuro, donde se hibridan elementos de la performance, instalaciones inmersivas e inteligencia artificial”; o sea, imaginen los plátanos pegados a la pared y las bombonas de butano vacías que pueden congeniar con el concepto de arte de ese señor. Y total, que fue él mismo quien dejó caer la idea del Quijote woke, reescrito por una inteligencia artificial entrenada en el uso del idioma chupi-guapi y etc. Tal como decía Chesterton, se deja de creer en Dios y se empieza a creer en cualquier tontería; se refuta el arte sujeto a modelos clásicos y se empieza a postular la acampada al raso como una forma de arquitectura moderna. Hacia eso caminamos con firmeza, impasible el ademán.

Tampoco es verdad que el gobierno nuestro, el de España quiero decir, el que preside Sánchez, haya preparado la salida del fiscal general del Estado, puerta giratoria mediante, hacia la presidencia de la empresa estatal TIRASA, con un sueldo de 550.000 € al año. No es verdad porque TIRASA (Tierras Raras SA), no existe; y porque pagar ese dineral al buenazo de Álvaro por los servicios prestado habría sido una estupidez, un exceso bajo cualquier criterio, incluso para los actuales dueños del Estado; él hizo lo que hizo gratis, por amor a la causa y al gran líder, y muy gratis seguirá en la trinchera y hasta donde sea necesario, hasta el Constitucional si es preciso. Al final, seguro, resplandece su inocencia. Al tiempo y ya me gustaría equivocarme.

Lo que ha traído su debate, dentro de lo que cabe, es el artículo del blog outono.net/elentir sobre los 29 escritores españoles asesinados por las milicias republicanas durante la guerra civil. Veintinueve que se sepa, seguro que hay más aunque con menos nombre que los contabilizados. Como es de pura lógica, las reacciones desde algunos núcleos de la bondad democrática han sido desaforadas: mentiras, insidias, bulos, odio… Cómo no, la memoria democrática, como todo el mundo sabe, consiste en revisitar la guerra civil española desde el previo convencimiento de que fue una lucha desigual y crudelísima entre gentes de intachable espíritu democrático —los republicanos y afines—, contra la perfidia nazi-fascista del abominable bando nacional, o sea, franquista. No hay más recorrido en ese discurso para sordos. Las milicias republicanas no asesinaban, la gente se les moría entre las manos, que no es lo mismo.

Entre las víctimas que incluye el artículo de outono/elentir se encuentra el poeta malagueño José María Hinojosa, fusilado junto a su padre y hermano menor en 1936, poco antes de la entrada de las tropas nacionales en Málaga. Si la generación del 27 tuvo un iniciador —asunto este de mucho debatir—, sin dudarlo fue Hinojosa, fundador de la mítica revista Litoral y adelantado entre las vanguardias poéticas de la época. Pero era de derechas, o mejor dicho: su familia era acomodada y de derechas, y aquel delito no podía quedar impune ante el aluvión zoológico miliciano-izquierdista. Según el relato de esa misma izquierda reunificada en torno al pensamiento tontorro adolescente llamado woke, a Federico García Lorca lo fusilaron por rojo y homosexual pero a Hinojosa le pasó lo que le pasó porque son cosas que pasan. Y ya está. Como dijo el griego en el Cratilo: España no es un país desgraciado, pero seguirá siendo un país de desgraciados mientras la historia y la memoria de la guerra civil sea un argumento contra nosotros mismos en el presente; pues un país incapaz de mirarse, reconocer sus tragedias históricas y superarlas, es, ahora sí, una desgracia. Hubo un tiempo que los españoles, prácticamente todos ellos, se empeñaron con sinceridad en esa faena: reconciliarse, superar las heridas del pasado y caminar hacia adelante en pluralidad y convivencia —joder, parezco Adolfo Suárez discurseando desde su TVE—: pero es bien cierto: ese tiempo existió. Ahora no, claro está. Ahora ni existe esa voluntad ni ganas que tiene la inteligencia cultural nuestra —la misma que mira hacia Helsinki cuando se les menciona a José María Hinojosa—. No. Nada de eso. Ahora es tiempo de que los nietos y bisnietos de los niños que no hicieron la guerra nos cuenten y detallen cómo fue aquella guerra, por qué sucedió y cuál debe ser nuestra apreciación político-moral sobre aquellos hechos, noventa años después. Ante semejante ida de olla, de lo que entran ganas es de mandar al Guano —país tan existente como TIRASA—, a todas las asociaciones, instituciones, tratadistas, estudiosos, colectivos, victimistas y asociados al camelo ese de la memoria democrática. Como dijo Juan de Carmona —hoy estoy por citar a eminencias—: No tendrán roña que limpiar en 2025, ahí dedicados a remover la mugre de sus abuelos, que ni mancha ni mueve molino.

La apelación al presente y la rigurosa ordenanza de los días no es cosa huera, no crean. Los días y el calendario y en concreto la semana pasada nos han traído noticias de mucho interés en este sentido, o propósito, de comparar la dura realidad con lo que sea que habita en las cabezas de nuestras izquierdas en plena eclosión adolescente. Miren, entre otros, el ejemplo de la concejal por Los Verdes en el distrito de Saint-Ouen-Sur-Seine —París—, Sabrina Decanton, quien se postulaba como candidata a la alcaldía en las elecciones municipales que tendrán lugar en Francia a principios de 2026. El caso es para mirarlo de cerca, o mejor dicho: para que se lo hagan mirar. Decantón, persona muy relevante en aquellos ámbitos y movimientos sociales vinculados al ecologismo, es homosexual, o sea lesbiana. Desde cierto punto de vista, perfecto; una mujer joven, moderna, independiente, dedicada a la noble causa ecologista y encima lesbiana es una buena candidata. Lo era hasta que el peso muerto de su partido decidió que su perfil homosexual restaba más que sumaba a la causa, sobre todo en los “barrios populares” donde la brega electoral va a ser tremenda. Como no hay otra forma de entenderlo, entendemos que la expresión “barrios populares” es un eufemismo al estilo woke para mencionar a los barrios islamizados. O sea, que el problema no es la real y eficiente existencia de distritos electorales donde el voto montaraz islámico determina la elección de representantes municipales —supongo que también de las demás administraciones, incluido el parlamento—; el problema es ella, Sabrina Decanton, su tribadismo. Ella denuncia presiones homófobas desde su partido y en el partido las niegan porque los ecologistas, por definición, no pueden ser homófobos. Sería como decir que José María Hinojosa fue asesinado por milicianos izquierdistas, una exageración y una insidia.

Así funciona el pensamiento neoprogre: si la realidad choca con sus convicciones, se omite la realidad. Es una cuestión de lenguaje, de llamar a las cosas por el nombre que se les quiera poner menos por su nombre. Porque el nombre es arquetipo de la cosa y a esta gente le interesa todo menos la cosa en sí, que es real y no ideal, que está presente y no es imaginada, que es auténtica y no inventada.

Lo dicho: manipular el lenguaje para adaptarlo a las ideas que tienen en la cabeza, empeñados en que ese mismo lenguaje impostor sustituya a la realidad, es tarea que emprendieron hace mucho y en la que siguen empeñados con una constancia que, oigan, por una parte resulta molesta pero desde cierto punto de vista tiene su mérito: mantenerse tanto tiempo en el error, en la consciente y ridícula contumacia, no está al alcance cualquiera. Por tanto y punto finalizando: esperen del Cervantes y su Instituto, bajo imperio de otro gran inventor de cosas que habitan en la cabeza y en ningún otro lugar, cualquier versión ecológica, integradora y no sexista de El Quijote; y por supuesto: que no tropiece con el sentir común en los “barrios populares”. Seguro que ya están en ello.

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