Business ecológico. El ambientalismo neoliberal

Business ecológico. El ambientalismo neoliberal. Diego Fusaro

Hay una aparente paradoja vinculada a la cuestión del apocalipsis ambiental que es necesario abordar: el logo dominante en el marco del tecnocapitalismo del nuevo Milenio no sólo no permanece en silencio ante el dilema del desastre inminente, sino que lo eleva a objeto de una proliferación discursiva hipertrófica. La emergencia ambiental y climática es, con razón, uno de los temas más enfáticamente subrayados y discutidos por el orden del discurso hoy imperante.

Esto parece, prima facie, un contrasentido, si se considera que plantear este dilema equivale a enunciar la contradicción misma del capital, que es su fundamento. ¿No sería más coherente con el orden tecnocapitalista la ocultación -o al menos la marginación- de esta cuestión problemática, de manera similar a lo que sucede con la cuestión socioeconómica del clasismo y la explotación laboral, rigurosamente excluida del discurso público y de la acción política?

Afirmar que a diferencia del problema de la explotación laboral (que permanece mayoritariamente invisible y que, en todo caso, puede ser fácilmente eludido por el discurso dominante), la cuestión ambiental es clara y evidente ante oculos omniumante los ojos de todos– y, por tanto, resultaría imposible soslayarla como si no existiera, significa hacer una afirmación verdadera pero, al mismo tiempo, insuficiente: una afirmación que, además, no explicaría las razones por las cuales el discurso dominante no sólo trata abiertamente la cuestión, reconociéndola en su plena realidad, sino que incluso tiende a amplificarla y transformarla en una urgencia y una auténtica emergencia planetaria.

La tesis que pretendemos sostener al respecto es que existe una notable diferencia entre la cuestión ambiental y la socioeconómica (que Marx llamaría, sin perífrasis y con sobradas razones, “lucha de clases”). Esta última no puede de ninguna manera ser “normalizada” y metabolizada por el orden tecnocapitalista que, de hecho, opera para que ni siquiera, tendencialmente, sea mencionada nunca (tampoco, ça va sans dire –no hace falta decirlo-, por las fuerzas del cuadrante izquierdo de la política, ya hace tiempo redefinidas como izquierda neoliberal o, mejor aún, “sinistrash” –izquierda basura-). Margaret Thacher, por otro lado, ya había condenado al ostracismo el concepto mismo de clase social, liquidándolo como inservible y pernicioso vestigio del comunismo (en sus propias palabras: “la clase es un concepto comunista. Separa a las personas en grupos como si fueran paquetes y luego enfrenta a unos contra otros”).

Como se ha mostrado más extensamente en nuestro estudio Demofobia (2023), los derechos sociales son sustituidos en el orden discursivo y en la acción política por los “derechos arcoíris” (rainbow rights), o sea por aquellos caprichos de consumo que, además de permitir desenfocar la mirada respecto al conflicto de clases, resultan intrínsecamente funcionales a la lógica neoliberal de ampliación de la mercadización del mundo de la vida. Y las fuerzas de la política se reorganizan todas en el extremo centro de la grosse Koalition neoliberal, figurando cada vez más como articulaciones del partido único del turbocapital que eleva a destino ineluctable y a exclusivo horizonte (there is no alternative) el fanatismo económico y el clasismo, el imperialismo y la alienación.

Al contrario que la cuestión socioeconómica, la cuestión ambiental puede ser metabolizada y –literalmente– rentabilizada por el orden tecnocapitalista por múltiples razones. Precisemos desde ahora, no obstante, que el orden discursivo neoliberal afronta y, de hecho, amplifica la cuestión ambiental y climática en el acto mismo con el que la declara abordable y resoluble siempre y sólo en el marco del tecnocapitalismo, neutralizando a priori la pensabilidad de cualquier ulterioridad ennoblecedora alejada de la prosa de la cosificación del mercado y de la Técnica. Y en consonancia con esta clave hermenéutica se explica la intensificación discursiva neoliberal en torno a la emergencia climática y ambiental, caracterizada siempre por el ocultamiento de la matriz capitalista de los desastres.

Si es canalizada adecuadamente en los raíles de la globalización neoliberal, la cuestión ambiental puede desempeñar, para el orden dominante, una eficaz función de desfocalización de la mirada respecto a la cuestión socioeconómica, al clasismo, a la explotación y al imperialismo. Para comprender este empleo apotropaico en todas sus implicaciones se puede, por ejemplo, hacer referencia al report de 1991 titulado The First Global Revolution -La primera revolución global-, publicado por el «Club de Roma«, asociación fundada en 1968 por el empresario Aurelio Peccei, el científico escocés Alexander King y el turbocapitalista multimillonario David Rockefeller: una entidad que, con justeza, puede ser clasificada como uno de tantos think tank (desde el Cato Institute hasta la Heritage Foundation, desde el Adam Smith Institute hasta el Institute of Economic Affairs) al servicio del orden dominante, al que proporcionan la formación ideológica de respaldo.

Así leemos en el report de 1991: “A la busca de un nuevo enemigo que pudiera unirnos, encontramos la idea de que la contaminación, la amenaza del calentamiento global, el déficit de agua potable, el hambre y otras situaciones similares servirían a nuestro propósito”. En resumen, la cuestión verde va a ser hábilmente identificada como contradicción fundamental y como “enemigo común” capaz de unirnos (a new enemy to unite us) traicioneramente en una batalla que, por un lado, desvía la mirada del conflicto entre Siervo y Señor y, por otro, conduce una vez más al primero a adherirse al programa del segundo, señaladamente a las nuevas rutas del capitalismo eco-friendly tal como se irán esculpiendo en los años venideros.

El informe del Club de Roma puede acompañarse de otro documento datado dos años antes que, más allá de las diferencias de matices y de intensidad de los enfoques, propone un esquema de pensamiento convergente. Se trata de un discurso pronunciado por Margaret Thatcher, el 8 de noviembre de 1989, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Está animado, entre líneas, por el deseo de identificar un nuevo «enemigo común» que pueda sustituir al «socialismo real» ya en fase de decadencia (resulta significativo que el discurso de la Dama de Hierro tenga lugar la víspera de la caída del Muro de Berlín). Y que, en consecuencia, pueda ser asumido como el nuevo desafío global del capitalismo, involucrando a todos en su proyecto. En palabras de Thatcher: “De todos los retos a los que se ha enfrentado la comunidad mundial en esos cuatro años, uno se ha vuelto más patente que cualquier otro, tanto en urgencia como en importancia: me refiero a la amenaza que se cierne sobre nuestro medio ambiente global”.

El sermón de la Iron Lady se revela, por momentos, incluso más sintomático del nuevo Zeitgeist que el report del «Club de Roma«, especialmente por su insistencia sobre la necesidad de abordar la cuestión ambiental sin renunciar al imperativo del crecimiento, preservando así el capitalismo en una forma eco-sostenible y, sin embargo, dedicada al economic growth -crecimiento económico-. Nuevamente por boca de Thatcher, “necesitamos hacer las cosas bien desde el punto de vista económico. Esto significa que primero debemos tener un crecimiento económico continuado a fin de generar la riqueza requerida para pagar la protección del medio ambiente”. El truco –una constante en el orden del discurso neoliberal– consiste en denunciar el problema ambiental, acompañando inmediatamente la denuncia con el reconocimiento de que el crecimiento, el desarrollo y la auri sacra famesmaldita hambre de oro– del capital no son la causa, sino la posible solución: “debemos resistir la tendencia simplista de culpar a la industria multinacional moderna por el daño que se está causando al medio ambiente. Lejos de ser los villanos, es con ellos con quienes contamos para investigar y encontrar las soluciones”.

Así que siguiendo el discurso de Thatcher, en el que se compendia el nuevo espíritu del capitalismo verde in statu nascendien estado de nacimiento-, la crítica al capitalismo como causa de la destrucción ambiental (en una palabra, el ambientalismo socialista) sería una «tendencia simplista», debido al hecho de que las industrias multinacionales, «lejos de ser los villanos» (from being the villains), son los agentes que pueden conducir las investigaciones y encontrar las soluciones al dilema. Ahora bien, el non sequitur en el que queda encallada la reflexión de la Thatcher y, con ella, la propia razón de ser neoliberal es que, aún suponiendo que las empresas multinacionales pudieran encontrar la solución, ello no puede servir de alibi –coartada- para su responsabilidad respecto a la génesis de la tragedia, como parece desprenderse del pasaje antes citado. Y, en todo caso, como intentaremos demostrar, las “soluciones” buscadas y encontradas por la modern multinational industry se mueven siempre sobre la base de la aceptación (y de la perpetua reproducción) de la contradicción que genera el problema.

Por tanto, el orden hegemónico admite e incluso incentiva el discurso sobre la catástrofe, siempre que éste se articule invariablemente dentro de los perímetros del cosmos tecnocapitalista, asumido como un a priori histórico inmodificable o, en cualquier caso, como el mejor sistema posible tanto entre los que ya han existido como entre los que eventualmente pudieran existir como alternativa. Está entonces permitida y además resulta inducida sin cesar, la evocación constante de la hecatombe climática y la exigencia de ponerle remedio, a condición de que las recetas y las soluciones sean administradas por la lógica del beneficio y del mantenimiento de la forma valor como fundamentum del sistema de producción.

En fin, si el ambientalismo neoliberal es abiertamente promovido y practicado por los modelos políticos de Occidente –o, para ser más exactos, del Uccidente–, el ambientalismo socialista es desalentado y demonizado, ora sobre la base de lo que Fisher ha definido como “realismo capitalista” (según el cual no existirían alternativas a lo que hay), ora sobre la base de la estigmatización de la pasión utópica y antiadaptativa, ideológicamente asumida como premisa de la violencia y del retorno de las atrocidades del Siglo XX.

Dicho de otro modo, el turbocapitalismo plantea y debate el tema del apocalipsis verde presentándose a sí mismo como la solución y no como el origen del problema: por esta vía, mientras son cultivadas las causas de la catástrofe, se propone trabajar sobre los efectos, en una perspectiva que, además, resulta funcional a la conservación de la lógica del capitalismo mismo. Va de suyo que afrontar el dilema ambiental permaneciendo en el terreno del tecnocapitalismo significa, en la mejor de las hipótesis, no resolverlo y, en la peor (como creemos que efectivamente sucede), potenciar todavía más el fundamento de la catástrofe.

En particular, intentaremos mostrar cómo, bajo la forma del ambientalismo neoliberal, el discurso turbocapitalista sobre el apocalipsis verde intenta, por una parte, modular estrategias de resolución de la catástrofe que, presuponiendo el orden tecnocapitalista y su mantenimiento, están todas condenadas al fracaso y, por otra, neutralizar preventivamente la viabilidad de la opción del ambientalismo socialista. Sin exageraciones, si el logo hegemónico hace suyo el discurso ambiental ello se debe a su voluntad de sustraerlo del campo socialista, reconduciéndolo –y, por tanto, “normalizándolo”– al terreno neoliberal, más que a su real deseo de poner remedio al cataclismo inminente. Por otro lado, para los abanderados del fanatismo tecnoeconómico –parafraseando a Jameson– es más fácil y menos doloroso imaginar el fin del mundo que el del capitalismo.

Existen tres razones principales para la hipertrofia discursiva de la era neoliberal sobre la cuestión ambiental, cada una de las cuales será objeto de análisis a continuación: a) la transformación de la propia emergencia ambiental en fuente de extracción de plusvalor, lo que ocurre sobre todo en virtud del sistema manipulador de la green economy y de sus “fuentes renovables” de business; b) el desenfoque de la mirada respecto del conflicto socioeconómico (que, como se ha recordado, no puede ser incorporado y normalizado en el orden tecnocapitalista, a diferencia de la cuestión ambiental); c) la fábrica de crisis y el uso gubernamental de la emergencia, en la forma de un “Leviatán verde” que utiliza la propia crisis como ars regendiarte de gobernar– para consolidar, optimizar y expandir el dominio tecnocapitalista sobre la vida.

Partiendo de estos presupuestos, la green economy puede entenderse rectamente como la solución que la raison neoliberal propone para la cuestión ambiental, en el intento no tanto de salvar al planeta (y con ello, la vida) del capitalismo, cuanto de poner a salvo al propio capitalismo de los impactos ambiental y climático. En otras palabras, la economía verde aspira a garantizar que el capital pueda, de cualquier modo, superar su intrínseca contradicción que se traduce en el agotamiento de los recursos y en la neutralización del «recambio orgánico» de marxiana memoria: a fin de que esto sea posible, el punctum quaestionisestado de la cuestión– desemboca en la redefinición misma del capitalismo, según una nueva configuración green, que le permita continuar la valorización del valor evitando la recesión y posponiendo en el tiempo el estallido de la contradicción.

Las apátridas élites turbofinancieras se apropian de las crecientes demandas ambientalistas, nacidas en los años Setenta y devenidas cada vez más sólidas, y las desvían hacia los circuitos de la green economy, en coherencia con la cual el límite ambiental debe ser percibido no como un obstáculo al desarrollo, sino como una inédita oportunidad de beneficio, como un renovado motor de crecimiento y como el fundamento de un nuevo ciclo de acumulación.

El error que subyace en la base de la “economía verde” y, más en general, en el ambientalismo neoliberal en todas sus extrinsecaciones, puede fácilmente identificarse en la convicción general con arreglo a la cual la contradicción estaría no en el capitalismo ut siccomo tal-, sino en su funcionamiento, aún no adecuadamente calibrado para encontrar un equilibrio con la naturaleza. En resumen, el capitalismo es considerado como la terapia respecto a un mal que, a lo sumo, puede ser entendido como consecuencia de una aplicación todavía perfectible del propio capitalismo. Huelga decir que lo que escapa a la raison neoliberal es que, como han mostrado –aunque sobre bases diferentes– Marx y Heidegger, es el fundamento mismo del tecnocapitalismo lo que consume a los entes en su totalidad y desemboca en el agotamiento de la naturaleza.

En definitiva, el capitalismo no está enfermo, como parecen querer sugerirnos los heraldos de la economía verde y del ecologismo neoliberal: él es la enfermedad. Por lo tanto, lo que necesitamos no es curar al capitalismo, sino curar a la humanidad y al planeta del capitalismo. Esto significa que no pueden darse la justicia social ni siquiera el verdadero ecologismo si no es en el anticapitalismo. Pretender curar al capitalismo sólo significa perpetuar, bajo nuevas formas, el sistema de opresión del hombre sobre el hombre y sobre la naturaleza.

La devastación ambiental y el cambio climático generados a su imagen y semejanza por el tecnocapital (heideggerianamente por su “olvido del Ser” y por su voluntad de poder del crecimiento desmesurado) se convierten, gracias a la green economy, en un fenómeno mediante el cual la astucia de la razón capitalista (como también podríamos calificarla tomando prestada la fórmula hegeliana), se engaña a sí misma creyendo poder resolver la contradicción, ahora innegable porque está evidenciada por los datos científicos y por las experiencias cotidianas.

Dicho de otra forma, puesto que la contradicción es real y evidente, y sus efectos desastrosos tienden a manifestarse ya en el tiempo presente, el orden liberal trabaja para resolverla siguiendo métodos que no pongan en tela de juicio el propio orden capitalista y que, además, permitan su mantenimiento e incluso su potenciación.

Según la línea teórico-práctica abierta por el “Informe Stern” (2006), la economía verde idea nuevas fuentes de beneficio que, sin incidir realmente sobre el proceso de producción, simplemente sean –o parezcan ser- menos impactantes sobre el medio ambiente y el clima. En el fondo, nos recomiendan que deberíamos limitarnos a hacer lo que ya hacemos, pero de modo verde. Y así, no solamente el capitalismo se (y nos) engaña pretendiendo haber encontrado la solución a la catástrofe ambiental, en cuyo desencadenamiento ha sido factor primordial, sino que también se revitaliza a sí mismo y a su propia lógica mutando los presupuestos del modo de producir y conquistando nuevos mercados, inventando nuevas estrategias y propiciando el consumo de nuevas mercancías “ecosostenibles”.

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