Los chinos consideran a su país el «centro de la civilización» entre los cuatro puntos cardinales, y lo sitúan como si fuese el Sol y al resto de Estados como planetas que giran en torno al Imperio del Centro.
Si la URSS era un Imperio expansionista y tenía pretensiones universales (como Estados Unidos, aunque de manera menos efectiva que los yanquis), China no pretende expandirse ni proyectar su modelo económico-político y cultural en otros países, sino más bien pretende ser un centro gravitatorio en el que se instale la fábrica del mundo, teniendo como tentáculos las rutas de la seda y una diáspora cada vez más poblada.
En honor a la verdad hay que decir que como República Popular China, en 70 años de historia, el Imperio del Centro nunca ha iniciado ninguna guerra, aunque sí ha sufrido varias agresiones. De Estados Unidos para qué vamos a decir nada, y además han perdido más de una guerra (aunque en los cuatro años de Trump no se ha abierto ningún nuevo frente, pero sí se han puesto las condiciones para que se empiecen nuevas complicaciones que generen otros conflictos).
China ha ido fortificando su defensa frente al cerco estadounidense, hasta el punto de que en el Pentágono ya se toman muy en serio el arsenal nuclear chino y empiezan a contemplarlo como una amenaza ofensiva. Para la próxima década los estadounidenses esperan que los chinos dupliquen el tamaño de su artillería nuclear, mientras va incrementando su poder geoeconómico a través de las rutas de la seda. Y también se considera altamente peligroso la Inteligencia Artificial, la red 5G o «internet de las cosas» y el ejército de drones.
Si bien Estados Unidos no fue una de esas potencias occidentales que masacraron y literalmente envenenaron a China durante el «siglo de las humillaciones» (1842-1949), sí la bloqueó tras la revolución comunista, lo que provocó grandes hambrunas, y de paso apoyaron a Chiang Kai-sek en Taiwán (esto prolongó la humillación occidental contra China, la China continental que se proclamaba comunista a su manera, aunque a la hora de alzarse en la dialéctica de clases los revolucionarios tenían que contar con estas complicaciones en la dialéctica de Estados).
China y la URSS firmaron una alianza formal en 1950. Miles de científicos e ingenieros soviéticos fueron a China aportando tecnología industrial y militar. A finales de la década de los 50 el 50% del comercio exterior de China iba a parar a la Unión Soviética. De ahí que Mao afirmase que los dos países gozaban de una relación cercana y fraternal. Es más, incluso ayudaron a los chinos a desarrollar un programa de armas nucleares, y así se consiguió la bomba atómica china en 1958. Precisamente al convertirse en una potencia nuclear, incluso antes de completarse la primera bomba ya se dieron los primeros roces, China ya pudo hacer frente a la URSS (aunque ésta dispusiese de mayor artillería nuclear).
La relación cambió con la coyuntura que ofrecía el conflicto sino-soviético que empezó a fraguarse en 1958, aunque posiblemente el detonante estuviese en 1956 con el difamatorio informe «secreto» de Nikita Jruschov contra Stalin, que Mao tachó de «revisionista».
No sólo fue una disputa entre dos países fronterizos sino que también su puso el enfrentamiento por el liderazgo en el bloque comunista, de ahí que Mao comentase que Jruschov temía que los partidos comunistas del mundo no creyesen en ellos sino en los chinos. Para 1960 ambos países ya había roto su cooperación estratégica y sólo bastaron dos años para que el comercio bilateral se desplomase en un 40%. La frontera se remilitarizó y en 1969 hubo enfrentamientos que casi desencadenan una guerra. (Hemos tratado muy resumidamente este conflicto desde las páginas de Posmodernia: https://posmodernia.com/el-conflicto-chino-sovietico/).
Según el doctor en ciencias políticas Vasili Kashin, el enfrentamiento con China «fue uno de los factores principales que arruinaron a la URSS porque la construcción de la infraestructura militar en los vastos territorios de la taiga(bosque boreal) golpeaba la economía soviética más que las respuestas a los desarrollos de alta tecnología de Estados Unidos» (Alfredo Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, Grupo Editor Orfila Valentini, Ciudad de México 2020).
Aprendiendo las lecciones del conflicto chino-soviético, en el Kremlin saben muy bien que una confrontación con China sería muy peligrosa al compartir con el gigante asiático 4.178 kilómetros de frontera (aunque de Moscú a Pekín hay unos 5.794 kilómetros de distancia en línea recta, más de dos mil kilómetros que la que hay entre la capital rusa y Madrid o Londres). Y sobre todo porque un conflicto así volvería a solidarizar a China con Estados Unidos, cosa que Moscú a toda costa desea que no se vuelva a repetir, lo cual no es del todo imposible porque cuando hablamos de China y Rusia al fin y al cabo lo hacemos de adversarios tradicionales (como también lo son China e India, y no digamos China y Japón).
Las injerencias estadounidenses respaldando a Taiwán (aunque el 25 de octubre de 1971fuese sustituido en el Consejo de Seguridad de la ONU por la China comunista) y las protestas por la falta de respeto por los derechos humanos del régimen chino (como si Estados Unidos para perseverar como Imperio tuviese que respetarlos y cumplirlos a rajatabla, cuando irremediablemente se ha dedicado a hacer todo lo contrario) impidieron un mayor acercamiento entre Washington y Pekín.
Tras la caída de la Unión Soviética la relación entre Pekín y Moscú dejaron de ser hostiles. En 2001, ya con Putin en el Kremlin, firmaron el Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa. En 2010 se construyó el primer oleoducto de Rusia y China. También acercaron sus posiciones en la ONU, y a su vez formarían el BRICS (la alianza hoy al parecer puesta entre paréntesis entre potencias emergentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Con la subida de Xi Jinping al poder desde 2013 ambas potencias han consolidado aún más su acercamiento. En los últimos años el 70% de las importaciones de armas de China proceden de Rusia. Mientras que Rusia goza de grandes ingresos por ventas de armas y energía a China, ésta puede expandir su economía y al mismo tiempo va incrementando su músculo militar. Rusia puede centrar su estrategia en su frontera occidental (donde tiene las fuerzas de la OTAN) y China puede concentrarse en su flanco marítimo (especialmente el delicado Mar del Sur de China). Rusia compite con Arabia Saudita como principal proveedor de petróleo de China, y al mismo tiempo el Imperio del Centro va sustituyendo a Alemania como socio comercial preferente de Rusia.
Si la relación personal entre Mao y Stalin ayudó a consolidar al bloque comunista chino/soviético, y la mala relación entre Mao y Jruschov tuvo que ver con la ruptura, la relación personal entre los indiscutibles Xi Jinping y Vladimir Putin también puede influir en la marcha de la alianza. Desde 2013, año en que Xi subió al poder, el presidente chino se ha reunido con el ruso o han hablado por teléfono unas cuarenta veces. Aunque obviamente en las relaciones internacionales quedan desbordadas las relaciones personales.
Desde la década de los 50 Rusia (entonces la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y China no habían estado tan alineadas, aunque salvo sus mandamases nadie sabe cuál es en realidad el alcance de esta cercanía geoestratégica.Y hasta tal punto es así, que están formando lo que vendría a ser un G-2, cuando Zbigniew Brzezinski quiso hacer lo propio entre Estados Unidos y China contra Rusia y, en cambio, Henry Kissinger entre Estados Unidos y Rusia contra China. La mano izquierda y la mano derecha del ínclito David Rockefeller tenían geoestrategias opuestas, de lo cual no hay que extrañarse porque un Imperio siempre contempla diferentes escenarios: un plan a, b, c…
En un artículo del 4 de agosto de 2021 en Foreign Affairs, órgano del Council on Foreign Relations (CFR), podemos leer los consejos que se le da a la Administración Biden desde el think tank globalista más potente e influyente de Estados Unidos: «El vínculo entre China y Rusia parece ser fuerte, pero hay grietas debajo de la superficie. Es una relación asimétrica, que une a una China ascendente, segura y egoísta con una Rusia estancada e insegura. Esa asimetría le da a Biden una oportunidad: para poner distancia entre los dos países, su administración debería explotar las propias dudas de Rusia sobre su estatus como socio menor de China. Al ayudar a Rusia a corregir las vulnerabilidades que sus relaciones con China pusieron de relieve -de hecho, ayudar a Rusia a ayudarse a sí misma- Biden puede alentar a Moscú a alejarse de Pekín. Separar a Rusia de China frenaría las ambiciones de ambos países» (https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-08-04/right-way-split-china-and-russia).
La economía china es casi diez veces mayor que la rusa y la población también es diez veces superior: 1.400 millones por 140 millones. Y en lo que a tecnología se refiere China está a un nivel muy superior, aunque el oso es un gigante nuclear y militar en comparación con el dragón (e incluso algo superior a Estados Unidos). Por tanto estamos ante una alianza asimétrica, una alianza entre países desiguales en muchas cuestiones importantes. Aunque si hay un entendimiento ambas naciones pueden complementarse.
Foreign Affairs advierte que «la administración Biden tiene que acercarse a Moscú con los ojos bien abiertos; Mientras intenta atraer a Rusia hacia el oeste, no puede aceptar el comportamiento agresivo del Kremlin ni permitir que Putin se aproveche de la mano extendida de Washington… Biden enfrenta el mayor obstáculo de separar una sociedad intacta, razón por la cual su mejor apuesta es avivar las tensiones latentes en la relación chino-rusa».
Por tanto, en el CFR tratan de camelarse a Rusia: «Si Rusia va a ser atraída hacia el oeste, será el resultado no de las propuestas o el altruismo de Washington, sino de la fría reevaluación del Kremlin sobre la mejor manera de perseguir su propio interés a largo plazo. Una oferta de Washington para reducir las tensiones con Occidente no tendrá éxito por sí sola; después de todo, Putin confía en tales tensiones para legitimar su férreo control político. En cambio, el desafío que enfrenta Washington es cambiar el cálculo estratégico más amplio del Kremlin demostrando que una mayor cooperación con Occidente puede ayudar a Rusia a corregir las crecientes vulnerabilidades que surgen de su estrecha asociación con China… Dado el antagonismo y la desconfianza que actualmente plagan las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, se necesitará tiempo y una diplomacia decidida para que Washington cambie el cálculo estratégico de Moscú. Rusia bien puede seguir con su curso actual, tal vez hasta que Putin finalmente deje el cargo. Pero a la luz del impresionante ritmo y alcance del ascenso geopolítico de China, ahora es el momento de comenzar a sembrar las semillas de una división chino-rusa, especialmente entre el cuadro más joven de funcionarios y pensadores rusos que tomarán las riendas después de que Putin abandone la escena».
En Estados Unidos están empeñados en acentuar el antagonismo chino-estadounidense más que en el ruso-estadounidense. La línea de Kissinger parece que se impone a la del difunto Brzezinski. Pero en geopolítica los escenarios bien pueden cambiar. Para que la línea Kissinger triunfe en Washington deben olvidarse de demonizar a Rusia y de hablar de «democracia versus autocracia».
Aunque en Rusia no estarán muy de acuerdo con los ideólogos del CFR cuando éstos dicen que había que tomar medidas «para limitar las emisiones rusas de gases de efecto invernadero».
La complejidad es abrumadora, pero lo que está claro es que un acercamiento entre Rusia, India y China (que desde 2009 junto a Brasil, y al año siguiente se unió Sudáfrica, formaron el BRICS, que ha quedado en un segundo o tercer plano en el escenario geopolítico actual) da pavor a Washington, de ahí que emplee todos sus medios de fracturar y/o balcanizar. Parece que la alianza entre China y Rusia va para adelante (pero bien podría tratarse de una apariencia falaz), mientras que al menos la India se está acercando mucho a Estados Unidos (no olvidemos que su enemigo tradicional es China).