Comienza a ser expresión común lo del estrés o fatiga pandémica. Esa sensación que se va adueñando de nosotros tras un año largó de tensión, miedos, incertidumbre y cambios en nuestra forma de vivir, que va minando nuestra forma antes bastante estable –más de lo que pensamos- de estar en el mundo. La cotidianeidad se ha visto desmontada. Se nos ha ido desmoronando y aún no sabemos demasiado bien cómo va a ser lo que quede de todo esto, y eso nos pasa factura a nivel emocional, psicológico y vital.
Escucho cada vez a más gente contar que duerme mal, que –sin caer en la ansiedad como tal- se siente acechada por la angustia, que se descubre en reacciones descontroladas, que un vago temor al futuro le ronda y que ese no saber dónde estamos ni dónde vamos a estar, le genera una desazón más o menos constante que condiciona su día a día.
Por desgracia se nos repite demasiado ese mensaje, pero queda la sensación de que nadie hace propuestas para abordarlo, que se nos repite el diagnóstico, pero no se nos ofrecen vías de sanación, que no se nos plantean caminos para enfrentarlo.
Vivir es ver volver dice el aforismo y echando mano de la historia, podemos atisbar que no es el tiempo primero –y seguramente no será el último- en el que las sociedades han vivido en el derrumbe de lo conocido sin ver cómo sería el mañana. Pienso en san Agustín ante los Vándalos o en san Gregorio Magno en las ruinas de Roma. Pienso en el Abad Sansón o en San Eulogio entre los Mozárabes. En el Cisma de Occidente y las pestes del s. XIV y XV, en las Guerras de Religión del s. XVII. Pienso en la Revolución Francesa. Pero es también cierto que probablemente sí que nuestro momento histórico tiene menos urdimbres, menos recursos, menos fortalezas a las que echar mano para cabalgar el tigre, para vivir en medio de las ruinas. Y no porque no existan, sino probablemente porque en el acervo cultural y social han dejado de tener importancia, han sido desterradas y casi ni son conocidas.
¿Qué recursos utilizaron, de qué herramientas tiraron en otros tiempos para ayudarles a vivir en medio de la debacle, la caída, la ruina, el no saber, la incertidumbre, la angustia y la inquietud? ¿Qué vía, qué camino tomar para que el tiempo no pase por encima de nosotros como una apisonadora, como un terremoto que hace tambalearnos? ¿Cómo hacer para mantenernos en pie en medio de un mundo en ruinas que se nos augura y del que sólo comenzamos a atisbar que se nos viene encima?
Hay dudas de si Malraux pronunció la frase o no. El siglo XXI será espiritual, o no será. Pero si se sabe que algo similar dijo el teólogo jesuita del siglo XX Karl Rahner. El cristiano del siglo XXI será místico o no será. Lo que si llama mucho la atención es que apenas hace 50 años, aún se vivía en el eco de lo que la dimensión espiritual podía aportar al desarrollo humano.
Thomas Merton. Krishnamurti. Pauwels y Bergier. Julius Evola. Quizás no son referencias de alta cultura o de seria autoridad, pero no dejan de apuntar que hasta hace no demasiado, lo espiritual era un horizonte real para la cultura. ¿En qué momento se perdió? ¿A finales de los 70 con la crisis energética? ¿Sobre los 80 con el auge de los neo-conservadurismos? ¿En los 2000 con el giro progre de las izquierdas? Desde luego el triunfo neoliberal de fines de los 90 ya dejó la espiritualidad de lado, como un manto que iba cubriendo a toda la sociedad occidental de materialismo y de ausencia de trascendencia, dejando la búsqueda de sentido a merced de la comodidad, el dinero o las nuevas causas sociales progresistas. El fin de la historia, Fukuyama, y demás. Y así la aridez de las últimas décadas y la pérdida cultural, y la identidad que se destruye, y el panorama que mayoritariamente nos domina.
Sea como fuere, la propuesta del camino espiritual como una tabla de salvación y de regeneración cultural para el aquí y el ahora apunta aquí y allá entre visionarios casi profetas de nuestro hoy. Pego Puigbó, Daniel Capó, Rafael Narbona, Ricardo Franco dedican textos a ello. La recuperación de autores como Bloy, el revival tradicional con la fama de Natalia Sanmartín, las búsquedas desérticas y silenciosas de un D`Ors, el conservadurismo cotidiano de García-Máiquez o la autoridad del Cardenal Sarah, sin dejar de señalar el papel de Benedicto XVI y del Papa Francisco, entre muchas otras señales, nos apuntan a la necesidad y sed, a la ventana abierta a la plenitud como plancha de salvación -y mucho más…-, para el tiempo que vivimos.
El Camino Espiritual se articula así como un desarrollo capaz de fortalecer la identidad y la urdimbre tanto personal como social, un recorrido de autenticidad y de verdad capaz de adecuar nuestro yo –de nuevo tanto personal como comunitario- a la real realidad que existe, pero no como una mera adaptación, ni como una negación de lo natural como dado y objetivo, sino más bien al revés, como la captación de lo que es y por tanto como un verdadero proceso de transformación que implica los dos polos: el de uno mismo, pero también el de la realidad en su aprehensión por mí, y por tanto también en la capacidad de cambio que el ser humano tiene sobre eso real.
Y es que partimos de la idea de considerar que la dimensión espiritual hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real, nos introduce en la contemplación que nos recuerda que el mundo es sagrado y que lo sagrado está al alcance de nuestra mano. Que el ser humano es capaz de entrever y atisbar las verdaderas tramas del mundo. Que tras todo lo que vemos está la realidad. Lo sagrado nos rodea. Lo sagrado son las verdaderas tramas y urdimbres de cuanto nos rodea. El mundo es sagrado. El ser humano es sagrado. Pero estamos generalmente ciegos. No sabemos ver. No somos capaces de ver la realidad sagrada que nos envuelve.
El camino espiritual sería así ese proceso personal de captación de lo real, la transformación de uno para captar lo verdaderamente real y al hacerlo, cambiar la manera de estar en el mundo, y por tanto -por la Vía de la acción a la que lleva el verdadero desarrollo espiritual-, cambiar al mismo mundo: muta vitam tuam, ut mundi mutare.
He ahí las claves de cómo posicionarse ante la realidad que nos interpela -y de la que intentaremos en siguientes artículos dar más claves-: la pérdida de la dimensión espiritual de la existencia ha desarmado al ser humano para ser capaz de resistir a los zarpazos de la vida tanto como le ha dejado sin recursos para colaborar a la transformación de lo que existe de cara a que sea cada vez más conforme a su verdadera realidad, la sagrada. De ahí la firme convicción de que el Camino Espiritual es la respuesta que nuestro hoy necesita.
“Sagrado” etimológicamente nos habla de los dones que se separaban para los dioses, que se consagraban para ellos. Nos habla pues que hay claves de lo humano que tienen que ver directamente con lo trascendente, que hay realidades que son más de lo que vemos, que hay puertas a lo que no vemos, que hay mucho a nuestro alrededor que es propio de la dimensión divina, que puede hablarnos de ella, hacérnosla presente, hacérnosla captar y experimentar.
Lo sagrado cristiano, frente a otras tradiciones espirituales, tiende a abolir la separación absoluta entre sagrado y profano, no para reducirlo todo a lo secular, sino más bien para devolverlo todo a lo sagrado. Y es que lo sagrado cristiano remite al Dios creador en una doble clave. De un lado reconociéndole señor único de cuanto existe, creador, y de otro, además, amigo del hombre. Ni su rival, ni su tirano, ni su enemigo. Desde lo mejor de la fe de Israel, el cristianismo aporta la comprensión de que lo creado no es una amenaza sino un regalo. En la revelación de Dios en la historia, éste se muestra al ser humano entrando en un proceso histórico. Se hace interlocutor vivo del hombre y le muestra que cuanto le rodea es sagrado y que el hombre ha de vivir conforme a su auténtica dimensión real, su condición divina.
¿Qué se experimenta al rozar –siquiera con la punta de los dedos- lo sagrado?
Me lo pregunto sabiendo que mi respuesta es sólo mía… mediada por mis propias situaciones, circunstancias, referentes culturales y sociales, por mis inquietudes, por mi propia imaginación y conocimientos y experiencias… Me lo pregunto pensando que todo ser humano debería hacerse la pregunta por lo sagrado, qué es, si lo ha experimentado, si lo ha vivido, si lo anhela… Me lo pregunto sabiendo también que toda respuesta es pobre, mutable, corta, mal respondida, mal expresada… Y quizás ahí comienza la respuesta.
Lo inefable es difícilmente expresable. Lo sagrado siempre se queda lejos de poder ser dicho. Las experiencias profundas siempre encuentran a las palabras faltas de capacidad de significar lo vivido. Es en la misma expresión de la pregunta que se quedan cortos los términos. ¿Lo sagrado se experimenta? ¿se siente? ¿se vive? ¿se piensa? ¿se intuye?
El Camino de la Sabiduría, de la Piedad, de la Trascendencia es un camino de unificación en la hondura movido por la búsqueda. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. Pero como toda búsqueda o apropiación, exige también abandono.
Buscar la Sabiduría, la Paz profunda, exige un movimiento de abandono de aquellas falsas imágenes y seguridades que nos mantienen en la situación que estamos. Comenzando por nuestra propia idea de Dios -el Maestro Eckhart decía en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él” y san Agustín y santo Tomás vienen a decir algo similar- y siguiendo por abandonar al propio yo conocido. Des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo porque hemos comprendidoque nuestra identidad es otra. Abrirnos a la condición sagrada de la identidad abandonando lo que la obstaculiza y estorba.
La búsqueda de lo sagrado trata pues de desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntando hacia el misterio último –la mismidad- de lo que es, de lo real. Es captar lo sagrado que nos rodea.
La experiencia de lo sagrado abre pues a salir de uno mismo y habla de vacío y plenitud a la vez, de silencio cargado de sentidos, de presencia y ausencia, de luz y de bruma. De una presencia de amor y de cuidado más allá de uno y más allá de lo expresable, que se muestra a la vez como ausencia y vacío. Con nombre personal. Pero inaccesible por inabarcable. Una, pero múltiple. Experiencia de unidad de la presencia y unidad de la percepción de toda la inmensidad plural que no rodea. Es caminar en la percepción de que en cada realidad que nos rodea está toda la realidad. Pero a la vez, todo cuanto tenemos en torno, está vacío de realidad pues sólo Aquel que está siempre es real.
Dios es el inefable, el que nadie ha visto –fascinantes las imágenes veterotestamentarias que hablan de Abrahán que sólo ve la espalda de Dios, de Elías que lo capta en el susurro de la brisa, de Jacob que pelea con un Dios oculto, de Job que no entiende lo que le sucede, de Tobit que en el camino se deja acompañar sin saber quién le acompaña…-, el que se oculta y se muestra en lo sencillo y ordinario, el que se vela y se revela en los encuentros cotidianos. Lo sagrado como la percepción a la par de presencia y ausencia. Como en los encuentros con el Resucitado: los de Emaús, la Magdalena, Tomás y las llagas, Pedro en el lago… como en los sacramentos.
Todo lo que se diga de Dios solo se puede decir por analogía, es más, existe toda una corriente teológica fascinante –la apofática- que dice que de Dios sólo puede hablarse en negativo, es decir, diciendo lo que no es… solo se puede captar a Dios por contraste, por ausencia, todo lo que se diga siempre será pobre, pequeño, pura paja, en contraste con lo que es.
El camino espiritual, la vivencia de lo sagrado, siempre ha estado marcada por esa clave de presencia y ausencia, de silencio como puerta a buscar la presencia divina. Una presencia que se revela como cercana por proximidad y como lejana por inabarcable. Una presencia que habla de unidad en la percepción, de unificación de lo diverso y lo múltiple que captamos como separado cotidianamente, en una proyección que aúna lo que nos aparece como separado a los sentidos. Una presencia que sostiene lo que es, y sin la que caería como un castillo de naipes lo que hay. Una presencia que nunca abandona pero que no está del todo nunca con uno. Más dentro de uno mismo que uno mismo, pero tan lejos que es inaccesible… salvo que él se acerque a uno.
…y a la par nada de eso es. O le falta mucho. La persona. El calor. El amor. El nombre. El bosque. El mar. La paz y la calma. La violencia y el fuego…
Un apunte más. Aunque exige silencio y separación, el camino espiritual no está lejos de la acción. La sabiduría oriental y la occidental -las tradiciones místicas del occidente cristiano y del oriente espiritual- se unen en la convicción de que nada de lo que hay en este mundo puede dar paz. Quizás ahí conectan. Pero también ahí se separan. Oriente anula lo aparente para ir a lo que existe realmente. Occidente a través de lo aparente quiere alcanzar lo que realmente existe. Pero ambos saben que sólo lo real y no lo aparente trae la paz. Occidente se coloca en el peligro de perderse entre lo aparente. Oriente se coloca en el peligro de perder lo aparente. En occidente pues la acción es consecuencia siempre de la Sabiduría.
La acción no es activismo no se pierda de vista. Hay actividades que aparentemente no participan de la Vía de la Acción por pertenecer al rango de las actividades contemplativas –la meditación, la escritura, la creación artística, la profundización en la música, la montaña, la naturaleza- y que sin embargo son sin duda alguna parte de esa Vía de la Acción. Del mismo modo no toda actividad por el mero hecho de ser tal, es parte de tal vía. La actividad, la acción, requiere un sentido, un proyecto, un horizonte, un objetivo que nunca puede estar lejos de la transformación. La Vía de la Acción está orientada a transformar, bien a uno mismo, bien a la polis. Y no están nada lejos ambas. Quizás cualquier dimensión humana –activa o contemplativa- en sí misma solo cobra sentido –sería Vía de la Acción- cuando se orienta a un fin mayor, mientras que la misma dimensión –activa o contemplativa- si no se orienta a un fin de sentido, sólo sería paja vacía.
Cinco vías posibles para transitar el camino de la espiritualidad a grandes rasgos existen. Cinco formas de comenzar en el camino de la contemplación y la sabiduría, cinco senderos por los que transitar el Camino de la Espiritualidad como ese camino de captación de lo real, de transformación interior y por tanto de transformación social.
Sería la primera la Meditación. El silencio. Técnicas hay muchas –el hesicasmo, la repetición, respirar, sentarse, concentrarse, vaciarse, la danza, el cuerpo en actividad medida- y cada buscador espiritual habrá de dar con la suya. En la meditación se busca el vacío donde resuene la voz de lo real. Se busca desprenderse de los velos de los sentidos y de las comprensiones parciales y tantas veces erradas de lo que creemos saber y ser, de lo que creemos es.
La segunda es el camino de la Devoción. La oración bocal, las devociones, las tradiciones religiosas, que consiguen orientarnos y situarnos en unas determinadas claves, en unos horizontes contextuales que preparan para la profundización y nos enmarcan para orientarnos en la dirección de lo sagrado
En las tradiciones religiosas la Liturgia es un camino privilegiado para transitar el camino sagrado con la participación –ir gustando…- de los misterios ritualizados que allí se hacen vivos y presentes. Exige que las liturgias sean ajustadas a lo que celebran y que acentúen la dimensión de encuentro y de comprensión, de inmersión en el misterio. En cristiano la Misa sobre todo, pero también los demás sacramentos son espacios privilegiados donde a través de lo visible se muestra, se significa, lo invisible.
La Liturgia abre a las dos últimas vías, que sin embargo pueden transitarse por sí solas. La del Estudio como contemplación y la de la Belleza como ventana de lo sagrado. Comprender, ahondar, conocer, saber, entender, estudiar es mirar con la sabiduría del conocimiento, buscar y entender lo que otros antes que nosotros han dicho, pensado, ahondado, contemplado. Leer es mucho más que un acto técnico de interpretar signos. Es conformarnos, transformarnos, crecer, aprender a mirar, aprender a pensar. Estudiar es aprender a amar.
Del mismo modo la contemplación de la belleza en todas sus formas –para quien sea la música, para quien la pintura, o cualquiera de las bellas artes, o la experiencia de la naturaleza- es una vía de acceso desde el sentimiento estético que logra mostrar que lo real puede ser visto con otros ojos, y que en el universal de lo bello –como en lo justo o lo verdadero- se refleja de un modo especialmente privilegiado lo sagrado.
Un camino espiritual equilibrado implicaría las cinco. Y aunque hay otras menos tradicionales –pensemos en el psiconauta Jünger- esas cinco son las que mayoritariamente en las distintas tradiciones espirituales son las más transitadas por los buscadores.
Junto a esos senderos puede contemplarse también la posibilidad de ser acompañado por un Maestro espiritual. Buscar un maestro siempre se ha considerado parte del Camino espiritual, pero no todo el mundo tiene acceso a uno, no todo el mundo da con él, no todo el mundo encuentra un guía. O no aún. Otra de las experiencias probadas en elk tiempo, es que buscando, se encuentra. Que caminando, se acaba compartiendo el camino. Que buscadores hay muchos, y el aprendiz de hoy, habrá de ser Maestro Mañana. Eso no quiere decir que mientras tanto no se pueda acudir a los que en el camino de la sabiduría han existido antes que nosotros.
La tradición cristiana es rica en maestros y modelos. Acuda el buscador a la fuente de quienes antes que nosotros caminaron. Busque a los Padres del Desierto. Busque la tradición Benedictina del canto. La Cartujana del No saber. La cisterciense de la simplicidad. La franciscana del desapego. La dominicana que desde Tomás de Aquino y los Maestros Renanos ahonda en el vacío. La ortodoxa de la meditación. Las más contemporáneas del desierto. Pruebe –si es de su inclinación- las orientales o las sufís. En el camino espiritual, se abren muchos senderos y unos llevan a otros. El buscador no se cierre, pero no pierda su horizonte. Y, como san Pablo, no se olvide de los pobres.
Coda Final
Cabalgar el tigre. Permanecer en pie en un mundo en ruinas. Si uno analiza el origen –polvos y lodos, tronos y cadalsos- identifica que perder la dimensión trascendente, espiritual, sagrada, de la existencia, significa perderse a sí mismo y perder a los demás. En este momento de la historia de occidente en el que pareciera que una nueva amenaza – o más que amenaza, realidad- nos ronda, la vuelta al camino de la espiritualidad no puede ser más que una vuelta a la verdadera identidad y libertad de las personas y las sociedades, un regreso a su verdadera condición, la sagrada, la divina.