Mira, que al recibir un nombre
se recibe un destino.
Leopoldo Marechal
Intentaremos en la presente meditación «ir a la búsqueda» de la expresión más cabal, que manifieste en forma más fiel nuestro particular modo de ser en el mundo. No pretendemos sustancializar el término, como lo han hecho ya los massmedia con «latinoamérica», sino simplemente trabajar con la noción de búsqueda.
¿Cómo denominar a Nuestra América, según decía Martí, sin caer en renuncios, sin herir susceptibilidades, sin olvidar antecedentes, sin negar influencias y sin renegar de lo autóctono?
¿Qué somos?: Somos americanos sin más. Así se definieron nuestros primeros próceres; Bolívar, San Martín, Morazán, Hidalgo, O`Higgins, Santa Cruz, Artigas, Páez, García Moreno hasta los más recientes como Irigoyen, Perón, Ibáñez, Herrera, Vargas, Gaitán, Villarroel, Arevalo, Arnulfo Arias, Madero, Sandino, Natalicio González, Velazco Ibarra y tantos otros. Por qué entonces esta tremenda confusión que se ha ido generando en la forma de llamarnos, desde hace poco menos que un siglo.
En primer lugar porque nos dejamos robar el uso del nombre «americanos» por los yanquis, que lo utilizan como propio para autodesignarse e imponiendo su uso sobretodo en Francia (américain) e Italia. Y en segundo lugar porque pareciera que existe un interés político-ideológico detrás de estas designaciones, habida cuenta que el error estuvo en dejar que nos busquen una denominación los de afuera y no lo hayamos hecho nosotros, los propios interesados.
Este interés «extranjero» es el que convierte eo ipso en espurias las formas de designarnos. El término más utilizado hoy es el de latinoamericano y luego, lejos, el de indoamericano. Este último cayó en desuso pasados los fastos del V Centenario. Pues quedó evidenciado que lo único que se pretendía con tal designación era anular los últimos quinientos años de historia americana. Un disparate, un despropósito del que no vale la pena seriamente ocuparse. Y si bien, hemos trabajado en forma reiterada el tema[1], otros lo han hecho con mayor enjundia[2], nos vamos a detener en esta ocasión sobre el término de latinoamericano.
La historia de este término es por demás conocida: Michel Chevalier (1806-1879) ministro consejero de Napoleón III pergenió un programa geopolítico para la expansión económica de Francia tanto en América como en Extremo Oriente, según el cual sostenía que Europa estaba dividida en tres grupos raciales, los anglosajones o germánicos en el norte, las naciones latinas en el sur y los pueblos eslavos en el Oriente. La unidad de la Europa Latina descansaba en el común origen latino de las lenguas de Francia, Bélgica, España y Portugal -Italia no estaba considerada porque aún no había logrado su unidad y era resistente a la idea-, y el catolicismo era la tradición cultural común que había consolidado la unidad lingüística. Obviamente, Francia debía estar a la cabeza de los pueblos latinos.
El zafarrancho de la expedición mejicana (1861-67) ordenada por Napoleón III se hizo bajo las banderas del panlatinismo ideado por Chevalier. Así los soldados franceses mataban mejicanos para recuperar a México e Hispanoamérica para la latinité. El término de latinoamérica es utilizado por primera vez en l861 por L.M. Tisserand en un artículo aparecido en la Revue de Races Latines, según lo detectó el estudioso John L. Phelan (op.cit.p.19). Su gran propagandista americano fue el franco-colombiano José Torres Caicedo. Ya en la época el político francés Emile Ollivier sometió a crítica el ideario latinoamericano afirmando: «Para crear un imperio latino tiene que haber latinos. La mayoría de la población mejicana la forman indios, mestizos y criollos. No había por tanto tal raza latina en México».Luego de la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870, y hasta el primer cuarto del siglo XX, el panlatinismo fue antes que nada un antigermanismo. En Nuestra América el latinoamericanismo retuvo el color inicial antiyanqui que le había dado Chevalier, para pasar, a partir de los años cincuenta de la presente centuria, a ser utilizado como categoría ideológica por las sedicentes «fuerzas progresistas» marxismo, democracia cristiana, sociología del desarrollo etc., contra el imperialismo norteamericano.
En el marxismo de Indias es sintomático el esfuerzo por ocultar el origen espurio del latinoamericanismo. Así, por ejemplo, en su esfuerzo por encontrar antecedentes, la autodenominada «izquierda progresista», comienza a editar viejos libros de los proto pensadores americanos con otros títulos distintos del original. Así aparece La Nación Latinoamericana de Manuel Ugarte, cuanto éste jamás habló de latinoamérica sino de hispanoamérica. Se habla del latinoamericanismo de Rodó cuando este habló siempre de Iberoamérica. Lo mismo ocurre con el latinoamericanismo de Mariátegui cuando este habló preferentemente de indoamérica o iberoamérica.
A la utilización por parte del marxismo del término latinoamérica hay que sumarle el uso que venía haciendo, desde hacía casi un siglo, la curia italiana de la Iglesia católica que ya en l869 crea el Colegio Pío Latinoamericano para formación de curas provenientes de Nuestra América. La conjunción de estas dos vertientes tiene un correlato político en Argentina, que se produce – en este tema- cuando, tanto la democracia cristiana como el marxismo, penetran al peronismo y hacen hablar a Perón de latinoamérica, cuando éste sólo utiliza el término después de su caída en l955 y como sinónimo de Patria Grande.
Existe también una versión burda, de uso vulgar del término latinoamericano sobre todo en Argentina y Uruguay, por parte de aquellos que por tener apellido de origen italiano o francés hablan de latinoamérica por errónea asociación de su nombre de familia a lo latino. Este último uso, aún cuando no tiene ninguna intención política e ideológica, genera una gran confusión debido a que son miles aquellos que lo utilizan cotidianamente en forma acrítica.
Tenemos por último un uso peyorativo del término latinoamericano que es el que se hace en Estados Unidos para designar a los habitantes procedentes del «mundo bolita». Pero ello se hace por asociación al término de hispanoamericano, puesto que ni a italianos ni franceses de origen se les aplica el término de latinos.
Vemos, que si contabilizamos brevemente el uso del término en cuestión, podemos observar que lo utiliza la izquierda, desde Castro hasta la progresista, la democracia cristiana, el peronismo actual, la Iglesia católica, gran parte de los descendientes de gringos y los yanquis. Prácticamente no queda lugar para el disenso en esta guerra semántica y su uso debería se aceptado por una especie de fuerza democrática que impone el uso masivo. Pero como nosotros pretendemos acercarnos filosóficamente al tema, tenemos la obligación de analizar en forma crítica dicha categoría.
Visto el desarrollo histórico del término corresponde ahora pasar al contenido cultural del mismo. ¿Qué menta lo latino? Antes que nada a los nacidos en el valle del Lacio, luego a la lengua latina y su cultura, que nosotros los pueblos americanos la recibimos “no del Lacio sino de Castilla y Portugal”[3]cuyo producto más logrado es el derecho romano que concibe al hombre como humus, como ser arraigado y no ya como ánthropos, como el que contempla, tal como lo concebían los griegos. Vemos que la latinidad está estrechamente vinculada a la humanitasantigua, que no es el humanismo filatrópico de los siglos XIX y XX «que ha nacido sobre todo como protesta contra el amor a la patria, y se ha tornado, por último, protesta contra toda comunidad organizada.»[4]La antigua humanitas sólo tiene en común con la moderna la clausura de la trascendencia, pero mientras que en aquélla la negación de la trascendencia se debía por estar inserta dentro de la inmanencia del mundo pagano donde no existía la escisión entre trascendencia e inmanencia que introduce el cristianismo, el moderno humanismo niega la trascendencia, fundamentalmente, porque es anticristiano. De modo tal que equiparar el antiguo humanismo con el de nuestros días es un gravísimo error de juicio, muy frecuente en «americanistas» al estilo de Leopoldo Zea cuando proponen «Latinoamérica para la humanidad«[5]. Donde a falta de uno introduce dos universalismos vacíos. Esta vacuidad conceptual del latinoamericanismo lo transforma en un universalismo más como puede ser el concepto de mundo libre. Universalismo que en definitiva anula con su postulación el derecho a la diferencia que tienen los pueblos de Nuestra América.
Otro sí digo con el viejo Menéndez Pidal: “el nombre de América Latina, tómese como se quiera, desconoce la parte exclusiva que tiene la Península ibérica en la creación de la América, desde México a la Patagonia, y niega la parte importante que esa empresa corresponde a un pueblo como la Vasconia, que ni racial ni lingüísticamente tiene nada que ver con le Lacio”[6]
Resumiendo el latinoamericanismo no nos define, estrictamente, en lo que somos. No es una categoría filosófica, sino, en el mejor de los casos, es una categoría ideológica que puede ser utilizada como instrumento para la enunciación de un proyecto político común de los pueblos de «l`altra América», como elegantemente nos denomina el florentino Marco Tarchi. El pensador marxista panameño Ricaurte Soler afirma, mutatis mutandi, lo mismo cuando sostiene que el latinoamericanismo es un proyecto político y el iberoamericanismo uno cultural[7]. Más preciso aún es el máximo pensador argentino de la corriente «izquierda nacional», Juan José Hernández Arregui cuando afirma en la reedición de su trabajo ¿Qué es el ser nacional?:»Esta versión que el lector tiene a la vista es igual a la primera, salvo en el reemplazo del falso concepto de América Latina, un término creado en Europa y utilizado desde entonces por EEUU, con relación a nuestros países, y que disfraza una de las tantas formas de colonización mental. No somos latinoamericanos»[8].
Ahora bien, si nos detenemos un poco podremos observar que lo iberoamericano no se limita sólo a ser un proyecto cultural sino que – al no involucrar como el latinoamericanismo un cierto rechazo a España y Portugal, nuestros aliados naturales en Europa- debe ser también considerado un proyecto geopolítico de puente con Europa ante la potencia mundial talasocrática. Esto lo vio claramente el pensador belga Jean Thiriart hace cuarenta años, quien estudió en forma no-convencional el tema de la unidad europea, cuando afirmaba: «Iberoamérica exactamente igual que Europa, debe luchar contra el imperialismo yanqui y contra la subversión comunista, simultáneamente. Nuestros enemigos son los mismos y por eso precisamos tal alianza»[9]. Nota deberían tomar nuestras cancillerías del «mundo boli» a fin, no sólo de evitar el extrañamiento lingüístico, sino de incorporar el iberoamericanismo como alianza estratégica entre Nuestra América y Europa. El Atlántico como mare nostrumsegún propusiera ya a principios de siglo el máximo pensador nacional portugués Antonio Sardinha (1887-1925).
Y si apelamos al argumento de autoridad, qué no dicen escritores penetrantes como un Borges, cuando en uno de sus tantos reportajes afirma: «Yo creo que hablar de latinoamérica es un absurdo. Eso de América Latina no creo que exista»[10]. O un Carlos Fuentes cuando sostiene:»El término latinoamérica es una mentira más como tantas otras que se dicen sobre nosotros». O un Sánchez Dragó cuando afirma que: “Latinoamérica no, por favor. Latinoamérica es una invención de los jesuitas y la CIA. Lo correcto es Iberoamérica.»[11]
En este sentido creemos que el razonamiento más contundente lo esgrime el pensador rumano Vintila Horia cuando afirma:»La guerra intelectual contra la herencia española en las Américas, guerra que culmina con la aceptación internacional del término de Latinoamérica, una vez fracasado el intento racista-marxista de sustituir Hispanoamérica por Indoamérica, se está acercando a su fin y planteará nuevos problemas»[12].
Existe además, lo que podríamos llamar un argumentum ad hominem que se enunciaría así: Si lo latinoamericano definiera nuestro ser íntimo, porqué no considerar a Quebéc parte de Nuestra América siendo que es tan o más latino que nosotros. Sin embargo, ni ellos se consideran tales ni nuestros «latinoamericanistas» los tienen en cuenta.
Estamos ahora en condiciones de volver a plantear la pregunta del comienzo ¿Qué somos? Somos americanos de índole hispana. Y ello incluye al Brasil y su tradición portuguesa, dado que éstos son, esencialmente, hispánicos. Ello está reconocido ya, en el poema nacional de Portugal Os Lucidas cuando Luis de Camoens afirma de sus compatriotas: «Uma gente fortissima d`Espanha». Deja en claro el poeta nacional portugués que la tradición hispánica les pertenece a las dos naciones ibéricas cuando enseña «Del Tajo a Amazonas el portugués impera, de un polo al otro el castellano yoga y ambos extremos de la terrestre esfera dependen de Sevilla y de Lisboa». Almeida Garret lo confirma cuando dice: «Somos hispanos e devemos chamar hispanos a cuantos habitamos a peninsula hispana». El poeta Miguel Torga razona en el mismo sentido:»Portugal termina en los Pirineos». El otro gran poeta Ricado Jorge afirma: «Chamase Hispana a peninsula, hispano ao seu habitante ondequer que demore, hispanico ao que Ihez diez respeito». Su máximo pensador político de fines del siglo pasado José Pedro de Oliverira Martins llega a considerarse español cuando dice: «Imposibilidad que atañe a todos en Europa y no tan solo a nosotros españoles». Y desde Brasil su más significativo pensador nacional, Gilberto Freyre nos confirma: «Brasil es una nación doblemente hispánica, la nación más hispánica del mundo por el hecho feliz de haber tenido a la vez, formación española y portuguesa». En igual sentido el filósofo José Pedro Galvao de Souza sostiene que: «Es este estilo de vida el que nos toca preservar, prosiguiendo la marcha histórica iniciada por aquel providencial encuentro hispánico (español y portugués) con lo amerindio bajo el signo de la Fe y el Imperio».
De modo tal que sostener que «América hispánica no podemos decir, porque dejamos de lado a Portugal y a Brasil»[13]es, no sólo un error, sino signo de ignorancia, de no haber estudiado ni siquiera la historia del término. Ignorar cosas elementales como que la península ibérica convertida en provincia romana se denominó Hispania=(tierra de liebres), lo que significa que la voz hispánico involucra, desde entonces, tanto a los habitantes de España como de Portugal. Así de simple. En general, la experiencia de tantos años estudiando el tema nos indica que la mayoría de los que escriben tocan de oído, pues ni siquiera han realizado el paso bibliográfico, primera etapa de toda investigación seria.
Ahora bien, la definición de lo hispánico nada tiene que ver con los rasgos físicos, morfológicos o el color de la piel, tiene que ver con la índole de nosotros mismos. Con la esencia de lo que somos y los valores que portamos, de ahí que su captación sea fundamentalmente obra de la inteligencia y de la intuición. Esto me trae a cuento una anécdota vivida recientemente con el decano de la facultad de derecho de la universidad católica de Buenos Aires con quien coincidimos en una mesa a propósito de la visita de un colega francés. El decano para congraciarse con el ilustre invitado sostenía que nosotros éramos más parecidos a los franceses o a los italianos que a los españoles y que estaba muy bien decir América Latina. Y, aparentemente, tenía razón pues su figura atildada, «légere«, bien vestida y su cadencia de clase al hablar, lo presentaban más francés que al propio gabacho. Viendo que el invitado estaba un poco perplejo pidió mi opinión como aval a sus peregrinas tesis, lo que me dio ocasión de recordarle la anécdota de Alcibíades con Platón, cuando el discípulo lo increpa diciéndole que él sólo ve el caballo y no la caballidad del caballo. A lo que Platón respondió: «Alcibíades, tu eres joven y ves muy bien con los ojos del cuerpo, sólo te falta ver con los ojos de la inteligencia»[14]. Con el carácter de lo hispano pasa exactamente lo mismo. Acá no es cuestión de negar los aportes culturales franceses, italianos, alemanes, eslavos, árabes, judíos o negros en Nuestra América, que son muchos y apreciadísimos. Ni tampoco negar el aporte indiano a nuestra identidad con el concepto de tiempo americano y su proyección en el arte. Simplemente se trata de encontrar la categoría que nos defina más ajustadamente en lo que somos, y esta es la de hispano o iberoamericano. Preferimos incluso esta última para incorporar sin ambages al Brasil, aunque aclarando que lo ibérico es lo subyacente a lo hispánico. Y que, hablando estrictamente, es lo hispánico lo que nos abre a la trascendencia a nosotros americanos. Y eso se dio de una vez y para siempre en el momento mismo que Colón clavó la Cruz en las playas de Guanahaní.
Si descubrir es develar, alétheia significa también verdad, lo hispánico develó de una vez y para siempre nuestro ser de americanos ante los restantes pueblos de la tierra. Y es ésta, la diferencia específica que determina a nuestra ecúmene cultural con respecto a las otras (la anglo sajona, la eslava, la arábiga, la india, etc.) que pueblan este pluriverso que denominamos mundo.
[1]Buela, Alberto: El sentido de América,Buenos Aires, Theoría, 1990. También en Ensayos iberoamericanos, Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 1994. Así como en Hispanoamérica contra Occidente, Madrid, Barbarroja, 1996.
[2]Ardao, Arturo: Génesis de la idea y el nombre de América Latina, Montevideo,1980
Stabb, Martin: In Quest of identity: Patterns in the spanish american essay of ideas,1890-1960,Univ.of North Carolina Press,1967
Phelan,John L.: El origen de la idea de América, México, UNAM,1978
Vittini,Manuel Antonio: ¿Panamericanismo o Zollverein americano?, Buenos Aires, Ed.Cultura, 1950.-
Wagner de Reyna, Alberto: Reflexión sobre Iberoamérica, Lima, 1949.-
Izquierdo Araya, Guillermo: Latinoamérica, Hispanoamérica o Iberoamérica, en revista Dinámica Social Nº18, Bs. As., febrero 1952.
[3]Menéndez Pidal, Ramón: en diario El Sol, Madrid, 2/1/1918
[4]Scheler, Max: El resentimiento en la moral, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1944, p.152
[5]Zea,Leopoldo: La esencia de lo americano,Buenos Aires, Pleamar, l971
[6]Menéndez Pidal, R.: op.cit ut supra
[7]Soler, Ricaurte: Latinoamericanismo, en revista Tareas, Nº62, sept-dic., l985
[8]Hernández Arregui, Juan J.: op.cit, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973, p.5.
[9]Thiriart, Jean: Arriba Europa: Un imperio de 400 millones, Barcelona, Ed,Mateu,p.17
[10]Peicovich, Emilio: Borges,el palabrista, Madrid, Letra Viva,1980
[11]Entrevista a Fernando Sánchez Dragó, en revista Barataria, dic.1991, Nº0, Ed.Biblioteca de Aragón,Zaragoza
[12]Horia, Vintila: Reconquista del Descubrimiento, Madrid, Veintiuno, 1992,p.119
[13]Montezanti, Nestor: El dilema de latinoamérica, Bs.As. ed.del autor, 1997,p.2
[14]Convengamos que el atribulado decano ha manejado la versión lightde latinidad, tan bien expuesta por Manuel Gálvez hace casi noventa años cuando en El Solar de la Razas ostenía:»Este concepto, hablando de Barcelona como la España latina, suele ser concretado en ideas de claridad, alegría, amor a la vida y al vino, músicas melodiosas, elegancia, idealismo, discreto paganismo, entusiasmo, gracia, generosidad, optimismo…!Y otras perlas de la belleza y de la vida, ensartadas en collar, con todas aquellas, en el cuello moreno de la sonriente, de la fuerte, de la alocada virgen mediterránea!».(op.cit.Buenos Aires, Ed.Tor, 1913, p.96.)
Además de la versión light de latinidad está la versión burda, o poco seria, de la que hemos hablado, que es aquella que limita los italianos a lo latino – sin percatarse que ésta última es una de las múltiples y variadas tradiciones peninsulares – y así aduce que como en Argentina tenemos muchos italianos y descendientes de estos, entonces nosotros debemos definirnos como latinos.