O Vox empieza a hacer política a largo plazo o desaparecerá como desapareció Ciudadanos, tal como poco a poco se va extinguiendo Podemos. No se puede ser siempre, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, un partido justificado e impulsado por la emergencia. Ciudadanos buscó aguas propias y se argumentó sobre las dos grandes emergencias de principios de siglo: la crisis de 2008 con su eclosión indignada en 2015 y la crisis constitucional de Cataluña, arrastrada desde la reforma estatutaria de 2006. Podemos ha seguido ruta semejante aunque con más anclaje en la ciudadanía descontenta. Pero acabada la emergencia, acabada la correspondencia; ya se sabe: la naranja exprimida va del oro al lodo. Ciudadanos ascendió en la ola de “la nueva política” pero no supo encontrar encaje entre el PSOE centrado y el PP progre. Fracaso. Podemos confundió los intereses de la izquierda leninista y madurista con las vaguedades voge-woke de la izquierda angelical, todo ello aliñado con el feminismo más tóxico del que se ha tenido noticia; para rematarse, generó su propio leviatán yolandista. De nuevo, acabada la emergencia se acabó la correspondencia. Vox surgió poderoso tras el golpe de Estado de 2017 en Cataluña. Han pasado cinco años y la emergencia se ha cronificado. Hay que mirar hacia un futuro muy largo y ese futuro hay que llenarlo de propuestas. Contenidos. Política.
Acabamos de sufrir una campaña electoral veraniega en la que los grandes asuntos que en verdad afectan a la ciudadanía española han permanecido ausentes. Ni palabra sobre la corrupción política y la delicada salud de Griñán que ha aconsejado no sólo evitarle la cárcel sino cambiar el código penal y aligerar la carga para él y sus amigos de los EREs; el Tito Berni, escondido; los indultos a los golpistas, en la trastienda. Se ha pasado por encima, y gracias, del efecto inflacionista que el dinero-monopoly de los fondos europeos está acarreando a la economía española. Sobre cómo la fiesta del “escudo social” se paga en el supermercado, en la gasolinera y en el recibo de la luz, discreción. Acerca de la juventud y el futuro de precariedad o emigración al que está abocada, silencio. Eso sí, nos hemos enterado hasta en la sopa de que Vox es un partido “machista” porque niega la violencia de género. Dos o tres tonterías más como esa han acabado por asustar a una parte del electorado y por desanimar a otros pocos. Y lo peor: Vox entrando al trapo, ceñido al guión que le han escrito. Mal.
La izquierda, como siempre, ha sido quien ha puesto los debates sobre el tablero y quien ha llevado el ritmo. La derecha (lo siento por el PP, es la derecha junto con Vox, lo demás son filigranas y ganas de no ser) se ha conformado, muy satisfecha de sí, con anunciar el fin del sanchismo a fecha fija. El 23-J iba a ser el gran día, como el 14 de julio para los franceses pero sin guillotina (para algunos no sería por falta de ganas). Mas he aquí que se impuso una tremenda noticia: las revoluciones y los grandes cambios sociales y los vuelcos electorales nunca se producen a fecha fija. Nunca. Si la batalla no está ganada antes de acudir al campo, malas perspectivas quedan. Y bajo la actual ley electoral, el resultado de esa batalla era muy incierto. Resultado: el parlamento y el gobierno en manos de los indepes catalanes. Humillación.
O Vox empieza a hacer política de largo aliento (empezando por la reformas constitucionales que preconiza, empezando por la ley electoral), y se toman en serio la tarea de generar bases sólidas, dirigencias locales y regionales capaces y consolidadas (recordemos lo que ha pasado en Tenerife click), con programas de intervención a nivel municipal y autonómico que respondan a los intereses de todos, no reactivos sino propositivos (con perdón por la obviedad), o la historia se lo tragará como ha deglutido a tantos. Y sería una pena, les explico por qué:
El único partido que ha hecho algo por mí en los últimos cuarenta años ha sido Vox. Gracias al recurso de inconstitucionalidad que presentó contra los estados de alarma del gobierno y los toques de queda en 2020/21, me libré de una multa de 610 euros que me puso un policía municipal de Güímar (Tenerife) por ir a comprar tabaco. Eso es hacer política (Vox): mirar el bien común, o sea, para todos. Para emergencias y para convencer a los convencidos todo el mundo vale. A Vox le ha llegado el momento de demostrar que aparte de entusiasmar a los adeptos y simpatizantes es un partido útil (necesario) para todos los españoles. El momento, digo, decía: ahora. Eso mismo: ahora o nunca.