Entrevista a Marcelo Gullo

Entrevista Marcelo Gullo. Jorge Álvarez Palomino

Uno de los nombres que más se ha escuchado últimamente en el panorama cultural español es el de Marcelo Gullo Omodeo (Rosario, 1963). Argentino descendiente de italianos, afirma que por sus venas no corre una gota de sangre española, pero no por ello deja de ser uno de los mayores defensores actuales de la Hispanidad. En conferencias, seminarios académicos, entregas de premios, titulares de periódico o estudios de radio, no hay sitio donde este doctor en Ciencias Políticas por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) no haya denunciado la Leyenda Negra que pesa como una losa sobre la historia de España. Tras el éxito de Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán (Planeta, 2021), publica ahora Nada por lo que pedir perdón (Espasa, 2022). Desde Posmodernia hablamos con él para entender por qué las consecuencias de la Leyenda Negra siguen siendo fundamentales hoy para los españoles de ambos lados del Atlántico.

Muchos historiadores y economistas han interpretado tradicionalmente que la Monarquía Hispánica cayó frente a sus competidores porque era económicamente menos eficiente que los Estados protestantes. Usted defiende sin embargo que el poder cultural es tan importante como el militar o el económico. ¿Cree que el fracaso de las naciones hispánicas viene más de una cuestión cultural que de una económica?

Claro, se parte de un fracaso cultural porque se acepta la Leyenda Negra construida por sus enemigos. España no entiende que en el teatro internacional las batallas culturales son más importantes que las batallas militares. España realizó una obra fantástica en América y protagonizó uno de los hechos más insólitos de la humanidad, porque es la primera vez que una potencia, que se encuentra con un mundo nuevo, se pregunta si tiene derecho o no a estar allí y para qué tiene que estar allí. Eso no aconteció ni antes ni después. Es una visión imperial, completamente distinta a la visión imperialista de sus enemigos (Holanda, Francia, Gran Bretaña). Sin embargo, estos enemigos ansiaban disputarle a España el continente americano y para ello diseñaron una política de guerra cultural que se plasma en la Leyenda Negra, una falsa historia de España en Europa y en América. Los Austrias no entendieron la importancia de la lucha en el plano cultural y no se defendieron de estas acusaciones, que poco a poco van calando. España siguió existiendo como poder político y militar, pero se había autoinfligido una derrota cultural. Derrota cultural que inevitablemente tenía que llevar, cuando un hecho fortuito lo propiciase, a la ruptura entre la Península y América. Cuando llega ese hecho con la invasión de Napoleón, la guerra cultural ya se había perdido.

Para que lo entendamos, el Imperio Español, que iba desde los Pirineos hasta Filipinas y desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, era un gigantesco transatlántico. Pero ese poderoso buque choca contra un iceberg que es la Leyenda Negra y en 1810 se hunde. Y entonces cada uno se sube a un bote salvavidas distinto —algunos a uno más grande, otros a uno más chico—pero todos perdimos el transatlántico. A partir de ese momento, el pedacito que se queda con el nombre de España se cree que su decadencia se ha producido por una cuestión económica, pero su problema no es que Inglaterra o Francia sean económicamente más eficientes, es que esa España es solo un pedacito, un bote, de ese transatlántico que se hundió. El origen de nuestra impotencia es que, en el seno del Imperio Español, se estaba gestando una nación política que no pudo ser y esa gigantesca unidad en la todos éramos españoles se pierde. Nosotros fuimos derrotados primero culturalmente, esa derrota llevó a la derrota política y la derrota política llevó a la ruina económica.

Es lo que usted llama subordinación ideológico-cultural. ¿En qué momento una potencia mundial como la Monarquía Hispánica se subordinó culturalmente a otros? ¿Por qué no hizo su propia guerra cultural frente a franceses e ingleses?

España no puede librar su propia guerra cultural porque con la llegada de los Borbones en 1700, los enemigos de España se hacen con el trono. Felipe V había sido educado en el odio a España y el pensamiento afrancesado está impregnado de Leyenda Negra. La prédica contra España no se hace ya en el extranjero, sino en el interior de la propia España. En el siglo XVIII los teatros de Madrid, Sevilla y Barcelona se llenan de obras que critican la explotación española de América. Es este hecho fundamental, único en la Historia, el que hace que España se subordine ideológicamente a sus enemigos, pero porque es el propio rey el que lo hace. Hasta que los Borbones se nacionalizan pasan muchos años y en los cuarenta años de Felipe V, las élites españolas aceptan la visión construida fuera de su propia historia.

¿Estaba la América Española subdesarrollada en el momento de las independencias? ¿Cómo pudo caer en tan poco tiempo bajo la subordinación de la América anglosajona?

Hispanoamérica era mucho más próspera y poderosa que EEUU. No es posible comparar a ninguna de las ciudades de las colonias inglesas a principios del siglo XIX con Ciudad de México, una metrópoli mundial que funcionaba como la capital informal del Imperio Español. Por población, por cantidad de universidades y de hospitales, por desarrollo urbanístico, por la riqueza que producía… México era una ciudad incomparable con ninguna ciudad norteamericana. Lo mismo podría decirse de Lima o de la Habana. Pero el proceso de subordinación por el que se invirtieron las tornas es muy sencillo de explicar. La independencia de las colonias anglosajonas termina en la unidad y la constitución de un solo Estado. ¿Qué hubiese sido de Maryland, o de Rhode Island, o de Carolina del Norte, si cada uno se hubiese constituido en un Estado independiente? El origen del poder de EEUU está en su unidad, igual que el origen del subdesarrollo y la impotencia de Hispanoamérica está en la desunión, en que su proceso de independencia termina en la fragmentación territorial. Esta desunión se produce por la acción de la diplomacia británica, sin la que no puede entenderse la historia de Hispanoamérica. Es Gran Bretaña la que fomenta la balcanización de la América española.

Gran Bretaña, como luego EEUU y la URSS, usaron el indigenismo para fragmentar Hispanoamérica y evitar que se crease un sentimiento de identidad hispánico común. Sin embargo, el discurso indigenista a su vez borra la identidad de la mayoría de los pueblos originarios al presentar como únicos antepasados de la nación a incas o aztecas. ¿Cómo funciona esa tensión?

El indigenismo parte de supuestos irreales, como que existía en México una sola nación que era la azteca o en Perú una sola nación quechua. Realmente lo que existía en México era una nación dominante, que era la azteca, que oprimía a decenas de otras naciones de la peor forma posible, porque no les exigía materia prima sino vidas humanas para llevárselas a sus templos. No para sacrificarlos a los dioses, sino porque las élites aztecas habían hecho de la carne humana su principal alimentación. La situación no era mucho mejor en Perú, donde la nación quechua domina de forma brutal a cientos de naciones, haciendo tambores de la piel de los vencidos y vasos de sus cráneos.

El indigenismo imagina que había un paraíso terrenal antes de la llegada de los españoles, pero lo que los vivían las naciones sometidas, como los tlaxcaltecas en México o los huancas en Perú era un infierno. Por eso cuando llegó España y derrocó a incas y aztecas no se puede hablar de conquista de América, sino de liberación de América. Mientras López Obrador ensalza al Imperio azteca, la mayoría de las personas que caminan hoy por las calles de Ciudad de México descienden de los pueblos a los que los aztecas se comían. Por eso si alguien tiene que pedir perdón a los americanos son los descendientes de los aztecas y los incas, no los españoles.

Dice usted que el indigenismo y el odio a España fueron creados por los imperios capitalistas anglosajones, pero sin embargo hoy sus grandes adalides están en la izquierda que se denomina “antiimperialista”. ¿Cómo puede ser esto?

A partir de 1930, la Internacional Comunista se hace negrolegendaria, aunque Marx no lo había sido, y crea la fábula de que en la América precolombina había un paraíso socialista donde la tierra era comunal, cuando en realidad lo que había era un sistema donde las élites y la casta sacerdotal inca y azteca eran propietarias de todas las tierras y el campesinado no era dueño de nada. Con este relato buscan fragmentar y debilitar los Estados, impidiendo que surja una identidad hispánica común. El Partido Comunista, hegemónico en las universidades, predica el fundamentalismo indigenista y paga con dinero de Moscú libros que extienden esa visión utópica de los imperios precolombinos. Cuando cae la URSS, el capital financiero internacional ve que este marxismo cultural le es beneficioso, porque al capital le interesan siempre los Estados pequeños, no los Estados poderosos. Por eso los hombres como Evo Morales o Pedro Castillo, creyéndose antiimperialistas, son la mano de obra más barata del imperialismo financiero. Sus políticas de reivindicación lingüística de los pueblos originarios debilitan a los Estados, porque siempre en la historia de la Humanidad, con la única excepción de Suiza, la fragmentación lingüística ha llevado a la fragmentación política. Pero además, cuando cada uno tenga su Estado con su lengua y las últimas trazas del español se hayan desvanecido ¿en qué idioma va a hablar un wayuu de Venezuela con un aimara de Bolivia? Hablarán en inglés, y por eso estos líderes, por mucho que critiquen a EEUU, son además la mano de obra del imperialismo anglosajón en su objetivo histórico de la fragmentación territorial total de Hispanoamérica.

¿No estamos viviendo ahora una ola de crítica especialmente fuerte en los países anglosajones hacia su propia historia, con temas como el de la esclavitud o el racismo? ¿Están siendo los países anglosajones víctimas colaterales de la Leyenda Negra que ellos mismos crearon?

Gran Bretaña primero y EEUU después han sido los focos del capitalismo financiero. Hay que comprender esto para entender su interés en destruir la Hispanidad. El Imperio Español tenía que ser demolido porque era un modelo económico y cultural alternativo al que ellos querían instaurar, que era el modelo calvinista, y que es el que se impuso finalmente. Después de la caída del Muro de Berlín, la oligarquía financiera mundial ha adquirido tal poder que ya no necesita aliarse con países, y ahora le molesta cualquier Estado fuerte, incluidos EEUU y Gran Bretaña. Ahora el objetivo ya no es demoler la Hispanidad, es demoler Occidente. Y así, los países anglosajones están sufriendo los mismos ataques que antes hundieron a España. Si no fuese porque estamos todos en el mismo barco, yo me alegraría mucho de que prueben un poco de su propia medicina.

Viendo a líderes como López Obrador, Evo Morales o Maduro, parece que el discurso negrolegendario es dominante en la política hispanoamericana ¿Hay defensores de la Hispanidad?

La Leyenda Negra es hegemónica en toda Hispanoamérica, pero tiene pies de barro porque es una mentira histórica. Por eso, con solo explicar la verdad, se cae como un castillo de naipes. De ahí que impongan en universidades, colegios y medios de comunicación a través de la dictadura de la corrección política. No permiten que nadie cuestione el relato porque no quieren que haya debate, saben que si hay debate perderían.

Durante tres siglos nuestra historia la han escrito, entonces, los demás. ¿Estamos los pueblos hispánicos en situación de sacudirnos de esa subordinación ideológica y crear nuestro propio relato histórico?

Claro que sí, y ya hemos empezado. Imperiofobia de Elvira Roca, el documental España: la primera globalización de José Luis López Linares, o mi libro Madre Patria, son solo algunos ejemplos que demuestran que estamos en ello. Pero es un camino muy largo porque en la vida de los pueblos, las décadas son como días. Esto es una labor estratégica, no táctica, en la que no hay que pretender vencer hoy, sino trabajar para vencer mañana.

 

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