En la universidad de Berlín predominaba la filosofía de Hegel, el cual murió tan sólo cinco años antes de la llegada de Marx. Hegel dio clases en esa universidad desde 1818 (año del nacimiento de Marx) hasta su muerte en 1831, y describió a la universidad estatal Friedrich Wilhelm como el «centro de toda Cultura y de toda Verdad» (citado por Nicolás González Varela, Un Marx desconocido. Sobre «La ideología alemana», Copyleft, 2012, pág. 30).
Tras su muerte, algunos de sus discípulos ocuparon cátedras profesorales. Feuerbach afirmaba que en dicha universidad no había «francachelas, duelos o alegres salidas en grupo, en ninguna otra universidad puede encontrarse una afición igual al trabajo… en comparación con este Templo del Trabajo, las otras universidades alemanas parecen tabernas» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, págs. 29-30).
Marx, una vez que estudió jurisprudencia, siguiendo en esto los consejos de su padre, empezó a interesarse por la filosofía, con lo que ahora desatendía los consejos de su padre. Así que Marx empezó a introducirse en los complejos misterios de la filosofía hegeliana en la primavera de 1838, cuando aún esta filosofía era la oficial del Estado prusiano.
Antes de su llegada a Berlín, Marx era un idealista al modo kantiano o fichtiano, combinando dicho idealismo con los ilustrados Voltaire y Rousseau. Pero esta combinación de filosofías no soportaba la prueba de su mentalidad crítica y se apegó estrechamente al idealismo dialéctico de Hegel (filosofía que hasta su llegada a Berlín le era por completo desconocida). Esto supuso un viraje en su concepción del mundo, pues ya tenía un referente filosófico para poner en orden sus ideas y sus conocimientos en jurisprudencia. Es decir, ya poseía un saber de segundo grado para poner en orden sus saberes de primer grado y llevar a cabo la crítica de los mismos. Aunque, como se ha señalado, «la filosofía hegeliana no era para él la etapa final del desarrollo filosófico, sino un punto de partida, una base para su evolución posterior» (Henrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, pág.31). De modo que Hegel supuso en el joven Marx toda una revolución de su concepción de la realidad.
Los hegelianos se dividían en la Derecha Hegeliana (Rechtshegelianer) y la Izquierda Hegeliana (Linkshegelianer), y estos últimos solían ser los jóvenes, aunque la diferencia entre la Derecha Hegeliana y la Izquierda Hegeliana no era meramente generacional sino más bien por cuestiones religiosas y también políticas. Si a la derecha hegeliana se la señalaba como «conservadora», a la izquierda se la señalaba como «liberal». Los derechistas hegelianos (como Carl Friedrich Göschel, Hermann Friedrich Wilhelm Hinrichs y, al principio, Bruno Bauer) entendía la historia evangélica como verdadera; los izquierdistas hegelianos (como David Friedrich Strauss, Arnold Ruge, Bruno Bauer que se incorporaría después, y el propio Marx) consideraban los evangelios como documentos no históricos y por tanto mitológicos (en el sentido de los mitos tenebrosos, es decir, oscurantistas y confusionarios). Hasta el momento en que se publicó La vida de Jesús de David Friedrich Strauss (1835), el hegelianismo pudo convivir en armonía con el cristianismo (luteranismo) (aunque políticamente hablando, en 1835 Strauss era inofensivo, y lo seguiría siendo toda su vida).
A su vez, la Derecha Hegeliana afirmaba que sólo lo real era racional y consideraba el estadio de la historia en el que ellos vivían el mejor, y «la estructura política más perfecta hasta entonces alcanzada por los hombres consistía en la más alta encarnación de los valores occidentales: el estado moderno, esto es, el estado prusiano» (Isaiah Berlin, Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid 2009, pág.74-75). Así pues, para la Derecha Hegeliana se vivía en el mejor de los mundos posibles.
Los hegelianos de derecha, los «hegelianos diacodos» como los llamaba Engels, ocuparon entre los años 30 y 40 muchas cátedras de las universidades alemanas desde donde criticaron a toda tendencia más radical en filosofía, por eso eran reaccionarios o llevaban a cabo una interpretación reaccionaria del sistema hegeliano.
Desde la Izquierda Hegeliana, en cambio, se afirmaba que sólo lo racional es real y no todo lo ocurrido en el espacio y el tiempo era efectivamente real, «pues lo existente puede muy bien ser un tejido de instituciones caóticas, cada una de las cuales desbarata los propósitos de la otra, y así, desde el punto de vista metafísico, resulta contradictorio y, por ende, del todo ilusorio» (Berlin, Karl Marx, pág. 75).
Según Arnold Ruge, la sentencia «todo lo racional es real, y todo lo real es racional» había que interpretarla no como una justificación de lo filosóficamente estático (o el statu quo político, en relación con la monarquía prusiana) sino en un sentido dinámico, esto es, la dinamicidad de transformar lo real en algo efectivamente racional por mediación de un adecuado progreso histórico que niegue y supere determinadas instituciones como, por ejemplo, la citada monarquía prusiana. Así, el método hegeliano, su dialéctica, se transforma en crítica al sopesar «lo que es» a lo que «podría ser». Este método no es, pues, un método contemplativo, dado que exige necesariamente la acción y por ello «El verdadero contenido de la Geistesphilosophie de Hegel es Humanismo, su verdadero método es Crítica» (González Varela, Un Marx desconocido, pág. 72).
Se trata, pues, de una implantación política de la filosofía, frente a la defendida por los derechistas que se aproximaría más bien a una implantación gnóstica en la que veían en el statu quo de la monarquía prusiana el cumplimiento y realización efectiva del Espíritu Absoluto y, en consecuencia, nada hay que cambiar, pues el Todo habría culminado. Aunque hay que advertir que la implantación gnóstica es sólo una mera apariencia falaz, es decir, sólo es pensada así emic por los sujetos que creen poseer dicha gnosis, la cual es meramente fenomenológica y no ontológica (esto es, no es realmente existente, como sí es el caso de la implantación política, ya tenga mayor repercusión en los entramados de la política real ya tengo menor repercusión o incluso prácticamente ninguna).
Como observó el propio Marx, el movimiento de la Izquierda Hegeliana brotó de la descomposición del mismo sistema hegeliano, lo que él mismo llamó «proceso de putrefacción del espíritu absoluto» (Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, Akal, Traducción de Wenceslao Roces, Madrid 2014, pág.13). Lo que es tanto -dicho sea en los términos del materialismo filosófico– como hablar de la trituración de la implantación gnóstica de la filosofía tomando partido –como diría Lenin- por un materialismo militante.
Por otra parte, también había un Centro Hegeliano que pretendía hacer compatibles las posiciones extremas.
Que sepamos, fue el citado David Friedrich Strauss, el autor de La vida de Jesús, el primero en describir la división del hegelianismo: «A la pregunta de si la historia evangélica está contenida, y con qué amplitud, como Historia en la Idea de la Naturaleza Divina y Humana, pueden darse tres respuestas: a saber, que, a partir de este concepto, puede deducirse de la Idea, como Historia, el conjunto narrativo evangélico, o sólo una parte de él, o, por último, ni el conjunto ni siquiera una parte. Si estas tres respuestas o direcciones estuvieran representadas cada una de ellas por una rama de la Escuela Hegeliana, podríamos seguir el ejemplo tradicional y denominar a la primera dirección la “Derecha”, como la más próxima al antiguo sistema, a la tercera la “Izquierda”, y a la segunda el “Centro”» (citado por González Varela, Un Marx desconocido, pág. 49).
Con todo, los jóvenes hegelianos de izquierda procedían de familias acomodadas: terratenientes, burguesas o de clase media alta. El padre de Moritz (Moses) Hess poseía una refinería y un comercio de azúcar; el de Arnold Ruge era un terrateniente; tanto el de Feuerbach como el de Marx eran importantes juriconsultos-funcionarios; el padre de Engels poseía una fábrica de textiles; el de Max Stirner una fábrica de instrumentos de música; y el de los hermanos Bauer una fábrica de porcelana.
Marx tomó partido por la filosofía subversiva de la Izquierda Hegeliana, aun negándose con vigor a tratar a Hegel como «perro muerto», desprendiéndose de su idealismo y a su vez le daría la vuelta del revés en clave materialista. Aunque la descomposición (o inversión) del sistema hegeliano ya estaba en marcha en el momento en que Marx se incorporaba a la Izquierda Hegeliana.
Los jóvenes hegelianos no iban más allá de las ilusiones liberales en sus críticas al sistema estatal prusiano, y por ello no se comprometían con la lucha de la política real. La Izquierda Hegeliana no era un partido político y por ello cabría decir que se aproximaba no ya a una izquierda definida políticamente sino más bien a una izquierda indefinida y, en concreto, podría aproximarse a una izquierda divagante; de hecho, ni siquiera se trataba de un movimiento organizado, «sino de pequeños grupos de amigos -intelectuales, y a menudo profesores de filosofía y teología- agrupados en clubs (por ejemplo el Club de los doctores) o alrededor de revistas (por ejemplo los Anales de Halle)» (Jean Guichard, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Traducción de José María Llanos, Editorial Española Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pág.48).
Los Anales de Halle era un órgano neohegeliano, fundado por Arnold Ruge y Theodoro Echtermeyer, que polemizaba contra el órgano de los viejos hegelianos los Anales berlineses para la crítica científica.