Cada día está más cerca, los movimientos geopolíticos en el mundo nos indican una inercia imparable, desde Trump hasta Milei, pasando por Meloni. Los ciudadanos del mundo, sobre todo los jóvenes, van por un lado, y todo el establishment, desde los partidos tradicionales hasta el poder mediático controlado por estos, pasando por las universidades y el mundo de la cultura, van por otro. A nuestros padres pudieron engañarles controlando el mensaje, pervirtiendo el relato, a nuestros hijos ya no.
Las nuevas autopistas de la comunicación son autopistas de libertad, de las que abren los ojos y obligan a hacerse preguntas, a tener espíritu crítico. Ya no hay un único relato, ni siquiera un relato hegemónico, ahora hay aristas, opciones, dudas, planteamientos que cuestionan las verdades oficiales. La gente es mucho más libre y, por lo tanto, mucho más difícil de engañar.
Pero la batalla va a ser cruenta porque el poder no quiere perder estatus ni influencia. Cuando estás en la cúspide de pirámide no quieres cambios, porque esos cambios sólo te pueden mover hacia abajo. A esas élites les lleva yendo muy bien con la alternancia de esta partitocracia de dos durante décadas, porque son adaptativas y lo mismo les da un Zapatero que un Rajoy, un Sánchez que un Feijóo. A decir verdad, tampoco no hay mucha diferencia.
Lo que nos grita el mundo es que sus gentes se han cansado de esa alternancia y lo que quieren es un cambio abrupto. No quieren cambiar los nombres de los partidos que gobiernan, quieren cambiar las cosas. Y en ese nuevo orden, donde todo será distinto, los que más pierden son los que mandan hoy. Los que mandan en los gobiernos, en los medios, en las universidades. Los que nos han llevado a un tiempo oscuro y nos han pedido encima que agachemos la cabeza y no protestemos porque todo lo hacen por nuestro bien. Así que la batalla final, que está cerca, va a ser cruenta.
En España, esa figura disruptiva a la que se puede echar poco en cara porque desde muy joven arriesgó su vida en el País Vasco para defender la libertad de la que hoy gozamos todos, esa persona alejada de marcas de partido político tradicional y más relacionada con un proyecto, ese líder que no viene a seguir poniendo parches y ocultando la realidad sino a cambiarlo todo, “desde la economía hasta las cruces”, es evidente que tiene un nombre: Santiago Abascal. Así que el ataque que va a sufrir en los próximos meses, en tanto en cuanto siga subiendo en las encuestas, por parte de todo el establishment de poder tejido durante cuarenta años por PSOE y PP no va a tener piedad. Pone en peligro el modus vivendi de miles de personas acostumbradas a mandar sin asumir responsabilidad alguna y a otros cientos de miles que forman parte de un estado paralelo creado a lo largo de los años que sirve como red clientelar y base electoral.
Los medios ya trabajan a toda máquina para intentar frenar el cambio, y han entrado en pánico porque con Trump han comprobado que, si hay interés, que hasta ahora nunca lo ha habido, todo puede cambiar muy rápido. Los ataques a un partido como VOX son igual de cruentos desde los medios y periodistas del PP que desde los del PSOE. En realidad, son los mismos medios con distintos nombres. Todos en la parte de arriba han aprendido con el tiempo que adaptarse es el mejor método de supervivencia.
Los rectores también aprietan los dientes y las universidades son cada vez más políticas y menos profesionales. Muchos profesores llevan en bucle 30 años en un recorrido que va desde su despacho al aula, pasando por la cafetería, y vuelta al despacho. No salen a la calle, no saben nada de la vida real. Lo empírico, que unido a lo teórico te hace tener ciencia, ha desaparecido de las clases, y sin lo empírico, lo único que tienes es palabrería.
Yo mismo, que estudié en la Universidad de Salamanca ya superados los treinta años, con experiencia profesional y muchos estudios hechos por mi cuenta, no salía de mi asombro con algunas de las lecciones enseñadas en la facultad de criminología. Cualquier tipo que haya patrullado las calles en un país como España los últimos 20 años sería consciente de las teorías desfasadas que se enseñan en las aulas, sin ninguna aplicación en la vida real del siglo XXI.
Y es por esto por lo que hay que cambiarlo todo. Y es por esto por lo que los que tienen el control, no quieren cambiar nada. Saben moverse en su mundo de mediocridad y priorización de la perspectiva política sobre cualquier otra cosa, pero no sabrían ni dar dos pasos en el mundo real. Saben proteger estructuras de poder y discursos políticos, pero se han olvidado de que a quien hay que proteger y servir es a ciudadanos.
Se acerca la batalla final y me gusta pensar que Dios da sus peores batallas a sus mejores guerreros. La ebullición en las calles frente a un mundo que no es el que construyeron nuestros antepasados para nosotros es ya palpable en cada pueblo y ciudad. La gente está harta, punto, y ya no se cree nada. Ha dicho basta. Ni siquiera controlándolo todo sois ya capaces de engañarnos. Se acabó. Toca coger el escudo y presentarse en el campo de batalla porque podría ser la última, y está cerca.