El gobierno provisional
Al rendirse Napoleón III el 4 de septiembre de 1870, dos días después de la derrota de las tropas francesas en Sedán -con el consecuente aprisionamiento del emperador (la emperatriz Eugenia, que fue nombrada regente el 27 de julio, marchó al exilio)-, León Gambetta, líder de la oposición republicana en la Asamblea Nacional, proclamó, en medio del fervor popular contra el emperador derrotado y arrestado, la Tercera República en París, lo que fue de principio a fin la república del Gran Oriente de Francia. (Véase Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, pág. 425). Se formó un gobierno provisional de Defensa Nacional compuesto por republicanos moderados y por diputados de París como Jules Ferry, Jules Simon y Jules Favre en calidad de ministro de Asuntos Exteriores; asimismo se incorporaron republicanos radicales como el propio Léon Gambetta, que fue ministro del Interior; y también Emmanuel Aragó (ministro de Justicia) y Henri Rochefort (periodista que después simpatizaría con los comuneros). La presidencia recayó en el general monárquico Louis Jules Trochu, que a la sazón era gobernador militar de París. El ministerio de la Guerra lo ocupaba otro militar monárquico, el general Adolphe Le Flo.
Al proclamarse la república, el nuevo Gobierno de Defensa Nacional declaró una guerra revolucionaria. El 20 de septiembre de 1870 las tropas germánicas sitiaron París, pero el Gobierno de Defensa Nacional decidió continuar la guerra al no aceptar la paz que Bismarck les quería implantar, pues para los parisinos toda rendición y ocupación era una humillación, aunque el avance alemán se mostrase implacable. El ministro de Defensa, Léon Gambetta, atravesó el cerco germánico y empezó a reclutar gente para atacar a los sitiadores y organizar una guerrilla contra los alemanes; pero estos guerrilleros serían vencidos, no sin dificultad, en las batallas de Lisaine (del 15 al 17 de enero de 1871) y San Quintín (19 de enero).
Marx aconsejó a los miembros franceses de la Primera Internacional que esperasen a que se firmase la paz para recaudar la acción política y social. La idea de proclamar un gobierno revolucionario o «Comuna» que proponían sus adversarios de las sociedades secretas francesas le parecía absurda, «un disparate». Aunque es cierto que, al proclamarse la Tercera República, la Internacional intensificó su actividad en París. De modo que, si en el otoño de 1870 Marx advertía a los obreros parisinos que derribar el gobierno sería un disparate dictado por la desesperación, cuando en marzo de 1871 se llevó a cabo la sublevación recibió la misma con gran entusiasmo, a pesar de sus dudas.
En aquel mes de septiembre de victoria prusiano-germánica en Sedán y de cerco a París, el gobierno prusiano detuvo a los líderes del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, cosa que preocupó a Marx y a Engels. A finales de año Marx y Engels rechazaron su nacionalismo coyuntural alemán y se pusieron de parte de la República Francesa, afirmando que, si el nuevo gobierno francés resistía, Prusia se vería obligada a firmar la paz al verse presionada por Rusia y Gran Bretaña. Pero el gobierno francés tuvo que acceder a un armisticio el 28 enero de 1871 (terminando así con el sitio de París que empezó el 19 de septiembre de 1870). Ya en dos intentos, el 31 de octubre de 1870 y el 22 de enero de 1871, los blanquistas se sublevaron para derrocar al gobierno provisional. Ambas insurrecciones carecieron de fuerza para implantarse, pero alarmó al gobierno de una nueva e inminente revolución que desestabilizaría París y el resto del país como ya ocurrió en 1848 (que a su vez se propagó por buena parte de Europa). En dichas circunstancias bonapartistas, orleanistas y monárquicos legitimistas se solidarizaronal verse entre alemanes y «rojos», y ante tal presión el presidente del Gobierno de la Defensa Nacional, Jules Trochu, dimitió y el ministro de Exteriores, Jules Favre, según se cuenta con lágrimas en los ojos, firmó en Versalles el armisticio con Bismarck para escándalo e indignación de buena parte de los parisinos (pese a que muchos de ellos morían de hambre a causa del cerco). Bismarck sólo aceptaba la rendición y el fin del sitio si los parisinos entregaban algunas fortalezas que eran claves para la defensa de la ciudad. Al mismo tiempo, Gambetta, tras intentar resistir y fracasar en Orléans, también se rindió.
Y como ni el emperador, que estaba encarcelado, ni el gobierno provisional tenían legitimidad para firmar la paz, Bismarck, que quería una paz estable (es decir una paz victoriosa y eutáxica para Alemania), presionó para que se celebrasen elecciones a la Asamblea Nacional francesa el 8 de febrero, y sería el gobierno que saliese de esos comicios el que aceptase o no las condiciones de paz que exigiesen los alemanes, con lo cual las elecciones vinieron a ser más o menos un plebiscito sobre la continuación o el fin de la guerra. Con el lema «paz, orden y trabajo» bonapartistas, monárquicos y liberales exigían la rendición. Por su parte, los republicanos querían reanudar la guerra, pues pensaban que sólo con ésta estaba asegurada la perseverancia de la Tercera República. Finalmente las elecciones las ganaron los monárquicos conservadores que estaban divididos en orleanistas y legitimistas, y obtuvieron la mayoría gracias al voto del campesinado, y así se formó una nueva asamblea que fue llamada de los «rurales», los cuales eran favorables a la paz de la derrota. Así el 17 de febrero la Asamblea Nacional se reunió en Burdeos y eligió a Adolphe Thiers, «ese enano monstruoso» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 11) e «intérprete ideal de la venalidad política de la burguesía» (Vladimir Ilich Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ediciones en Lengua Extranjera, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/TT05s.html, Pekín 1976, pág. 140), como jefe del poder ejecutivo (que ya fue primer ministro con el rey Luis Felipe). En París no gustó nada la elección de una asamblea monárquica, pues en la ciudad los republicanos ganaron con amplia mayoría, y temían un cambio de régimen. Por ello la Asamblea Nacional decidió trasladarse a Versalles, que además de simbolizar a la monarquía estaba ocupado por las tropas alemanas. Finalmente el éxito del militarismo prusiano sobre el chovinismo francés haría que la bandera roja ondease de nuevo en París. Veámoslo.
La insurrección comunera
La Guardia Nacional era la responsable de la defensa de la ciudad durante la guerra y durante la misma aumentó sus filas de 60 a 254 batallones con un total de 200.000 miembros. La Guardia Nacional decidió elegir a través de 2.000 delegados de la federación de sus batallones un «Comité Central» que reorganizó la propia Guardia Nacional censurando el desarme que exigía el gobierno de Versalles, llamando a las principales ciudades de Francia a que siguiesen su ejemplo, viniendo a ser un poder paralelo al del gobierno versallesco filomonárquico. Cuando Bismarck y Jules Favre firmaron el documento de capitulación el 28 de enero se pactó expresamente que la Guardia Nacional de París conservase sus armas. El 26 de febrero se firmó el Tratado de Versalles y a raíz de las condiciones de paz el gobierno autorizó a las tropas alemanas a que desfilasen por París entre el 1 y el 3 de marzo, recorriendo los Campos Elíseos y desfilando bajo el Arco del Triunfo, para escándalo e indignación de los parisinos, aunque el desfile se produjo sin incidentes. La Guardia Nacional resistió en París los ataques de los ejércitos alemanes durante seis meses, motivo por el cual la población parisina consideró la rendición y la ocupación alemana como una humillación.
Thiers tenía la firme sospecha de que un París armado sería terreno propicio para el estallido de la revolución. Al amanecer del 18 de marzo de 1871, el Gobierno de la Tercera República mandó una columna del ejército dirigida por los generales Claude Martin Lacomte y Clément Thomas con el objetivo de apoderarse, bajo el pretexto de que eran propiedad del Estado, de doscientas baterías de cañones que fueron adquiridos por suscripción popular a causa de la guerra contra los alemanes y que la Guardia Nacional puso a buen recaudo en las colinas de Montmartre, Belleville y Buttes-Chaumont con el objeto de defender la ciudad de una muy probable invasión prusiana y ulterior saqueo de la ciudad (de hecho la Guardia Nacional se ocupó de la defensa y seguridad de París durante la guerra contra Alemania, mientras que el Gobierno de Defensa Nacional que dirigía Thiers se refugiaba en Burdeos). Luego la Comuna surgió motivada por la defensa nacional de los parisinos. Thiers se refería a ello como «patriotismo equivocado» o «desviado» (citado por Kristin Ross, Lujo Comunal, Traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 20).
Hete aquí que dicha columna fue rodeada por centenares de obreros, arropados por mujeres y niños, que entorpecían a los militares. Éstos estaban confusos, y algunos se pusieron de parte de los obreros parisinos y otros trataban de resistir. Al oírse unos disparos la muchedumbre indignada, al ver que se quería desarmar a la ciudad, se ensalzó contra los oficiales y apoderándose de los generales Lacomte y Thomas los ejecutaron en un jardín de la colina. Aunque, en rigor, Lacomte fue fusilado por haber intentado tomar los cañones y por haber dado órdenes para disparar contra aquellos que los defendían. Clément-Thomas fue fusilado cuando fue sorprendido y detenido en plena calle; los motivos estaban en que éste sujeto fue uno de los represores de la revolución de las «jornadas de junio» de 1848.
Así lo explica Marx: «Uno de los militares bonapartistas que tomaron parte en la intentona nocturna contra Montmartre, el general Lecomte, ordenó por cuatro veces al 81.º regimiento de línea que disparase sobre una muchedumbre inerme en la plaza Pigalle y, como las tropas se negaron, las insultó furiosamente. En vez de disparar sobre las mujeres y los niños, sus hombres dispararon sobre él. Naturalmente, las costumbres inveteradas adquiridas por los soldados bajo la educación militar que les imponen los enemigos de la clase obrera no cambian en el preciso momento en que estos soldados se pasan al campo de los trabajadores. Esta misma gente fue la que ejecutó a Clément Thomas» (Marx,«Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», págs. 23-24).
Ante la actitud del gobierno, la ciudad se inundó de barricadas. En su «Manifiesto del Consejo General a la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871» Marx le reprochó a la Guardia Nacional que le entregase el poder a la Comuna, tras expulsar al gobierno de Thiers de París, sin que después atacase y acabase con el gobierno de Versalles. «En su repugnante aceptación de la guerra civil iniciada por el asalto con nocturnidad que Thiers realizó contra Montmartre, el Comité Central se hizo responsable esta vez de un error decisivo: no marchar inmediatamente sobre Versalles, entonces completamente indefenso, y acabar así con los manejos conspiratorios de Thiers y de sus “rurales”. En vez de hacer esto, volvió a permitirse que el partido del orden probase sus fuerzas en las urnas el 26 de marzo, día en que se celebraron las elecciones en la Comuna. Aquel día, en las alcaldías de París, los “hombres del orden” cruzaron blandas palabras de conciliación con sus demasiado generosos vencedores, mientras en su interior hacían el voto solemne de exterminarlos en el momento oportuno» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», págs. 27-28).
También se lo reprochó un mes antes en sus cartas a Kugelmann: «Debieran haber marchado en seguida sobre Versalles después de que, primero Vinoy, y luego la parte reaccionaria de la Guardia Nacional de París, se hubieron retirado. Se perdió el momento oportuno por escrúpulos de conciencia. No quisieron desatar la guerra civil, como si ese torcido aborto de Thiers no la hubiera desencadenado ya con su intento de desarmar París» (Karl Marx, «Cartas a Kugelmann», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 104). Puesto que el «París armado era el único obstáculo serio que se alzaba en el camino de la conspiración contrarrevolucionaria» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 20). A su vez, los terratenientes o «rurales» temían que el brote de epidemia revolucionaria parisina se propagase y por ello se apresuraron a bloquear la ciudad.
De las elecciones, que se celebraron bajo un ambiente que oscilaba entre la exaltación y la intimidación, surgieron 92 representantes («delegados»): 25 obreros (casi todos ellos especializados), 13 miembros de la Guardia Nacional, 15 de la Asociación Internacional de los Trabajadores, 12 periodistas, 6 tenderos, 3 abogados más un miembro para otras seis profesiones, que incluía a pintor Gustave Coubert, que ocupaba el cargo equivalente al de ministro de Cultura. También había una minoría derechista que dimitiría inmediatamente y algunos fueron arrestados al ser descubiertos como espías durante el régimen imperial. Al mes de las elecciones el Consejo Comunal se dividió en «montañeses» (blanquistas y marxistas) y «antiautoritarios» (proudhonistas, fundamentalmente).
Sólo los blanquistas quisieron marchar sobre Versalles, como también lo aconsejaba Marx; y así el 3 de abril fuerzas de la Comuna comandadas por Jules Bergeret, Émile Eudes y Émile Duval intentaron atacar Versalles, pero ya era demasiado tarde, y un poderoso y organizado ejército los repelió resolviéndose el ataque en un rotundo fracaso. Los batallones de la Guardia Nacional tuvieron, pues, que replegarse hacia París mientras que algunos comuneros fueron hechos prisioneros y fusilados, uno de ellos era Émile Duval. Otro de los errores estuvo en que los comuneros se empeñaron en conceder libertades a todos los parisinos y extranjeros de la ciudad; política imprudente que tuvo como consecuencia la libre circulación de los reaccionarios por las calles de la ciudad, por lo cual pudieron cometer actos de sabotaje (y no digamos de espionaje). Al final, cuando la situación para la Comuna era cada vez más difícil, se empezó a detener a los saboteadores.
Los insurrectos ocuparon el Hotel de Ville (el local del ayuntamiento de París) y allí instalaron el Comité Central de la Guardia Nacional. El Comité Central lanzó un manifiesto el mismo 18 de marzo que decía: «Los proletarios, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos… Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder» (citado por Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 31).
A raíz de este episodio se fundó la Comuna de París tras las elecciones municipales que convocó el Comité Central de la Guardia Nacional, el cual cedió el poder a la Comuna el 21 de marzo; estrategia que, a juicio de Marx, fue un error por ser una medida precipitada cuando lo que urgía era atacar Versalles y así la Comuna se hubiese asegurado no sólo París sino todo el país o parte del mismo, en vez de ensimismarse con ideales e ilusiones democráticas.
Sea como fuere, el 28 de marzo de 1871 se proclamó oficialmente la Comuna de París. El 30 de marzo el Comité Central abolió la «Policía de la Moralidad», el servicio militar obligatorio y el ejército permanente, y a su vez declaró a la Guardia Nacional la única fuerza armada. El 2 de abril, una vez que quedó liquidado el ejército y la policía y se reestructuraron en el «pueblo armado», inmediatamente se suprimió el «poder de los curas» y se llevó a cabo la separación entre la Iglesia y el Estado, y los bienes de la Iglesia pasaron a ser propiedad nacional y por ello se abolieron los subsidios estatales. «Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 36). A su vez, la religión se prohibió en las escuelas, aunque las iglesias podían seguir funcionando siempre y cuando permaneciesen con sus puertas abiertas para que por la tarde se llevase a cabo reuniones políticas, de ahí que las iglesias se convirtiesen en los principales centros de participación política ciudadana de la Comuna (como si el Estado invadiese a la Iglesia). De este modo la Comuna «asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana» (Vladimir Ilich Lenin, «En memoria de la Comuna», en La Comuna de París Akal, Madrid 2010, pág. 111).
Ese mismo 2 de abril se estableció la enseñanza pública y gratuita; la cual, como no podía ser de otro modo, se emancipó de toda intromisión de la Iglesia en los planes de educación del Estado. «Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a las que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Gobierno» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 36). Este modelo de educación se impondría en Francia diez años después. Ya en la Primera Internacional, en el Congreso de Lausana en 1867, se revindicó la educación laica, y de hecho fueron miembros de la Internacional los que organizaron la instrucción pública en cada distrito de París. Asimismo, se defendía una educación «integral» o politécnica en la que se acabase con la barbarie del especialismo causada por la división del trabajo que procedía de la división de la separación de los educados y no educados correspondiente a la sociedad de clases. Se trataba de que un niño o un adolescente no quedase irremediablemente atrapado en las garras de un oficio particular que destruyese su cuerpo y pudriese su alma, como ya denunció en 1844 el propio Marx precisamente en París cuando escribía sus Manuscritos económico-filosóficos.
Y también el 2 de abril la ciudad empezó a ser asaltada por el ejército versallesco y desde entonces fue constantemente bombardeada. Por eso, dada su ventaja, el gobierno de Versalles se negó a negociar con los comuneros desde mediados de abril.
En la fecha del 3 de abril los comuneros contaban con medio millón de fusiles, mucha munición y aproximadamente unos 300.000 milicianos potenciales. Versalles sólo contaba con 12.000 hombres. Para el 6 de mayo los comuneros contaban aún, según el Journal officiel de la Commune, con unos 194.000 hombres, entre soldados, oficiales y suboficiales. Las instrucciones para tomar las armas de Blanqui se repartía entre los comuneros combatientes como manual de táctica e intendencia.