La dialéctica del amo y el esclavo

Un hecho que no deja de ser llamativo es que en los escritos de Marx y Engels no hay referencias directas o explícitas a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. El análisis más próximo que hace Marx del asunto está en la teoría de la alienación de los manuscritos parisinos de 1844, en donde el hombre alienado, como el esclavo (aunque aquí se habla de «esclavitud indirecta», es decir, el proletario), vive en lo otro o para el otro (el amo, es decir, el burgués); aunque esta relación ni es eterna ni es natural sino histórica, y como tal ha de resolverse -según Marx- en la emancipación del proletariado que trae consigo la emancipación de la humanidad en general. Es obvio, entonces, que lo que en Hegel es dialéctica del amo y del esclavo en Marx corresponde a la lucha de clases (que desde el materialismo filosófico redefinimos como dialéctica de clases siempre codeterminada con la dialéctica de Estados, pues en caso de que se hipostasie la lucha de clases como «motor de la historia» caeríamos -como el marxismo-leninismo- en un reduccionismo sociologista, aunque en éste -como no podía ser de otro modo- se ejercite la Idea de dialéctica de Estados).

La relación entre el amo y el esclavo la expone por primera vez Hegel a propósito de la religión positiva, en la cual el hombre se hace esclavo frente a Dios (el amo absoluto) y por ello obedece a mandamientos y leyes que son extraños a su razón y voluntad. «Para Hegel el ejemplo más sorprendente de la legalidad es el judaísmo, la obediencia a las leyes que la divinidad ha impuesto al hombre. El hombre sólo se somete porque le teme a Dios, un Dios que está más allá de él y del cual es esclavo. Una religión positiva es, por lo tanto, desde el punto de vista de la razón práctica, una religión que se funda sobre la autoridad y que, al tratar al hombre como un niño, le impone desde el exterior aquello que no está incluido en su razón. La religión positiva hace de Dios un amo, pero del hombre hace un esclavo y le desarrolla sentimientos de esclavos» 1.

Según Hegel, la historia empieza cuando hay dos conciencias enfrentadas, que son dos conciencias deseantes, hasta el punto de que cabría decir que «la historia humana es la historia de los Deseos deseados» 2. Los animales no pelean por honor ni por gloria, luchan simplemente por alimentarse y defender su territorio, esto es, para perseverar en el ser; se trata pues de un deseo simplemente natural. El hombre, en cambio, sí lucha por su honor y por su gloria, y al confrontarse dichas dos conciencias lo que ocurre es que la una desea el deseo de la otra, es decir, la conciencia humana desea deseos, desea ser reconocido por otro, desea ser superior al otro, y en el deseo el hombre adquiere conciencia de sí, esto es, autoconciencia (Selbstbewusstsein). El deseo (Begierde) es conciencia de sí, y cuando se revela un deseo se pronuncia la palabra «yo»: «Es en y por, o mejor aún, en tanto que “su” Deseo que el hombre se constituye y se revela -a sí mismo y a los otros- como un Yo, como el Yo esencialmente diferente del no-Yo y radicalmente opuesto a éste. El Yo (humano) es el Yo de un, o del, Deseo» 2. El origen de la autoconciencia está cuando se pone en riesgo la vida de cara a un fin esencialmente no vital, y ello supone una lucha a muerte por el reconocimiento. Y sin semejante lucha por el prestigio no habrían existido seres humanos como tales sobre la faz de la tierra.

El deseo es aquello que inquieta al hombre, aquello que lo precipita a la acción, la cual supone la trasformación de un mundo hostil en un mundo humano, y que satisface el deseo; de ahí que sea una negación y una acción que transforma el ser dado. El contenido del deseo se realiza a través de la acción que destruye, transforma o asimila al No-Yo deseado. El deseo es una ausencia de ser porque es una nada que nadea in medias res en el ser y por ello no es un ser que es. Se trata, pues, de un vacío que se inclina hacia lo pleno para satisfacerse, pero el deseo no es humano «sino a condición de ser orientado sobre otro Deseo y sobre otro Deseo… El hombre que desea humanamente una cosa actúa no tanto para apoderarse de la cosa, [sino] para hacerse reconocer como propietario de la cosa. Y esto -a la postre- para hacer reconocer por el otro su superioridad sobre el otro. Sólo el Deseo de tal Reconocimiento (Anerkennung), sólo la Acción que se deriva de tal Deseo, crea, realiza y revela un Yo humano, no biológico» 2

Así pues, esta conciencia que desea ser reconocida por otra conciencia no es una conciencia que permanezca en su fuero interno, sino que es arrojada hacia fuera, busca su reconocimiento fuera de sí misma. Pero la otra conciencia a su vez desea lo mismo, y de ahí el conflicto: un conflicto que es a muerte por puro prestigio. Pero se trata de un enfrentamiento inmerso en una lucha social (circular), es decir, no es un enfrentamiento psicologista o individualista. La resolución del conflicto surge cuando una de las dos conciencias cede por temor y prefiere ser una conciencia sometida antes que una conciencia muerta (una no-conciencia). Es decir, la conciencia que cede prefiere vivir en la servidumbre antes que morir; es entonces más potente su miedo a morir que su deseo de ser reconocido por la otra conciencia. Por su parte, aquella conciencia en la cual el deseo de dominar es más potente que su temor a morir es la que somete a la conciencia que cedió por miedo. Así pues, aquí tenemos a un amo y a un esclavo. (Preferimos la terminología de «amo y esclavo» a la de «señor y siervo», pese a que la traducción de la edición de la Fenomenología del Espíritu que usamos opta por esta última, aunque sí se traduce como amo y esclavo en la edición que usamos de los Principios de la filosofía del derecho).

El amo es la conciencia autónoma, la conciencia concreta, la autoconciencia, esto es, «la conciencia que es para sí» 3. El esclavo, en cambio, es la conciencia heterónoma, la conciencia en sí o que existe fuera de sí, es decir, el ser dado de modo abstracto (no realizado en su plenitud concreta y efectivamente real), y por eso el esclavo no es un ser-para-sí sino un ser-para-otro. La primera forma de propiedad es la esclavitud, puesto que ésta supone, como subrayan los modernos economistas, «el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros» 4. El amo es, pues, una conciencia independiente que se sitúa por encima del esclavo, tiene bajo sí al esclavo, el cual es una conciencia dependiente que ni siquiera se piensa. El origen de la «autoconciencia» está, pues, en el riesgo de jugarse la vida en una lucha a muerte en cuyo éxito está el reconocimiento, puesto que «la realidad humana no puede engendrarse y mantenerse en la existencia sino en tanto que realidad “reconocida”. Sólo siendo “reconocido” por otro, por los otros, y, en su límite, por todos los otros, un ser humano es realmente humano tanto para él mismo como para los otros»2. «Dicho de otra manera, el hombre, en su estado incipiente, nunca es un hombre a secas. Siempres es, necesaria y esencialmente, o bien Amo, o bien Esclavo. Si la realidad humana solamente puede producirse como realidad social, la sociedad no es humana -al menos en su origen- más que a condición de incluir un elemento de Dominación y un elemento de Servidumbre, unas existencias “autónomas” y unas existencias “dependientes”. Y por eso hablar del origen de la Conciencia de sí significa necesariamente hablar de la “autonomía” y de la dependencia de la Conciencia de sí, de la Dominación y la Servidumbre» 5.

Para ser reconocido el hombre no debe matar a su enemigo sino suprimir su autonomía, es decir, el combate debe parar antes de dar muerte al contrincante, y de ese modo lo somete convirtiéndolo en «un cadáver viviente: el vencido perdonado» 2. De modo que los dos adversarios han de permanecer con vida, pues de lo contrario es obvio que no podría haber reconocimiento alguno. Y el esclavo, al perder la batalla, merece ser esclavo al no arriesgar su vida por carecer de valentía, porque el que alguien sea esclavo «radica en su propia voluntad, así como radica en la voluntad de un pueblo el que sea subyugado. No hay, por lo tanto, sólo injusticia de parte del que esclaviza y subyuga, sino también del esclavizado o subyugado. La esclavitud tiene lugar en el pasaje de la naturalidad del hombre a su verdadera condición ética, en un mundo en el que algo injusto es todavía justo» 5.

Todas las actividades que realiza el esclavo las hace para el amo, por lo tanto «sólo trabaja para el Amo, para satisfacer los deseos del Amo y no los suyos propios, es el deseo del Amo el que actúa en y por el Esclavo» 2. Por ello la esclavitud es una enajenación de la personalidad, ya que el amo decide qué actos debe el esclavo cometer y cuáles no. Aunque, así como no tiene derechos, «El esclavo no puede tener deberes; sólo el hombre libre puede tenerlos» 6. Así, el reconocimiento del esclavo a la dominación del amo supone una relación asimétrica, estos es, unilateral y desigual.

Pero la cuestión está en que el amo al ser reconocido no es reconocido por una conciencia autónoma, es reconocido por un hombre que tuvo miedo a morir y que renunció a arriesgar su vida, y por tanto no luchó por su honor y así se sometió a las ordenanzas del amo: «esta conciencia se ha sentido angustiada no por esto o por aquello, no por este o por aquel instante, sino por su esencia entera, pues ha sentido el miedo de la muerte, del señor absoluto. Ello le ha disuelto interiormente, la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo» 3. Se trata entonces de un reconocimiento unilateral y desigual. Por eso el amo no se queda satisfecho porque la conciencia que lo reconoce como su superior no es un sujeto autónomo, ya no es un otro autónomo, sino que es un esclavo, una conciencia que tuvo miedo a morir y prefirió echar a un lado su deseo de dominio y señorío, es decir, echó a un lado su libertad, la cual es precisamente aquello que lo hacía persona. Luego dicho reconocimiento en el fondo no es reconocimiento alguno, porque el esclavo al no ser una conciencia autónoma es un ser inferior, un cobarde que tuvo miedo a morir y renunció con ello a su libertad, a su personalidad. La tragedia e insuficiencia de la situación del amo está en que es reconocido por alguien que él no reconoce, es un reconocimiento exento de valor porque el esclavo es considerado como un ser animal o incluso como una cosa, una conciencia no-esencial, una conciencia servil heterónoma que optó por la vida orgánica, una conciencia inconsciente o pseudoconciencia. Entonces si sólo es reconocido por esclavos, por conciencias que no son autónomas, el amo no es todavía el hombre verdadero, y es sin embargo el esclavo a través del trabajo y la edificación de la Cultura quien devendrá en hombre verdadero, en hombre histórico. En el momento en que el hombre pone en riesgo su vida voluntariamente transforma la Naturaleza en mundo histórico: «La Historia es historia de luchas sangrientas por el reconocimiento (guerras, revoluciones) y de trabajos que transforman la naturaleza» 2. El amo, entonces, se apropia de un centro de voluntad ajena, y «lo desprovisto de voluntad, como el animal p. ej., puede entonces servir, pero no hace a su propietario señor» 7

El amo no quiere superar su condición, cosa que obviamente sí quiere el esclavo, y así va perfeccionándose: «para la servidumbre, el señor es la esencia; por tanto, la verdad es, para ella, la conciencia independiente y que es para sí, pero esta verdad para ella no es todavía en ella» 3. Es en el trabajo, donde al desarrollar la actividad y construir la Cultura (y lo ponemos en mayúscula porque no se trata simplemente de la cultura subjetiva sino sobre todo de la Cultura objetiva), el esclavo puede transformase en un ser libre, aunque al principio no sea consciente del poder liberador del trabajo. Así, su existencia meramente natural la va eliminando por mediación del trabajo, pues a través de éste la conciencia llega a sí misma, es decir, pasa de la servidumbre a la libertad, de lo abstracto a lo concreto, de lo inmediato a lo mediato, de lo en sí a lo para sí: «en la formación, el ser para sí deviene como su propio ser para ella y se revela en la conciencia como es ella misma en y para sí» 3. Por eso, el Hombre no es meramente lo que es sino más bien lo que puede llegar a ser negando y superando (aunque asimilando) lo que es. El imperativo categórico de la moral hegeliana podría ser el siguiente: «No seas lo que eres, sé lo contrario de lo que eres» 5.

Al vencer a la conciencia que cedió su deseo de soberanía por miedo a la muerte, el amo queda paralizado en su victoria y queda confinado a la pasividad, al ocio y al goce, y se transforma en un ser improductivo; se transforma pues en un ser meramente sensible, y sin trabajar consume como un animal. El amo pone al esclavo a trabajar, y al trabajar la Naturaleza el esclavo determina al amo; y es así cómo se vuelcan las tornas, ya que el esclavo al trabajar para el amo, y al trabajar la materia, es decir, al transformarla, comienza a construir la Cultura, porque la Cultura es el trabajo que el hombre ejerce sobre la Naturaleza. Dicho de otro modo: la Cultura es la forma que el Espíritu le da a la Naturaleza y así transforma el mundo que vendría a darse a escala, digamos, organoléptica. En dicha transformación de la materia (de la Naturaleza) el esclavo descubre que tiene una relación creativa con la Naturaleza y así se siente más humano y paradójicamente más libre que el amo, el cual engorda y simplemente se dedica a esperarlo todo hecho y pasa así a ser un animal que simplemente se sacia con lo que come.

Por consiguiente el amo, al dejarse llevar por la pereza, se transforma en una cosa que come y el esclavo se trasforma en alguien que trabaja la materia, y al trabajar la materia hace la Cultura, la educación, la trascendencia (el Espíritu). Así pues, el amo lucha, pero no trabaja; el esclavo, en cambio, trabaja pero no lucha (o luchará de nuevo al final para recuperar lo que perdió en la batalla inicial y así ser finalmente reconocido como libre). «Si el Amo ocioso es un obstáculo, el Esclavo laborioso es, por el contrario, la fuente de todo progreso humano, social, histórico. La Historia es la historia del Esclavo trabajador. Y para verlo, basta considerar la relación entre el Amo y el esclavo (es decir, el primer resultado del “primer” contacto humano social, histórico) no ya desde el punto de vista del Amo, sino del Esclavo» 2. De modo que la transformación del mundo es cosa del esclavo, y mediante ese trabajo además construirá las condiciones con las que podrá retomar la lucha liberadora y conquistar entonces el reconocimiento que al principio rehusó por temor a morir. «El futuro y la Historia no pertenecen, así pues, al Amo guerrero, que o bien muere, o bien permanece indefinidamente idéntico a sí mismo, sino al Esclavo trabajador. Éste, al transformar el Mundo dado mediante su trabajo, trasciende lo dado y lo que en él mismo está determinado por eso dado; él se supera entonces a sí mismo al superar también al Amo ligado a lo dado, que éste deja intacto porque no trabaja. Si la angustia ante la muerte, encarnada para el Esclavo en la persona del Amo guerrero, es la condición sine qua non del progreso histórico, el trabajo del Esclavo es lo único que lo realiza y lo perfecciona» (Kojève, 2013: 69). «El Amo no es un auténtico hombre, sólo es una etapa. Incluso es un callejón sin salida: él nunca estará “satisfecho” (befriedigt) con el reconocimiento, pues solamente le reconocen los Esclavos. El que se convertirá en el hombre histórico, en el auténtico hombre, es el Esclavo; en última instancia sería el Filósofo, Hegel, que comprenderá el porqué y el cómo de la satisfacción definitiva mediante el mutuo reconocimiento» 5.

Vemos, pues, como en la dialéctica del amo y el esclavo se dan los tres pasos de la dialéctica hegeliana: afirmación, negación y negación de la negación. En el primer momento, el momento de la afirmación, tenemos dos conciencias deseantes enfrentadas, y esta confrontación es la génesis, según Hegel, de la puesta en marcha de la Historia Universal. Pero esta afirmación es abstracta, es simplemente en sí y no para sí porque todavía no ha sucedido nada, pues se trata simplemente de dos conciencias que están enfrentadas por un mismo deseo pero todavía no ha ocurrido nada más que dicho enfrentamiento. Luego se trata simplemente del primer momento de la dialéctica que tiene que desarrollarse para no quedarse en la mera abstracción. Como dice Engels, «la plena igualdad de las dos voluntades no subsiste sino mientras esas dos voluntades no quieren nada» 8. El segundo momento de la dialéctica es el de la negación, es decir, cuando una de las conciencias logra que la otra se le someta, esto es, una de las conciencias niega a la otra y la otra se le somete (aquí tenemos a un amo y a un esclavo). El tercer momento de la dialéctica es la negación de la negación porque la conciencia que había sido negada por miedo a morir al ponerse a trabajar niega a la negadora, es decir, es la negación que el esclavo ejerce sobre el amo, porque en verdad el esclavo niega al amo al superarlo creando la Cultura, y en esta Cultura está integrada toda la dialéctica, porque según Hegel la historia es el recorrido de formas que van surgiendo y que se van negando, y a su vez una nueva negación niega a la anterior y establece una síntesis superior que es un nuevo momento que otra vez se va a negar y va dar lugar a otra afirmación en una determinación superior; y así de la afirmación a la negación y de la negación a la negación de la negación se desarrolla la dialéctica de la Histórica Universal que desemboca en la realización efectiva del Espíritu Absoluto, esto es, en la libertad. La libertad, fenómeno gradual y resultado de un gran esfuerzo durante siglos, no es otra cosa que la autosuficiencia absoluta, la expresión más elevada de la autoconciencia comprendida como autonomía y autodeterminación y la forma de la conciencia de la sustancia de toda espiritualidad esencial, puesto que la autoconciencia sólo se satisface con otra autoconciencia. Por eso Hegel justifica la existencia del amo «en tanto que transforma -mediante la Lucha- a animales conscientes en Esclavos que un día se convertirán en hombres libres» 5. «La lucha a vida o muerte entre los individuos por el reconocimiento mutuo dentro de la sociedad civil tiene su contrapartida en la guerra entre los Estados soberanos. La guerra es el resultado inexorable de cualquier demostración de soberanía. No es ni un mal absoluto ni un accidente, sino un “elemento ético”, pues la guerra completa la integración de interés que la sociedad civil es incapaz de establecer por sí misma» 9. De modo que «guerras favorables han impedido disturbios interiores y consolidado el poder interno del Estado» 6.

La culminación de la Historia Universal estaría en la Revolución Francesa en la que los esclavos (los siervos de la gleba) han luchado sangrientamente por el reconocimiento, pero en su triunfo no se convierten en amos porque ya no hay propiamente ni amos ni esclavos sino ciudadanos libres, iguales y fraternales que trabajan voluntariamente, lográndose así la satisfacción «a través del reconocimiento mutuo de todos» 2. La conquista revolucionaria de la ciudadanía trae consigo al «hombre-síntesis», la síntesis de amo y esclavo. El auténtico burgués, el hombre ciudadano, es la síntesis del amo y el esclavo, lo cual supone la realización de la individualidad en la que se sintetiza lo universal y lo particular, puesto que el individuo es reconocido universalmente en su insustituible y única particularidad.

De modo que la Historia Universal resulta ser la síntesis o totalidad del movimiento dialéctico de la lucha y el trabajo en donde se han ido configurando dominación y servidumbre, finalizando con el ciudadano satisfecho en su plena libertad. La Historia Universal es tratada de forma íntegra porque Hegel cree que está terminada, y por tanto alcanza su cima en la que ya no cabe superación al realizarse efectivamente el saber absoluto: «la historia se detiene en el momento en que desaparece la diferencia, la oposición entre el Amo y el Esclavo, en el momento en que el Amo dejará de ser Amo, porque no habrá más Esclavo, y el Esclavo dejará de ser Esclavo, porque no habrá ya Amo, sin que, además, aquél pueda volverse Amo, puesto que no habrá Esclavo» 2. Una vez finalizada la revolución, en la realidad post- revolucionaria el ciudadano gozará de una satisfacción (Befriedigung) cuyo resultado será la síntesis del amo-guerrero y el esclavo-trabajador. Cuando haya reconocimiento mutuo -piensa Hegel- entonces se parará el proceso histórico, habiendo sido éste sólo posible a través del esclavo trabajador y no del amo-guerrero; aunque sin amo -al no ser posible la existencia del amo sin esclavo (del mismo modo que no es posible el padre sin el hijo, o la izquierda sin la derecha)- no hubiese existido el trabajo. Tras la supresión del dominio y la servidumbre se lleva a cabo la síntesis de la particularidad y la universalidad, surgiendo así la individualidad (y no ya en el más allá, como creía la religión cristiana, sino en el más acá). En dicha síntesis se lleva a cabo la realización efectiva del Espíritu, lo que para Hegel es la verdad, es decir, la realidad revelada del Absoluto. Y de este modo tan escatológico y apocalíptico resulta que «La Historia está muerta y Hegel es el enterrador» 2.

La conquista de la libertad se construye en un proceso de liberación en la enajenación de la Sustancia que deviene en Sujeto «mediante la destrucción y superación de las condiciones que “contradicen” su realización» 9. De modo que la libertad es el objetivo de la Historia Universal en donde se realiza absolutamente el Espíritu, y el progreso de la Historia Universal vendría a ser la generalización de la Idea romana de persona. El proceso histórico que va de la esclavitud a la libertad se corresponde con el que va de la certidumbre sensible a la razón (en tanto saber absoluto): «La facultad superior que el hombre puede encerrar en sí, la designamos con una sola palabra: libertad. La libertad es el supremo destino del espíritu. Consiste en que el sujeto nada encuentra extraño [fin de la alienación], nada limitado en lo que se le ofrece a él, sino que en todo se reconoce él mismo. Es evidente que con esto la necesidad y el infortunio desaparecen. El sujeto se halla en armonía con el mundo, y en él se satisface. De este modo, toda oposición, toda contradicción concluye. Pero esta libertad es inseparable de la razón en general, de la moralidad de los actos, y de la verdad en el pensamiento. En la vida real, el hombre trata, en primer término, de acabar con la oposición que en él hay por la satisfacción de sus necesidades físicas. Pero todo en estos goces es relativo, limitado, finito. Trata, por tanto, de proporcionarse en otra parte, en la esfera del espíritu, la libertad y la dicha por la ciencia y la actividad… El hombre, entonces, encerrado por todos lados en lo finito y aspirando a salir de ello, vuelve los ojos a una esfera superior más pura y verdadera, en que todas las oposiciones y las contradicciones de la finitud desaparecen, en que la libertad, desplegándose sin obstáculos y sin lindes, alcanza su supremo fin. Tal es la esfera de la verdad absoluta en cuyo seno la libertad y la necesidad, el espíritu y la naturaleza, la ciencia y su objeto, la ley y la inclinación, en una palabra, todos los contrarios se funden y concilian. Elevarse mediante el pensamiento puro a la inteligencia de esta unidad, que es la verdad misma: tal es el objeto de la filosofía» 10.

La relación de dominación del amo frente al esclavo es analizada desde el materialismo filosófico en términos de una rotación lógica, una relación contrasimétrica en la que -como decía Jean Hippolite- «El señor llega a ser esclavo del esclavo y el esclavo se convierte en señor del señor» (citado por Bueno, 11). El materialismo filosófico interpreta la relación entre el amo y el esclavo no como una relación contraria, pues entre el amo y el esclavo está la cosa, es decir, la cosa del Deseo. «La mediación de la cosa aproxima la dialéctica del Amo y el Esclavo a las posiciones del materialismo. Porque ya no es posible entender la relación Señor-Siervo como una relación espiritual pura de dominación (al estilo de Max Weber, en Sociología, o de Lorenz, en Etología), sino como una relación en la que están por medio los bienes económicos (las cosas). Pero, a la vez, como éstos se dan sólo en la armadura de un producto relativo, no será posible la reducción biologista (“darwinista”) de esta relación, como pretende Tran-Duc-Thao» 11.

 

1.Hippolite, J., Introducción a la filosofía de la historia de Hegel, Traducción de Alberto Drazul, Ediciones Calden, Buenos Aires 1970.

2. Kojève, A., La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, Leviatán, Traducción de Juan José Sebreli, Buenos Aires 2006.

3. Hegel, G. W. F., Fenomenología del espíritu, Traducción de Wenceslao Roces, Biblioteca de los grandes pensadores, Barcelona 2004a.

4. Marx, K, y Engels, F., La ideología alemana, Akal, Traducción de Wenceslao Roces, Madrid 2014.

5. Kojève, A., Introducción a al lectura de Hegel, Traducción de Andrés Alonso Martos, Editorial Trotta, Madrid 2013.

6. Hegel, G. W. F., Principios de la filosofía del derecho o derecho natural y ciencia política, Traducción de Juan Luis Vermal, Edhasa, Barcelona 2005b.

7. Marx, K., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, Volumen 1, Traducción de Pedro Scaron, Siglo XXI, Madrid 1972a.

8. Engels, F., Anti-Dühring. La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Traducción de Manuel Sacristán Luzón, Editorial Grijalbo, México D. F. 1968.

9. Marcuse, H., Razón y revolución, Traducción de Julieta Fombona de Sucre con la colaboración de Francisco Rubio Llorente, Alianza Editorial, Madrid 2003.

10. Hegel, G. W. F., Estética, Tomo I, Traducción de Hermenegildo Giner de los Ríos, Biblioteca de los grandes pensadores, Barcelona 2002a.

11. Bueno, G., Ensayos materialistas, Taurus, http://www.fgbueno.es/med/dig/gb1972em.pdf, Madrid 1972a.

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