La familia de Marx

La familia de Marx. Daniel López Rodríguez

Como le confesó a Engels por correspondencia el 3 de febrero de 1851, Marx se consideraba un «poderoso padre de familia» y «mi matrimonio es más productivo que mi industria» (Karl Marx y Friedrich Engels, Cartas sobre El capital, Traducción de Florentino Pérez, Edima, Barcelona 1968, pág. 36).

En 1837 se comprometió en secreto con Jenny von Westphalen, la hija de su vecino y mentor Johann von Westphalen, la cual era mayor que él. Jenny era la «reina de los bailes» y, al parecer, la chica más guapa de Tréveris. Jenny era amiga íntima de Sofía, la hermana mayor de Marx, la cual hizo el papel de Celestina. Ambos contrajeron matrimonio en una iglesia luterana de Kreuznach el 19 de junio de 1843.

Marx presentaba a su esposa como «Jenny, nacida baronesa Westphalen». «Marx escribía con ardor que “amaba profundamente, de la cabeza a los pies”. Jenny lo sería todo para Carlos: la amada esposa, la solícita madre de sus hijos, la secretaria y corresponsal de confianza, la prudente consejera, la siempre segura compañera, un brillante ejemplo de todas las mujeres que desde el comienzo del movimiento de la clase obrera permanecieron con lealtad al lado de sus esposos, en la lucha revolucionaria, valientes y optimistas, abnegadas y firmes, convencidas de la victoria final del socialismo» (Henry Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, pág. 50).

Así le hacía saber a Arnold Ruge lo enamorado que estaba de Jenny: «Puedo asegurarle a usted, sin ningún tipo de romanticismo, que estoy enamorado de los pies a la cabeza, pero muy seriamente. Llevamos siete años prometidos, y mi novia ha librado por mí los más duros combates, hasta sentir resentida su salud, unas veces con sus parientes pietistas y aristocráticos, para quienes el “Señor del cielo” y el “señor de Berlín” son dos objetos igualmente adorables, y otras veces con mi propia familia, en la que anidan algunos curas y otros enemigos míos. Mi novia y yo hemos tenido en estos años más conflictos innecesarios y dolorosos que mucha gente tres veces más vieja, de esa que está hablando siempre de su experiencia en la vida» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 66).

El hermanastro de Jenny, Ferdinand von Westphalen, que a menudo le hacía la vida imposible a la bella muchacha, llegaría a ser ministro de Interior del gobierno prusiano del gabinete previo al dirigido por Bismarck.

El 1 de mayo de 1844 nació su primera hija, Jenny, como su esposa. El poeta Enrique Eine le salvó la vida. En septiembre de 1845, ya en Bruselas, nació Laura. Su tercer hijo, Edgar, alias Musch, nació también en Bruselas, en 1846, y murió el viernes santo de 1855 a los 9 años de edad por culpa de una tuberculosis intestinal. Edgar era el favorito de la casa y de todos sus amigos. La muerte de Edgar vino a ser la culminación de una serie de enfermedades que padeció la familia. Al propio Marx le atormentaba un dolor de hígado que según creía heredó de su padre. El médico de la familia les aconsejaba que cambiasen de hogar y saliesen de la «zona embrujada de Soho Square» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 259), pues en el verano de 1854 hizo estragos el cólera, que se atribuía a los canales de desagüe que pasaban por fosas en las que estaban enterrados los muertos de la peste de 1665.

En el otoño de 1856 los Marx se mudaron en una casita del 9 de la Graftonterrace, Maitlandpark, Haverstockhill, no muy lejos de la amada pradera Hampstead. El alquiler anual costaba 36 libras. «Comparada con nuestras antiguas madrigueras, es una casa verdaderamente principesca -escribía la mujer de Marx a una amiga- y aunque toda la instalación, de los pies a la cabeza no había costado más de 40 libras (muchas de las cosas eran de segunda mano), al principio me daba gran aire en nuestro nuevo recibidor. Redimimos de mano “del tío” toda la ropa y los demás restos de la grandeza antigua, y pude darme el gusto de volver a contar, por una vez siquiera, aquellas servilletas de damasco procedentes todavía de Escocia. Y aunque toda aquella magnificencia duró poco, pues pronto hubieron de emigrar otra vez las prendas, pieza tras pieza, a la misteriosa casa de las tres bolas, por uno días pudimos gozar a nuestras anchas de todas nuestras riquezas burguesas» (citada por Mehring, Carlos Marx, pág. 259).

En noviembre de 1849, ya en Londres, nació su hijo Guido, el cuarto hijo del matrimonio. He aquí lo que escribía la madre: «El pobre angelito me ha bebido en la leche tantas penas y amarguras calladas, que no hace más que estar enfermo, preso de dolores los días y las noches. Desde que ha venido al mundo, no ha dormido bien una sola noche, dos o tres horas a lo sumo» (citada por Mehring, Carlos Marx, págs. 218-219).

El niño murió con solo un año. Y en 1852 lo haría su hija Franziska; y así comentaba Jenny Westphalen con conmovedoras palabras la muerte de la niña: «En la Pascua de 1852 se nos enfermó la pobrecilla Francisca de una aguda bronquitis. Tres días estuvo luchando la pobre criatura entre la vida y la muerte. Sufrió mucho. Su cuerpecito inanimado yacía en el cuartito trasero; los demás nos pasamos todos juntos al de delante, y al caer la noche nos acostamos sobre el suelo. Allí estaban, con nosotros, los tres niños que aún nos vivían, y todos lloramos al angelito, cuyo cuerpo frío yacía allí al lado. Su muerte ocurrió por los días en que mayor era nuestra pobreza. Corría a casa de un emigrado francés, que vivía cerca de nosotros y que nos visitara días antes. Me acogió con gran cariño y me dio dos libras esterlinas. Con ellas compramos la cajita en que mi pobre niña reposa en el cementerio. La pobrecilla se encontró sin cuna al nacer, y estuvo a punto de serle negado también el último refugio» (citada por Mehring, Carlos Marx, pág. 226).

En 1858 su esposa dio a luz a un niño muerto. También, al parecer, Marx tuvo un hijo bastardo llamado Frederick con su ama de llaves, Helena Demuth, pero éste fue adoptado por Engels; adopción que, según la Señora Kautsky, salvó al matrimonio Marx del divorcio.

La situación de Marx a veces era de extrema penuria y miseria, como sabemos por lo que le escribió a Engels el 8 de septiembre de 1852: «Tengo a mi mujer enferma, a Jennita enferma, a Lenita con una especie de fiebre nerviosa. Al médico no podía ni puede llamarle, pues no tengo dinero para medicinas. Hace ocho o diez días que vengo alimentado a mi familia con pan y patatas, y vamos a ver cuánto dura… He tenido que suspender los artículos para Dana, por no tener la perra gorda para comprar periódicos… Lo mejor que podría ocurrirme sería que la señora de la casa me lanzase a la calle. Por lo menos, de este modo me vería exento de una partida de veintidós libras. Peor, no hay que esperar de ella tanta complacencia. Pon encima el panadero, el lechero, el tío del té, el de las hortalizas, la vieja deuda con el carnicero. No sé cómo voy a salir de este atranco. En estos ocho o diez días últimos, no he tenido más remedio que pedir prestados unos cuantos chelines y peniques a obreros; es lo que más odio, pero he tenido que hacerlo para no perecer» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 229).

El 7 de diciembre de 1852 escribía Marx a sus amigos estadounidenses: «Os hará cierta gracia el folleto [sobre el proceso contra los comunistas de Colonia] sabiendo que su autor, al escribirlo, estaba poco menos que recluido en su propia casa por falta de zapatos y de prendas de vestir; amenazado, además, como lo está todavía, de ver estallar la miseria más espantosa sobre su familia. El proceso acabó de acorralarme, pues me obligó a dedicar cinco semanas enteras a trabajar por el partido contra las maquinaciones del Gobierno, abandonando todo trabajo lucrativo. Además, espantó a los libreros alemanes con quienes yo esperaba cerrar trato para obtener algún dinero» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 231).

Un retrato de la forma de vida que llevó Marx en Londres en los primeros siete años de exilio la describe sobre 1852 o 1853 un espía prusiano que se infiltró en su vivienda de Dean Street: «Viven en una de las casas más miserables, y en consecuencia también más baratas de Londres… En todo el piso no puede encontrarse el menor rastro de mueble limpio y bueno; todo está gastado, roto y deshecho. Por doquier se acumula el polvo y reina el máximo desorden… Cuando se penetra en el domicilio de Marx, los ojos se nublan a uno de tal forma por el humo de tabaco y la antracita, que en los primeros momentos se ve obligado a caminar a tientas, como si se entrara en una cueva, hasta que la vista se va acostumbrando paulatinamente a la oscuridad y va adivinando los objetos a través de la neblina. Todo está sucio, todo cubierto de polvo. El sentarse es un asunto verdaderamente peligroso. Hay sillas que sólo se aguantan sobre tres patas, y otra, milagrosamente entera, es utilizada por las niñas, que juegan con ella a cocinitas. Y esta silla es la que acaba por ser ofrecida al visitante, aunque sin limpiar previamente los restos de la cocina infantil. Y si uno toma asiento, se arriesga a echar a perder los pantalones. Ahora bien, todo ello no es causa de bochorno alguno por parte de Marx o de su esposa, que siempre reciben al visitante con la máxima amabilidad, ofreciendo con cariño pipa, tabaco y lo que haya. Una ingeniosa y agradable conversación suple todos los defectos hogareños y hace soportables todas esas molestias. De esta forma uno se reconcilia con las citadas personas, encuentra interesante su círculo, incluso original. Ésta es la fiel imagen de la vida familiar del Jefe comunista» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, págs. 200-201).

En 1868 la segunda de sus hijas, Laura, se casó con Paul Lafargue el 2 de abril de 1868, criollo con sangre negra en sus venas que había nacido en Santiago de Cuba pero que a los nueve años emigró a Francia. Lafargue era un incondicional de las doctrinas de su suegro y se encargó de difundirlas por España. El matrimonio se suicidaría el 26 de noviembre de 1911. El 3 de diciembre se llevó a cabo el entierro, en el que Lenin pronunció un discurso.

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