La Idea de Imperio de Gustavo Bueno y la pseudocrítica del youtuber El Despertar de Minerva

La Idea de Imperio de Gustavo Bueno y la pseudocrítica del youtuber El Despertar de Minerva. Daniel López Rodríguez

 

  1. El pseudocrítico El Despertar de Minerva

En nuestro artículo anterior en Posmodernia (https://posmodernia.com/la-idea-de-nacion-de-gustavo-bueno-y-la-pseudocritica-del-youtuber-el-despertar-de-minerva/), demostramos que el vídeo del youtuber El Despertar de Minerva, dedicado a la Idea de nación de Gustavo Bueno, no es una crítica sino una pseudocrítica. Pues bien, en la misma grabación hace también una pseudocrítica a la Idea de Imperio del mismo filósofo. Dejo otra vez el enlace de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=W9efw_kfALM.

Según el youtuber, «sobre los cimientos de esta ontología nacional sustancialista, Bueno edifica su teoría más famosa y polémica: la distinción entre Imperio generador e Imperio depredador».

Pues bien, veamos en qué consiste realmente la teoría del Imperio del materialismo filosófico (si es que interpreto bien a Bueno) y, al mismo tiempo, hagamos la crítica a la pseudocrítica del pretencioso lechucillo.

  1. Sobre el término Imperio

Uno de los términos más repudiados, condenados e incluso maldecidos de nuestro presente en marcha, donde predomina lo políticamente correcto principalmente en clave de fundamentalismo democrático a través del humanismo eticista de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el término «Imperio». Y no sólo lo es académicamente sino también a nivel mundano o vulgar.

La Idea de Imperio alcanza en nuestros días el nivel más ínfimo de prestigio, frente a la Idea de nación que parece estar alcanzando la cima del prestigio (sobre todo si se trata de la nación fraccionaria que reivindican los separatistas contra la nación canónica española).

Vivimos en tiempos de «imperiofobia», y todo lo que sean políticas imperialistas serán inmediatamente rechazadas y consideradas malas por sí mismas; es más, vienen a ser vistas como el mal absoluto. Frente a la democracia que es considerada como la culminación del refinamiento político y por tanto el mejor sistema político habido y por haber (por eso hablamos de fundamentalismo).

El término Imperio no es un término primitivo, es decir, es un término que presupone diferentes definiciones que se fueron sucediendo a lo largo del tiempo.

En principio, en la antigua Roma, el «Imperio» era la facultad del imperator, el comandante en jefe del ejército romano; después se entendió como el espacio de la acción del imperator, esto es, los límites espaciales de su poder, los territorios que caían bajo su dominio; más adelante se entendería  como un sistema de Estados subordinados al Estado hegemónico; después se comprendería como Idea trans-política o meta-política, como si estuviese conformado desde el exterior de las sociedades políticas (a diferencia de las anteriores acepciones), como por ejemplo el Imperio de Sargón: «Enlis (Dios), dio a Sargón Summer, Accad, el Alto País de Mari, Iarmuti, las Montañas de Plata…». Finalmente tendríamos la acepción de «Imperio» como Idea filosófica, siendo el Imperio universal una Idea-límite porque todos los Imperios, como todos los Estados, tienen sus límites, sus fronteras, y ningún Imperio ha recubierto el globo terráqueo, pese a varios intentos.

  1. Imperios generadores e Imperios depredadores

Siguiendo la obra España frente a Europa de Gustavo Bueno (Alba Editorial 1999 y Pentalfa 2019), por Imperio depredador entendemos la norma del colonialismo, en donde las diferentes sociedades políticas que el Imperio va dominando son susceptibles de ser explotadas poniéndose al servicio de la potencia imperialista y nunca ascendiendo a su nivel, ya que no hay voluntad de incorporarlas al mismo. Se trata de un modelo de Imperio que establece una relación de asimetría entre las colonias y la metrópolis.

Como ejemplos de Imperios depredadores tenemos en la Antigüedad al Imperio Persa de Darío, en la Edad Moderna al Imperio Holandés y al Imperio Británico. Y en la Edad Contemporánea podríamos poner como ejemplo al Tercer Reich en tanto Imperio basado en la raza, donde en sus conquistas se pretendía germanizar al territorio pero no a los hombres. Aunque más bien se trató de un Imperio frustrado o abortado por la guerra.

Por Imperio generador, en cambio, entendemos la norma de la intervención de una sociedad en otras sociedades políticas (en el límite: en todas, en cuanto Imperio universal o con tales pretensiones, aunque nunca se realice) a fin de ponerse a su servicio políticamente, de ahí que su orientación sea la de elevar a las sociedades primitivas (o preestatales o subdesarrolladas) a la condición de sociedades políticas adultas y finalmente soberanas (al menos a nivel de los finis operis; otra cosa son los finis operantis de los políticos, soldados y misioneros enviados a dichas sociedades, que podrían estar cargados de afán de poder, o motivados por mero lucro o por fundamentalismo religioso).

Es decir, el Imperio generador pretende generar nuevos Estados y no colonias para explotar. De hecho, los dominios de un Imperio generador no son colonias sino provincias («las Indias no eran colonias»). De modo que pretende buscar una continuidad simétrica en la legislación de las provincias: ya a nivel administrativo, judicial, legislativo, etc. Y por tanto no hay la asimetría propia del imperialismo depredador entre colonias y metrópolis sino la elevación de los territorios conquistados al nivel del Estado de referencia.

Dicho de otro modo: el Imperio generador trata de organizar otras sociedades políticas y desarrollarlas hacia una alternativa que construye una civilización determinada incorporando a los salvajes y a los bárbaros a dicha civilización, y orienta su política hacia la comunicación de bienes y de conocimientos, de ahí que tenga la voluntad de incorporar a las sociedades conquistadas al estilo de vida del Estado conquistador, por ello la norma por la que se rige busca el beneficio sobre las sociedades que domina al tratar de elevar a los habitantes de los territorios conquistados de la situación de inferioridad a la de asociación, frente a la asimetría y la explotación del imperialismo depredador.

Por ejemplo, entre finales del XVIII y principios del XIX la Nueva España era más próspera en términos de riqueza material y fiscal que la España europea. De hecho, la Nueva España era la región del Imperio que gozaba de mayor desarrollo económico, comercial y urbano. En cambio, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX la India era mucho más pobre que Inglaterra. De hecho, en tal época se produjeron tres grandes hambrunas que acabó con la vida de millones de indios. (Véase el capítulo titulado «Las hambrunas de la India» de mi artículo largo en El Catoblepas contra Federico Jiménez Losantos: https://www.nodulo.org/ec/2018/n184p02.htm).

La paradoja está en que, si el Imperio depredador es tolerante con las culturas conquistadas, al no querer introducir a sus habitantes a la cultura del Estado conquistador, el Imperio generador es intolerante; pues, al pretender elevar a esos habitantes a la cultura del Estado que emprende la conquista, las políticas que lleve a cabo éste tienen que destruir, en parte, la cultura de los indígenas. No obstante, la tolerancia es una virtud aristocrática que consiste en el desprecio. Luego propiamente no es una virtud.

En la Antigüedad podríamos poner como ejemplo de Imperio generador al Imperio de Alejandro Magno. Darío señalaba a Alejandro como «destructor de ciudades», pero más bien era todo lo contrario, según la multiplicación de «Alejandrías» construidas por el orbe de la expansión macedónica, así como por los reinos sucesores, e incluso algunas han perdurado hasta nuestros días. ¿Cuántas ciudades fundó Darío?

Y desde luego también podríamos poner como ejemplo al Imperio Romano, cuando concedía el título de ciudad -con Senado, etc.- a diversos municipios del Imperio en la época de Caracalla y por tanto a sus habitantes convirtiéndolos en ciudadanos. A partir de Constantino el Imperio Romano replanteó su política y ya no pretendía simplemente que al otro lado de las orillas hubiese romanos sino expandir el Imperio Romano por todo el mundo, es decir, pretendía ser un Imperio universal urbi et orbi, de acuerdo con el imperativo proselitista de Mateo 28.19: «id y enseñad a todas las naciones, bautizadlos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo».

El ejemplo más obvio de Imperio generador en la Edad Moderna es el del Imperio Español, que vendría a ser la antítesis de lo que fue el Imperio Británico o el Imperio Holandés y se asimila a lo que fue el Imperio Romano. De hecho, vendría a ser el auténtico relevo del Imperio Romano, mucho más que el Imperio Bizantino -que nunca se expandió territorialmente e incluso fue disminuyéndose, hasta su caída- y el Imperio Carolingio; ya ni siquiera hablamos del Sacro Imperio Romano Germánico (porque ni «Sacro» ni «Imperio» ni «Romano»).

Desde el primer momento las Indias no se concibieron como colonias sino como partes de la propia Monarquía Hispánica. Por tanto, España al otro lado del Atlántico continuaba siendo España, como así llegaría a reconocerse en el artículo primero de la Constitución de 1812 de las Cortes de Cádiz: «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».

Uno de los problemas de España es que se constituyó antes como Imperio que como nación política. Y ni más ni menos pretendía ser un Imperio universal («católico», subraya Bueno), aunque de hecho fue un Imperio donde nunca se ponía el Sol (lo más parecido a la universalidad que pueda conseguir cualquier Imperio, aunque esto también lo consiguió el Imperio Británico). 

Ya desde el Imperio Macedónico de Alejandro Magno se concibió la Idea de Imperio como «dominio universal», y el mismo Alejandro quiso dar la vuelta al globo partiendo desde la India, pero sus generales y soldados se negaron a tal conquista. En caso contrario, si se nos permite la ucronía, el Pacífico no hubiese sido el Lago español sino el Lago griego.

El Imperio Español se trataba de un Imperio que no estaba calculado para caer al tener pretensiones universales de recubrir el globo, y su caída supone un problema historiográfico de difícil resolución. O todavía más: se trata de un problema filosófico, de filosofía de la historia. En cambio, la caída de los Imperios depredadores no supone ningún problema filosófico.

  1. No se trata de una distinción maniquea ni moral, ni es una dicotomía radical

La clasificación entre Imperio generador e Imperio depredador no es una distinción maniquea o moral, como si se tratase de decir que el Imperio depredador es malo y el generador es bueno. Sería absurdo negar que en todos los Imperios hay campos de tumbas, en todos hay dolor y muerte. Luego nuestro lechuzo youtuber vuelve a errar al afirmar que se trata de «un constructo moralizante diseñado para la apologética», y añade que los términos generador y depredador, que es una elección terminológica que cataloga como «veneno filosófico», no son «neutrales» porque «están absolutamente cargados de valores éticos e ideológicos».

Dice también que llamar a «la estrategia a largo plazo», llevada a cabo según él por el Imperio Español, «generosidad histórica» se trata de «una mistificación ideológica». Pero lo cierto es que ni Bueno ni sus «discipulejos» han denominado al ortograma generador llevado a cabo por el Imperio Español, fundamentalmente en América, «generosidad histórica»; porque generosidad y firmeza componen la fortaleza como la fundamental virtud ética.

El lechuzo cree que somos tan imbéciles (vamos por ahí «sin bastón», sin apoyarnos, y por eso dando tumbos y sin rumbo) como para confundir la historia con la ética, o la geopolítica con la ética. Como si explicásemos la historia universal, que es la historia de los Imperios, con términos éticos e ideológicamente (es decir, con conciencia falsa, porque él se cree con conciencia verdadera), para hacer apología de una, según él, nación española sustantificada.

Las Ideas de Imperio generador e Imperio depredador son Ideas definidas teniendo muy en cuenta el escenario de la política real, donde se relacionan las diversas sociedades políticas en permanente polémica y alianzas mediante el comercio, la diplomacia y la guerra. Porque obviamente no hay Imperio construido sin sangre, sin destrucción y sin espadas (o sin balas y bombas; inclusive atómicas, que se lo pregunten a los japoneses como se las gastan los «amigos del comercio» y de la «sociedad abierta» frente a sus enemigos).

Ahora bien, el Imperio generador no es absolutamente generador, ya que necesariamente también es depredador. A su vez, el Imperio depredador tampoco es absolutamente depredador, pues necesariamente ha de llevar algo de generador. Se trata de una diferencia de grado, no de una dicotomía radical. Todo Imperio generador o depredador implica necesariamente depredación y violencia, aunque no toda depredación y violencia implica la construcción de un Imperio generador y ni siquiera de un Imperio depredador.

Sí es cierto que la distinción entre Imperio generador e Imperio depredador ha podido tener una recepción donde se haya interpretado de manera dicotómica e incluso maniquea. Sin embargo, leyendo los textos fundamentales donde se definen tales Ideas, puede apreciarse que eso no es lo que expone Bueno, porque la cosa es mucho más complicada y por tanto se despliega con bastantes más matices.

Por supuesto que no hay que ignorar las prácticas depredadoras del Imperio Español, que necesariamente se llevaron a cabo, pero éstas no vendrían a ser su norma fundamental. Y ya desde los debates en la época de la Conquista de América (Las Casas, Montesinos, Vitoria, Suárez, etc.) se planteaba la norma generadora del Imperio, esto es, estudiaban y contemplaban si ésta era lícita o ilícita, y si los indios eran humanos, y en consecuencia evangelizables, o no lo eran.

Un Imperio, al ser una totalidad enorme, no puede ser homogéneo ni en el espacio ni en el tiempo. Por tanto, tiene sus fases de depredación y generación: y así vuelve a depredar y retorna a generar. Aunque sólo cabría hablar de Imperio generador o Imperio depredador cuando ya es un resultado, es decir, al hacer el balance final, y por lo tanto cuando el Imperio ya ha caído y ya no actúa geopolíticamente, quedando sólo sus náufragos, los cuales pueden tener mayor o menor relevancia en la dialéctica de Estados. Esto depende del nivel de desarrollo que haya heredado del Imperio y de la coyuntura internacional en la que se encuentre, así como de la prudencia o imprudencia de sus dirigentes y élites, o de la fidelidad o traición de los mismos.

El lechucillo, hablando «desde la perspectiva termodinámica y sistemista», afirma -como si fuese un gran experto o autoridad en la materia- que «todo Imperio es depredador: un Imperio es por definición, sistémica, una estructura supranacional diseñada para bombear flujos de energía, materia e información desde la periferia hacia el centro». Como si las ciudades y las redes de comunicaciones hispanoamericanas no las hubiese fundado el Imperio Español y hubiesen emergido por generación espontánea, o ya la hubiesen construido los indios. O como si el ferrocarril en la India hubiese salido de la nada. ¿Es que acaso, en mayor o en menor grado, los Imperios, ya más o menos generadores o depredadores, no han bombeado flujos de energía, materia e información desde el centro a la periferia?

  1. Dialéctica de clases y dialéctica de Estados: la vuelta del revés a Marx

Asimismo, este señor sostiene que «la dialéctica es el motor que mueve el sistema de Bueno. Pero es un motor -desde mi punto de vista- gripado; porque Bueno se presenta como un marxista que le ha dado la vuelta del revés a Marx, sustituyendo la lucha de clases por la dialéctica de Estados».

Esto es otra tergiversación, esta vez en forma de simplificación; porque Bueno no le da la vuelta del revés a Marx para meramente sustituir la lucha de clases por la dialéctica de Estados. Y decir esto -tal y como lo dice nuestro lumbreras pseudocrítico- no es sino mutilar la teoría de Bueno diciendo una media verdad (la peor de las mentiras), y por tanto ofreciendo una burda interpretación de la filosofía de Bueno.

Porque realmente lo que hace Bueno mediante dicha vuelta del revés no es eliminar la lucha de clases sustituyéndola por la dialéctica de Estados, sino que redefine la lucha de clases como dialéctica de clases. Y no se trata meramente de una nueva terminología para referirse a lo mismo, pues el tiempo y el espacio en el que vivió Bueno no era el mismo que el tiempo y el espacio en el que vivió Marx, y sus filosofías también son diferentes. Y la cuestión está en que dicha dialéctica de clases está codeterminada con la dialéctica de Estados.

Es decir, la historia no es sólo la dialéctica de Estados, porque ésta por sí sola es imposible si no existiese la dialéctica de clases. Del mismo modo que reducir la historia a la lucha de clases, como se hace desde el marxismo más vulgar, vendría a ser un sociologismo, esto es, un reduccionismo que imposibilita entender la historia.

Bueno también ha dicho que la historia universal es la historia de los Imperios universales (en tanto pretendientes a la universalidad, esto es, recubrir el globo; lo que es sólo una Idea-límite y por tanto imposible). Pero eso no sería posible si al mismo tiempo no se tiene en cuenta la dialéctica de clases. Luego el término codeterminación es la clave para entender la trama de la historia tal y como lo plantea el materialismo filosófico, cosa de la que no se ha informado lo suficiente el lechucillo pretendiente a crítico de tan imponente sistema.

De mi serie en Posmodernia titulada «Crítica a la concepción del Estado y de las clases sociales en el marxismo clásico» el señor youtuber podría tener al menos el detalle, para enterarse bien de la crítica del materialismo filosófico al marxismo, de leer simplemente este artículo: https://posmodernia.com/critica-a-la-concepcion-del-estado-y-de-las-clases-sociales-en-el-marxismo-clasico-vii/. Aunque haría mucho mejor si leyese al propio Bueno: https://www.nodulo.org/ec/2008/n076p02.htm. Y ya lo bordaría si se atreve con el Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas» (Logroño 1991).

  1. Sobre la dialéctica en general

El pájaro también se atreve a piar que «Bueno asume la validez de la lógica dialéctica (la contradicción, negación de la negación…) como la lógica del mundo real». Es decir, dando a entender que Bueno toma sin más, sin añadir nada y de manera acrítica, las tres leyes lógicas de la dialéctica del Diamat: ley de la transformación de la cantidad en cualidad, ley de la identidad o unidad de contrarios y ley de la negación de la negación.

Afirma el lechucillo que «desde el materialismo científico moderno la dialéctica es una reliquia bastante confusa. Y de hecho Mario Bunge crítica las leyes de la dialéctica diciendo que son vagas metafóricas y triviales».

¿Pero a qué leyes de la dialéctica se refiere Mario Bunge? ¿Acaso no se está refiriendo a las leyes de la dialéctica del Diamat, tal y como antes había advertido el propio lechucillo? Porque no me consta por ninguna parte que Bunge le haya hecho una crítica a Bueno a causa de las figuras de la dialéctica que éste postula en diversos lugares: metábasis, anástasis, catábasis y catástasis. (Tal vez si el lechuzo quiere hacer critica de verdad tendría que empezar a saber qué es lo que critica: https://fgbueno.es/med/tes/t014.htm).

Y continúa el señor de Minerva en su confusión de la dialéctica del Diamat con la del Filomat: «Bueno sostiene que la realidad es contradictoria, pero Bunge responde: “la contradicción es una propiedad de las proposiciones lógicas, no de los entes materiales”. Porque un tanque no contradice a otro tanque: choca con él, que sería una oposición física. Por lo tanto, decir que la realidad es contradictoria es confundir el mapa con el territorio». Luego la contracción es simplemente -dicho con la terminología de la ontología del materialismo filosófico– algo exclusivo de las materialidades terciogenéricas (lógicas en concreto). No hay, según esto, contradicciones primogenéricas («físicas», dice nuestro youtuber).

Pero la contradicción no sólo es lógica sino también puede ser física y psicológica, es decir, la contradicción puede ser primogenérica, segundogenérica y terciogenérica. Asimismo, no sólo caben contradicciones lógicas y ontológicas sino también epistemológicas, gnoseológicas, éticas, morales (o entre ética y moral), jurídicas, políticas (o entre ética y política), etcétera, etcétera.

  1. La cumbre del muñeco de paja

Y llegamos al punto cumbre de su construcción en hacer de Bueno un muñeco de paja: «Vamos ahora con la crítica de la negación de la negación. Esta ley es puramente retórica desde mi punto de vista, porque la historia no avanza en espirales hegelianas necesarias». ¿Está nuestro pajarraco identificando, o si acaso asimilando muy estrechamente, la filosofía de la historia del materialismo filosófico con la del espiritualismo exclusivo ascendente y monismo teleológico de Hegel?

Y sigue con la escalada tergiversando y afirmando: «al basar el sistema en una dialéctica ontológica, lo que hace Bueno es inmunizar su sistema contra la lógica formal. De manera que, si alguien señala una inconsistencia en su sistema, él siempre puede responder que la realidad es dialéctica y contradictoria. Y fin de la discusión racional: hemos acabado». No se puede hacer de Bueno un cretino más recalcitrante.

Pero, ojo, porque sube la apuesta: «el sistema [de Bueno] se presenta como una totalidad circular que lo explica todo». Esto es pura invención del lechuzo. ¿A qué totalidad se refiere? ¿A una totalidad atributiva o distributiva? ¿A una totalidad unitaria o vacía? ¿Tal vez a una totalidad sistemática? ¿Y qué rayos quiere decir con «circular»?

Pero es que todavía va a más: «Karl Popper, que nos gusta tanto traer a este canal, nos enseñó que una teoría que lo explica todo y que tiene mecanismos para reinterpretar cualquier evidencia contraria, no es en absoluto científica sino dogmática o pseudocientífica».

¿Entonces el materialismo filosófico es una teoría pseudocientífica? En todo caso sería pseudocientífica si pretendiese ser una teoría científica, pero el materialismo filosófico no es una ciencia ni se presenta como tal y ni mucho menos tiene tales pretensiones, pues se trata de una filosofía: un sistema de Ideas y no un cierre categorial.

Lo dice el propio rótulo con el que se presenta el sistema: materialismo filosófico (y no «materialismo científico»). Porque tomar partido por el materialismo o el espiritualismo (o suspender el juicio como se hace desde el escepticismo) no es una cuestión científica sino eminentemente filosófica. Un químico, en tanto químico, no tiene nada que decir con relación a si es materialista o espiritualista, es decir, a si postula la condición corpórea de todo viviente o si en cambio afirma la posibilidad de vivientes incorpóreos (almas, espíritus, ángeles, etc.).

Por ejemplo, un químico tiene como materia de su campo los elementos de la tabla periódica y estudia las posibles combinaciones entre los mismos, es decir, se ocupa de tales conceptos y no tiene necesidad de ir más allá; pero la Idea de materia (así como la de espíritu) desborda sus categorías. Por eso para el materialismo filosófico la filosofía es un saber de segundo grado y no de primer grado (científico, técnico, sociológico, artístico, religioso…), aunque éstos son condición necesaria (que no suficiente) para que aquella sea posible.

Observamos que el lechucillo por no enterarse no se ha molestado ni en comprender algo tan básico: el abecé del materialismo filosófico. Eso sí, después graba un vídeo con la pretensión de criticar, haciéndolo con una sonrisa de oreja a oreja como si dijese: «Qué listo soy yo y qué tontos son estos buenistas». Porque -según él- «el materialismo filosófico funciona con lo que Bueno llama cerrojo ideológico, pero que aplica a sí mismo». Como si el sistema pseudocientífico de Bueno fuese hecho por y para gente que no tiene en su sesera ni la menor mancha de inteligencia, porque tienen el cerebro hecho polvo.

El lechucillo, a través de Bunge y Popper, se atreve a llevarle la contraria al materialismo filosófico y desea refutarlo queriendo ser tenido por alguien hábil e inteligente por conseguirlo y además fácilmente al ser sus potentísimas argumentaciones arrolladoras y por ende incontestables.

Y por supuesto que el materialismo filosófico puede ser, y debe, objeto de crítica, pero no con hombres de paja atribuyéndole burdas tesis, que es lo que hace nuestro youtuber sin que aparentemente se le caiga la cara de vergüenza. La ignorancia nunca fue tan atrevida. Aunque esta valentía, más bien una temeridad, casi siempre suele hacerse delante de una cámara y un micrófono, pero casi nunca cara a cara, lo que más bien lo convierte en una actitud propia de la cobardía.

Echo de menos una crítica seria y rigurosa al materialismo filosófico, es decir, una crítica sin hombres de paja y por tanto sin la burda necesidad de atribuirle a Bueno tesis absurdas completamente ajenas a su planteamiento.

Pero sigamos con el atracón de hombre de paja, porque en eso este muchacho es un no parar: «Si España fracasó no fue porque el modelo imperial fuera defectuoso, que sería la falsación, sino porque la dialéctica de Imperios favoreció temporalmente a los depredadores. La teoría nunca falla, sólo falla la realidad. Bueno critica a Popper acusándole de psicologismo, pero su propia teoría es absolutamente incontrastable. No existe ningún hecho histórico inconcebible que pudiera llevar a un buenista a admitir que me equivoqué porque el Imperio español fue un error sistémico. En fin». Pues eso, en fin, porque a estas alturas pereza me da triturar semejante interpretación.

No obstante, sigamos: «Todos sabemos que el materialismo filosófico ha encontrado su nicho de mercado en la justificación intelectual del nacionalismo centralista español. Todos sabemos que provee de una retórica sofisticada (la capa basal, la eutaxia, la generación) a sectores políticos, desde el PP hasta Vox, que necesitan legitimar su programa de unidad nacional sin recurrir a un lenguaje religioso o franquista explícito». ¿Será porque, implícitamente, lo que el lechucillo quiere decir es que el materialismo filosófico no es más que franquismo implícito, un criptofranquismo?

Y añade: «Bueno no es un observador neutral desde una torre de marfil. Es un productor de ideología de Estado, es un nematólogo -usando su propio término- de la nación española».

Obviamente Bueno ni ningún filósofo (al menos etic) puede permanecer neutral en su torre de marfil; porque la filosofía -y más aún la del materialismo filosófico– es una actividad cuyo marco real es la implantación política, esto es, contra toda implantación gnóstica de la filosofía que, al ser una apariencia falaz, es sólo emic (es decir, es meramente fenomenológica y no ontológica). Dicho de otro modo: se trata simplemente de una conciencia falsa, la ilusión de algunos que se creen iluminados y pretenden hacernos creer a los demás que desde su pompa dogmática o su supuesta torre de marfil pueden segregar las más sublimes Ideas, aunque más bien son paraideas.

Una vez más vuelve a errar nuestro youtuber. No, obviamente -como por fin dice bien el lechuzo- Bueno no estaba encerrado en una torre de marfil, pero su postura no era la del cerrojo ideológico; porque el fundador del materialismo filosófico, apagógicamente (como enseñaba Platón en sus diálogos), tenía en cuenta las tesis adversarias sin necesidad de tergiversarlas haciendo hombres de paja, a diferencia del lechucillo. Hay quien tiene honestidad intelectual (o filosófica, ya puestos) y hay quien no la tiene.

  1. Trituración de las conclusiones del lechuzo

Según el youtuber, el materialismo filosófico, que pretende levantarse como «una catedral gótica», «está construido sobre fallas geológicas profundas». Y da los siguientes puntos como aquel que consuma una verdadera crítica y una crítica verdadera:

«Primero, una ontología idealista: la nación histórica y la distinción canónica/fraccionaria son hipóstasis metafísicas y clasificaciones ad hoc que violan el principio de materialidad y emergencia de los sistemas sociales».

En nuestro anterior artículo demostramos que esto es falso y además es muy burdo atribuírsele tales hipóstasis a Bueno. A éste me remito. Simplemente añadir aquí que si bien es cierto que para elaborar su teoría de la nación y del Imperio es imprescindible una ontología (la «Idea de España», señala Bueno), sin embargo hay que conocer esa ontología y su artillería: la géneros de materialidad (M1, M2 y M3), el Ego trascendental, la Materia ontológico-general, la Idea de symploké, la teoría holótica de los todos y las partes, etc., etc.

¿Se atreverá el lechucillo a hacer un vídeo sobre todo esto? Eso sí, que juegue limpio y que se deje de hombres de paja. Porque si vuelve a lo mismo que lo critique Rita; porque yo desde luego no seré un águila, pero matar moscas a cañonazos gusta sólo un ratito. Y es verdad que el diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo, pero el diablo no siempre se aburre, y de hecho tiene mucho que hacer.

«Dos, una ética disfrazada. La teoría del Imperio generador -desde mi punto de vista- es una apologética moralista que viola la ley de Hume y oculta la naturaleza extractiva de todo imperialismo bajo un velo de retórica civilizatoria».

Como si los Imperios dados a lo largo de la historia (que precisamente puede ser historia universal por dichos Imperios) no tuviesen nada que ver con la civilización porque ésta ha sido posible por obra y gracia de culturas salvajes o bárbaras (lo digo en sentido antropológico, no como insulto) o por obra y gracia del mismísimo Espíritu Santo o por la Gracia divina (o tal vez gracias a los extraterrestres). ¿O acaso gracias al fundamentalismo democrático de los amigos del comercio y la sociedad abierta, haciéndolo además sin romper ni un cristal y sin derramar una sola gota de sangre?

Ya sean más o menos generadores o más o menos depredadores, han sido estos Imperios -y decimos esto pensando más allá del bien y del mal, es decir, sin justificar y sin condenar- los que han hecho posible eso que llaman «civilización». ¿Acaso no llevaron a cabo semejante empresa los Imperios de Macedonia y de Roma? ¿Y por qué no el Imperio Español y el Imperio Británico, por depredador que éste fuese?

«Tres, fatalismo bélico. La dialéctica de Estados es un anacronismo que naturaliza la guerra y niega la posibilidad técnica y ética de la cooperación global necesaria para el desarrollo integral».

Con esto hasta un crítico falaz como El Despertar de Minerva se lleva la palma. Veamos:

¿La dialéctica de Estados un anacronismo? ¿Acaso nuestro lechuzo ya está instalado en la kantiana-popperiana paz perpetua de la sociedad abierta? ¿Es que ya los Estados no tienen disputas territoriales, comerciales, religiosas, culturales e ideológicas de diversa índole? ¿Es que la guerra ya es cosa del pasado y pensar que la guerra todavía, en el siglo XXI, es posible ya es fatalismo bélico, como si ésta (las diferentes guerras con sus respectivas paces) no hubiese determinado la historia universal?

¿La tesis de la dialéctica de Estados naturaliza la guerra? ¿Pretende por enésima vez nuestro pajarraco tergiversar las tesis políticas del materialismo filosófico identificándolas con el darwinismo social, como vimos que ya hizo? ¿Acaso cabe algo menos natural que la guerra llena de metralletas, fusiles, tanques, aviones, bombas, etc., etc.? ¿Es que puede haber un mayor refinamiento de la cultura y de la alta tecnología?

Pero lo más risible de todo es cuando afirma que la dialéctica de Estados niega la posibilidad técnica y ética de la cooperación global necesaria para el desarrollo integral. ¿Qué posibilidad es esa? ¿Cabe una cooperación ética entre Estados? ¿Acaso la relación entre Estados no es de otro tipo bien diferente, e incluso en algunos contextos, no pocos, muy al margen de la ética? ¿Y qué demonios es eso del desarrollo integral? ¿El Espíritu Absoluto, la Ciudad de Dios o algo por el estilo? ¿Desarrollo de quién y contra quién? ¿De verdad sabe este señor de lo que está hablando? ¿No es esto retórica globalista? ¿Pudiera ser que en el fondo lo que ha querido decir es «desarrollo sostenible»?

Esa cooperación sí que es pura metafísica, ¡la hipóstasis de la cooperazione!, por no decir pura fantasía pensada en pleno delirio. O -si se prefiere- es puro infantilismo. Al final del vídeo el lechuzo, aparte de tergiversador, se nos ha revelado como un globalista ingenuo. Ya decíamos al principio de este artículo que predomina lo políticamente correcto del fundamentalismo democrático mediante el humanismo eticista de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y por tanto en las conciencias reina la «imperiofobia». Pues bien, el lechuzo está con la ideología dominante. Al final terminó enseñando del todo la patita (o la alita).

En mi libro Historia del globalismo. Una filosofía de la historia del Nuevo Orden Mundial (Sekotia, 2022 y 2025) critico esa «cooperación», que ni es ética ni puede ser ética sino de otro tipo. Porque la virtud fundamental de la ética es la fortaleza: que se divide en firmeza cuando va referida a la salvaguarda de uno mismo y generosidad cuando se aplica a la salvaguarda de los demás. Desde la moral, que podemos aproximar más (aun sin identificar) a la política, ya no se podría hablar de firmeza y generosidad sino, en todo caso, de cohesión y solidaridad; esto es: cohesión del grupo (incluso de una nación) y solidaridad contra terceros (una alianza política e incluso militar, o tal vez religiosa o de otro tipo de posicionamiento ideológico). (Véase nuestro artículo en Posmodernia sobre ética y moral desde el materialismo filosófico: https://posmodernia.com/diferencias-entre-etica-y-moral/).

Vemos que este joven ni ha entendido la ontología del materialismo filosófico, ni su teoría de la nación, ni la del Imperio y ni ha olido de qué va la dialéctica en tal sistema. Lo suyo no es una crítica: es una pseudocrítica. Es más: es una vergüenza.

Para él el materialismo filosófico no es más que un «nacionalismo escolástico» (nacionalescolasticismo, le ha faltado decir). Y esto -nos dice- no es lo que merece la filosofía española, porque ésta lo que merece es «un materialismo ilustrado capaz de usar la ciencia no para justificar Imperios muertos sino para diagnosticar los problemas vivos de sistemas sociales complejos».

Claro, lo que necesita la filosofía española es un youtuber como él. Pero digo yo que la filosofía española merece mucho más que pseudocríticos que se creen materialistas científicos ilustrados haciendo hombres de paja y que van de listillos por las redes, cuando lo que practican es algo tan inteligente e ilustrado como hacerse trampas jugando al solitario.

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