La Idea de nación de Gustavo Bueno y la pseudocrítica del youtuber El Despertar de Minerva

La Idea de nación de Gustavo Bueno y la pseudocrítica del youtuber El Despertar de Minerva. Daniel López Rodríguez

 

  1. A vueltas con la falacia del hombre de paja

Navegando por internet, concretamente por YouTube, me topé con un vídeo titulado «Imperio, Hispanidad, ESTADO | CRÍTICA filosófica a GUSTAVO BUENO y SANTIAGO ARMESILLA| IDEALISMO». En la portada del vídeo puede verse la imagen de Gustavo Bueno y de Santiago Armesilla, junto a un letrero que dice: «EMERGENCY. CRÍTICA AL MATERIALISMO FILOSÓFICO». El vídeo se publicó el 23 de noviembre de 2025. Pongo aquí el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=W9efw_kfALM&t=644s.

Desconozco el nombre de su autor/presentador, el cual llama «lechucillas» a sus youtubervidentes. Nosotros le llamaremos a él «El Despertar de Minerva», «youtuber», «lechuzo» y «lechucillo».

Por lo que dice, parece un bungiano, esto es, partidario del materialismo sistemista del filósofo argentino Mario Bunge. Aunque también toma partido por «el racionalismo crítico de Popper y la lógica analítica».

El vídeo no empieza de la manera más respetuosa posible, pues llama «discipulejos» a los discípulos de Bueno. Y enseguida afirma que el sistema del materialismo filosófico «se alza con la pretensión de una catedral gótica: una estructura totalizante geométricamente acabada y doctrinalmente impenetrable». Es decir, nada más empezar el vídeo, su autor falta al respeto y a la verdad. Ni Bueno ni ninguno de sus «discipulejos» han tenido la pretensión de levantar un sistema comprendido como una «estructura totalizante geométricamente acabada y doctrinalmente impenetrable». Y si hay alguno que sí ha pronunciado tan solemne majadería, entonces lo mínimo que puede hacer este youtuber es citarlo por su nombre y, a continuación, facilitar la referencia de donde lo dijo: vídeo, libro o artículo.

Bueno, efectivamente, afirma que la filosofía, o al menos el sistema filosófico que él puso en marcha, debe comprenderse como una geometría de las Ideas: «la filosofía como disciplina que se ocupa de las ideas es una definición muy precisa para distinguir, desde el punto de vista institucional, cuál es la dedicación a que se dedican los filósofos. Diríamos rápidamente, así como los geómetras se dedican a analizar conceptos geométricos (triángulo, hiperesfera, hipercubo, &c.), así la filosofía se dedica a analizar Ideas y a hacer, si fuera posible, una geometría de las ideas» (https://www.fgbueno.es/med/tes/t009.htm).

Es importante subrayar el «si fuera posible». Porque no se trata -frente a la grosera interpretación de nuestro youtuber- de construir una «estructura totalizante geométricamente acabada», puesto que la filosofía no es una ciencia donde se puedan reducir las Ideas a conceptos científicos matemáticamente tallados en un cierre categorial (aunque cierre no quiere decir «clausura», y ni mucho menos que los límites precisos del campo de una ciencia estén preestablecidos in illo tempore).

La filosofía la entendemos, entonces, como el análisis crítico y sistemático de la trabazón (symploké) que existe entre las Ideas. Y este análisis (regressus), con la consecuente síntesis (progressus), lo llevamos a cabo de modo apagógico, esto es, por reducción al absurdo teniendo en cuenta las diferentes alternativas que se abren al paso. Eso sí, sin distorsionar lo que éstas realmente sostienen, es decir, sin llevar a cabo falacias de hombres de paja.

Por tanto no se trata de un sistema «doctrinalmente impenetrable» -como señala el lechuzo- puesto que ponemos a prueba las tesis del materialismo filosófico confrontándolas con las que proponen otros sistemas u otras ideologías o pensamientos. Y, por supuesto, como pasa con todos los sistemas, el materialismo filosófico se va construyendo (en gerundio) y por lo tanto va puliendo y fortaleciendo sus tesis, siempre en continua dialéctica con las filosofías e ideologías que poseen un mínimo de beligerancia o que al menos tengan mucho peso en la ideología dominante. Porque pensar es pensar contra alguien o contra algo.

Sin parar de tergiversar o malinterpretar el materialismo filosófico -y así todo el vídeo-, nuestro youtuber se atreve a afirmar que dicho sistema no es más que una «soteriología política para una nación, en este caso España, cuya identidad histórica ha sido objeto de perpetua disputa».

Es decir, como si el materialismo filosófico fuese una hetería soteorológica pero en este caso no en pos de «la salvación del individuo en cuanto persona» (https://www.filosofia.org/filomat/df309.htm) sino en pos ni más ni menos que de la salvación de la nación española. Porque en el conocimiento está la salvación, como si el materialismo filosófico cayese en una implantación gnóstica de la filosofía; siendo nosotros, los «discipulejos», fieles seguidores totalmente fanatizados en la dogmática buenista, y Gustavo Bueno el Sumo Sacerdote de la Santa Madre Iglesia «Materialista», cuya Santa Sede está en el antiguo Sanatorio Miñor de Oviedo: el Vaticano de los «gustavobuenistas».

Cabría advertirle a este lechucillo que una cosa es llevar a cabo una defensa razonada de la nación política española (con miras a la eutaxia del Estado, pero siempre con realismo político) y otra bien distinta es hablar de salvación en sentido ingenuo, como si pensásemos que España se puede librar de polémicas (internas y externas).

Dicho de otra forma: como si la sacrosanta nación española se convirtiese, por obra y gracia del idealista materialismo filosófico, en una sagrada hipóstasis metafísica y de este fantástico modo se emancipase de todo conflicto tanto a nivel de dialéctica de clases como a nivel de dialéctica de Estados, o supiese afrontar tales dificultades dada la eutaxia que ha conseguido gracias a las recetas del sistema catedralicio gótico de Gustavo Bueno y sus «discipulejos».

Como si pensásemos ingenuamente que bastan sólo las «armas de la crítica» de un determinado sistema, por potente que sea, y no se tuviesen en cuenta determinados factores tanto económicos, como sociales, políticos y geopolíticos y -desde luego- aquellos que son propios de la «crítica de las armas». Porque las Ideas sin fuerzas son vacías, y la fuerzas sin Ideas son ciegas. De momento nadie conocedor del sistema del materialismo filosófico cuenta con el suficiente poder político ni tampoco con divisiones acorazadas. Pero el futuro está vacío y ya veremos cómo se rellenará, es gratuito afirmar nada. La repercusión geopolítica del materialismo filosófico y de todo ese movimiento hispanista que se ha ido desarrollando en lo que llevamos de siglo XXI está por ver.

Y sigue nuestro lechuzo: «bajo la apariencia de un materialismo ateo, racionalista y científicamente fundado, la teoría política de la escuela de Oviedo esconde un idealismo encubierto y un esencialismo metodológico. Se trata, pues, de una teología secularizada que hipostasía entidades históricas contingentes otorgándoles atributos de sujetos con voluntad, destino y misión, violando de esta manera los principios básicos de una ontología realista y procesual».

¿Y de dónde saca este buen hombre todo eso? ¿Teología secularizada? ¿Acaso el materialismo filosófico no ha criticado la teología inmanentista del proceso de inversión teológica, cuya consumación -a mi juicio- estaría en el sistema hegeliano?

¿Hipóstasis de entidades históricas? Como si el materialismo filosófico pensase que España, que es lo que aquí nos trae, fuese una entidad eterna que ha existido desde el precámbrico o poco después, o tal vez la comprenda como una identidad permanente que va desde el hombre de Atapuerca hasta Pedro Sánchez.

Como si España fuese una esencia metafísica y no -como sí piensa Bueno- una construcción histórica en tanto esencia genérica con núcleo, curso y cuerpo. Al menos si comprendemos a la nación histórica española y a la nación política española como un Estado, el cual -a través de sus regímenes monárquicos, republicanos y democráticos- ha sufrido numerosas rupturas y por ende discontinuidades, como es obvio; es más, como es de perogrullo. No hace falta ser un genio para darse cuenta.

El término «nación» tiene diferentes acepciones y -como otros términos- ha sufrido un desarrollo histórico. «Nación» no significa lo mismo en la Antigüedad, en la Edad Media y en los tiempos modernos. Esto es obvio, y sin embargo este youtuber nos acusa de hipostatizar a la nación, cuando precisamente hacemos todo lo contrario (sin caer tampoco en el nihilismo de negar la esencia y existencia de la misma).

Esto es lo que el lechuzo cree que piensan Bueno y sus «discipulejos». O lo mismo no se lo cree ni él, pero al menos eso es lo que ha pronunciado en el vídeo, o ha dejado entender. Si se lo cree o no se lo cree, si realmente lo hace de buena fe o de mala fe, eso ya es cosa suya.

Queriendo «desmontar» la teoría de la nación de Gustavo Bueno, nuestro youtuber afirma que en ésta «Bueno no define a la nación de una sola vez, sino que despliega una taxonomía de cinco capas que vamos a señalar: la biológica, la étnica, histórica, política y fraccionaria».

Lo cual no es exactamente así, pues Bueno sostiene que la Idea de nación tiene tres géneros de los que se desprenden siete especies. Las taxonomías planteadas por Bueno son criticables, ¡faltaría más!, pero no es precisamente jugar limpio tergiversar el contenido de las mismas, e incluso enumerar mal sus divisiones, sin ni siquiera advertir la diferenciación entre géneros y especies.

Veamos, pues, aunque desde luego resumidamente, cómo Bueno lleva a cabo su taxonomía respecto a la Idea de nación y, de paso, advirtamos los errores de interpretación del youtuber El Despertar de Minerva. Dejaremos para otro artículo la pseudocrítica que hace de la Idea de Imperio del materialismo filosófico.

Hablamos de «errores», pero tal vez podríamos catalogar su proceder como propio de la falacia del hombre de paja. Por lo tanto, más que una crítica al materialismo filosófico, lo que hace este señor es una pseudocrítica, es decir, le atribuye tesis ajenas (o tergiversa lo que Bueno plantea) y así le resulta más cómodo «refutarlo». El señor lechuzo lo que hace es ofrecer a sus «lechucillas» los argumentos del materialismo filosófico presentándolos como débiles y fácilmente refutables, bastando para ello un vídeo de poco más de 20 minutos. Pero en realidad no refuta al materialismo filosófico, sino a la ridícula caricatura que se ha hecho del materialismo filosófico. Vamos, algo tan instructivo como  hacerse trampas jugando al solitario.

Exactamente igual, mutatis muntadis, hizo el señor Don Fernando Díaz Villanueva, como ya criticamos en estas mismas páginas de Posmodernia: https://posmodernia.org/contra-replica-de-un-gustavobuenista-a-diaz-villanueva/. Salvo algunas bromas no excesivamente inspiradas en Twitter, el señor Díaz Villanueva dio la callada por respuesta.

  1. Nación biológica
  2. a) Nación de un organismo entero

La palabra «nación» deriva del verbo nascor: nacer. Por tanto la primera especie vendría a ser el nacimiento de un organismo entero (humano o animal).

¿Qué tiene que ver esto con la política? Pues, por ejemplo, cuando Sabino Arana dice que la República Vasca (la del Sagrado Corazón de Jesús que él promovía) tiene que ser de «raza eusquérica» está introduciendo un concepto biológico. También ese fue, de algún modo, la concepción de los nazis con la «raza aria»: la raza está en primer lugar, la nación biológica está en primer lugar, esto es, la nación como raza.

  1. b) Nación de una parte del organismo

La segunda especie va referida al nacimiento de una parte del organismo, como puedan ser los dientes de un niño o los senos de una joven. Cuando al niño se le abultan las encías es cuando está a punto de salirle los dientes.

  1. c) Nación de un conjunto zoológico

La tercera especie hace referencia al nacimiento de un rebaño, una piara, etc., esto es, de un conjunto zoológico.

  1. Nación étnica

Con el término nación étnica hacemos referencia a un género exclusivamente antropológico, es decir, no ya zoológico, como pasa con la nación biológica. Este género podemos dividirlo en tres especies:

  1. a) Naciones periféricas

Con la primera especie de este género de nación hacemos referencia a las naciones que viven al margen de la sociedad política (al margen del Estado, es decir, son sociedades tribales), y que hacen lo que pueden para sobrevivir permaneciendo en los bordes de la misma, esto es, en la periferia de un Estado o un Imperio sin llegar a integrarse.

Decía Cicerón: «Las otras naciones pueden perder la servidumbre; la libertad es propia del pueblo romano». Y afirmaba Quintiliano: «Todas las naciones pueden ser llevadas a la esclavitud o servidumbre, nuestra ciudad no».

Asimismo, nos referimos a las naciones que describía Julio César: los helvecios, los eduos, los belgas, los galos, etc. Estas naciones son las «gentes» a las que se refería Arnobio en su obra Adversus nationes, que San Jerónimo citaba como Adversus gentes, o los «gentiles» a los que se refería Santo Tomás en su imponente Summa contra gentiles.

  1. b) Naciones integradas

Con la segunda especie del género de nación étnica hacemos referencia a las naciones integradas o en proceso de integración en una sociedad política determinada. Tanto en los mercados como en las universidades medievales, mercaderes y estudiantes eran distribuidos y denominados por naciones. Por nación se quería dar a entender la «denominación de origen» de las mercancías, que diríamos hoy.

En nuestra actualidad, a estas alturas del siglo XXI, en España y en buena parte de Europa y también en Estados Unidos, dado el fenómeno de la inmigración masiva, podríamos hablar de las naciones étnicas que se han integrado o se están integrando en dichos países. Otra cosa es que estos inmigrantes asimilen la cultura del lugar en el que son recibidos y donde van a vivir sus vidas sin miras a volver a sus respectivos países, y por tanto consiguiendo la nacionalidad española, es decir, la nacionalidad política.

Nos referimos, en España, a la inmigración marroquí y de países hispanoamericanos fundamentalmente, aunque también a los chinos, los rumanos, como asimismo ingleses, franceses, italianos, etc. Éstas son las naciones étnicas que están en el seno de las nación política española. Y también los gitanos, que no son inmigrantes, como obviamente tampoco lo son los hijos de los inmigrantes que han nacido en España. Aunque también hay que contar con la inmigración ilegal, cada vez más masiva.

  1. c) Nación histórica

La tercera especie es la nación histórica. Como lo era España en el siglo XVI o los Estados del Antiguo Régimen. Por entonces la soberanía no se atribuía a la nación sino al Rey o, en todo caso, al Pueblo que recibe el poder de Dios pero que a su vez se lo traspasa voluntariamente al Rey (como decía el filósofo español Juan de Mariana). Esto supone una sociedad humana en donde históricamente se ha construido -a base de sangre, sangre y sangre; sudor, sudor y sudor; y dinero, dinero y dinero- una cultura, un idioma y costumbres e instituciones bien delimitadas y definidas frente a otras sociedades políticas: ya sean reinos o Imperios (o incluso tribus).

    Nación histórica es la acepción de nación que Cervantes puso en boca del bachiller Carrasco cuando le dice a Don Quijote que es «honor y espejo de la nación española».

Debemos advertir que esta especie de nación étnica no tiene nada que ver con aquello de las «nacionalidades históricas» (Cataluña, Vascongadas y Galicia) que se menciona en el artículo 2 de la Constitución del 78. Aquella expresión fue simplemente una confusión, por no decir una mala intención, de los aclamados «padres de la patria». ¿Acaso no serían más históricas regiones como las dos Castillas o Aragón que Galicia, el País Vasco o Cataluña, que nunca fueron reinos ni Estados independientes?

  1. Nación política

El siguiente género que brevemente vamos a exponer es el de nación política. Este género sólo tiene dos especies:

  1. a) Nación canónica

Con el rótulo nación canónica nos referimos a las naciones que se pusieron en marcha a raíz de la revolución francesa, que en teoría conformó un Estado de ciudadanos «libres e iguales», donde el rey ya no es soberano, pues la soberanía pertenece al pueblo, esto es, a la nación. En la batalla de Valmy los soldados no gritaron «¡Viva el Rey!», sino «¡Viva la Nación!».

A Francia le siguieron -a través de sus particulares métodos y procesos bélicos y revolucionarios- España, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania (que sería fundada tras la guerra franco-prusiana, es decir, precisamente contra Francia). Por tanto, la soberanía ya no descansa en la figura del Monarca sino teóricamente en el pueblo. Pero el pueblo no agota a la nación, pues ésta también implica a los antepasados (de hecho patria significa «tierra de los padres») y a los descendientes.

La nación política procede del Estado moderno, de la transformación, no precisamente incruenta y pacífica o por pacto social, del Estado del Antiguo Régimen en un Estado-nación con ciudadanos libres e iguales ante la ley (en teoría, claro). Fue la nación política la que creó a los ciudadanos «libres e iguales» y no éstos a la nación política.

España ya existía como Estado antes de adquirir la condición de nación política, pues se trataba del Estado de una nación histórica (en rigor, un Imperio). Y con la Guerra de Independencia contra el invasor francés se hizo la revolución liberal de Cádiz, de la que salió la Constitución de la Pepa de 1812 de los españoles de «ambos hemisferios».

La nación política, en tanto Estado, si es que es realmente tal, se define por la soberanía, y ésta no se comparte porque es una e indivisible. La soberanía o se tiene o no se tiene, no cabe hablar de «media soberanía» o de «un cuartito de soberanía». O se está embarazada o no se está, no cabe estar medio embarazada o sólo un poquito embarazada. O se está vivo o se está muerto, es imposible estar medio vivo o medio muerto, salvo metafóricamente hablando. Aquí tenemos un ejemplo claro de tercero excluso.

Ahora bien, esto no quita que cada Estado soberano tenga diferente potencia, es decir, capacidad para imponerse en la dialéctica de Estados frente a los demás o la capacidad de entablar alianzas (tan importantes como las propias fuerzas); pues unos Estados someten a otros o al menos les obligan a llevar a cabo determinadas direcciones a fin de perseverar su hegemonía y, al ser posible, aumentar aún más su potencia.

  1. b) Nación fraccionaria

    Muchos politólogos e ideólogos han recurrido al término «nación cultural», pero la cultura no construye un Estado, sino más bien la nación moderna o Estado nacional (la nación política) es la que funda una cultura nacional, sobre todo cuando no dispone de otras alternativas ideológicas estrictamente políticas como son el «Estado de derecho», el «Estado democrático» o el «Estado de justicia» (en el que se impone el «imperio de la ley»).

Cuando se afirma que el Estado es fundado por una cultura y por ello se sostiene un «Estado de cultura» se está en la línea de Fichte (del idealismo alemán), una tendencia seguida por los separatistas en España, pues reivindican con furor la «cultura catalana», la «cultura vasca», la «cultura gallega», etc., como si no existiese una cultura española. Si se tiene una cultura propia -piensan los separatistas- entonces ya se está en disposición de fundar un Estado, lo que supondría la destrucción del Estado español. Este es el ejemplo más claro de reivindicación del mito de la cultura en pos de propósitos secesionistas.

Una nación política, por definición y si quiere perseverar en el ser, excluye de su territorio a otra u otras naciones políticas que pretendan apropiárselo en parte o en su totalidad. Y tampoco puede tolerar el nacimiento y crecimiento de una nación política en su interior. En el primer caso estaríamos ante una invasión. En el segundo ante una sedición. Esto nos lleva a la segunda especie de nación política: la nación fraccionaria.

En nuestro caso, el caso de España, tenemos a los separatistas catalanes, vascos, gallegos, aragoneses, andaluces, valencianos, baleares, canarios, asturianos,  etc. Las naciones fraccionarias configurarían, en caso de que prosperasen sus planes, la separación de la nación canónica. Esto haría que entrasen en escena (como si la dialéctica de Estados no fuese ya lo suficientemente complicada) una serie de Estados propios a expensas del expoliado Estado español previo.

Las sediciosas naciones fraccionarias también pueden interpretarse como naciones regionales, que son subdivisiones de las naciones canónicas y por ello existen con posterioridad a las naciones canónicas. Las naciones regionales se configuran en el seno de las naciones canónicas, y son las élites las que -ideología y propaganda mediante- pretenden que estas regiones se hagan naciones en forma de Estado separado, es decir, que pasen a ser naciones políticas.

Dicho de otro modo: no es de abajo arriba sino de arriba abajo como se pretende construir artificialmente la supuesta nación catalana, vasca, gallega… Muy bien lo supo ver en los años 80 el Nada Honorable Jordi Pujol (indultado por Felipe González en 1986 tras ser condenado en 1980, antes de tomar la presidencia de la Generalidad, por falsificación de documentos y malversación de fondos relacionado con el caso de Banca Calana).

Ciertas élites adineradas (nacionales e internacionales, estas últimas con sus macroempresas multinacionales: «Soros rompiendo España») están interesadas -ya sea por su ideología globalista o por intereses puramente económicos- en destruir determinadas naciones políticas y que, en semejante deriva, se construyan tras la destrucción de la madre patria Estados fraccionarios en los que las élites podrán seguir enriqueciéndose a costa de los ciudadanos a los que le han expropiado ni más ni menos que de su nación política canónica.

Aunque también -como hemos insinuado- estas élites también tienen en mente, de manera ingenua, su proyecto de «Estado Mundial» (véase mi libro Historia del globalismo, Sekotia, 2022 y 2025).

El separatismo es un robo. El globalismo es un robo. Esta es la famosa estrategia del divide et impera, es decir, nos quieren fraccionar para controlarnos mejor, en pos no simplemente de una élite catalana sino fundamentalmente de potencias extranjeras que obviamente irían a repartirse el pastel (más allá de su sueño húmedo globalista).

Porque Cataluña -en estos tiempos de globalización positiva -que no que hay que confundir con la aureolar globalista, aunque aquella realidad fundamenta la ideología de ésta- nunca se constituiría como nación política fraccionaria, porque jamás tendría soberanía. Y en caso de que se presentase como Estado independiente esto sólo sería una fachada: una apariencia falaz. En todo caso hablaríamos de nación política fraccionaria si esa región secesionista realmente ha conquistado su soberanía (con mayor o menor potencia).

Pero tal intento, a mi juicio, no fracasaría porque vaya a ser una nación fraccionaria, «una quimera sin sustento histórico» -dice el luchezo afirmando que esto lo podría decir Bueno al contemplar el fracaso de la formación de la nación catalana: «¿Lo veis?»- sino porque Cataluña dejaría de ser parte formal de España para empezar a ser un territorio administrado por potencias extranjeras (Francia, Inglaterra, Estados Unidos, el Vaticano…), y por su puesto por diversas empresas multinacionales.

Si la potencia de la soberanía de España se ha visto mermada durante dos siglos, ¿qué sería de la «independencia» de una nación catalana? Pues no sería absolutamente nada, sólo pura fachada. Aunque más que «una quimera sin sustento histórico», sería más bien una quimera sin sustento político, económico e incluso social, y no digamos geopolítico.

No obstante, si la coyuntura lo permite, si se dan las condiciones, sí sería posible la formación de naciones fraccionarias, que fragmentan a la sociedad y al propio Estado (la nación canónica) del que procedería si llegase a la ruptura. Pero esa no parece que sea la coyuntura para Cataluña.

Y, con todo, el independentismo catalán se trata ni más ni menos que de la mayor amenaza que padece España en nuestro presente en marcha. Y es una amenaza formal, es decir, pública, ya que tiene voz y voto en el seno de la democracia española en el Congreso, el Senado, los parlamentos, las diputaciones y los ayuntamientos, y por supuesto en los medios de comunicación y también en las calles cada vez más ideologizadas.

Pero a esto hay que añadir que si bien los finis operantis de los separatistas es construir una nueva nación política (que sería fraccionaria porque saldría de la ruptura de España en tanto nación canónica), los finis operis serían -como decimos- la creación de una administración dependiente de otras potencias y de determinadas élites «internacionales». Tal vez un paraíso fiscal o algo por el estilo, pero nunca un Estado con verdadera soberanía e independencia.

Dicho de otro modo: los separatistas vendrían a ser, y de hecho ya lo son desde hace muchos años (desde los tiempos del citado Pujol), los tontos útiles de tales potencias y de diversos magnates que quieren repartirse el botín. Aunque desde luego también han sido tontos útiles los políticos de los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP en estos cerca de 50 años de partitocracia coronada (porque Sus Majestades también han sido así de tontos). Tontos… ¿o tal vez traidores de lesa patria?

El Despertar de Minerva afirma que «Bueno define la nación canónica basándose en el éxito histórico, en este caso la persistencia de España, y define la nación fraccionaria en la amenaza a esa unidad. Pensemos una cosa. Por ejemplo, ¿por qué la separación de Portugal en 1640 dio lugar a una nación canónica portuguesa y la hipotética separación de Cataluña sería una nación fraccionaria aberrante?».

El caso de Portugal es bien diferente al de Cataluña, porque Cataluña ha existido siempre como parte formal de España (durante la Edad Media como parte formal del Reino de Aragón) y nunca ha existido como Estado soberano independiente, siempre ha sido una región. Pero Portugal, antes de ser anexionado al Imperio Español en 1580, sí existía como entidad soberana independiente; de hecho era un Imperio. Es decir, Portugal ya existía como nación histórica al menos desde la creación del Reino de Portugal por Alfonso Enríquez tras el Tratado de Zamora el 5 de octubre de 1143; del mismo modo que España –mutatis mutandis– existía, también como nación histórica, antes de la conquista de la Francia napoleónica, y supo conseguir su independencia precisamente transformándose en nación política en 1812, como ya hemos dicho.

Asimismo, nuestro estimado lechuzo comente un anacronismo al afirmar que en 1640 Portugal se transformó en una nación canónica. Como hemos dicho, la primera nación canónica fue Francia tras la Revolución Francesa. Portugal no se transformaría en nación canónica tras emanciparse de España, y no empezaría a serlo hasta 1822 (o 1834) cuando rompe con el absolutismo y el consecuente feudalismo e instaura una constitución liberal, unificándose el territorio a las órdenes de un poder central. Por tanto en 1640 Portugal no podía ser una nación canónica ni, en consecuencia, tampoco una nación fraccionaria al independizarse de la nación histórica española, y no de la nación política española que aún no existía como tal (es decir, como nación política, aunque sí como nación histórica).

  1. Más falacias de hombre de paja       

Sigamos con las falacias lechucillas: «La única respuesta de Bueno es la fuerza de los hechos, es decir, el éxito o fracaso histórico. Pero esto no es una categoría ontológica: es darwinismo político, porque al vestir el éxito militar y estatal con el ropaje de la nación canónica, lo que hace Bueno es cometer la falacia naturalista. Esto es, que lo que ha sobrevivido es lo que debe ser y tiene legitimidad ontológica superior. ¡La hipóstasis de la nazione!, el sujeto oculto».

Nada de esto tiene que ver con la filosofía política de Bueno, simplemente se trata de una pura invención del youtuber. Y al hablar de «darwinismo político» y de «nazione» (en italiano) parece que está insinuando que la teoría política del materialismo filosófico se aproxima al nacionalsocialismo y al fascismo. Como si pensase el lechucillo: «Estos tíos en el fondo son todos una panda de fascistas», cual vulgar podemita.

Para empezar podríamos decir que en ninguna de las páginas de España frente a Europa, España no es un mito y Zapatero y el pensamiento Alicia (los tres libros en donde Bueno expone su Idea de nación) se usan las expresiones «éxito histórico» o «fracaso histórico».

Y en ningún momento Bueno habla de «lo que debe ser» sino del ser, es decir, de lo realmente existente, sin que quiera decir con esto que las naciones que han persistido en el tiempo tengan una «legitimidad ontológica superior» (expresión que chirriaría a Bueno, y a sus «discipulejos»).

Y el colmo de la tergiversación, o más bien el no haber entendido absolutamente nada o no haber querido hacerlo, es afirmar que lo que el materialismo filosófico lleva a cabo es una hipostatización de la nación, como si se pensase que ésta fuese un sujeto metafísico eterno o innamovible que se comporta como una sustancia aristotélica que simplemente va cambiando sus accidentes pero que la esencia permanece la misma.

Reducir la Idea de nación de Bueno a semejantes simplezas es tan burdo como reducir la Idea de Materia ontológico-general al formalismo primogenérico del materialismo grosero o al Ser de Parménides.

Obviamente, ni la nación ni la Idea de nación son eternas; como tampoco es eterna la Idea de Dios, que desde el ateísmo esencial total del materialismo filosófico no es propiamente una Idea sino una paraidea.

Y respecto a lo que dice sobre «el éxito militar y estatal» a través de «la fuerza de los hechos» en el que es posible «el éxito o fracaso histórico», en este caso sobre el éxito, para que haya sido posible la instauración -o si se quiera la imposición- de la nación canónica, podríamos afirmar -para criticar a nuestro pseudocrítico- que por nuestra parte ni por asomo tratamos de deducir, o legitimar, lo que debe ser a partir de lo que es, es decir, justificar los hechos por el mero hecho de haber sido así tras las operaciones militares y políticas; como si lo ocurrido a la fuerza fuese lo que debe ser y por tanto tiene estatus moral (en todo caso lo tendría militar), como si confundiésemos hechos con valores y normas.

Bueno simplemente se atiene a la realidad frente a toda interpretación maniquea, es decir, pensando más allá del bien y del mal, esto es, sin justificar ni condenar: ni reír ni llorar. Eso sí, en defensa razonada (y no fanatizada) de la nación española. Ir contra las simplezas del maniqueísmo no quiere decir abandonar todo espíritu de partido. ¡Lechuzos, hay que definirse! ¡Hay que tomar partido!

Bueno -dice el youtuber- «trata a España como una entidad supraindividual que persiste sustancialmente a través de los siglos». Para el sistemismo de Bunge -continúa- «una nación no es un sujeto o un alma o una esencia, simplemente es un sistema social concreto». Sistemas sociales concretos también lo fueron las ciudades-Estado griegas, e incluso el Imperio Persa o el Imperio Romano. Se trata de una expresión que al decir mucho no dice absolutamente nada, es decir, no diferencia a las naciones políticas de otros sistemas políticos, como por ejemplo los mencionados.

Pero el materialismo filosófico cuando habla de nación (en sus acepciones étnicas y políticas) no se está refiriendo a un sujeto metafísico, y ni mucho menos a un alma o a una esencia hipostatizada. Aunque a saber qué es lo que quiere decir el youtuber con «esencia». Pero para criticar debería estar al tanto de la teoría de la esencia genérica con núcleo, curso y cuerpo que Bueno aplica a la religión y también a la teoría del Estado.

Y negando la continuidad de España -dice el youtuber- como si lo que afirma fuese una auténtica revelación: «Ningún individuo de 1600 vive en 1812 biológicamente. Son sistemas distintos. Discontinuidad de estructura. La estructura de 1600 es estamental, vertical, basada en el vasallaje y la limpieza de sangre. Por su parte, la estructura de 1812 pretende ser igualitaria y contractual. Discontinuidad de mecanismo. El mecanismo de cohesión pasa de la lealtad dinástica, religiosa, a la ley constitucional. De suerte que Bunge argumentaría que no hay sujeto España que viaja en el tiempo. En todo caso, lo que hay es una sucesión de sistemas sociales distintos que ocupan un territorio similar y que heredan ciertos artefactos culturales como el idioma, edificios, etcétera, etcétera, etcétera».

Supongo que nuestro lechuzo podría decir tanto «sujeto España» como «sujeto Alemania», «sujeto Francia», etcétera, etcétera, etcétera. Es decir, no existen las naciones, existen sucesivos (y cabría suponer que simultáneos) «sistemas sociales distintos» que ocupan territorios similares a lo largo de su historia y que heredan ciertos artefactos culturales como el idioma, edificios, etcétera, etcétera, etcétera.

Inmediatamente se dice que «al afirmar que la nación histórica es el sustrato esencial, Bueno -sin darse cuenta- está introduciendo metafísica de contrabando porque está postulando una esencia española que sobrevive al cambio de sus partes violando el principio materialista de que las propiedad emergen de los componentes actuales».

Al insistir en esto puede apreciarse que el lechuzo desconoce la teoría de la esencia genérica del materialismo filosófico y le atribuye a Bueno, por desconocimiento, la afirmación de la existencia de una esencia metafísica exenta de discontinuidades (como si Bueno no hubiese redefinido de Platón el principio de symploké y como si en su artillería de Ideas no contase con la anamorfosis).

Bueno -según nuestro iluminado- no se da cuenta y trafica con metafísica pensando en majaderías como una España eterna y no sé qué más fantasmas. Es obvio que sabemos muy bien, y de hecho es de perogrullo, que España no ha existido siempre ni va a prolongar su existencia hasta la eternidad. No sé por qué clase de idiotas (ensimismados en lo propio sin tener en cuenta nuestro entorno) y de imbéciles (sin bastón) nos ha tomado este señor.

Y sigue llenándose la boca del todo al afirmar que la taxonomía que realiza Bueno es «ad hoc para deslegitimar al adversario político y no una teoría científica de sociología». Por supuesto que no se trata de esto último, porque es una tesis filosófica (y no científica, y no por ello irracional); es decir, Bueno trata la Idea de nación desbordando los conceptos sociológicos e históricos con los que indudablemente tiene que contar. Por lo tanto procura llevar a cabo un saber de segundo grado (filosófico) teniendo en cuenta los saberes de primer grado (científicos).

Cabría decir, por mi parte, que la «crítica» al materialismo filosófico que realiza nuestro iluminado es ad hoc para deslegitimar al adversario filosófico. Por eso digo que no se trata de una crítica sino de una pseudocrítica.

Y sigue con el muñeco de paja: «la unidad sagrada». Y añade: «España no es idéntica a sí misma ni siquiera de un día para otro». ¿Y en qué momento Bueno ha dicho que España es siempre igual a sí misma? «Lo que Bueno llama identidad -continúa malinterpretando el lechuzo- es cohesión sistémica y congelación ideológica».

Y atención a lo que añade: «Y lo que Bunge nos diría es que cuando un filósofo eleva la identidad nacional por encima del bienestar de los individuos biológicos (la salud, la libertad, la cultura…) está cayendo en el holismo totalitario. Y en este sentido, el sistema nación se convierte en un ídolo Moloc al que se deben sacrificar las partes». Como si el bienestar de esos «individuos biológicos» (es de suponer que se refiere a los seres humanos) estuviese al margen de la eutaxia del Estado y por tanto de la perseverancia e incluso prosperidad de la nación política. ¿Acaso el señor lechuzo no está sustantificando, hipostasiando, a esos «individuos biológicos»? ¿Es que el bienestar de los mismos es posible sin necesidad de esa realidad institucional que llamamos Estado, que en este contexto denominamos nación política? ¿No está como insinuando el lechuzo una tesis anarquista o próxima al anarquismo?

Y lo de caer en «el holismo totalitario» es querer criticar al materialismo filosófico atribuyéndole exactamente todo lo contrario de lo que éste afirma. Para empezar habría que decirle a este lechucillo que Bueno cuenta con una teoría holótica referente a los todos y las partes (por ejemplo, no es lo mismo una totalidad atributiva que una totalidad distributiva).

En ontología, al contar con su teoría holótica, ha triturado al holismo tanto como al nihililsmo: el materialismo ontológico es un materialismo pluralista vertebrado por el principio de symploké, donde ni puede afirmase que todo está conectado con todo ni nada está conectado con nada. Por tanto se tritura todo tipo de monismo y desde luego el monismo teleológico porque éste es «la negación del método materialista» (Bueno, Ensayos materialistas, pág. 187). Asimismo, Bueno ha criticado la paraidea de «Estado totalitario». De hecho «holismo totalitario» es una expresión redundante. Vemos que el discurso del lechucillo hay fallas por todas partes.

Y añade el nuestro errado youtuber: «Para el materialismo sistemista, por tanto, las naciones son herramientas para el desarrollo humano, no fines en sí mismas. Si la estructura de una nación impide el desarrollo integral de sus regiones o ciudadanos el sistema debe rediseñarse, no adorarse».

Y en otro vídeo, titulado «La GRAN MENTIRA de la HISTORIA de ESPAÑA: Lo que NADIE te cuenta (ni en la escuela ni en la tele»), como si él tuviese el monopolio del verdadero conocimiento y conocimiento verdadero de la Historia de España, llega a decir nuestro lechucillo criticando la Idea de España de Bueno pero sin mencionarlo: «Por eso la pregunta útil no es “¿qué es España en esencia?” o «el problema de España», sino qué sistemas, qué instituciones, qué relaciones y qué experiencias de la gente corriente han hecho posible y están haciendo posible hoy lo que llamamos España» (https://www.youtube.com/watch?v=n41ZMqhs_mM&t=299s).

Podría ser que nuestro youtuber, aunque en el ejercicio está haciendo una filosofía de la historia de España (porque es inevitable), tratase de darle un enfoque sociológico en la representación. Pero España no se agota en conceptos políticos, institucionales y psicológicos, y ni siquiera históricos, pues en tanto Idea desborda dichas categorías. Pero para esto el lechucillo debería haber conocido la teoría de la esencia genérica, así como la distinción que hace Bueno entre conceptos e Ideas; por no hablar de conocer la Teoría del cierre categorial y la ontología materialista pluralista de los Ensayos materialistas y otros escritos.

Es curioso que nuestro youtuber haga la gracia cuando menciona el nombre de «España» (al grito de «¡español, español!») y ponga una imagen de la película Torrente, donde su protagonista sale en el Valle de los Caídos, como si nuestro youtuber estuviese dando a entender, o al menos insinuando, que «España = Franco». Fórmula que por muy simplista que sea, en rigor bastante estúpida, de hecho ha calado en el imaginario de muchos españoles.

Para esto es muy pertinente que nuestro youtuber y tantos otros lean las primeras páginas del libro El marxismo y la cuestión nacional española de Santiago Armesilla, donde se expone esta fórmula con la pertinente crítica.

  1. Bibliografía

Si me permite el youtuber El Despertar de Minerva, le voy a recomendar unos libros para que se ponga más al tanto de la cuestión y así pueda criticar limpiamente y sin tergiversar, con conocimiento de causa y de primera mano, la teoría sobre el término «nación» que ofrece Gustavo Bueno. O tal vez, quién sabe, por fin la teoría de Bueno le convenza, al leerla de verdad, y cambie su nombre de youtuber por El Triturar del Basilisco. Eso sí, también le recomiendo que no llame a su audiencia youtubera «basilisquillos».

He aquí la recomendación:

-Bueno, G., Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972.

-Bueno, G., Teoría del cierre categorial, Pentalfa, 5 Volúmenes, Oviedo 1992-1993.

-Bueno, G., Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas», Biblioteca Riojana, https://fgbueno.es/gbm/gb91ccp.htm, Logroño 1991.

-Bueno, G., Zapatero y el pensamiento Alicia, Temas de hoy, Madrid 2006.

-Bueno, G., España frente a Europa, Pentalfa, Oviedo 2019.

-Bueno, G., España no es un mito, Pentalfa, Oviedo 2021.

-Bueno, G., El mito de la cultura, Pentalfa, Oviedo 2025.

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