La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (VI)

La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (VI). Adriano Erriguel

¿El comunismo del siglo XXI?

En una entrevista publicada por el diario israelí Haarettz (noviembre 2005) el filósofo franco-judío Alain Finkielfraut declaraba: “el antirracismo será en el siglo XXI lo que fue el comunismo en el siglo XX”. Una afirmación que generó gran polémica. ¿Es el antirracismo el “comunismo del siglo XXI”?[1]

El siglo XX fue el siglo de las grandes “religiones políticas”, siendo el comunismo la de más larga duración; un ideal teóricamente generoso que desembocó en un sistema totalitario. En los regímenes comunistas el terror intelectual estaba a la orden del día, los disidentes eran deshumanizados, relegados como “gentes de antaño”, socialmente cancelados. ¿Alguna similitud con nuestra época?

El nuevo “antirracismo” presenta los rasgos totalitarios de una religión política: autocensura y vigilancia, reescritura del pasado, imposición de un nuevo lenguaje, deshumanización del disidente, exaltación de un nuevo tipo humano, perspectiva mesiánica. Los conceptos impuestos por el wokismo – cultura de la cancelación (cancel culture), racismo sistémico, espacios seguros, apropiación cultural, advertencias sobre contenidos (trigger warning), “fragilidad blanca”, etcétera – responden a ese ideal de higienizar la realidad que es tan típico del totalitarismo. En sus formulaciones más extremas, el dogma de la “diversidad” encubre una idea clave: los blancos deben purgar su pasado y ceder sus puestos a los “racializados”. En el comunismo las llamadas “personas de antaño” (aristócratas, burgueses, disidentes) debían ceder sus puestos al nuevo hombre del proletariado.

Las religiones políticas se sostienen sobre el poder mágico de algunas palabras. Las palabras mágicas tienen dos funciones: la de investir de un aura de infalibilidad a los nuevos amos (los “proletarios”, los “arios”) y la de intimidar a los enemigos. El término “antirracista” sirve hoy para lo primero; la acusación de “racista” sirve para lo segundo. El efecto paralizador de la acusación de racismo es fulminante, desde el momento en que activa reflejos emocionales que bloquean el razonamiento crítico. De ahí deriva la fuerza social del nuevo antirracismo: una ideología tan emocionalmente omnipotente como intelectualmente indigente.

La misión del pensamiento crítico es romper el aura mágica de las palabras, escarbar en el fondo de los conceptos. ¿En qué consiste en realidad el racismo? ¿Y el antirracismo?

Extensión del dominio del racismo 

Cuando un término se hace omnipresente, necesariamente se banaliza y diluye su significado. Con el “racismo” pasa como con el “fascismo”: son dos significantes vacíos que cada cuál rellena a su mejor conveniencia. Fascistas (o racistas) son siempre los otros. Se impone un esfuerzo de clarificación conceptual.

Acudamos en primer lugar al corpus del nuevo antirracismo. El pensador Ibram X. Kendi –teórico estrella de la cosa – nos indica lo siguiente: “yo definiría el racismo como un conjunto de políticas racistas que conducen a la desigualdad racial y se fundan en ideas racistas”.[2]Un razonamiento circular que nos deja más bien en ayunas. Mejor acudir a otras autoridades.

La mejor definición del racismo es – a nuestro entender – la ofrecida en su día por el gran antropólogo francés Claude Lévi-Strauss. Para Lévi-Strauss el racismo es una doctrina precisa que se puede resumir en cuatro puntos: 1) existe una correlación entre el patrimonio genético por una parte, y las aptitudes intelectuales y las disposiciones morales por otra parte 2) ese patrimonio genético – del que dependen aptitudes y disposiciones – es común a todos los miembros de ciertos grupos humanos 3) esos grupos llamados “razas” pueden ser jerarquizados en función de la calidad de su patrimonio genético 4) las diferencias autorizan a las razas consideradas “superiores” a dirigir y explotar a otras razas, eventualmente a destruirlas.[3] 

Podemos completar esta definición con otros dos rasgos que eran centrales en la cosmovisión racial nazi: 5) la consideración del factor racial como la clave explicativa de la historia humana 6) la creencia en que existen “razas puras” que necesariamente degeneran en caso de mestizaje.[4]

Evidentemente, la definición de Lévi-Strauss se compadece mal con el uso extensivo que hoy se hace del “racismo”. Desde el momento en que se endosan las teorías del “privilegio blanco” y del “racismo sistémico”, todo el mundo “no racializado” es racista lo quiera o no. De forma habitual el racismo se confunde con la xenofobia (el rechazo al extranjero) o con el simple hecho de reivindicar una identidad nacional o étnica. En este segundo aspecto el “antirracismo” razona de forma asimétrica: si los blancos reivindican su identidad racial son racistas, pero si los “racializados” reivindican la suya no lo son. Lo cual se justifica mediante una petición de principio: no puede haber simetría entre dos realidades esencialmente asimétricas, la de las “víctimas” racializadas y la de los dominadores blancos; lo cual significa que el “racismo” sólo puede ser blanco.[5] Un axioma que incurre en los vicios que el antirracismo atribuye al racismo: la atribución de aptitudes en función de la categoría racial, la estereotipación de los individuos en función de criterios biológicos. 

Ésto último es, sin duda, el rasgo más intolerable del racismo, lo que le otorga un carácter especialmente repulsivo: la idea de que la biología es una especie de fatalidad, la negación de “la indeterminación relativa del ser humano, que, sobre la base de su constitución hereditaria, es libre de construirse a sí mismo a través de sus elecciones y experiencias vividas”.[6]Lo más intolerable del racismo es esa idea de que el valor del individuo depende del “valor” de su raza, es decir, de una circunstancia fortuita de la que él no es responsable y que él no ha elegido. Cuando el “antirracismo” contemporáneo se comporta de forma mimética a la del racismo que dice denunciar, el “antirracismo” entra en el ámbito de lo intolerable.

¿Es el racismo una “fobia”?

Un rasgo distintivo del pensamiento totalitario es la patologización de la disidencia, es decir, la consideración de los enemigos ideológicos como enfermos mentales.[7] La asimilación del racismo a una “fobia” – a la xenofobia, fundamentalmente– cumple una doble función: por un lado, patologizar el racismo, por otro lado, criminalizar como “racista” cualquier resistencia a las políticas migratorias del capitalismo. Pero por muy repulsivo que sea, el racismo es (como decía Lévi-Strauss) una doctrina precisa, no una patología o “fobia”. La xenofobia, por su parte, puede tener raíces culturales, históricas o religiosas que nada tienen que ver con el racismo. La amalgama interesada entre racismo y xenofobia cumple, en suma, una función estratégica: la imposición del régimen ideológico “diversitario” como dispositivo neoliberal. Una cuestión que conviene ver de cerca.

Normalmente se caracteriza a la xenofobia como “miedo al Otro”. Pero cabría pensar que se trata más bien de un miedo a lo Mismo. Este aspecto – que no es evidente de entrada– ha sido justamente subrayado por el filósofo y científico francés Jean-Pierre Dupuy.[8]

Para Dupuy, de lo que los hombres sienten miedo es de la indiferenciación. Ello es así porque “la indiferenciación es siempre el signo y el producto de la desintegración social. ¿Por qué? Porque la unidad del todo supone su diferenciación, es decir, su conformación jerárquica. La igualdad, que por principio niega las diferencias, es la causa del temor mutuo. Los hombres tienen miedo de lo Mismo, y la fuente del racismo está ahí”. Desarrollando esta idea, Alain de Benoist escribe lo siguiente: “el miedo a lo Mismo suscita rivalidades miméticas sin fin, y el igualitarismo es, en las sociedades modernas, el motor de esas rivalidades en las que cada cual busca hacerse “más igual” que los otros. Pero al mismo tiempo, el miedo al Otro se añade al miedo a lo Mismo, produciendo un juego de espejos que se prolonga hasta el infinito. Así, puede decirse que los xenófobos son tan alérgicos a la identidad “otra” de los inmigrantes (ya sea real o fantasmal) como, inversamente, a cuanto en ellos hay de no-diferente, que el xenófobo experimenta a su vez como potencial amenaza de indiferenciación. En otros términos, el inmigrante es considerado como una amenaza, al mismo tiempo, como persona asimilable y como persona no asimilable”.[9]La pregunta es ¿puede considerarse ese sentimiento una patología?

En uno de sus ensayos, el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han califica justamente a nuestra era como un “infierno de lo Igual”. El capitalismo absoluto desarraiga al hombre y lo reduce a un átomo sin raíces; exalta al “Otro” pero lo reduce a lo Mismo; defiende la “autenticidad”, pero crea una sociedad de clones. Porque cuanto más iguales sean las personas, más aumenta la producción. En ese contexto, la “diversidad” es un trampantojo, un simulacro. “Como término neoliberal, la diversidad es un recurso que se puede explotar. De esta manera se opone a la alteridad, que es reacia a todo aprovechamiento económico”.[10]Bajo el eslógan del multiculturalismo se instaura una sociedadtan multirracial como monocultural. La llamada “xenofobia” – y el mal llamado “racismo” – encubren en realidad un rechazo al reino de la indiferenciación, al imperio de lo Mismo. Más que a patologías o “fobias” originadas en trastornos psicológicos, asistimos aquí a los desajustes sociales producidos por el multiculturalismo en su imposición forzosa.

¿Integración o asimilación? 

La exaltación ideológica del Otro – el “Otrismo”, omnipresente en el discurso oficial – está plagada de contradicciones. Veamos. 

No parece muy coherente exaltar al “Otro” para a continuación pedirle que se diluya en lo Mismo. Esa es la contradicción insoluble del antirracismo igualitarista, liberal e ilustrado. Asistimos aquí a un doble fracaso: al de las políticas de asimilación “republicana” (modelo universalista francés) y al de las políticas de integración “multicultural” (modelo comunitarista anglosajón). 

El ideal de la asimilación – defendido hoy por la derechasistémica– responde, en el fondo, a una nostalgia por la homogeneidad perdida. En la práctica se reduce a una flácida invocación a los “valores comunes” del país de acogida. Pero este discurso provoca un doble rechazo: el de los autóctonos (que siguen temiendo el fin de su identidad nacional) y el de las poblaciones “racializadas”, reacias a asimilarse a unos valores que perciben (justamente) como foráneos. Además ¿qué valores son esos?: ¿la “tolerancia”? ¿el aborto? ¿la cabalgata LGTBIQA? ¿Quién querrá morir en el futuro por la bandera arco iris? Dudoso atractivo el de un sistema de valores que sólo ofrece el Vacío y una promesa de auto-construcción narcisista a través del shopping identitario. 

No menos fracasado resulta el modelo “multicultural”, el de la aglomeración (“inclusión”) de comunidades que poco tienen que ver entre sí. Este modelo responde a una idea de separación absoluta entre lo público y lo privado: no se le pide al migrante que asimile los valores de la mayoría, basta con que respete la legalidad mientras en privado mantiene sus costumbres. Resultado final: un sistema fragmentado en sociedades paralelas; una sociedad multirracial y multiracista.[11]

Estos dos modelos “clásicos” han entrado en crisis y no hay nada en el horizonte que venga a sustituirlos. Asistimos al fin del “antirracismo” tal y como lo habíamos conocido. Se trata, en el fondo, de una rebelión contra el universalismo occidental, impulsada por ese miedo a lo Mismo que apuntaba Jean-Pierre Dupuy. “Tras dos siglos de intentar negar las singularidades y las diferencias, éstas retornan de forma convulsiva. Negado en su singularidad, el “Otro” retorna de una forma tan brutal como inaceptable. Y de la forma en la que menos esperábamos” (Alain de Benoist).[12] El pensamiento decolonial, el indigenismo y la ideología Woke no sólo no niegan o relativizan la existencia de las razas, sino que hacen de ellas el principal fundamento de la identidad. El nuevo antirracismo no se presenta como una exigencia de “igualdad”, sino como una exigencia de preservar la cultura, la identidad y las formas de vida de los “racializados”. El ser humano huye de la indiferenciación y de forma espontánea se reconoce en los suyos, se asocia a los que son como él. Es el retorno intempestivo de la raza.[13]

Etnopluralismoversusracismo

El posmodernismo universitario erige montañas de doctos estudios para parir ideas de ratón. Una de ellas es la idea de que la raza es un “constructo social”. 

¡Pues claro que “la raza” es un constructo social! Todo conocimiento exige crear categorías convencionales – ergo constructos sociales – para ordenar la realidad. El “tiempo” es un constructo social. La “gravedad” es un constructo social. La “riqueza” y la “pobreza” son constructos sociales, lo que no implica que sean imaginarias o que no tengan contacto alguno con la realidad. ¿Por qué habría de ser en eso diferente la idea de “raza”?

Lo mismo cabe decir de la crítica posmodernista al “esencialismo” y a la “esencialización”. “¿Cómo evitar esencializar – escribe el filósofo Michel Onfray – si para existir el lenguaje necesita esencializar? Sin esencialización no hay significante, sin significante es imposible cernir el significado, y no hay por tanto ninguna posibilidad de pensar, de intercambiar, de dialogar”.[14] El mumbayumba universitario – engendrado para intimidar a los tontos –  funciona como complemento indispensable del rodillo turbocapitalista: borrar la memoria, desacreditar el pasado, deconstruir cualquier idea que pueda presentar una resistencia a la ideología dominante. Si todo lo que se ha pensado, escrito, pintado, esculpido, filmado o representado hasta ahora es producto del “racismo sistémico” – o de la “homofobia”, o del “heteropatriarcado” – la vía está expedita para el gran reseteo globalista. Al negar a la raza su valor descriptivo, la izquierda posmoderna coadyuva en ese proyecto de deconstrucción. Pero rechazar esta manipulación no implica, evidentemente, validar el racismo.

La cuestión es la siguiente: ¿cómo respetar la alteridad de los seres humanos y desechar al mismo tiempo el racismo? El etnopluralismo– también llamado etnodiferencialismo – es un intento de responder a esta pregunta. 

Cuando buscamos en Wikipedia la palabra “etnopluralismo”, leemos que se trata de un proyecto de “apartheid global” equivalente al “neofascismo”. Una definición ideal para espantar curiosos, pero la realidad es algo diferente. Lejos de tratarse de un nuevo racismo, la concepción etnopluralista se presenta como una crítica radical del racismo… y del “antirracismo” sistémico. Ahí reside el problema.

La palabra “etnopluralismo” fue acuñada en 1973 por el sociólogo alemán Henning Eichberg, en oposición al etnocentrismo occidental y en apoyo a los movimientos de liberación en el Tercer mundo.[15]Pero fue la llamada “Nueva derecha” francesa – con Alain de Benoist como teórico principal – la que en los años 1980 sistematizó el concepto. Éste se puede sintetizar en dos ideas básicas: 

–      Frente al racismo, existe un antirracismo universalista (el que trata de reducir el “Otro” a lo Mismo) y un antirracismo diferencialista (etnopluralismo) que considera que el valor de la humanidad reside en su irreductible pluralidad. 

–      La lucha contra el racismo no pasa por negar las razas, ni por fundirlas en un conjunto indiferenciado, sino por el doble rechazo de la exclusión y de la asimilación: “ni apartheid, ni melting-pot: aceptación del otro como otro, desde una perspectiva dialógica de enriquecimiento mutuo”.[16]

La fuente de inspiración de este etnopluralismo – o antirracismo diferencialista–son las ideas sobre la raza, la historia y la cultura que fueron expuestas – para sorpresa y escándalo de muchos – por Claude Lévi-Strauss en respuesta a una invitación de la ONU.

Raza e Historia

La colaboración de Claude Lévi-Strauss en las campañas antirracistas de la UNESCO es un episodio con cierta gracia. Los burócratas de Nueva York seguramente esperaban un puñado de prosas institucionales, pero el padre del estructuralismo – que no era el tipico universitario de servicio – les hizo un regalo que no esperaban. 

Redactado en 1950 a petición de la UNESCO, el texto “Raza e Historia” de Lévi-Strauss se convirtió, de forma casi inmediata, en un clásico del antirracismo. Lévi-Strauss no negaba la existencia de las razas biológicas, pero sí negaba la existencia de capacidades específicas de cada raza, así como que existiese una relación de causalidad entre la raza y los logros culturales de cada pueblo. Como defensor de cierto relativismo cultural, el célebre antropólogo negaba la existencia de un paradigma absoluto sobre el que “calificar” las culturas (no hay culturas “superiores” e “inferiores”) y, en la línea de Franz Boas, resaltaba la importancia del “entorno” (geográfico, sociológico) a la hora de explicar los logros de cada una de ellas. Lo cual se adecuaba bien al propósito antirracista de la UNESCO. No obstante, el autor introducía algunas notas discordantes. 

Levi-Strauss estaba lejos de ser un progresista. El progreso humano – venía a decir – no es una subida de escalera en la que cada peldaño o conquista está asegurada, sino una serie simultánea de juegos de azar: lo que se gana en un tablero se puede perder sobre otro. A efectos onusinos no debió de sentar bien su rechazo a la idea de una “civilización mundial”. “La noción de civilización mundial – escribía – es muy pobre, esquemática, su contenido intelectual y afectivo no ofrece gran densidad; (…) es difícil entrever cómo una civilización podría esperar obtener provecho del estilo de vida de otra, a menos que renuncie a ser ella misma; (…) la verdadera contribución de las culturas consiste no en su lista de invenciones particulares, sino en la distancia diferencial que ofrecen entre ellas; (…) no hay, y no puede haber, una civilización mundial en el sentido absoluto que se le da a ese término, porque la civilización implica la coexistencia de culturas que ofrecen entre ellas el máximo de diversidad, y consiste incluso en esa coexistencia”.[17] Una profesión de fe anti-globalista y anti-mundialista avant la lettre.

Pero cuando Lévi-Strauss remató la faena fue en 1971, cuando la UNESCO le invitó a pronunciar una conferencia en la apertura del Año mundial de lucha contra el racismo.

Raza y Cultura

En su texto “Raza y Cultura” el autor de “Tristes Trópicos” corrigió su posición de veinte años antes al reivindicar el vínculo entre raza y cultura. “Cada cultura – escribe Levi-Strauss – selecciona aptitudes genéticas que, por retroacción, influyen sobre la cultura que en primer término había contribuído a su refuerzo”.[18] Dicho de otra manera, no es que la cultura sea un resultado del patrimonio genético, sino que el patrimonio genético está condicionado, en su orientación y resultados, por el despliegue de las formas y hábitos culturales. Y ello es así porque cuando las culturas se especializan, potencian determinados rasgos genéticos que, a su vez, influyen sobre la cultura; la cultura y la herencia genética se retroalimentan, viene a decir Lévi-Strauss, si bien la primera evoluciona a un ritmo mucho más acelerado que la segunda. Consecuentemente, el antropólogo francés hacía un llamamiento a una “colaboración positiva” entre especialistas de genética y etnología, lo que suponía un serio correctivo a la doctrina oficial que excluye los factores genéticos en la formación de las culturas.

A partir de ahí ¿cómo articular una lucha efectiva contra el racismo?

Lévi-Strauss desconfiaba de las retóricas buenistas y autocomplacientes. Los prejuicios raciales y el etnocentrismo – venía a decir – son constantes antropológicas del hombre. De su experiencia como etnólogo extraía la conclusión de que “la tolerancia recíproca supone dos condiciones que las sociedades contemporáneas están lejos de alcanzar: una igualdad relativa, por una parte; una distancia física suficiente, por la otra”. Es decir, las culturas precisan para desarrollarse no sólo la comunicación entre ellas, sino también cierto grado de antagonismo. Para Lévi-Strauss, las grandes épocas creadoras fueron aquellas en las que la comunicación era lo bastante fuerte como para mantener los estímulos entre las culturas, y lo suficientemente difícil como para no anular las diferencias entre ellas. Y añadía: “no es posible a la vez fundirse en el goce del otro, identificarse con él, y mantenerse diferente. Plenamente conseguida, la comunicación integral condena a corto o medio lazo la originalidad de mi creación y de la suya”. Conclusión: el ideal angélico de aceptación ilimitada entre todos los hombres no es aceptable ni siquiera como ideal. El fin de la diversidad es también el fin de la civilización creadora, tras la cual la humanidad se verá abocada a ser la “consumidora estéril de los valores que creó en el pasado, capaz únicamente de producir obras bastardas, invenciones groseras y pueriles”.[19]¿Algún parecido con nuestra época? 

El pronóstico de Lévi-Strauss era sombrío. En un giro premonitorio, el gran antropólogo vislumbraba el gran mal de nuestra época: la utopía de la perfecta transparencia, ese “exceso de positividad” (Byung Chul-Han) que deriva de la sobreabundancia de lo idéntico, y que a nivel personal conduce a la depresión y a nivel social a la entropía.[20]El “infierno de lo Igual” produce monstruos. Con un problema añadido: el hombre es un animal territorial y (por mucho que les disguste a las almas bellas) es “racista” por naturaleza. Sólo un delicado equilibrio entre la cercanía y la distancia permite corregir ese racismo espontáneo. Pero los equilibrios están hoy a punto de saltar. 

“Los odios raciales del presente – aunciaba Lévi Strauss – son una pobre imagen del régimen de intolerancia exacerbada que amenaza con implantarse mañana”. Los burócratas de la ONU debieron de quedarse con la boca abierta. 

Etnopluralismo: ¿racismo 2.0.?

En sus diferentes formulaciones, el etnopluralismo se apoya en los dos grandes temas de Lévi-Strauss: la diversidad humana es un bien en sí; su mantenimiento depende de un juego de equilibrios entre cercanía y distancia. De ahí la necesidad de una “ecología humana” que preserve las diferentes maneras de “ser hombre” amenazadas hoy por la globalización. Pero a decir de sus críticos, el etnopluralismo es sólo una máscara del racismo; al sustituir la biología por la cultura, el etnopluralismo conduce a las mismas consecuencias de rechazo al “Otro”. ¿Qué hay de cierto en esta acusación?

El crítico más perspicaz del etnopluralismo ha sido, seguramente, el politólogo francés Pierre-André Taguieff. A mediados de los años 1990 Taguieff mantuvo una polémica con el teórico neoderechista Alain de Benoist, una esgrima dialéctica exenta de aspavientos moralistas. Básicamente, lo que Taguieff venía a decir es que el etnopluralismo es en realidad un racismo diferencialista: heterófilo en sus temas y argumentos (es decir, amigo de las diferencias) pero fundamentalmente mixófobo en su voluntad de perpetuar esas diferencias, impidiendo las mezclas y “blindando” la separación entre culturas. Por su parte, lo que Benoist venía a decir es que sus adversarios son fundamentalmente racistas heterófobos, en la medida en que pretenden erradicar las diferencias en el crisol de una gran civilización universal, a través de la mezcla, la igualación y la aculturación. Para el teórico neoderechista esa heterofobia no se manifiesta “hacia afuera” sino más bien “hacia dentro”, en una actitud de rechazo o etnomasoquismo de los europeos hacia sí mismos.[21]Pero la discusión – enrevesada de por sí – podía complicarse aún más.

Señala Alain de Benoist que la descripción de un “racismo diferencialista” plantea problemas insolubles. Si el racismo puede enunciarse tanto en el registro de la heterofiliaraciofilia (amor a las “razas”) como de la heterofobiaraciofobia (negación de las razas) la definición de antirracismo se hace problemática. Atrapado entre los imperativos contradictorios de luchar a la vez contra la fobia hacia el Otro y contra la apología excesiva de la diferencia, el antirracismo se ve abocado a una antinomia irresoluble entre la lógica de la asimilación y la lógica de la diferenciación. Una contradicción, como ya hemos visto, que hoy ha estallado con las “políticas de identidad” del nuevo antirracismo. Los antirracistas tradicionales (liberalesigualitarios,universalistas) acusan de “racistas” a la nueva izquierda (decoloniales, indigenistas, wokistas) porque pretenden “encerrar” a los individuos en comunidades. Los antirracistas identitarios acusan de “racistas” a los antirracistas liberales, porque éstos pretenden ignorar o diluir las diferencias. Hemos llegado a tal punto de confusión que hoy todo el mundo es, ha sido o será “racista”.[22]

¿Es el etnopluralismo una forma disimulada de racismo?

Raza y cultura son cosas diferentes y no parece probable que puedan intercambiarse sin más. Una identidad basada en la raza es una identidad “cerrada”, físicamente mensurable, estática, excluyente, mientras que una identidad basada en la cultura es necesariamente abierta, evolutiva, sujeta a variaciones. Una acusación habitual contra el etnopluralismo es la de “absolutizar las diferencias”. Aquí cabe oponer una objeción de tipo lógico: es imposible una “absolutización de la diferencia” que no sea en sí misma contradictoria. Porque quien dice “diferencia” dice necesariamente comparación entre conmensurables. No se difiere sino por comparación con “Otro”, que es percibido como diferente. Una diferencia que se erija en absoluto ya no es una diferencia, por eso el etnopluralismo precisa de una concurrencia de culturas y formas de vida diferentes.[23]El etnopluralismo es – en cierto modo– un multiculturalismo internacional, frente al multiculturalismo intra-estatal que azuza a unos grupos étnicos contra otros. 

Desde una perspectiva diferencialista, el mundo en que vivimos no es un universo sino un pluriverso. Por eso el etnopluralismo se sitúa en oposición frontal al universalismo, un punto en el que coincide (la excepción no hace la regla) con el indigenismo y con la crítica decolonial.

Barrido de escombros

Como todas las modas procedentes de Estados Unidos, el antirracismo identitario (indigenismo, wokismoBlack Lives Matter) se ha extendido por Europa. La situación de los negros americanos – extrapolada al resto del mundo – es ya el patrón universal para todos los problemas raciales. La migración en masa adquiere la dimensión de una colonización a la inversa, desde el momento en que los recién llegados importan sus costumbres, sus valores, sus formas de vida. El ideal de igualdad cede ante el de identidad y el ideal de asimilación ante el de inclusión. Los “racializados” recuperan la vieja noción de raza. La francesa Houria Bouteldja – fundadora del movimiento (cortejado por la izquierda) “Indígenas de la República– escribía en 2016: “yo pertenezco a mi familia, a mi clan, a mi barrio, a mi raza, a Argelia, al Islam”.

¿Qué conclusión sacar de todo ello?

Asistimos a un fenómeno inédito que la filósofa francesa Chantal Delsol denomina “el crepúsculo de lo universal”. Las ideas de Verdad universal y de Humanidad unificada han perdido su capacidad de atracción. Su base cultural era la religión monoteísta, hasta que la ideología del progreso tomó el relevo. En la actualidad – constata Delsol – “la religión del progreso – gran motor de la modernidad – ya no moviliza a las masas, y el individualismo occidental, liberal y mundialista se encuentra frente a culturas que lo combaten en nombre de formas diversas de holismo y de arraigo”.[24]¿Es eso necesariamente malo?

El problema no es la negación del universalismo, sino las formas que esa negación adopta. Durante demasiado tiempo el universalismo funcionó como una máquina de aculturación y estandarización del mundo. Las nuevas políticas identitarias son, en gran medida, la rebelión de las singularidades y diferencias que el universalismo había intentado erradicar. El problema de esta rebelión es que adopta una forma de venganza, de impulso puramente negativo, de deconstrucción. Pero la deconstrucción termina, necesariamente, con un barrido de escombros para hacer sitio a una nueva construcción. El problema de las políticas identitarias – decolonialismo, wokismo, indigenismo – es que son todo lo contrario de lo que dicen ser. Son, en realidad, un instrumento del mundialismo aculturador, igualador y estandarizador, mucho peor que el viejo universalismo. Con su política de tabla rasa, estas ideologías deconstructoras despejan el camino hacia el “gran reseteo” turbocapitalista, hacia el hombre desarraigado y genérico. ¿Qué actitud tomar ante ellas? 

Las críticas contra las políticas identitarias suelen partir de postulados fallidos. Formuladas por intelectuales conservadores, por liberales clásicos y progresistas a la vieja usanza, estas críticas se refugian en las letanías universalistas de igualdad ante la ley, de ciudadanía, individualismo, etcétera. Es decir, se dedican a invocar justamente lo que está en crisis. Pero es inútil invocar unos “valores comunes” que suenan como fórmulas vacías. Es inútil proclamar que “las razas no existen” cuando los “racializados” recuperan el concepto por la puerta de atrás. Es inútil responder a las políticas de identidad con una negación de la identidad, porque ésta responde a una pulsión elemental del ser humano. La respuesta debe estar en otro lado.

Europa está en la primera línea de esa batalla. Frente a las llamadas a “des-emblanquecer” la sociedad, la historia y la cultura del viejo continente, Europa tiene la opción de  responder con una afirmación de su identidad específica. Aquí es donde el etnopluralismo tiene mucho que aportar.  

El etnopluralismo parte de una reflexión sobre el ethnos, que es una realidad más amplia y compleja que la “raza”. El ethnos integra componentes de orden biológico, sí, pero no se reduce a ellos, y es ajeno al espejismo de las “razas puras”. El ethnos integra elementos de historia, de memoria, de cultura, y – tal y como se deduce de su etimología – cristaliza ante todo en una actitud ética (ethos), en una forma de ser y de estar en el mundo. Existe un ethnos europeo y existen los ethnos de los diferentes pueblos de Europa. “Frente al identitarismo racialista, no es el universalismo lo que hay que oponer, sino una concepción positiva de la identidad, fundada en la cultura y en la historia” (Alain de Benoist).[25]Una identidad europea de base que – ocioso es decirlo – discurre por cauces ajenos a los del tinglado burocrático-institucional de Bruselas.

La parte maldita

Desde un enfoque etnopluralista, debería quedar claro que el mestizaje no es un problema en sí; el problema es la ideología del mestizaje, es decir, la idea de que por definición el mestizaje contiene un plus moral, de que es necesario y debe ser promovido. Entre mestizaje y xenofobia ¿hay alternativa posible?

Lévi-Strauss abogaba (literalmente) por cierta “impermeabilidad” entre culturas y lo formulaba así: “es deseable que las culturas se mantengan diversas y que se renueven en la diversidad. El precio a pagar es que las culturas, apegadas cada una a un estilo de vida y a un sistema de valores, defiendan sus particularismos; y esta disposición es sana, y de ninguna manera – como se nos quiere hacer creer – es patológica. Cada cultura se desarrolla gracias a los intercambios con otras culturas, pero es preciso que cada una oponga cierta resistencia, si no ya no tendrían nada específico que intercambiar”.[26]

¿Significa todo ello legitimar la xenofobia? Rotundamente no. La xenofobia no es deseable de ninguna manera; lo que no equivale a decir que la xenofilia deba ser obligatoria. Dicho de otro modo: el ser humano cultiva de manera natural la vecindad de aquellos que viven como él.  El deseo de vivir entre los que se asemejan a uno – y desear que las cosas permanezcan así – es una opción legítima; ni es una enfermedad ni es un crimen. El mestizaje no es un deber, sino un derecho u orientación posible, entre otras muchas.

¿Qué función atribuir entonces a la idea de “raza”?

Raza y cultura son realidades diferentes. Pero la evolución cultural y la evolución orgánica – decía también Lévi-Strauss – son solidarias.[27] Si bien la distancia genética objetiva entre las razas es relativamente débil, la “distancia subjetiva, la experimentada como tal por los individuos y transcrita mecánicamente por el juego de los instintos en las relaciones sociales, será siempre una distancia enorme”.[28]Guste o no guste a las almas bellas, la solidaridad clánica sobre base racial es una institución social espontánea. Las políticas identitarias del nuevo antirracismo nos sitúan ante esta parte maldita, ante este aspecto de la realidad que se había querido obviar. ¿Debe la realidad ser corregida? Aquí entra en juego una llamada al realismo, a mantener siempre presente esa proporción entre cercanía y distancia, entre afinidad y antagonismo, entre cierre y apertura a la que se refería Lévi-Strauss.

Las sociedades no tienen que ser necesariamente homogéneas, pero sí coherentes en su estructura interna. La preservación de uno mismo exige cierta distancia, y en ese sentido todas las culturas son “etnocéntricas”. La primera condición para amar al prójimo consiste en no detestarse a uno mismo. 

(continúa…)


[1]Alain Finkielkraut, entrevista en Haarettz, 18 noviembre 2005. La expresión fue retomada por el escritor Renaud Camus en su libro Le Communisme du XXI Siècle. Éditions Xenia 2007. 

[2]Respuesta ofrecida por Ibram X. Kendi en el debate “Cómo ser antirracista” en el Aspen Ideas Festival 26 junio 2019. Fuente: Pierre Valentin, “L´Idéologie Woke. Anatomie du Wokisme”

https://www.fondapol.org/etude/lideologie-woke-1-anatomie-du-wokisme/

[3]Claude Lévi-Strauss/Didier Éribon, De Près et de Loin. Odile Jacob 2008, p. 208. 

[4]Conviene precisar: la creencia en que las razas son el elemento explicativo de la historia (la llamada “teoría racial”) no implica, por sí sola, una concepción racista. La teoría racial se limita a distinguir y clasificar, no a jerarquizar. El racismo resulta más bien de la fusión entre la “teoría racial” y la creencia en la desigualdad cualitativa de las razas humanas (Alain de Benoist, “Racisme: remarques autor d´une définition”, en Racismes, Antiracismes, coordinado por André Béjin y Julien Freund. Meridiens Klincksieck 1986, pp. 214-215).   

[5]En la falacia por petición de principio (petitio principii) se asume como algo evidente aquello que uno tendría que demostrar. El “razonamiento circular” es una forma particular de petición de principio. 

[6]Alain de Benoist, Obra citada, p. 220.

[7]La tendencia a patologizar la disidencia tiene su origen en una de las fábulas del liberalismo: la consideración de que todo mal social tiene un fondo irracional.  

[8]Jean-Pierre Dupuy, “La science? Un piège pour les antiracistes!”, en Le Nouvel Observateur, 26 marzo 1992, pp.20-21.

[9]Alain de Benoist, “El derecho a la diferencia”. En el volumen El derecho a la diferencia, para acabar con el racismo. Ediciones Fides 2015, p. 57. 

[10]Byung-Chul Han, La expulsión de lo distinto. Herder 2017, p.38. 

[11]“Cualquiera que sea el trabajo de propaganda, de formación o de educación emprendido por un poder que se reivindique antirracista, toda sociedad multirracial estará constantemente amenazada por la aparición de racismos concurrentes – tanto más la sociedad será multirracial, tanto más las razas que la componen formarán grupos manifiestamente distintos, y más esa sociedad será racista”. Michel Drac, “La Question Raciale”, en Essais.Le Retour Aux Sources 2013, p. 319.

[12]Alain de Benoist, “Pour une critique positive de l´indigenisme”.  En Éléments pour la civilisation européenne nº 187, diciembre-enero 2021, p.81. 

[13]En su recuperación de la “raza”, los antirracistas tratan de embarullar las pistas al afirmar que su uso de ese término no remite a una realidad biológica, sino a una “construcción social”. Un sofisma que no consigue ocultar lo que hacen en la práctica: categorizar a las personas por el color de su piel.

[14]Michel Onfray, Miroir du nihilisme. Houellebecq éducateur.Éditions Galilée 2017, pp. 94-95. 

[15]Martin Lichtmesz. Ethnopluralismus-Kritik und Verteidigung.Verlag Antaios 2020, pp.269-282. 

[16]Manifeste pour une Renaissance Européenne. GRECE 2000, pp. 70-72.

[17]Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Race et Culture. Albin Michel/Éditions-Unesco. 2001, pp.109-112.

[18]Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Race et Culture. Albin Michel/Éditions-Unesco. 2001, p. 161. “La cultura no está en función de la raza, sino que la raza es una función – entre otras – de la cultura”.

[19]Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Race et Culture. Albin Michel/Éditions-Unesco. 2001, p.172. 

“Los beneficios que las culturas obtienen de sus contactos provienen en gran parte de sus diferencias cualitativas. Pero en el curso de esos intercambios, esas diferencias disminuyen hasta abolirse. ¿No es eso acaso lo que está pasando?” (Claude Lévi-Strauss/Didier Éribon, De près et de loin.Odile Jacob 2008, p. 206). 

[20]Es la entropía social que – según pronosticaba Arthur de Gobineau (1816-1882) – a través del mestizaje universal conduce a la uniformización y a la muerte. Lévi-Strauss compartía más de un enfoque con el autor del “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, del que reivindicaba su modernidad y agudeza frente a los divulgadores medio-cultos que retratan a este gran escritor, viajero y diplomático como una especie de precursor de Hitler. Gobineau escribió su famoso ensayo, entre otras cosas, para demostrar que las “razas puras” habían desaparecido para siempre.

Jacques Bressler, Lire Gobineau aujourd´hui.Pierre-Guillaume de Roux 2019. 

[21]Rodrigo Agulló, Disidencia Perfecta, la “Nueva derecha” y la Batalla de las Ideas. Áltera 2011, p. 356. 

[22]“El racismo y el antirracismo intercambian sus roles, la xenofobia se convierte en xenofilia y la heterofobia en heterofilia, el racismo se está declinando en todas sus formas hasta convertirse en un “racismo sin razas”, el antirracismo se escinde entre un “antirracismo universalista, igualitario/asimilacionista mixófilo” – que tiene como objetivo erradicar las diferencias y definir el racismo como la absolutización de estas diferencias–, y un “antirracismo diferencialista y heterófilo”, que erige las diferencias en valores intrínsecos y define el racismo como la voluntad de hacerlas desaparecer. (…) El lector, invadido por el vértigo, puede que tenga la sensación de haberse perdido algo…” (Alain de Benoist, El derecho a la Diferencia, para acabar con el racismo. Ediciones Fides 2015, p.127, traducción de Jesús Sebastián Lorente). 

[23]Rodrigo Agulló, Disidencia Perfecta, la “Nueva derecha” y la Batalla de las Ideas. Áltera 2011, p. 357.

[24]Chantal Delsol, Le crépuscule de l´universel.La Cerf 2020, p. 9. 

Un ejemplo reciente de “crepúsculo de lo universal”: la llamada “Ley contra el separatismo” – presentada en Francia en invierno 2021– introdujo el debate sobre el llamado “separatismo islámico” en el seno de la República, la segregación voluntaria de parte de la población que se rige por sus propios códigos de valores.    

[25]Alain de Benoist, “Pour une critique positive de l´indigénisme”. En  Éléments pour la civilisation européenne, nº 187, diciembre-enero 2021, p. 85. 

[26]Claude Lévi-Strauss/Didier Éribon, De près et de loin.Odile Jacob 2008, p.207.

[27]Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Race et Culture. Albin Michel/Éditions Unesco 2001, p.  174

[28]Michel Drac, “La question raciale”, en Essais, Le Retour Aux Sources 2013, p.  319

Top