La revolución de 1848 (III)

La revolución de 1848 (III). Daniel López Rodríguez

Revolución en Austria

En Viena los trabajadores levantaron barricadas el 13 de marzo, lo que provocó la dimisión y la consecuente huida hacia el exilio en Londres del histórico y odiado canciller Klemens von Metternich (el artífice del orden conservador, absolutista, de 1815). De modo que Fernando I, el rey Habsburgo, se vio forzado a nombrar ministros burgueses y aceptar la formación de una asamblea constituyente. Fernando I abdicó la corona en Francisco José.

Desde entonces hasta el mes de noviembre hubo en Austria hasta cuatro gobiernos que nominalmente eran liberales: del 17 de marzo al 4 de abril gobernó el conde Franz Anton Kolowrat, del 4 de abril al 3 de mayo lo haría el conde Karl Ludwig von Ficquelmont, del 3 de mayo al 8 de junio el barón Franz von Pillersobrf, y del 19 de julio al 20 de noviembre el barón Johann von Wessenberg. Desde entonces Austria quedó bastante debilitada para solventar las cuestiones alemanas (lo que haría que en tal asunto tomase el relevo Prusia; que a la postre, poco más de 20 años después y desde «la reacción», reunificaría a los Estados alemanes salvo precisamente a Austria).

En Austria, además del componente liberal, la revolución tenía un fuerte impulso nacionalista, lo que hacía peligrar la eutaxia de un Estado tan multinacional como el de los Habsburgo. La base social del movimiento se correspondía con las clases medias (burguesía) pero también había elementos de las clases altas (aristocracia, sobre todo en Hungría). No se trataba, a diferencia de Francia, de una revolución impulsada por las clases populares.

Engels respondió la exigencias de Bakunin de liberar a los eslavos que estaban bajo el yugo de Austria: «¡Ni por asomo! A esa fraseología sentimental que nos habla de fraternidad en nombre de las naciones más contrarrevolucionarias de Europa, nosotros contestamos que la rusofobia, el odio contra Rusia, era y sigue siendo la primera pasión revolucionaria de todo alemán; que desde la revolución, a este odio ha venido al universo la checofobia y la croatofobia, el odio contra esos pueblos eslavos, contra los cuales habremos de unirnos en decidida acción terrorista con los polacos y los magiares, si queremos asegurar la revolución. Ahora sabemos ya dónde están concentrados sus enemigos: en Rusia y en los pueblos eslavos de Austria y no habrá frases ni apelaciones a ningún vago porvenir democrático de esos países bastantes a disuadirnos de que trataremos como enemigos a los que son nuestros amigos». Engels concluye jurando total enemistad al «pueblo eslavo traidor a la causa de la revolución» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 174).

Asimismo también se dieron conflictos entre los grupos no católicos contra las confesiones católicas del Imperio, cuestión que se mezcló con las diferencias ideológicas y nacionales. Ya en 1846 se produjo un levantamiento de la nobleza de Galitzia, la zona de Polonia que Austria se había anexionado en el reparto de este país. Un levantamiento campesino hizo entender a los nobles que la eutaxia del Imperio era la mejor garantía de mantener sus privilegios.

Así pues, la revolución en Austria, núcleo de la restauración de 1815, hizo posible que se produjesen intentos revolucionarios sin temor de una intervención austriaca en los Estados alemanes, italianos y también de los húngaros en Budapest y de los checos en Praga, así como los croatas.

En estos intentos revolucionarios se pedía la independencia nacional y no un constitucionalismo, aunque éste parecía lo más viable hacia la independencia nacional porque atentaba contra la autocracia dinástica de los Habsburgo. El ejército ruso salió en ayuda de sus aliados de cara a aliviar la presión que estas naciones étnicas (que pretendían ser naciones políticas en tanto naciones que pedían un Estado soberano) ejercían sobre el Imperio de los Habsburgo.

Pero, como se ha dicho, «De 1848 no surgió ninguna nación nueva porque ninguna estaba preparada para ello» (J. M. Roberts, Historia Universal II, Traducción de Fabían Chueca y Berna Wang, RBA Coleccionables, 2009, pág. 221).

Engels veía en la lucha de estos pueblos por su emancipación un instrumento ciego del zarismo, pueblos que, a su juicio, jamás alcanzarían la independencia. «El derecho histórico de los grandes pueblos civilizados a desarrollarse revolucionariamente estaba -añadía Engels- por encima de las pugnas de esos pueblecitos raquíticos e impotentes por lograr su independencia, aun cuando en aquel gran avance se marchitase, pisoteada, más de una dulce florecilla nacional; con esto, no se hacía más que capacitar a esas pequeñas naciones al incorporarse a un proceso histórico, que de quedar abandonadas a su propia suerte, las dejaría al margen. En 1882, cuando los anhelos de emancipación de los países balcánicos vinieron a chocar con los intereses del proletariado europeo, Engels aconsejó a éste que prescindiese de aquellos instrumentos del zarismo, pues en política están de más las simpatías románticas» (Franz Mehring, Carlos Marx, pág. 174).

Por su parte, Marx estuvo en Viena del 28 de agosto al 17 de septiembre de 1848. Su objetivo era ilustrar a las masas austriacas de la situación revolucionaria que atravesaban, cosa que no consiguió dado el escaso desarrollo revolucionario de los obreros vieneses.

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