La ultraderecha no existe, idiota

La ultraderecha no existe, idiota. Samuel Vázquez

La frase, un poco tergiversada, la pronunció un mosso d’esquadra anónimo durante los disturbios provocados por el golpe de estado de 2017, destrozando el onirismo de uno de los manifestantes a favor de la independencia de Cataluña. Los políticos que dieron ese golpe resultarían condenados por sedición e indultados luego por el gobierno de Pedro Sánchez y sus socios, con el fin de mantener al autócrata de presidente y poder de esta manera continuar impunes con sus abusos y desmanes. En su original, rezaba así: “La República no existe, idiota”.

Esos indultos eran un reflejo de la justicia medieval de las élites por las que un poderoso puede cometer delitos graves y salir impune, mientras que el pueblo llano es sometido por la fuerza y sin piedad por las más leves conductas antisociales. Un retroceso de siglos aplaudido por lo peor de cada casa.

Por supuesto, el agente fue sancionado por la DAI, la División de Asuntos Internos al servicio de la cúpula politizada del cuerpo policial autonómico, porque decir la verdad dentro de una administración tan corrupta, siempre tiene coste. La sanción fue anulada más tarde por sentencia del juzgado de lo contencioso nº 6 de los de Barcelona.

Daba igual que, efectivamente, la República de Cataluña no existiese, el socialismo, en cualquiera de sus vertientes, puede hacer creer a masas ingentes de población cosas que con un mínimo espíritu crítico no se sostienen en cabeza amueblada. Lo hacen dominando escuelas, universidades, platós y entramados culturales y asociativos. Es lo más parecido a una religión política, a una secta, donde los sectarios son los últimos en enterarse de que están siendo manipulados, hasta que de repente aparece un madero con dos dedos de frente y te saca de esa oscuridad en la que vives: “Qué república ni qué cojones, la República no existe, idiota”. Platón revivido.

En estos días inciertos y mezquinos, podríamos cambiar “República” por “ultraderecha”, y estaríamos en las mismas. Ya se lo explicó Escohotado a uno de esos servidores de la Corte que se hacen llamar periodistas cuando éste le alertaba del auge en Europa de la extrema derecha:

La extrema derecha no existe, es un invento de la extrema izquierda que necesita un reflejo especular, y donde no hay algo, se lo inventa. En este caso es el fantasma de Canterville que se han inventado”.

Los denominados neonazis, en España, no son más que cuatro gatos fácilmente identificables que suelen pulular alrededor de algún grupo ultra de fútbol o alguna banda musical. Más allá de eso, sólo hay conservadores y liberales o, simplemente, gente harta del socialismo empobrecedor.

La tía Pili, divorciada que trabaja diez horas al día para sacar adelante a sus dos hijos, y que harta de todo ha decidido votar a VOX, no es una fascista, es la tía Pili; pero ante la incapacidad de contrarrestar sus argumentos en la cena de Navidad, sale mucho más rentable deshumanizarla y excluirla de la conversación. Goebbels revivido.

Si vota al PP también será fascista, sólo que habrá una posibilidad mayor de que en esa cena de Nochebuena agache la cabeza y se calle ante las insinuaciones, para no arruinar la fiesta. La fiesta de los otros claro, porque ella no la está disfrutando mucho.

¿Que vota a Ciudadanos? más de lo mismo. ¿UPYD? equilicuá. Todos los que no se sometan, todos los que quieran abandonar el redil, todos los que traten de salir del rebaño, son fascistas.

La izquierda no permite la disidencia, sólo la militancia, da igual que te llames Rosa Díez y hayas puesto la cara y el cuerpo en los años de plomo en el País Vasco o Joaquín Sabina y lleves una vida de poco dudosa adscripción ideológica, con levantamiento de ceja incluido. Si un día te caes del burro y dices algo tan evidente como que “el fracaso del comunismo ha sido atroz. La deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón justamente por haber sido tan de izquierdas; ahora ya no lo soy tanto porque tengo ojos y oídos. Y es muy triste”, pasas inmediatamente a engrosar la lista facha, nivel SS.

No hay artista que se atreva a salir de la casa de Manson que no termine señalado y perseguido públicamente por las hordas milicianas de la estupidez cerril “antifascista” y, por eso, toda la cultura en España goza de una asombrosa uniformidad ideológica, más propia, esta sí, de tiempos pretéritos. Si el líder supremo ordena levantar la ceja al Zapatero style, todos la levantan con el mismo fervor revolucionario con el que los barceloneses llenaban la Diagonal para dar vivas a Franco.

Pero, ¿tenía razón Escohotado o la tiene el equipo de información sincronizada al servicio del gobierno de la cada vez menos nación?

Sólo hay una forma de medir lo ultra que uno puede ser en política, y no es otra que estudiar el distanciamiento con los dos grandes monstruos criminales del siglo xx: comunismo y fascismo. Al fascismo se le derrotó en una playa y su líder acabó colgado por los pies en la plaza del pueblo. El que le imitó, se pegó un tiro dentro del búnker donde quedó acorralado.

Al comunismo no se le derrotó, hastiados ya de tanta guerra, se pactó con él, se le entregó medio continente europeo y se le permitió levantar muros para que sus ciudadanos no pudieran huir al mundo libre. Se cerró los ojos ante el sufrimiento de la gente porque ya no se podía más, la guerra había sido extenuante. Y así, con los ojos cerrados, vimos cómo construyeron un ingente aparto de propaganda que se extendió por universidades y centros culturales al otro lado de ese muro, y al que nadie miró de frente hasta la aparición de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II.

Así que ya sólo queda comprobar cuan cerca estamos cada uno de nosotros de aquellos dos monstruos.

No conozco ningún diputado de ningún partido que defienda a Mussolini o Hitler, más bien ambos provocan ganas de vomitar en cualquier persona decente; pero sí conozco, no uno, sino varios diputados que siguen defendiendo las figuras de Lenin o Stalin, incluso alguno ha llegado a ministro. Diputados que llevan camisetas de la antigua RDA alemana, donde te disparaban por la espalda por intentar salir. Uno de esos disparos inspiró la canción Libre de Nino Bravo. También conozco unos cuantos que lloran la muerte de dictadores, cuando estos son de los suyos, o que daban “vivas” a personajes como Hugo Chávez, cuando ya se sabía que torturaba a miles de jóvenes en el Helicoide por el grave delito de pensar diferente. De esos sí que conozco, y son todos de izquierdas, de ultraizquierda para ser más exactos, tal como decía el maestro Escohotado.

En España llevar una camiseta de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA, puede suponer en ciertos territorios que te insulten, no en vano su tumba tuvo que trasladarse del País Vasco a Galicia porque era vandalizada una vez tras otra, sin embargo, puedes ponerte una remera del Che e ir tranquilo a tomar la caña a cualquier bar. Guevara era un asesino nato, un racista que hablaba “de la superioridad de los europeos blancos sobre la gente de descendencia africana” y un homófobo que construyó el campo de concentración de Guanahacabibes, donde se recluía a homosexuales “para hacerles hombres” a través del trabajo. Con ese perfil, ¿cómo no iba a ser un héroe para la izquierda?

¿Entonces, los que tienen como referente a Miguel Ángel o a Ortega Lara, funcionario de prisiones secuestrado por ETA en un zulo durante 532 días, son igual de ultras que los que tienen como referente a Lenin o el Che Guevara? Pues para eso está la Complutense y La Sexta, y los manifiestos “del mundo de la Cultura” … para hacerte creer que sí. Pero no.

Otro de los puntos neurálgicos para esta nueva izquierda woke, en lo referente al etiquetado deshumanizante, es la Guerra Civil española y la resistencia que muestres a no someterte a su memoria histórica, que es lo contrario de la historia, porque la memoria es subjetiva, pero la historia no.

Con un mínimo de espíritu crítico y unas cuantas lecturas, uno se da cuenta enseguida de que la mayoría de españoles no “hizo la guerra”, sino que “les pilló la guerra”. No querían matar ni morir por ninguna idea política y simplemente tuvieron que incorporarse a uno u otro bando en función de quién tuviera el control en el sitio donde vivían, para no arriesgarse a morir.

Es normal que en aquellos primeros estadios y sin la información de la que gozamos hoy, mucha gente se dejara seducir por cantos de sirena. No hay que juzgarles severamente por eso. Lo que no es normal es que casi un siglo después, y con todo el material de análisis del que disponemos, todavía haya seres humanos capaces de empatizar con alguno de los dos monstruos. Y los hay. Muy pocos con el fascismo, que provoca rechazo entre el 99´9% de la población; pero muchos con el comunismo, que provoca nostalgia no vivida (y, sobre todo, no sufrida) entre un tanto por ciento muy elevado de ciudadanos, que van desde profesores de universidad o escuela hasta diputados a Cortes. Esos son los ultras y no quienes discrepan de ellos. La rebeldía frente al intento de sometimiento no te convierte en un extremista, sino en un escudo de civilización.

Así que sí, hay que darle la razón al maestro: La ultraderecha no existe, y yo añado: idiota, como aquel mosso d’esquadra sanador de almas podridas.

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