De las derrotas militares a las políticas de memoria histórica.
Desde hace ya dos décadas, el debate sobre las políticas de memoria histórica en España está sobre la mesa y parece no tener fin. No hay día en que no se acuda al Francomodín cuando Pedro Sánchez está acorralado. Desde la ley de Rodríguez Zapatero en 2007, que supuso un salto cualitativo de lo que se venía barruntando años antes, que quedó plasmado en una norma legal. Como no podía ser menos, su máximo deseo es pasar a la Historia como él mismo reconoció, fué ampliada por Sánchez en 2022 en la ahora bautizada de manera pomposa como de Memoria Democrática. Ahora bien, lo que para la izquierda es un avance moral y acorde con los principios de los derechos humanos, ha sido criticada desde sectores académicos y debe ser revisada cuando se efectúa una mera comparativa con procesos similares en otros países de nuestro entorno. En todos ellos coinciden elementos que han despertado debates ideológicos, culturales e historiográficos en el mismo sentido pero nunca como en España. Esta es la cuestión: ¿es tan “progresista” esta reivindicación como nos han pretendido mostrar o no es más que una muestra más del atavismo retrógrado de la política española? ¿Sirve esta memoria histórica para los objetivos de rehabilitación moral del pasado y reconciliación nacional, como con tanto ahínco manifiestan sus defensores? ¿O para reavivar rescoldos del pasado?
La apelación obsesiva a la memoria histórica por parte de estos sectores de la izquierda, desde el PSOE a todo el espectro de la extrema izquierda, parte de una simple premisa: la II República entre 1931-1939 fue un régimen moderno, democrático, «vínculo luminoso de nuestro mejor pasado», Sánchez dixit, que se truncó por un golpe de las derechas «fascistas», que cercenaron las libertades dando paso a una dictadura sombría que duró hasta bien entrado el Gobierno socialista de Felipe González. Extendiendo, para sorpresa de los que vivimos la Transición, el régimen franquista hasta 1985 cuando se reescribió la nueva norma sanchista. Otra de las notas curiosas de la distopia en la que vivimos.
Para la historiografía izquierdista, una interpretación que comenzó una década antes de la muerte de Franco cuando eran protegidos los rojos en la universidad, esos profesores y alumnos de familias bien, para quienes la derrota militar del Ejército Popular de la República se debió a una confabulación de factores diversos: la puñalada por la espalda de los sectores aburguesados dispuestos a pactar con los nacionales (muy parecido a la leyenda que los nacionalsocialistas aplicaron en Alemania tras la I Guerra Mundial), el apoyo de las potencias totalitarias al fascista Franco, el abandono de las democracias occidentales a los demócratas (sic) españoles, rayando en una traición que se acrecentó en 1945 cuando optaron, en el marco de la Guerra Fría, por sostener sin pudro al régimen de Madrid. En consecuencia, los valores por los cuáles combatieron los idealistas soldados afectos a la República habrían sido legítimos, sin importar las atrocidades cometidas por dicho bando, ocultandolo de manera deliberada para mostrar una imagen distorsionada del miliciano rojo. Al arribar Zapatero al poder en 2004 los defensores de esta corriente consideraron llegado el momento preciso para dar inicio al rescate esde a Causa perdida con la que satisfacer a todos los que reclamaban una rehabilitación de los vencidos de 1939, sin tener en cuenta que ya no quedaban vivos entonces apenas un puñado de veteranos y/o víctimas del conflicto.
Es entonces cuando debemos detenernos y reflexionar sobre el concepto mismo de Causa perdida (The Lost Cause en inglés). Se trata de un mito historiográfico que no es una idea nueva y que ha tenido una gran trayectoria en otros países de nuestro entorno. Hemos de retrotraernos a unas décadas después de la derrota de la Confederación de los Estados del Sur en 1865, un sector de historiadores estadounidenses comenzaron a reivindicar la necesidad de rehabilitar a los vencidos en la Guerra de Secesión. Hallaron un campo abonado para ello, reconstruyendo una serie de mitos por los que el Sur habría combatido por los valores de la libertad, la democracia, la familia y el orden tradicional frente al Norte capitalista e industrializado, sin principios, que tan solo deseaban una guerra de rapiña[1]. A lo largo de la primera mitad del siglo XX se edificó con gran éxito social una leyenda que aún hoy perdura en amplios sectores de la sociedad norteamericana. Se aprobaron numerosas medidas legislativas que sirvieron para que la historia oficial de esos Estados defendiera la Sagrada causa del Sur, levantándose estatuas de los generales sureños desde Robert Lee a Stonewall Jackson y el presidente de la Confederación Jefferson Davis, al tiempo que año tras año se celebraban actos oficiales con las banderas sureñas incorporadas a las enseñas estatales. Como para los defensores de la II República española, el Sur era una especie de pasado mitificado que debía retornar. No fue hasta hace relativamente poco cuando, impulsado por la ideología antirracista que hoy impera en lo institucional en EE.UU., comenzase a ser atacado con el derribo de estatuas y la desaparición de la bandera sudista de los actos oficiales[2].
Son muchos los otros ejemplos que hallamos de esta idealización del pasado de los vencidos. Algo que se reprodujo de igual modo en Europa, cuando ya se creía que el fantasma totalitario había sido borrado del mapa tras la derrota de los fascismos en 1945 y el comunismo a finales del siglo pasado. La reciente dimisión del candidato a las elecciones europeas de 2024 por Alternativa por Alemania (AfD), el abogado Maximilian Krah, es una muestra de la vigencia de esta corriente revisionista. Preguntado por un rotativo italiano, La Reppublica, no dudó en cosiderar que había muchos que «no eran criminales» entre los que integraron las filas de la Waffen-SS. Como era obvio, se tergiversaron sus palabras, pero esto es otro asunto, ya que no se refería a los campos de concentración sino a los combatientes en el frente. Para Krah la Causa Perdida seguía viva en su imaginario. Y en gran parte del electorado pues el partido cosechó un inesperado éxito que acreditó que el votante alemán no se había dejado influir por este supuesto escándalo.
En Alemania y todos los países ocupados durante la II Guerra Mundial que nutrieron de voluntarios las unidades anticomunistas de la WSS, desde la década de los años 50 del sigo XX se había extendido la percepción de que habían sido erróneamente condenados como criminales de guerra cuando su único objetivo había sido el defender la unidad de Europa frente a la amenaza bolchevique que entonces no era una quimera y que podía destruir los cimientos mismos de Occidente. Un argumento que acabó asumiendo al República Federal Alemana desde fecha temprana, que hasta hace poco seguía abonando pensiones de invalidez a mutilados de guerra no alemanes que sirvieron con el uniforme feldgrau, admitiendo a numerosos oficiales que habían portado con orgullo las runas en las fuerzas armadas creadas al amparo de la OTAN.
En Austria, con el ascenso en la década de 1980 del partido de Jörg Haider, y su nombramiento como gobernador de la región de Carintia, su presencia era habitual en las reuniones de veteranos de guerra de la WSS provenientes de toda Europa en septiembre de cada año en Wunsiedel. Hoy es el partido más votado de Austria. En Flandes, los nacionalistas flamencos hicieron bandera la rehabilitación política de estos voluntarios, alcanzando cuotas de poder en las elecciones que aún hoy se mantienen. El Frente Nacional del galo Jean Marie Le Pen se nutrió de numerosos colaboracionistas, que habían tomado partido por el Tercer Reich, junto a activistas represaliados de la O.A.S. (otra causa perdida, la de los europeos en Argelia que concluyó con la expulsión de más de un millón de esas provincias galas del norte de África). En las últimass elecciones se convirtió en el principal partido del país. En Italia, desde la irrupción de Berlusconi en los noventa, la derecha postfascista también asumió el mismo discurso de reivindicación de la causa perdida de la República Social de Mussolini (1943-1945). Algo que los seguidores de Meloni hoy no necesitan ocultar. En los países bálticos, los miembros de las divisiones WSS son ensalzados incluso por las autoridades en actos públicos en su memoria, recordando su papel en la lucha contra el invasor soviético. Estos son tan solo algunos ejemplos que hemos rescatado pues hay muchos más.
Con lo anterior sobre la mesa, es evidente que la izquierda española no se ha percatado que con su enfermiza obsesión por reavivar la mal llamada memoria histórica no deja de seguir una senda ya marcada por unos antecesores, que poco o nada tienen que ver con sus planteamientos ideológicos, resultando una ironía de la Historia que coincidan casi identicamente en sus objetivos y procedimientos con los vencidos fascistas. Que de esta manera reavivan al otro bando, en este caso los defensores del franquismo, que despiertan y levantan banderas que parecieron enterradas durante la Transición, impulsando en una generación juvenil nacida tras el cambio de milenio un renovado interés por este período. Lo que se debe agradecer al PSOE y su peligrosa deriva guerracivilista, polarizando al país. Los jóvenes votantes de Vox, en una proporción que dobla a los del vejestorio PP, ven con orgullo el pasado falangista o militar de sus abuelos, las gestas de guerras pasadas, cuando hace apenas unos años ni sabían en que bando habían combatido sus antepasados. Ahora, por el contrario, lo reivindican con orgullo.
El único problema es que no sabemos a dónde lo anterior nos llevará esta apelación al pasado. Bueno, sí, a la polarización y vigorización de los extremos, lo que ya conocemos. Mientras esto llega, recordar con nostalgia las palabras que en 1939 el director de Hollywood Frank Capra puso en boca de James Stewart en su película Caballero sin espada, cuando concluyó que las causas perdidas son «las únicas por las que merecen la pena luchar». Sea del bando que sea, me atrevería a añadir. El mito de la Causa perdida sigue vivo, tanto entre la izquierda como la derecha española. Una triste muestra de la política cainita en la que estamos envueltos y que nos demuestra que nada es nuevo bajo el sol. Las políticas de memoria histórica, lejos de buscar la reconciliación, no son sino una forma más de intentar imponer un relato tergiversado de la Historia. Y mientras tanto, le digo a mis hijos, ¿porqué España no es como Suiza? Ese país tan tranquilo y sosegado.
[1] Hay numerosa bibliografía sobre la materia, un reciente estudio a cargo de ANDERSSON, D. J.: The Lost Cause of the Confederacy and American Civil War Memory. Bloomsbury Academic. Londres, 2018.
[2] https://cnnespanol.cnn.com/2020/06/12/por-que-causan-tanta-polemica-los-simbolos-de-la-confederacion-y-por-que-los-estan-quitando/