No lo dudes. No te va a gustar y no lo vas a pasar bien. Pero ese día va a llegar.
Seguramente la lectura de este artículo —si es que lo lees, cosa que no está nada clara—, te haga levantar la ceja, condescendiente, presumiéndote tan cargado de argumentos y tan autorizado por la lógica de la historia que incluso sentirás cierto desdén por quien lo firma y por lo que dice. Esbozarás una sonrisilla despectiva, pensarás más o menos: “Gilipolleces de un facha español, uno de tantos”. Estás en tu derecho, faltaría más. Pero tu desprecio y suficiencia no son razones, ni ideas. Son una respuesta emocional ajustada a una condición psicológica, algo perfectamente comprensible. No te extrañe: no tienes convicciones políticas sino una inclinación sentimental hacia un relato que te consuela de casi todos tus fracasos, frustraciones, miedos, inseguridades. Un relato urdido por gente mucho más lista que tú —no lo dudes—, que te libera de la necesidad de responsabilizarte de tu futuro, del futuro de tus hijos, del futuro de tus nietos, para descargar en otros, tus enemigos, el peso de la culpa por todo lo malo que te ha pasado y todo lo bueno que no ha sucedido en tu vida.
El esquema es más viejo que los caminos pero sigue funcionando si se aplica a mentalidades simples como la tuya: “No soy responsable de nada, la culpa siempre es de los otros y mi partido y sus dirigentes saben lo que debo hacer para resarcirme de todas las injusticias cometidas contra mí”. Por supuesto, no te ofendas por calificar de “simple” a tu mentalidad; mira, de eso no tienes la culpa: los maestros enseñan a pensar pero tus líderes sólo te han enseñado a creer en lo que ellos piensan por ti. No tengo ninguna esperanza de que comprendas estas frases, no por ahora, ni que asumas lo que va a sucederte dentro de unos años. Ni siquiera te pido que confíes en que algún día se hará realidad lo que ahora mismo lees y te disgusta. Tus dirigentes sí te exigen continuamente, cada día, ese acto de fe. Yo sólo te prevengo: llegará el día en que te darás cuenta de cómo te han engañado, cómo se han aprovechado de ti y de muchos como tú, de cómo te hicieron sentir con intensidad, hasta la indignación y el fervor, pero no fueron capaces de mostrarte la manera de alcanzar alguna idea útil, una pizca de criterio propio; y, por supuesto: ni leve asomo de solución a ninguno de los desmanes e injusticias por las que públicamente se rasgan las vestiduras y que agradecen en privado porque su negocio consiste, justamente, en vivir de eso: clamar ante multitudes y arreglarse el condumio vitalicio a costa de los demás. Siempre ha sido así y eso no va a cambiar.
Quien va a cambiar eres tú.
Llegará el día en que te canses de girar en torno a la noria sin sacar más que arena, en que empieces a “mosquearte” porque los de siempre siguen con el discurso de siempre, hacen lo mismo de siempre y viven opíparos como nunca mientras que tú también estás como siempre: jodido y sin perspectivas. Entonces lo sabrás. Entonces será el día.
Llegará. Ese día va a llegarte, no le des más vueltas. Llegará ese día en que te sentarás frente a tu pareja, tus hijos, tus nietos, tu familia, tus amigos… Lanzarás un suspiro resignado y dirás con convicción y sin ningún entusiasmo: “Cómo nos engañaron”.
Puede que ese día, más que tu fracaso te duela saber que otras gentes, ahora mucho más jóvenes que tú, recién llegados a la ceremonia, se encuentran donde tú estabas hace tiempo, pensando lo mismo que tú pensabas, quejándose de lo mismo que tú te quejabas, apoyando a los mismos que tú apoyabas antes de dar portazo a este teatrillo del absurdo. No te preocupes por ellos: también les llegará el día. A todos les llega su momento a menos que, naturalmente, pertenezcan a la comunidad de beneficiarios o a la cofradía de los fanáticos incondicionales, que de esos también hay de sobra.
Salvo que te encuentres en alguno de esos casos, te llegará ese día. Ahora te fastidia pensarlo, muy cierto. Ese día te fastidiará no haberlo sabido antes. Tampoco sufras por ello porque, ya sabes: nunca es tarde.