Los Anales franco-alemanes

Los Anales franco-alemanes. Daniel López Rodríguez

Ruge le pidió a Marx que en cuanto se desembarazase del «tormento de la redacción» de la Gaceta Renana en Colonia se acercase a Leipzig para apalabrar «el lugar de nuestro renacimiento» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 64).

En su carta a Ruge del 13 de marzo de 1843 escribiría Marx sobre los planes que maquinaban: «Cuando hubieron conquistado París, algunos de los invasores propusieron para el trono al hijo de Napoleón bajo regencia; otros, a Bernardotte, y otros, por fin, a Luis Felipe, pero Talleyrand contestó: “O Luis XVIII o Napoleón, no hay más principio que éste, todo lo demás es intriga.” Lo mismo digo yo: “Fuera de Estrasburgo (o a lo sumo, Suiza), lo demás no es principio, sino mera intriga. Libros de más de veinte pliegos no son libros para el pueblo. A lo más que podríamos aventurarnos sería a lanzar cuadernos mensuales. Suponiendo que los “Anales alemanes” fueran autorizados de nuevo, a lo sumo que llegaríamos sería a hacer mascullar unas cuantas palabras al difunto, y eso, hoy en día, no basta. En cambio, unos “Anales franco-alemanes”, serían ya un principio, un acontecimiento de consecuencias, una empresa con la que podría uno entusiasmarse» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 64-65).

«En estas palabras, se percibe un eco de las tesis de Feuerbach, donde se dice que el verdadero filósofo, el filósofo identificado con la vida y con el hombre, tenía que llevar en sus venas sangre galo-germana. Su corazón tenía que ser francés y su cerebro alemán. El cerebro reforma, pero el corazón revoluciona. Sólo hay espíritu donde hay movimiento, hervor, pasión, sangre, sensualidad. Fue el esprit de Leibniz, su principio sanguíneo materialista-idealista, el que sacó a los alemanes de su pedantería y de su escolasticismo» (Mehring, Carlos Marx, pág. 65).

Así que Marx empezaría a trabajar junto a Ruge en los Anales franco-alemanes, los cuales vieron la luz a finales de febrero de 1844 su primer y único número (aunque fue una doble entrega). Los Anales supusieron un proceso de aprendizaje y clarificación interior tanto para Marx como para Engels. Dichos Anales-dedicados, en palabras de Ruge, a la «crítica implacable del orden establecido» y, en palabras de Marx, para «Lanzarse a verdaderas luchas»- fueron prohibidos en Prusia pero llegaron allí clandestinamente. El objetivo de la revista era la «autoclarificación», esto es, la «filosofía crítica» del presente de Marx y sus colegas «en relación con sus luchas y sus deseos» (J. M. Bravo, «Introducción» a los Anales franco-alemanes, Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona 197013), pues «lo que nos proponemos es describir en forma filosófica y publicista la crisis de nuestro tiempo» (ArnoldRuge, «Plan de los anales franco-alemanes», en los Anales franco-alemanes, Traducción de J. M. Bravo, Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona 1970, pág.35).

La sede para instalar los Anales franco-alemanesse debatió entre Bruselas, Estrasburgo y París, y se eligió esta última a pesar de que en Bruselas había mayor libertad de prensa, pero la capital de Francia ofrecía más garantías de cara a la hora de captar al público alemán, que era muy numeroso en la ciudad. Al llegar a París Ruge cayó enfermo y apenas pudo participar en la redacción de la revista. De hecho, ni siquiera llegó a publicar un artículo. De todos modos encontró en la revista «cosas notabilísimas, que producirían en Alemania gran sensación», aunque también protestaba que «se hubiese servido también algunos platos poco sazonados» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 73).

El lema de los Anales era «¡Guerra contra la situación en Alemania!», en la misma línea antifeudal que la Gaceta Renana. En un informe secreto de la policía alemana desde Maguncia fechado el 24 de octubre de 1844 se decía que «En París comienza a surgir una nueva clase de escritores, artistas y obreros alemanes, la cual está decidida a provocar el derrocamiento por el camino de las reformas sociales. Al frente de dicho partido se encuentran los representantes de la doctrina hegeliana: Ruge, Marx, etc., los cuales están en contacto con universidades del norte de Alemania (a través de Meyen), con algunos periódicos alemanes y suizos, y que hacen todo lo posible para conseguir el mayor número de seguidores entre los libertadores liberales de Alemania» (citado por Enzensberger, 1999: 38-39).

El gobierno prusiano, al enterarse de la existencia de los Anales franco-alemanes, hizo todo lo que pudo contra ellos. El Káiser emitió una orden por la que los escritores de estos Analessubversivos serían detenidos en cuanto pisasen suelo prusiano. Y eran subversivos porque en París vivían entre 80.000 y 120.000 alemanes, es decir, uno de cada diecisiete parisinos era alemán, un buen porcentaje de lectores potenciales de «una revista crítica» de aquel turbulento presente. Los Analestrataban de romper filosóficamente con una Prusia profundamente idealista. Y así en un barco del Rin se confiscaron cien ejemplares y cerca de Bergzabenn, en la frontera franco-palatina, más de doscientos, lo que para la modesta tirada de la revista supuso mucho.

Bruno Bauer fue invitado por Fröbel a colaborar en los Anales franco-alemanes. Pero, tras algunas vacilaciones, declinó la oferta dada su aversión a Marx y Ruge.

En los Anales Marx escribió dos textos: «Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel» y «La cuestión judía».

En el primer texto se refería a la realización de la filosofía como un acto revolucionario y a la acción revolucionaria como un acto filosófico: «Así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales, y tan pronto como el rayo del pensamiento muerda a fondo en ese candoroso suelo popular, se llevará a cabo la emancipación de los alemanes en cuanto hombres» (Karl Marx,«Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel», en los Anales franco-alemanes, Traducción de J. M. Bravo, Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona 1970, pág.116).

Sostenía que si la revolución se ponía en marcha en el país que está a la vanguardia de la filosofía, esto es, Alemania, entonces será una revolución total, porque la emancipación de Alemania supondría ni más ni menos que la emancipación de todo el mundo: «En Alemania no puede abatirse ningún tipo de servidumbre sin abatir todo tipo de servidumbre en general. La meticulosa Alemania no puede revolucionar sin revolucionar  desde el mismo fundamento» (Ibid., pág. 116).

Si los franceses han realizado la modernidad los alemanes la han pensado: «En Francia, la emancipación parcial es el fundamento de la emancipación universal. En Alemania, la emancipación universal es la conditio sine qua non de toda emancipación parcial. En Francia, es realidad la liberación gradual, en Alemania su imposibilidad, la que tiene que engendrar la libertad total… la emancipación del alemán es la emancipación del hombre. La cabezade esta emancipación es la filosofía, su corazónes el proletariado. La filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede abolirse sin la realización de la filosofía» (Ibid., págs. 114-115-116).

«Del mismo modo que los pueblos antiguos vivieron su prehistoria en la imaginación, en la mitología, nosotros, los alemanes, también hemos vivido nuestra prehistoria en el pensamiento, en la filosofía. Somos contemporáneos filosóficos del presente, sin ser sus contemporáneos históricos. La filosofía alemana es la prolongación ideal de la historia de Alemania… En política los alemanes han pensado lo que otros pueblos han hecho» (Ibid., págs. 107-109).

Por tanto, «no podéis superar la filosofía sin realizarla… [y] Cuando se cumplan todas estas condiciones interiores, el canto del gallo anunciará el día de resurrección de Alemania [y del mundo]» (Ibid., págs. 108-116, corchetes míos).

Ya en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía, publicada póstumamente en 1833, dejó dicho Hegel: «Francia tiene el sentido de la realidad, de la realización; como en este país los hombres pasan directamente de las ideas a los actos, sabe también afrontar prácticamente la realidad. Pero, por muy concreta que sea de suyo la libertad, nos encontramos con que también aquí se vuelve hacia la realidad como algo no desarrollado en su abstracción; y al tratar de hacer válidas las abstracciones en la realidad equivale a destruir ésta. El fanatismo de la libertad, puesto en manos del pueblo, se tornó en algo espantoso. En Alemania, este mismo principio recabó para sí el interés de la conciencia, pero sólo se desarrolló de un modo teórico. Tenemos, los alemanes, toda clase de rumores dentro y fuera de la cabeza, pero preferimos meditar con el gorro de dormir puesto» (Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre Historia de la Filosofía, Edición preparada por Elsa Cecilia Frost, Fondo de Cultura Económica, Méjico D.F. 1995, pág.419).

Y en «La cuestión judía» podemos leer: «Después de haber asistido durante siglos a la disolución de la historia de la superstición, ahora disolvemos la superstición en la historia. El problema de las relaciones de la emancipación política con la religión, para nosotros se convierte en el problema de las relaciones de la emancipación política con la emancipación humana… La emancipación política del judío, del cristiano y del hombre religioso en general es la emancipación del Estado del judaísmo, del cristianismo, y de la religión en general. En su forma, a la manera que corresponde a su esencia, el Estado en cuanto Estadose emancipa de la religión al emanciparse de la religión del Estado, es decir, cuando el Estado, como tal Estado, no profesa religión alguna, cuando el Estado se reconoce precisamente tal. La emancipación política de la religión no es la emancipación de la religión definitiva y coherente, porque la emancipación política no es la forma definitiva  y coherente de la emancipación humana» (Karl Marx, «La cuestión judía», en los Anales franco-alemanes, Traducción de J. M. Bravo, Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona 1970, pág. 230).

Por tanto la lucha contra la religión la planteaba Marx como una batalla política. Luego no pretendía una crítica simplemente académica o abstracta, sino militante, en donde tomaría partido por el materialismo teniendo en cuenta la dialéctica y la historia.

 

    

   

 

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