Ha vuelto a suceder. Un insulto se ha convertido en una cuestión de Estado, con declaraciones ministeriales —incluida la del ministro insultado—, y hasta presidenciales; con debates en todas las cadenas regadas con millones a través de la publicidad institucional, para concienciarnos a fondo de lo peligroso de estos comportamientos.
Ocurrió en la Universidad de Navarra, cuando un grupo de chavales de unos 18 años protestaba a la salida de un acto del Ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, y le llamaba, entre otras cosas, “corrupto”, “hijo de puta” y “maricón”.
Por lo que sea, sólo uno de esos insultos mereció la atención de todo el aparato de poder. Bueno, “por lo que sea” no, sino porque ese en concreto estaba referido a uno de los más lucrativos y boyantes negocios de la izquierda: la orientación sexual, que al igual que el feminismo de última generación, opera como herramienta de colectivización de la población, siguiendo a rajatabla todos los postulados marxistas, incluido el de la persecución y la muerte civil, si no te sometes.
No quieren homosexuales, quieren homosexuales de izquierdas. Igual que no les importan nada las mujeres, sólo quieren que sean de izquierdas, colectivizarlas para utilizarlas. Si la mujer es de derechas y se niega a someterse, se le puede decir de todo. Y así aparece la figura de la mujer machista, el negro racista o el homosexual homófobo, que coincide siempre, por lo que sea, con aquellas mujeres, negros u homosexuales que no son de izquierdas.
Así que, al parecer, ese “maricón” es muy grave, y no reflejaría el comportamiento tribal de un chaval de 18 años dentro de la masa y lo proclive que se es en ese escenario a decir tonterías, como hemos dicho y hecho todos a esa edad, no. Lo que realmente refleja ese insulto es la constatación de una sociedad homófoba que todavía está por educar. Y nos van a educar ellos, claro, con las charlas en el colegio de tus hijos en las que noticias como esta se pondrán como ejemplo.
Y, por supuesto, también refleja que “queda mucho trabajo por hacer”, que traducido viene a ser: seguid dándome millones para mis ministerios, direcciones generales, concejalías, asociaciones… todo con un fin último: convertir a todos a la religión de la izquierda -secta, más bien-.
Hace uno años salieron a la luz los audios de Villarejo, comisario corrupto de la Policía Nacional que grababa sin consentimiento todos sus encuentros con personajes de relevancia social. En ellos, pudimos escuchar a la que fuera Ministra de Justicia y, a posteriori, Fiscal General, Dolores Delgado, llamar maricón a Marlaska. Pero, por lo que sea, en esta ocasión al ministro no le debió de parecer mal, porque no dijo ni mu y compartió gobierno con ella. Y esto no es un adolescente haciendo el tonto con su grupo de amigos en una protesta, es una mujer adulta hablando con personajes destacados de la estructura del estado en una comida. Y también, por lo que sea, este episodio no se pondrá de ejemplo en las charlas escolares de tu hijo.
Resumiendo, que en España, si llamas maricón a alguien, puedes acabar perseguido civil y penalmente, además de señalado por una ingente maquinaria mediática, pero también puedes acabar de ministro. Vamos, que el insulto es lo de menos, lo de más es la persecución de cualquier tipo de disidencia, utilizando además argumentos de supuesta superioridad moral.
Pasa lo propio con la raza. En un estadio de fútbol, donde durante 90 minutos más el descuento, se dicen todo tipo de barbaridades, no se puede llamar mono a Vinicius, jugador del Real Madrid, pero miles de personas pueden homenajear a un alpinista que llevó el anagrama de la banda terrorista ETA, asesina de niños, a lo alto del Everest y no pasa nada. No es una broma, sucedió la semana pasada en el estadio de San Mamés, con motivo del homenaje y saque de honor del escalador Martín Zabaleta.
En los campos de fútbol, en todos, se han dicho auténticas barbaridades. Se ha cantado, literalmente, “se va a morir, se va a morir, el hijo de…” ante la enfermedad terminal del hijo de un jugador contrario, y nada ocurrió. Si estamos a favor de acabar con este tipo de violencia en el deporte, entonces hay que ser conscientes de que se van a tener que suspender todos los partidos, no sólo cuando detrás del insulto haya un negocio político y económico de la izquierda.
La utilización del racismo por parte de la izquierda globalista es, además, selectiva de tal manera que Neymar, jugador brasileño pionero en la petición del gesto de hincar la rodilla en tierra antes de cada partido para pedir perdón ante los comportamientos racistas, fue pillado por una cámara durante un partido llamando a un jugador oriental “chino de mierda”, y no hubo declaraciones ministeriales ni se convirtió en cuestión de estado. El jugador negro, puede decir “chino de mierda”, pero el espectador blanco, no puede decir “negro de mierda”. ¿Por qué? Porque no hay negocio político y económico detrás de todos los insultos, sólo de algunos.
Un insulto es un insulto, implica intención de menospreciar y humillar a la persona a la que va dirigido. En una situación de exaltación emocional, el cerebro deja de lado su parte racional y opera con la más atávica, y ésta acude primero y por instinto a aquello que cognitivamente es más fácil de detectar a través de los sentidos.
Si pierdes los papeles en una discusión de tráfico con una persona con sobrepeso, y nos puede pasar a cualquiera, es posible que digas alguna burrada del tipo “gordo de mierda”, y eso no implica que odies a los gordos, sólo implica que no has sabido gestionar el estrés.
Sin embargo, si llamas a Vinicius “negro de mierda”, eres un racista sí o sí, aunque tengas 16 años y animes a cada uno de los jugadores de tu equipo por igual, la mitad de ellos negros. Será racismo selectivo, si acaso.
Marlaska, el ofendido, lleva cinco años al frente de la seguridad pública en España. En ese período de tiempo, y por primera vez en democracia, se han duplicado las agresiones sexuales en nuestro país además de aumentar de manera alarmante todos los delitos violentos. Igual debería ser esta la cuestión de estado y no el insulto de un chaval en un acto político.
Señalar, como se ha hecho hace pocas semanas, a una niña que, en el estadio de El Molinón, en Gijón, realizó gestos imitando a un mono dirigidos a Vinicius, sacar su cara en todas las televisiones, propiciar un comunicado del club confirmando su expulsión, cuando apenas tendrá 16 años, y esa es la edad donde absolutamente todos cometemos errores, para luego soltar violadores por la calle, beneficiar a pederastas con leyes, pactar con filoterroristas para liberar a etarras y amnistiar e indultar a todo tipo de corruptos para poder seguir gobernando, da buena cuenta de una verdad absoluta: el autócrata Presidente del Gobierno Pedro Sánchez y sus socios son una maquinaria pesada, fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Y sus votantes están encantados de que así sea.
El bulo del culo, el pico de rubiales, Marlaska Maricón y Broncano o Pablo Motos. Pan y circo; mientras, los depredadores sexuales por la calle y la máxima responsable de la ley que los benefició en el Parlamento Europeo, con aires de indignada, insultando a todo el mundo, a razón de quince mil euros al mes. No hay religión con más fanáticos que el socialismo.