Max Weber, sociología del poder (2)

Los tres tipos puros de dominio:

Como vimos al principio, el proyecto gnoseológico weberiano y su concepción de la irracionalidad ética del mundo, son el intento de incorporar diversas corrientes de pensamiento en el pensamiento social y sociológico alemán. Así, y al rechazar el intuicionismo y el cientifismo, ambos muy en boga en tiempo de Weber, pero sin dejar de tomar elementos de ambos, elaboró una metodología que deambula entre una serie de antinomias entre lo racional y lo irracional y entre los subjetivo (o subjetual) y lo objetivo (u objetual). Metodología y antinomias que son la base de la elaboración de sus «categorías puras» y su posterior aplicación sobre la historia y la sociedad. De entre esas «categorías puras» quizás las más conocidas son las elaboradas respecto a los tres tipos de dominación que Weber encuentra a lo largo de la historia. Weber recurre a las tipologías porque no cree que haya una historia evolutiva, y en eso se diferencia de autores como Hegel o Marx. Cuando habla de razón no lo hace en el sentido hegeliano ni kantiano, sino que se refiere a un tipo de ordenación de todas las esferas de la vida con normas abstractas. Y es que aun «siendo construcciones idealtípicas, los tres tipos de poder están, en la realidad histórico-social, conectados entre sí y lógicamente unificados en la estructura unitaria del poder»[15].

Uno de estos modelos ideales de dominación sería el de carácter racional o legal. Su tipo más puro es la dominación burocrática, aunque «la burocracia no es el único tipo de dominación legal: la «administración parlamentaria» y «todas las modalidades de autoridad colegiada y de organismos administrativos encajan en esta definición»»[16]. Este tipo de dominación descansa en la creencia racional de la legalidad o la legitimidad de las ordenaciones estipuladas y del derecho de mando que tienen los encargados de ejercer la autoridad, es decir, en la legitimidad del cuadro administrativo. Por ello «su idea básica es: que cualquier derecho puede crearse y modificarse por medio de un estatuto sancionado correctamente en cuanto a la forma»[17]. De este modo, esta estructura organizativa tendría un derecho que objetiva las acciones, lo que tiene como consecuencia la pérdida del carácter carismático del gobierno o dominio, un valor que en Weber es sinónimo de convicción (irracional), es decir, que el carisma en Weber no tiene nada que ver con otras categorías como puedan ser la de egoísmo o la de altruismo.

Así pues, el poder legal es el poder que sustenta su obediencia en la racionalidad formal de una situación (el Estado, las comunas, la empresa capitalista, etc.), que necesita de un aparato específico para la administración: la burocracia. En la autoridad racional o legal lo que se obedece son ordenaciones impersonales u objetivas y a las personas que dichas ordenaciones establecen como capacitadas para el dominio. Es decir, se obedece a una o varias personas no en virtud de algún derecho propio, sino que se obedece a la regla estatuida, la cual establece, a su vez, a quién y en qué medida se debe obedecer. Manda la ley, no tanto la persona. Es el tipo de dominio más impersonal, pues incluso el soberano se somete a la ley. Las intenciones obedecen aquí a normas públicas, no al capricho de un líder. Tiene además el carácter de ejercicio continuado. (En cambio, en el líder carismático, cuando éste o sus discípulos mueren, el dominio se acaba). El equipo administrativo de este tipo de dominación no está formado por funcionarios nombrados por el señor, y no son un tipo de funcionarios cualesquiera sino funcionarios de formación profesional, es decir, funcionarios cuyas condiciones de servicio se basan en un contrato con un sueldo fijo. La obediencia se produce, por tanto, hacia un sistema jurídico.

Por su parte, el poder tradicional, otro de los modelos de dominio, se construye «sobre la base de una obediencia motivada por la creencia en el carácter sacro de los órdenes y de los poderes de señorío existentes desde siempre, y se articula en formas patriarcales, patrimoniales y feudales»[18]. Este tipo de dominación se basa por tanto en la sublimación de la legitimidad de la tradición donde la autoridad puede ser de un rey a un chamán o un aciano. Descansa en la creencia de la sacralidad y bonanza de las tradiciones y en la legitimidad que dicha tradición da a los elegidos para ejercer la dominación. En la autoridad tradicional no se obedece a unas leyes impersonales sino a la persona del señor, el cual es impuesto por la tradición y vinculado por ella al poder por motivos de piedad. Es decir, el que ordena es el señor y los que obedecen son los súbditos, en tanto que el cuerpo administrativo lo forman los servidores.

Basada en la antigüedad del mandato, éste adquiere un carácter sacro inamovible: el mandato es bueno porque es antiguo. Se internaliza la ley de modo que los súbditos toman las leyes admitidas como mandatos obligatorios, como valores, siendo así que el incumplimiento de dichos mandatos conlleva una reprobación social. Este tipo de dominación, como se ve, da gran importancia a los usos y costumbres, lo que tiene la ventaja de ser algo existente y dominante en todas las sociedades. Así mismo, el castigo que ejerce el equipo administrativo, cuando lo hay, por el incumplimiento de dicha ley interiorizada es un castigo directo, es decir, hay una justicia material donde el juez decide directamente en el litigio según su juicio. Todo esto permite que sea un tipo de dominación muy estable, con un fuerte dominio religioso, en el que el poder, dado su carácter de tradición, se transmite por herencia.

Por último, Weber habla de un poder carismático. Éste es un modelo que descansa, no en la sublimación de una tradición, sino en la sublimación y en la creencia ciega en las cualidades de un hombre con un carisma –concepto por otra parte de carácter teológico: don dado por Dios a tal o cual individuo en beneficio de la comunidad– y unas características especiales que le dan la capacidad para el liderazgo. Se caracteriza por la entrega a la santidad, al heroísmo o a la ejemplaridad de una persona y a los mandatos que dicha persona crea o revela. La autoridad se puede dar en dotes proféticas, guerreras o de demagogia. Sus tipos más puros son por ello el dominio del profeta, del héroe guerrero y del gran demagogo. Según se dé un tipo u otro de líder, se producen distintos tipos de entrega sentimental. Pero ocurre que, el caudillo, el líder carismático, «cuando es «abandonado» por su dios, o cuando decaen su fuerza heroica o la fe de los que creen en su calidad de caudillo, entonces su dominio se hace caduco»[19]. La obediencia, dice Weber, se produce y mantiene por la confirmación de designios, y esta autoridad crea derecho, derrocando o poniendo en cuestión el poder tradicional. Pero este tipo de dominio alberga en sí una deficiencia respecto al modelo tradicional en lo que concierne a la durabilidad, pues, al contrario que en el dominio tradicional, el poder, por su carácter carismático, único, no es transmisible. Además, su cuadro administrativo es bastante inestable ya que se elige a sus miembros no por su formación profesional, como en el caso del modelo legal, sino por su carácter y su apego al caudillo[20].

Aunque ello no impide que la dominación carismática sea la forma más «típica» de la estructura de poder, en cuanto que su tipología puede ser rastreada hasta las formas más antiguas y primitivas de organización social, dominadas por la figura del profeta y del héroe guerrero, hasta la dominación más moderna democrático-parlamentaria, el Estado de derecho, en el que domina el jefe de partido, una figura esencialmente demagógica. Esto es así, dice Weber, debido a que el poder, sea cual sea su estructura, tiene, en cuanto condición de dominio sobre la voluntad de otros, un carácter necesariamente carismático. Para Weber es imprescindible un carácter excepcional, fuera de lo normal, gracias al cual los dominados reconocen a ese líder como tal y, por tanto, reconocen el derecho de éste a dominarlos. Y es que «estas ideas de la legitimidad y su fundamentación interna son de suma importancia para la estructura de la dominación»[21]. Por ello Weber se pregunta: «¿Cómo comienzan a afirmar su dominación los poderes políticamente dominantes?» Y responde: «Toda empresa de dominación que requiera una administración continuada necesita, por una parte, la orientación de la actividad humana hacia la obediencia a aquellos señores que se pretenden portadores del poder elegido y, por la otra, el poder de disposición, gracias a dicha obediencia, sobre aquellos bienes que, en su caso, sean necesarios para el empleo del poder físico: el equipo de personal administrativo y los medios materiales de la administración»[22]. De ahí que, en todos los Estados modernos, se hayan instaurado dos tipos de funcionarios: los funcionarios administrativos, puramente burocráticos, y los políticos. Por ello, los análisis de Weber sobre el carisma en general entroncan con los análisis realizados sobre las cualidades del liderazgo político. Pues, según Weber, el funcionariado de tipo administrativo debe ejercer sus tareas de manera imparcial, sine ira et studio. Sin embargo, el político está obligado a tomar partido y llevar a cabo su empresa, a dirigir, de un modo apasionado.

Si en la dominación legal y en la tradicional lo que predomina es una administración cotidiana, ya sea por normas y costumbres transmitidas desde generaciones anteriores, ya sea por leyes y principios universales y abstractos, Weber reclama con el tercer tipo de dominio la necesidad de un carácter carismático, que es imprescindible en un líder político para evitar una «rutinización de la política»[23], pues «el carisma es totalmente contrario a la rutina, a lo alltäglich»[24]. Y es en el Estado moderno, el tipo de Estado más burocratizado e impersonal, donde ese carisma cobra más relevancia. Para Weber sin un líder político carismático todo Estado moderno está abocado a caer en una democracia sin liderazgo[25], o lo que es lo mismo, en el dominio de políticos sin vocación.

Burocracia, Democracia y Carisma:

Lo que Weber está proponiendo en su reflexión es un paso de la autoridad tradicional a una autoridad carismática con el fin de frenar y redirigir el aparato burocrático. El líder carismático es necesario, dice Weber, si se quiere evitar la hipertrofia del aparato propio de una democracia de masas. Gracias a su carisma, a su decisión y a su pasión, el dirigente carismático es capaz de hechizar a las masas y atraer hacia sí el poder económico y político para dirigirlo a la consecución de fines e intereses nacionales. Y es que Weber detecta que un fallo del Estado moderno es que el poder efectivo no está ni en manos del monarca ni en las del Parlamento, sino que está en la burocracia. El poder creciente de la burocracia tanto en lo económico como en lo político es algo de lo que hay que hacerse cargo y «que debe tomarse como punto de inicio para afrontar cualquier problema político contingente, como el de la crisis política alemana y su derrota militar»[26].

Dado este creciente proceso de socialización y la burocratización que acompaña al desarrollo capitalista, no debe de extrañar que se produzca, como desembocadura natural, el establecimiento de un Estado socialista y una economía socializada. La alternativa es pues, o bien una burocracia subordinada al orden capitalista y el Estado de derecho, o bien una burocratización total que desemboque en un Estado socialista. O en palabras del propio Weber: «Sólo nos queda elegir entre la democracia caudillista con máquina o la democracia sin caudillos, es decir, la dominación de políticos profesionales sin vocación, sin esas cualidades íntimas y carismáticas que hacen al caudillo»[27]. Por todo esto, Weber va a ver en el Estado moderno, desde un punto de vista sociológico, una empresa. El Estado moderno se le aparece como una empresa a la par que como una fábrica, lo cual no puede dejar de afectar a las relaciones de poder. Así pues, Weber va a poner sobre el tapete los problemas de la democracia, de los partidos, del Parlamento y de todas las instituciones de poder de la organización capitalista y del Estado de derecho. A esto hay que añadirle la burocratización creciente de los partidos de masas. Pues las masas, y de esto se da perfecta cuenta el sociólogo alemán, ya no pueden ser tratadas como algo meramente pasivo en cuanto a la administración, sino que su toma de posición va a afectar directamente al aparato de poder. El poder ascendente de las masas, y también su capacidad desestabilizadora, está ahí.

A la par que se desarrolla la democracia, las masas van teniendo cada vez un papel más activo en la vida de la nación y en las relaciones de poder. Y es aquí donde un poder carismático, sobre todo el de corte demagógico, cobra más vigor e importancia, pues es la toma de posición de las masas lo que va a decidir, dado el gobierno democrático, la selección del poder. Además, «esta toma de posición no puede consistir en una participación directa de las masas en la administración cotidiana, en una democratización de la administración. Más bien sólo se puede manifestar en una democratización de la selección de los dirigentes, en el derecho de las masas al voto»[28].

Para ello el Estado moderno pone a disposición dos vías: la selección parlamentaria, en la que la elección sería de forma indirecta, y la vía plebiscitaria, en la que la selección es directamente de las masas. Así, el dirigente, elegido directamente gracias a la demagogia y a la legitimidad democrática, es el «hombre de confianza» de las masas. Ante este hecho Weber no puede dejar de ver una reinterpretación autoritaria del carisma. Este dirigente cobra toda la legitimidad y todo poder, pues es el dirigente elegido por la nación misma. Por ello dirá Weber que «desde la aparición del Estado constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el demagogo es la figura típica del jefe político en Occidente»[29]. Aunque el jefe político, una vez elegido, no lo tiene todo hecho, ahora recae sobre él toda la responsabilidad del cargo, tal es así que

«El honor del caudillo político, es decir, del estadista dirigente, está, por el contrario, en asumir personalmente la responsabilidad de todo lo que hace, responsabilidad que no debe ni puede rechazar o arrojar sobre otro. Los funcionarios con un alto sentido crítico, tales como los que desgraciadamente han ocupado entre nosotros una y otra vez cargos directivos, son precisamente malos políticos, irresponsables en sentido político y por tanto, desde este punto de vista, éticamente detestables. Es esto lo que llamamos «gobierno de funcionarios», y no es arrojar mancha alguna sobre el honor de nuestro funcionariado el decir que, considerado desde el punto de vista del éxito conseguido, este sistema es políticamente nulo»[30].

Si atendemos a esto podemos desechar todas las acusaciones que se han hecho sobre la afinidad de los análisis de Weber con el régimen nacionalsocialista. Pues en Weber la democracia plebiscitaria tiene como objeto la jerarquía burocrática, pero dejándola intacta. Lo que Weber pide es un equilibrio y un compromiso con la burocratización y la democratización. Como bien dice Stefan Breuer, la concepción de Max Weber de la democracia plebiscitaria y del dirigente con máquina (burocracia) es precisamente un intento de evitar la ruptura de las estructuras democráticas de dominación, que, como no se cansa de repetir, son totalmente necesarias para el Estado moderno. Así, Weber llama la atención sobre la necesidad de aceptar la nueva legitimidad revolucionario-democrática, pero, a la vez, canalizarla para impedir que se vuelva contra el mismo aparato. Y es con la elección de un presidente carismático con lo que Weber pretende alcanzar dicho objetivo.

Bibliografía citada:

  • Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993.
  • Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM).
  • Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976.
  • Anthony Giddens, El capitalismo y la moderna teoría social, Ed. Labor S.A., Barcelona, 1977.
  • Nicola M. de Feo, Introducción a Weber, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2007.
  • Stefan Breuer, Burocracia y carisma, la sociología política de Max Weber, Ediciones Alfonso el Magnánimo, 1996.

[1] En esto podemos ver un ataque a la metodología empleada por autores contemporáneos a Weber como Roscher o Knies, los cuales emplean en sus análisis históricos categorías metafísicas, antropológicas y psicológicas del historicismo hegeliano y positivista.

[2] Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pág., 65.

[3] Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), pág. 55.

[4] Nicola M. de Feo, Introducción a Weber, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2007, pág. 35.

[5] Ibíd., pág. 41.

[6] Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pág., 63.

[7] Ver el apartado 2. El método Histórico-Social.

[8] Para ver esto en mayor profundidad es útil consultar la obra de Anthony Giddens: El capitalismo y la moderna teoría social. Un análisis de los escritos de Marx. Durkheim y Max Weber, en concreto los capítulos 13 y 14 y el apéndice.

[9] Stefan Breuer, Burocracia y carisma, la sociología política de Max Weber, Ediciones Alfonso el Magnánimo, 1996, pág. 86.

[10] Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pág. 49.

[11] Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993, pág. 695.

[12] Foucault, sin embargo dirá lo contrario. Para Weber, el concepto de poder es difuso, difícil de analizar. Foucault, en cambio, pretende hablar de ese poder difuso en toda su complejidad.

[13] Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993, pág. 699.

[14] Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), pág. 2.

[15] Nicola M. de Feo, Introducción a Weber, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2007, pág. 127.

[16] Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pág. 80.

[17] Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993, pág. 707.

[18] Nicola M. de Feo, Introducción a Weber, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2007, pág. 126.

[19] Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993, pág. 712.

[20] De modo que los súbditos tienen el carácter de correligionarios, camaradas, devotos, secuaces, etc.

[21] Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), pág. 3.

[22] Ibíd., pág. 4.

[23] De nuevo vemos cómo la preocupación por la situación política alemana se refleja en los estudios de Weber.

[24] Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pág. 60.

[25] Lo cual no significa que Weber apoyase el modo de dominio dictatorial.

[26] Nicola M. de Feo, Introducción a Weber, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2007, pág. 129.

[27] Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), pág. 27.

[28] Stefan Breuer, Burocracia y carisma, la sociología política de Max Weber, Ediciones Alfonso el Magnánimo, 1996, pág. 157.

[29] Max Weber, El político y el científico, documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), pág. 14.

[30] Ibídem.

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