Max Weber, sociología del poder (1)

Introducción:

Resulta sorprendente la actualidad y certeza que tienen hoy los análisis y estudios políticos de Max Weber, por no decir de su influencia, pues es sabido que Max Weber sigue siendo el autor más citado en todos los estudios sociológicos, y muy tenido en cuenta en otras disciplinas y saberes como la filosofía. Y es que Max Weber es uno de esos autores imprescindibles que, aun cuando algunos o muchos de sus estudios ya no tienen la misma fuerza ni actualidad, eso es innegable, todo aquel que quiera saber algo de lo que se dice hoy respecto a temas como el poder, la política, las religiones, la sociología, la historia, y un largo etcétera, debe tener muy en cuenta primeramente los estudios weberianos. Nosotros, por nuestra parte, creemos además que es de utilidad traer a la memoria en este pequeño ensayo algunas de las reflexiones, categorizaciones y conclusiones del sociólogo alemán ya que consideramos que, aún hoy, pueden servir al lector para clarificar en alguna medida algunos de los fenómenos políticos de hoy. Pero, claro está, y como todo, tiene sus límites. Así pues, sin entrar en análisis específicos, ofreceremos una exposición al lector para que él mismo las emplee como su juicio mejor le indique.

Y es que el sistema presentado por Weber hoy se nos muestra, como opina Stefan Breuer siguiendo a Anthony Giddens, apropiado para analizar determinados sistemas sociales, pero no unidades de prestación receptivas a su entorno, que sería, según Luhmann, la dirección que habrían tomado finalmente las burocracias modernas. Y es que nunca hay que olvidar que la teoría social de Weber, como toda teoría que quiera resulta rigurosa, está estrechamente ligada a una determinada fase histórica que ya ha pasado.

Pero si conceptos como el de burocracia elaborados por Max Weber no tienen la misma vigencia hoy, cosa nada extraña, para sociedades multicéntricas, no obstante, su sociología política no queda con ello desplazada y conserva plena validez y legitimidad en lo que refiere a la fase histórica de la formación de las burocracias racionales y, además, porque esta sociología política de Weber sigue ofreciendo hoy una serie de categorías y una lógica que permiten estudiar en su especificidad el carácter histórico y social de aquellos caminos que se desarrollaron dando lugar a la modernidad y que llegan hasta hoy.

Por ello y para ello vamos a comenzar viendo en este pequeño ensayo la metodología científica desarrollada por Weber, seguidamente haremos ver la importancia e influencia del entorno histórico, político y geográfico en los análisis de Weber, para después centrarnos de lleno en los importantísimos estudios del poder y la dominación de la sociología política weberiana. Seguiremos viendo a continuación los tres modelos de dominación idealtípicos y, finalmente, desembocaremos tratando cuestiones respecto al conflicto y pretensión de resolución de Weber respecto a la burocracia, la democracia y el carisma.

El método Histórico-Social:

Toda práctica o disciplina que se precie de llamarse ciencia debe poseer un campo de estudio y unos principios y métodos característicos capaz de abarcar todo un conjunto de fenómenos de forma cerrada, categorial, y la sociología, si es ciencia, no puede ser menos (aunque en cuanto ciencia humana su estatuto científico esté determinado por la ontología de su campo y sus cierres y las verdades que arroja sean siempre precarias e históricas). Por ello Weber, ya en La historia agraria romana, afirma la necesidad del desarrollo de una ciencia cuyo método sea capaz de abarcar y explicar el conocimiento histórico-social. Lo que Weber pretende con esto es ligar el análisis científico a la crítica política, aunque para él la doctrina de la ciencia debe ser en todo momento autónoma respecto a la política.

Es decir, lo que quiere el sociólogo alemán es fundar una autonomía «teórico-cultural» de la ciencia dándole su propia «racionalidad ideal». Pretende liberar a la ciencia de todo presupuesto extralógico y extracientífico, esto es, de todo principio ético y de todo principio político (un empeño que hoy sabemos vano, imposible en las ciencias humanas), sin menoscabo de que ambas se sirvan posteriormente de la ciencia gracias a las capacidades y «herramientas» metodológicas y cognoscitivas que ésta aporta[1]. Y es que para Weber «las afirmaciones fácticas y los juicios de valor están separados por un abismo lógico absoluto; no hay ningún medio a través del cual el racionalismo científico pueda suministrar validez a un ideal ético en comparación con otro»[2]. De modo que Weber se pregunta: «¿Qué es lo que la ciencia aporta de positivo, verdaderamente, para la vida práctica y personal? […] La ciencia suministra conocimientos acerca de la técnica previsible que permite dominar la existencia, tanto en el orden externo como en la conducta que debe regir a los hombres. […] la ciencia […] suministra normas para razonar, así como instrumentos y disciplina para efectuar lo ideado»[3]. Esto implica para Weber que el valor que el investigador va a atribuir a aquello que estudie –o como diríamos nosotros: al campo más o menos cerrado de fenómenos–, no puede determinarse racionalmente, sino que dicha decisión debe apoyarse en otros valores que especifiquen por qué tienen interés esos fenómenos y no otros –puntualizaríamos, nosotros, que la pertinencia esos fenómenos (y no otros) la daría el propio ejercicio sociológico; sería la propia ciencia en su desarrollo y cierre la que determinaría qué fenómenos caen en su campo y cuáles no–.

¿De dónde tomar pues dicha autonomía de la ciencia? Del carácter hipotético-deductivo de sus proposiciones, dice Weber. Eso permite alcanzar como producto, en lugar de a esencias unitarias de carácter metafísico, a una serie de innumerables variables culturales aplicables de manera empírica al conjunto social. Y es que para Weber no es posible una acción racional sin una racionalización causal de uno o más aspectos de la realidad considerados como medio u objeto de influencia. Es decir, para Weber es imposible una acción racional (o social) si ésta no es subsumible en un conjunto de reglas de experiencia capaces de establecer el efecto recíproco que previsiblemente causan determinados comportamientos –las operaciones que unos sujetos ejercen sobre otros se entrelazan entre sí continuamente pero no se dan sin causa, sino que están normadas, existen pautas–. Ahora bien, dada la complejidad y entretejimiento de estos comportamientos, estas previsiones racionales o causales son presentadas únicamente como hipótesis o formaciones conceptuales «idealtípicas». Pues las «proposiciones y conceptos científicos son «construcciones idealtípicas de carácter general», que describen uniformidades de la acción ligadas por vínculos rigurosamente causales»[4].

Esto posibilita un aligeramiento respecto de lo empírico que permite hacer un paralelismo entre los hechos mismos y un esquema de significado, es decir, con este método causal idealtípico lo que Weber pretende no es deducir la «acción real», sino que pretende establecer las conexiones objetivamente posibles de dichas acciones. La autonomía científica que Weber busca para la sociología adquiere realidad, gracias a este carácter hipotético-deductivo, al fundarse en estas relaciones de medio y fin que permiten hacer inteligibles, esto es, dar sentido racional, a los hechos. Y es que para Weber la tarea de la ciencia no es formular juicios de valor acerca de lo real, ni tampoco construir normas o ideales como guía para la praxis, sino que su tarea es el conocimiento –reduciendo aquí ciencia a conocimiento– de la realidad tal y como es, esto es, en sus conexiones objetivas dadas. Ese carácter hipotético-deductivo no se da a priori, sino a posteriori, como método.

Si esto es así, la sociología, diría Weber, debe de ser capaz de establecer dichas conexiones objetivas dadas para un conjunto de fenómenos finito y cerrado, es decir, que la sociología ha de elegir «como «objeto» sólo una parte «finita» de la «vida infinita», con el propósito de comprender su significado y explicar sus conexiones y relaciones causales con otros «objetos» del conocimiento»[5]. Lo cual significa la elección obligada de un «punto de vista». La objetividad del investigador tiene por ello una base inevitablemente subjetiva, puesto que por su elección de un campo de fenómenos dicho investigador se ocupará tan sólo de aquella parte de la realidad a la que atribuya un significado cultural, un valor determinado. Aunque, si bien este valor que le atribuye el investigador a su campo de estudio (la acción social para el sociólogo) es subjetivo, ello no significa que los resultados de dicha investigación sean también subjetivos, dado que el investigador siempre será capaz de trabajar de forma objetiva utilizando los modelos ideales propios de la metodología científica, los cuales son ideales en un sentido netamente lógico y no normativo. Weber, por tanto, con esos modelos ideales que desarrollará pretende hacer de la sociología una ciencia rigurosa, esto es, despersonalizada. Sabiendo que el campo de estudio sociológico se solapa continuamente con el propio sociólogo –dicho de otra forma, desde la teoría del cierre categorial: que el eje pragmático y el semántico prácticamente se solapan– y que, por tanto, todo el estudio del sociólogo estará determinado por ello, Weber pretende con esas idealizaciones y una metodología hipotético-deductiva, alcanzar un estatus científico más firme, un mayor cierre. Dicho en lenguaje materialista, quiere con ello pasar de un estatus β-operatorio a un estatus α-operatorio.

Así pues, llegamos por fin a la pregunta: ¿Qué es la sociología para Weber? La respuesta a esta pregunta podemos encontrarla en textos como Conceptos sociológicos fundamentales, un texto ya de madurez en el que utiliza los presupuestos metodológicos establecidos en obras anteriores y que nosotros acabamos de ver. En dicho texto define la sociología como la ciencia que pretende entender la acción social interpretándola para explicarla causalmente en su desarrollo y efectos. Los sociólogos podrían definirse por tanto como una especie de «observadores la acción social» –Weber se estaría situando así en una concepción descripcionista de la sociología–. El concepto general de «acción», por su parte, se refiere a toda conducta humana donde el sujeto le da un sentido subjetivo. Un sentido que está referido a lo que se espera de otros. Pues, para Weber, la conducta humana es tan susceptible de ser previsible como los acontecimientos o hechos del mundo natural. Por ello el alemán considera totalmente erróneo pensar que la acción social no es susceptible de ser sometida a generalizaciones. Es más, para Weber «la vida social se apoya en las regularidades de la conducta humana, de forma que un individuo puede calcular las probables respuestas de otro a sus propias acciones»[6]. Lo cual no quiere decir, aclara, que las acciones sociales y humanas puedan ser equiparadas de forma absoluta entre sí o que puedan ser equiparadas con la regularidad propia de la naturaleza. Toda acción humana, dice Weber, contiene en sí siempre un elemento subjetivo que la diferencia de las demás, de ahí la necesidad y la delicadeza de la interpretación sociológica. Con esto Weber introduce una distinción estableciendo que no toda acción es conducta ni toda acción es social.

Esta distinción permite a su vez a Weber hacer una diferenciación entre ciencias empíricas (sociología e historia) que estudiarán la acción, y las ciencias dogmáticas (lógica, ética, jurisprudencia, estética), que estudian el sentido justo y válido de la acción. Pero para Weber toda ciencia tiende siempre a la evidencia de la comprensión. Es decir, el sociólogo tiende a comprender y no meramente a explicar. Y para comprender la acción social es necesario interpretar el sentido subjetivo, lo cual, dice Weber, se presenta como un reto complicado. Es este el problema de la comprensión de la acción social, el cual no está presente en otras disciplinas pues es más fácil, por ejemplo, entender las acciones cuantificables como las que trata la economía. Pero, ¿cuál es el sentido subjetivo de la acción?

Como hemos dicho, toda acción humana conlleva cierta subjetividad, cierto «libre albedrío». Pero Weber se niega a determinar este «libre albedrío» como algo irracional o acausal. Así pues, para responder a esta pregunta Weber distingue dos tipos de comprensión: la racional del ámbito lógico-matemático y la endopática del ámbito afectivo. En esta última, el sociólogo no sólo tiene un sentimiento de simpatía personal, sino que también capta la inteligibilidad subjetiva de la acción. Y puesto que la acción va asociada a fines o valores es indispensable, para comprender los fines últimos, la comprensión endopática. Si bien, dicha comprensión no está exenta de complicaciones ya que cuanto más alejados están los sujetos de nosotros más difícil resulta comprenderlos, por ejemplo, cuando dichos sujetos son de otras épocas.

Pero, como hemos visto, para Weber el método científico consiste en la conexión de sentidos irracionales –o no del todo determinados– y en la construcción de tipos ideales. Es decir, la metodología weberiana consiste en el establecimiento de una serie de polaridades entre la subjetividad y la objetividad, y entre la racionalidad y la irracionalidad –lo cual ya debería dar una pista de la precariedad permanente de su estatus científico, a pesar de las pretensiones–. Y si bien la sociología, para Weber, debe comprender el significado de la acción, ésta no renuncia a las leyes, por lo que las plantea como probabilísticas. O dicho de otra forma, las leyes a las que llega la sociología no son leyes universales. Son probabilidades típicas de comportamiento humano confirmadas por la observación, ya que en determinadas situaciones hay probabilidad de que todas actúen de la misma manera. Esto es así porque quien actúa es siempre el individuo aunque se hable de acción social. No actúan las clases, dice Weber, sino un individuo determinado. Actuamos socialmente dentro de posturas aunque el que actúa lo hace individualmente, es decir, el sentido subjetivo de toda acción de todo individuo está determinado por el entorno social, con lo que comprender el sentido de la acción individual es imposible sin la comprensión del conjunto social. De este modo es posible generalizar y establecer predicciones de los comportamientos individuales y de su sentido subjetivo.

Max Weber entiende por tanto el aspecto interpretativo de la sociología como el espacio donde el sociólogo comprende el sentido de la acción. Es una sociología subjetiva, donde se explica la acción y se establecen leyes de comportamiento y probabilidades. La sociología crea así conexiones lógicas, posibles y objetivas entre el sentido que dan los actores y la acción externa.

Contexto Histórico-Político:

La impresionante y revolucionaria obra de Max Weber, tanto en sus momentos más políticos como en los momentos más académico-científicos, no puede comprenderse, como en general ninguna obra de todo autor, sin tener en cuenta aparte de su metodología el contexto social, histórico y político en el que surgió. Dicho contexto suelen ponerlo algunos estudiosos de la obra de Weber en relación al capitalismo «tardío». Sin embargo, siguiendo a Anthony Giddens, creémos que hay que precisar más y poner específicamente dicho contexto en el trasfondo político y económico del retraso económico alemán. Pues realmente sólo se puede hablar de retraso si lo comparamos con otros países, como con la situación de Gran Bretaña, ejemplo paradigmático del desarrollo capitalista.

Si en el año 1900 Gran Bretaña podía enorgullecerse de llevar más de medio siglo en plena revolución industrial, en Alemania la situación era muy distinta. La transición al industrialismo en Alemania fue muy tardía. Es a finales del siglo XIX cuando dicha transición se produjo, pero, además, y de nuevo a la contra de lo ocurrido en Gran Bretaña, dicha transición se produjo sin una paralela revolución burguesa triunfante y en el marco de una centralización, que no unificación, política conseguida como consecuencia del imperialismo prusiano. Así pues, el gran interés de Weber por el capitalismo, el Estado y el poder en sus estudios sociológicos debe ser visto también desde la perspectiva de su tremenda preocupación por los problemas económico-políticos con los que tuvo que enfrentarse la sociedad alemana a finales del siglo XIX y principios del XX.

Un buen ejemplo de esto que decimos se refleja en su estudio sobre las propiedades al este del Elba. En dicho estudio Weber ya muestra un declive en la situación económica de los grandes terratenientes (Junkers). Para Weber era necesario que la estructura feudal de estos terratenientes dejara paso al desarrollo comercial (capitalista). Si bien, el estudio realizado sobre los Junkers le llevó a concluir, contra posturas marxistas, que ni la estructura feudal ni la decadencia económica de éstos era por motivos puramente económicos. El poder de los Junkers, dice Weber, no viene únicamente de su explotación del campesinado, sino que también es producto de su dominación política, una dominación de base tradicionalista. Pero, precisamente en sus avances en la unificación del Estado alemán, los Junkers, como los burgueses al dar lugar al proletariado, dieron lugar a su propia destrucción, ya que dicha unificación, en opinión de Weber, sólo era posible promoviendo la industrialización.

Otro ejemplo de la importancia de las cuestiones políticas de Alemania, que entronca además con las conclusiones de su estudio sobre la situación agraria, es La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Una obra que no es un ataque frontal al marxismo, como se ha interpretado muchas veces, sino que más bien polemiza con éste cruzándose en algunos aspectos comunes. Empleando la dicotomía entre hecho y valor, básica para su metodología[7], Weber realiza una crítica tanto de las corrientes idealistas como marxistas, así como de los esquemas históricos empleados por dichas corrientes. Una crítica que también subyace al rechazo de la socialdemocracia, con a la que, por otra parte, nunca estuvo del todo a favor pero tampoco del todo en contra. La crítica a la socialdemocracia estaba motivada por ser ésta la representación de la unión, para Weber, ilegítima de reivindicaciones éticas y políticas. Weber siempre se mostró de acuerdo con algunos aspectos de los análisis marxistas de la ideología religiosa, pero nunca aceptó ninguna forma unilateral del materialismo histórico puesto que éste tendía a negar toda influencia sobre el poder a las formas específicas del sistema ideológico de las religiones[8].

Otro punto en el que también discrepara Max Weber con el marxismo, como se ha dicho, es en su concepción de la historia, y más concretamente en la posición sobre el comunismo. Pues «mientras que para Marx y Engels éste era el estadio de desarrollo de la sociedad al mismo tiempo más alto y más bajo, y por tanto el punto final de la Historia, para Weber no es ni lo uno ni lo otro»[9]. Para Weber el comunismo no es ni un estadio originario ni un final, pues para él el comunismo no es sino el resultado de un proceso de diferenciación histórica. Y mucho menos va a suponer el comunismo para él el cumplimiento de la racionalidad, ya que el socialismo, dice Weber, es menos racional y más conservador que el capitalismo puesto que promueve o lleva a la «dictadura de la burocracia», o lo que es lo mismo, a la congelación de la ordenación económica, política y social.

Muy al contrario, en el calvinismo Weber va a encontrar un impulso religioso que no es conservador, sino revolucionario. Y ¿por qué en el calvinismo? Porque aunque la Reforma luterana supuso un avance respecto al catolicismo al introducir la ética religiosa en la sanción del trabajo como «vocación o llamada», dice Weber, aún apoyaba las estructuras tradicionales de poder. El luteranismo, dice Weber, no fue capaz de dar el impulso ético que subyace al capitalismo moderno, en lugar de ello «se transformó en el baluarte de un sistema de dominación política que duró hasta el siglo XX»[10]. Lo que hizo más bien Lutero fue quitarle al individuo la responsabilidad ética de la guerra y dársela al Estado. Sin embargo, el calvinismo con su sanción a favor del ascetismo mundano funcionó como dispositivo ideológico de lucha contra el tradicionalismo y como impulso para el capitalismo. Es pues, por conclusiones como estas por las que podemos ver el rechazo de Weber del materialismo histórico respecto a la estructura esencial del capitalismo y de la racionalidad burguesa y, a su vez, en anclaje epocal de las teorías weberianas.

Otro aspecto en el que podemos ver la influencia histórica y sociopolítica de las reflexiones del sociólogo alemán es en su énfasis por la influencia independiente de lo político con respecto a lo económico. En este punto Weber se enfrenta con las dos modalidades sociopolíticas más influyentes del siglo XIX, el liberalismo y, como no podía ser de otra forma, el marxismo. Ambas consideran lo político como algo secundario y derivado, como por ejemplo, el marxismo, que considera el Estado como el producto de una asimetría de los intereses de clase, como un instrumento de la clase dominante. Weber pronto vio que estas concepciones, inmersas en el propio partido marxista (el S.P.D.), estaban totalmente alejadas de la realidad social y política. Se dio cuenta de que la única oportunidad del S.P.D. para alcanzar el poder era a través del sistema electoral, es decir, a través de su ingreso en la realidad política. Lo cual, por otra parte, implicaría su transformación en un partido de masas cada vez más burocratizado que llegara así a integrarse en el sistema estatal vigente, y su muerte como «alternativa» a dicho sistema. Razones por las que también rechazó el punto de vista liberal, una posición que para Weber había quedado obsoleta tras la unificación de Alemania, pues sus propuestas de la minimización creciente del poder estatal no concordaban con el desarrollo político alemán. Es más, el residuo más patente de la dominación de Bismarck era, al contrario de lo que proponían los liberales, la existencia de un funcionariado estatal burocratizado. Pero esto suponía un problema, pues una democracia sin liderazgo, dice Weber, no es ningún avance con respecto a la situación imperante de hegemonía política por parte, como hemos visto, de una clase en declive que se autoextingue. A esto debe añadirse que Alemania había conseguido su unificación a través del poderío militar prusiano y se encontraba rodeada de potencias que podían amenazar su unidad. Caso opuesto por ejemplo al de Estados Unidos, país que no ha estado rodeado de enemigos exteriores que impidiesen su unificación. Por tanto, y si tenemos en cuenta todos estos factores, no nos debe de extrañar que Weber afirme en su obra Economía y Sociedad que la característica propia de un Estado es su capacidad para reivindicar, por medio de la fuerza, el control de un territorio concreto –de la capa basal–. Para Weber, como se verá también más adelante, el Estado moderno es una asociación de dominación que pretende monopolizar dentro de su territorio el control legítimo de la fuerza. Una forma de definir al Estado que es producto de la negación de la posibilidad de definirlo atendiendo a cualquier categoría definida de fines y objetivos a los que sirve. Para Weber el Estado únicamente puede ser definido atendiendo a su medio y no a su fin.

Así pues, el problema específico del desarrollo político alemán lo identifica Weber con el «legado» de Bismarck, esto es, una Alemania fuertemente burocratizada que no tiene como correlato un poder institucional capaz de encarnar el liderazgo político independiente que exigen las «tareas de la nación». Y puesto que ese liderazgo no puede esperarse de la clase aristocrática, en declive, tan sólo quedan la burguesía, a la que ve poco madura para dicha tarea, y el proletariado, al que consideraba totalmente impotente para alcanzar este fin. Si bien, terminaría apoyando la opción por la burguesía dado el control comercial de la misma y rechazando de plano la opción socialista (marxista) dado el incontrolable aumento de la burocracia que comportaría.

Por tanto, podemos decir que el análisis y las preocupaciones de Weber sobre la estructura política de Alemania se centra en tres elementos separados pero confluyentes, que son: la posición e insuficiencia política y económica de los Junkers de raigambre tradicionalista; la necesidad de frenar el tendente dominio burocrático incontrolado del cuerpo de funcionarios del Estado; y la angustiosa carencia de un liderazgo fuerte y/o carismático capaz de hacerse cargo de los dos elementos anteriores. Tres elementos que dejan sentir su influencia también en la sociología weberiana en el desarrollo de las tipologías de la dominación: tradicional, legar y carismática.

Poder y Dominación:

Como venimos viendo, para Weber la historia no sigue una evolución, como se puede ver en Hegel o en Marx, sino que para él cada época tiene una racionalidad interna que le es propia, pero no una evolución hacia un final predestinado, no hay un teleologismo inmanente. Por ello Weber lo que trata de hacer es una sociología comprensiva, no busca una cosmovisión metafísica de la historia, sino que busca los horizontes del sentido de cada época histórica. Unos horizontes de sentido que Weber utiliza metodológicamente. El mayor interés de Weber es por tanto buscar las causas del surgimiento de lo que llama una racionalidad con respecto a fines, que es en su opinión algo único de Occidente. Lo interesante para Weber es estudiar la acción social con arreglo a fines.

Dentro de este estudio de la acción social respecto a fines el estudio del poder y de la dominación, que culmina en los tres tipos puros de dominio que vamos a ver a continuación, cumplen un papel decisivo. De modo que Weber, frente a Marx, considera desde el primer momento que no hay una sola forma de dominación, sino que hay una diversidad de formas de dominación. Consideración a raíz de la cual establece la distinción entre poder y dominación. Para Weber el concepto de poder es muy amorfo, o, por decirlo así, demasiado polimorfo, hay muchos tipos de poder por lo que es un concepto bastante difuso. Por decirlo aristotélicamente: el poder se dice de muchas maneras, puesto que es análogo, no unívoco. Por ello Weber se va a centrar en un tipo de poder específico, el poder institucionalizado, pues para Weber el poder organizado es el más importante. Y ¿qué quiere decir organizado? Organizado quiere decir que las conductas son previsibles, regulares, normadas. Por ello se hace imprescindible atender también –cosa que no haría el marxismo– a las motivaciones, creencias o ideologías de los componentes de la sociedad. Weber no niega la determinación económica sobre la sociedad que propone el marxismo –o algunos marxistas–, lo que niega es la unidireccionalidad de esa determinación.

Que el poder y las conductas están organizados, institucionalizados, significa que se espera un determinado comportamiento de cada uno de los sujetos operantes en el conjunto social, y precisamente por ello el no cumplimiento de las expectativas, de los actos regularizados, va asociado a sanciones. De ahí que Weber afirme que la diferencia fundamental entre dominación y poder es que éste último está institucionalizado, regularizado, es un tipo de dominación que se ha institucionalizado. Por ello Weber se centra en las diferentes formas de organización del poder político, cosa que depende, dice, de las formas de legitimación del poder que se emplee. Las creencias e ideologías aparecen de este modo como elementos fundamentales para las relaciones de poder.

En esta legitimidad del poder Weber resalta, y analiza, la importancia de las religiones –cosa que hoy, en nuestras aparentemente impías sociedades no estaría tampoco fuera de lugar–, y es que desde la perspectiva del sociólogo alemán –para nosotros un tanto excesiva– las religiones han dado lugar a diferentes estructuras de poder y diferentes estructuras económicas. La causa, por ejemplo, de la hegemonía de Europa y del origen del capitalismo es que en Europa se expandió el Cristianismo, aunque, por supuesto, hay varios motivos más. El cristianismo homogeniza Occidente y esto crea ya de fondo una conciencia y una estructura global que, como hemos visto, con la influencia del calvinismo, permitirá el surgimiento de la forma universal, del capitalismo. Weber recurre así a las ideologías, ya que no admite una evolución histórica (teleológica). Para Weber no hay ningún perfeccionamiento progresivo de lo humano. No hay ninguna realización de la Razón en la historia (Hegel), sino una racionalización u organización conforme a reglas abstractas. Dado que no hay evolución histórica lo que tiene que hacer el sociólogo es una clasificación y ordenación mediante nociones puras, nociones que no se dan en la realidad exactamente de esta forma pero que se utilizan con fines explicativos, clasificatorios, críticos. Pues los tipos que en abstracto están separados en la práctica se encuentran mezclados. Es más, para Weber, para que se pueda mantener el poder, deben de darse los tres tipos de dominación a la vez, y son precisamente estas tipologías las que permiten rechazar el evolucionismo histórico. En cada época se dan estas tres tipologías combinadas de un modo u otro. Esto es un rasgo que le diferencia de los demás sociólogos, que utilizaban tipologías dicotómicas o dualistas, con lo que la historia parecía que seguía un proceso evolutivo de una tipología a otra. Pero Weber, al introducir la dominación carismática, rompe este esquema de análisis. La dominación carismática, dice, es un tipo de dominación que también se ha dado a lo largo de la historia. Y es que, argumenta Weber, en la dominación carismática el poder no surge ni por la violencia física ni por la propiedad y la explotación económica, sino que se da por una creencia ciega y una afiliación sentimental e ideológica con el carisma del líder.

Llegamos así a la pregunta fundamental de la sociología, al menos en lo que respecta al poder: ¿cómo se generan estructuras de dominación? De un modo activo, dice Weber, la dominación genera, a su vez como efecto, sumisión. ¿Cómo se genera esta sumisión u obediencia? Hay dos tipos de obediencia: por coacción o por disciplina (un tipo de dominación más sutil). Y cuando la obediencia es por convicción interna es cuando se da una validez, una legitimidad de dicho dominio. Hay sumisión. Dicho de otra forma: los mandatos generan por sí mismos una validez, y en la medida en que generan mandatos válidos, generan también su propia legitimidad. Las órdenes de mando se autolegitiman en este bucle difícil de romper. Por tanto, Weber no considera a los dominados como elementos de la dominación puramente pasivos, como podría ser para Marx, son también activos en el sentido que son los propios dominados con su obediencia los que dan legitimidad a la dominación. Ya decía Aristóteles que en la ciudad se puede tanto mandar como obedecer.

Sin embargo, la reflexión sobre la legitimidad de la dominación no acaba ahí. Para Weber, «todas las esferas de la acción comunitaria están sin excepción profundamente unidas por las formas de dominación». Sin embargo, si la dominación se ejerciese mediante motivos puramente materiales o racionales con arreglo a fines, esta relación de dominación sería muy frágil, susceptible de romperse en cualquier momento. Por ello, a estos motivos se les suelen añadir otros motivos afectivos o racionales con arreglo a valores, que Weber identifica con la costumbre. Estos motivos, en situaciones delicadas, pueden ser los decisivos para el mantenimiento de la dominación. Sin embargo, tanto los motivos materiales como la costumbre necesitan de la legitimidad para que la dominación sea efectiva. Es necesario que los dominados crean en la legitimidad de los mandatos bajo los que son dominados para que la dominación sea efectiva y estable. Es decir, la dominación debe apoyarse en motivos jurídicos, en motivos de legitimidad. De modo que, «la conmoción de esa creencia en la legitimidad suele, por lo regular, acarrear graves consecuencias»[11] para el aparato administrativo de dominio.

La legitimidad de una dominación no es, por tanto, algo que tiene una importancia no sólo ideal o ideológica (Marx). Pero esta legitimidad de la dominación, advierte Weber, debe ser tratada sólo como una probabilidad, como la probabilidad de ser tratada como legítima y mantenida en una proporción importante. Es decir, que con el establecimiento de la legitimidad no está todo hecho, por el hecho de que se establezca una legitimidad para la dominación no se sigue necesariamente que vaya a haber una obediencia permanente, ciega y segura. Es necesario siempre vigilar y proteger dicha legitimidad pues siempre la aceptación de la dominación por el grupo bien puede ser fingida por un interés momentáneo, o aceptarse como inevitable dada cierta debilidad de los dominados. Lo cual no convierte a la legitimidad en decisiva para el mantenimiento del poder. Lo que busca esta legitimidad es propiamente que el contenido del mandato se convierta, por sí mismo, en máxima de la conducta de los que obedecen (disciplinalmente). Por tanto según el tipo de legitimidad que se pretenda, será diferente tanto el tipo de obediencia como el cuadro administrativo encargado de garantizarla, así como el carácter del ejercicio de la dominación. Y también, por supuesto, lo serán sus efectos.

De modo que los tres conceptos esenciales para entender el análisis del poder de Weber son el concepto de poder, el concepto de dominación y el concepto de disciplina. Los cuales establecerían las bases para la fundamentación de una asociación de dominación, que, a su vez, puede ser una asociación política o una asociación hierocrática dependiendo del medio por el que consigue el control y la legitimidad, y en los cuales podemos ahora profundizar un poco más.

El poder, tal y como lo hace Weber, podemos definirlo entonces como la posibilidad de imponer la propia voluntad dentro del marco social contra toda resistencia. El poder sería, por tanto, la capacidad de mando autoritario, la capacidad de dominio. Respecto a la dominación, Weber encuentra más dificultades para definirla ya que encuentra bajo este concepto formas muy diferentes, y por ello distingue entre poder y dominación[12]. Por ello, Weber dice que debemos entender por dominación

«Un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta («mando») del «dominador» o de los «dominadores» influye sobre los actos de los otros (del «dominado» o de los «dominados»), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubiesen adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato («obediencia»)»[13].

La dominación es entendida por tanto como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato. La dominación implica, por supuesto, la presencia de alguien que manda y otro alguien que obedece, pero no implica por sí misma la existencia de un cuadro administrativo ni de una asociación. Por eso Weber llama dominación al poder organizado (el concepto de dominación por ello es más restringido que el de poder). Para Weber, como hemos dicho ya, lo importante es el poder organizado o institucionalizado; eso quiere decir que las conductas de los otros son previsibles. Es decir, que el que manda no manda en el vacío, manda porque sabe que va a ser obedecido. La diferencia fundamental entre poder y dominación es pues que la dominación es un poder organizado institucionalmente. Y, por último, la disciplina es, como la dominación, la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato, pero con la peculiaridad de que esa obediencia es en virtud de unas actitudes arraigadas en los que obedecen, es decir, la disciplina es obediencia inmediata sin el cuestionamiento del contenido de los mandatos.

Son estos tres elementos los que sustentan toda asociación de dominio, pero podríamos decir que estos tres son condiciones necesarias pero no suficientes para la formación de una asociación de dominación, ya que una asociación de dominación es tal cuando existe un cuadro administrativo, es decir, cuando y sólo cuando sus miembros se someten en virtud de un orden vigente. Es un concepto muy relativo, pues la forma peculiar que adopte esta asociación de dominación dependerá de la forma administrativa que adopte. Y esta forma administrativa lo será de un modo u otro dependiendo de las características del grupo de personas que ejercen la administración, por los objetos a administrar y por el alcance que tenga la dominación. Por ello Weber va a distinguir entre asociaciones políticas de dominio y asociaciones hierocráticas de dominio.

Una asociación de dominación será política cuando la existencia y la validez de sus ordenaciones, esto es, su legitimidad, siempre dentro de un ámbito geográfico o territorial específico, estén garantizadas por la amenaza y aplicación, en los casos en los que se requiera, de la fuerza física. Dicho de otra forma, la asociación será política si es capaz de mantener la validez de sus ordenanzas, en última instancia, mediante la coacción física. Sin embargo, dice Weber, en las asociaciones políticas el único modo de administración no es la coacción física, no es ni siquiera el normal. Los dirigentes de estas asociaciones utilizan todos los medios a su alcance para conseguir el mantenimiento del poder y conseguir una buena administración. Aunque la coacción física es el medio específico, exclusivo, de las asociaciones políticas, es el último recurso que tienen cuando todos los demás medios de administración fracasan.

También es muy importante, como se ha señalado antes al hablar del proceso de la unificación alemana, en estas asociaciones políticas el hecho de que su dominación administrativa se ejerza sobre un territorio bien definido y que este dominio del territorio está garantizado por la fuerza. Una asociación política es por tanto, en la sociología weberiana, un Estado. Pero ¿qué es un Estado? Para Weber es erróneo intentar definir el Estado por los fines que se supone que tiene. Y es que el Estado no sigue ningún fin específico, ya que los persigue todos, dice Weber.

«Apenas existe una tarea que aquí o allí no haya sido acometida por una entidad política y, por otra parte, tampoco hay ninguna tarea de la que pueda decirse que haya sido siempre competencia exclusiva de esas entidades o asociaciones políticas que hoy llamamos Estados, o de las que históricamente fueron precursoras del Estado moderno»[14].

Por ello, el Estado sólo es posible definirlo atendiendo a su medio de imposición: el control de un territorio y la coacción física. Que no es el medio primario que tiene para conseguir sus fines pero sí el específico, el que únicamente pertenece al Estado. Por Estado Weber entiende por tanto un instituto político de actividad continuada, cuyo cuadro administrativo debe mantener de manera continuada y estable el monopolio legítimo de la coacción física, de la violencia, para el mantenimiento del orden establecido. Así, una acción estará políticamente orientada cuando influya en la dirección de las acciones de una asociación política, en especial a la apropiación o expropiación de los poderes gubernamentales. El monopolio de la coacción física sobre un territorio es lo propio del Estado moderno.

Respecto a las asociaciones hierocráticas el patrón para definirla es el mismo, sin embargo varían las características entre un tipo de asociación y otra. Weber dice respecto a la noción de asociación hierocrática que es un tipo de asociación de dominación que basa su poder o su capacidad de dominación, es decir, su probabilidad de encontrar obediencia, sobre la garantía de la coacción, no física, sino psicológica. El metapolítica. Consecuentemente, el instituto propio de este tipo de dominación no puede ser el Estado, sino la Iglesia, la cual es un instituto hierocrático en tanto en cuanto que su cuadro administrativo tiene y mantiene el monopolio legítimo de coacción psicológica o hierocrática. Del mismo modo que para definir una asociación política, un Estado, es erróneo centrarnos en sus fines, también sería erróneo centrarnos en los bienes de salvación ofrecidos por una asociación hierocrática para definirla. Ésta se define de igual forma por su medio para imponerse. Lo que caracterizaría a una asociación hierocrática sería por tanto su capacidad administrativa para el dominio espiritual sobre un conjunto de hombres y en un territorio determinado, aunque este aspecto de la dominación territorial pueda ser menos importante para una asociación hierocrática que en el caso de una asociación política.

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