Mediocracia: poder político, democracia y medios de comunicación (1)

Mediocracia: poder político, democracia y medios de comunicación. Emmanuel Martínez Alcocer

 LA MEDIOCRACIA

La mediocracia… habrá a quien el término le parezca hasta raro, pero aun así no dejará de afectarle. Hay quien la ha llamado democracia de audiencias (Bernard Manin), democracia de opinión (Giovanni Sartori) o democracia mediática. En cualquier caso es una de tantas de esas cosas que determinan y condicionan nuestro comportamiento sin siquiera saberlo. Si rebuscamos en los archivos digitalizados en busca de literatura acerca de la mediocracia podemos encontrarnos con una «sorpresa», y es que no es demasiada la documentación al respecto hasta que avanzamos a fechas más recientes, y no siempre con el sentido que aquí vamos a darle. Nosotros vamos a entender, aunque lo avancemos ahora sólo a modo provisional –luego tendremos que reformularlo–, que la mediocracia podría entenderse como el poder ejercido por los medios de comunicación de masas en sus diversas vertientes –positiva, negativa, recta u oblicua– mediante la difusión, de forma velada en mayor o menor medida, de propaganda (política, comercial, ideológica, bancaria…) con el objetivo básico de conducir, condicionar, orientar o manipular el comportamiento, el modo de consumo y/o el voto de los ciudadanos de las democracias.

Siendo esto así, los periodistas, cuya función básica, se supone desde algunas posturas, sería proporcionar información útil y verdadera a la ciudadanía, habrían cobrado una gran relevancia en la guía o el control de la llamada opinión pública. Y no ya, como apuntamos, proporcionando información verdadera para que el ciudadano libre forme su juicio en función del cual ejercer su libertad de voto, sino como condicionadores de la misma. Es por eso que hay quien los llama incluso mercenarios de la información. También por esta situación desde hace tiempo al mediático se le viene llamando el cuarto poder. Es, pues, un fenómeno característico de las democracias capitalistas y de partidos actuales, como todas aquellas que son miembros de la Unión Europea. Pero la mediocracia no siempre se entiende así ni siempre se ha entendido así. En la literatura disponible a veces simplemente quiere significar el gobierno de lo mediocre.

Según nos arroja el CORDE, en español encontramos esta palabra en un escrito de Rubén Darío de 1907, El canto errante. Y en él habla de «la mediocridad pensante»[1]. En otros fondos documentales como el del Proyecto Filosofía en Español[2] podemos ver que unos años después, en mayo de 1919, volvemos a encontrar esta palabra que hoy nos trae a nosotros en un artículo publicado en Mercurio Peruano. Revista mensual de ciencias sociales y letras, a cargo de John A. Mackay. Un artículo titulado Valor cultural del estudio de la literatura inglesa, y en él avisa de que «si las democracias modernas van a salvarse del peligro de la mediocracia que la amenaza, tendrán que revisar sus ideas sobre la cultura»[3]. En esta línea, en el Madrid de 1933 volvemos a encontrarnos con este término en el número 60 de los Cuadernos de Cultura, en un artículo a cargo de Eugen Relgis, y versión española de Eloy Muñiz, titulado Individualismo, Estética y Humanitarismo. En él Eugen nos habla de «la mediocracia, que comprende a todos los arribistas, a los seudoartistas, a los falsos pensadores, a los políticos, a los moralistas, a todos los «brutos» parasitarios o utilitarios fijados en un medio»[4].

En un sentido muy parecido, y en otras latitudes, puede encontrarse el término en ensayos más recientes como Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política (1994), de Norberto Bobbio. Aquí el objetivo del filósofo italiano es otro, como se puede ver por el título, pero sí que menciona en algún momento la mediocracia entendiéndola como sinónimo de democracia, puesto que esta mediocracia permitiría, a su juicio, poner en evidencia el extremismo o radicalismo de aquellos que se sitúan en cualquiera de los bandos: izquierda o derecha. Así pues, Bobbio cree que la mediocracia podría definirse como el gobierno de los mediocres, pero no en un sentido negativo como hemos visto en los autores anteriores. Más bien al contrario. Más recientemente volvemos a encontrar el término usado en esta línea, pero en un sentido peyorativo, en otros ensayos, como el de Alain Deneault de 2019, titulado Mediocracia: cuando los mediocres llegan al poder (El cuarto de las maravillas). En este ensayo el filósofo canadiense interpreta que se ha producido una «revolución anestésica» que ha hecho que los más mediocres estén en el poder en las democracias occidentales, generando así sociedades injustas y sin pensamiento crítico.

Y si bien hasta nuestros días el término tiene este uso, también desde hace bastantes décadas encontramos una importante cantidad de bibliografía que entiende la mediocracia en un sentido más cercano al nuestro. Un año después del ensayo de Norberto Bobbio, el 23 de enero de 1995, podemos encontrar el término en un artículo publicado en El País por Manuel Castells, actualmente Ministro de Universidades de España, y que tiene algunos trabajos referentes a la temática de los medios de comunicación y democracia, por lo que puede tener algún interés saber lo que nos dice.

En el artículo, titulado La mediocracia, el actual ministro deja claro desde el principio, con un sentido más próximo a lo que nosotros pretendemos, que «en las sociedades democráticas desarrolladas los medios de comunicación no son el cuarto poder, sino el espacio en el que se genera, se mantiene y se pierde el poder»[5]. Pero añade que a pesar de ello «esto no es antidemocrático, sino un elemento fundamental de la democracia en un sistema social basado en la información». Nuestro actual Ministro reconocía ya en esos años el papel decisivo que para las democracias occidentales actuales cumple la información proporcionada por los medios de comunicación. En la misma línea, pero precisando mucho más en sus análisis, declararía en el año 2000 Gustavo Bueno, a raíz de la publicación de su libro Televisión: apariencia y verdad (y aún más con la publicación de su otro ensayo Telebasura y Democracia en 2002), que la democracia actual sería imposible sin la televisión. En 2021 deberíamos añadir que también es imposible sin las redes sociales.

Pero sigamos con el artículo de nuestro Ministro, porque en él continúa considerando que es a través de los medios de comunicación como se forma la opinión pública y como se concretan «las opciones políticas sobre personas y partidos, a partir de intereses sociales, identidades y tradiciones históricas». Aunque aquí podríamos encontrar cierta ambigüedad, si no contradicción, porque si la opinión pública y las opciones políticas sobre personas y partidos se establecen también a partir de intereses sociales, identidades y tradiciones históricas no es esencialmente a través de los medios de comunicación como ello se produce. Al menos habría que decir que la opinión pública no se formaría ni se concretarían las opciones políticas sólo desde los medios de comunicación. Sí especifica mejor a continuación al concretar que la política (actual) no es sólo imagen e información, pero que sí se decide a través de ellas. Aunque aquí de nuevo deberíamos apuntar nosotros que eso puede decirse de aquellos aspectos de la política orientados a los votantes, o a aquello que, gracias a los periodistas que cumplen la supuesta función de su oficio, llega a los ciudadanos, pues también sabemos que hay multitud de asuntos políticos de los que poco o nada sabemos, ya sea por simple prudencia política (los arcana imperii)[6], por la pereza de los ciudadanos al respecto o por corrupciones que no se llegan a desvelar.

Por otro lado, Manuel Castells no deja de reconocer, ya sería muy ingenuo no hacerlo, que los medios de comunicación, que suelen agruparse en grandes grupos, están casi siempre mediados y hasta controlados por grupos económicos e intereses. Pero aun así considera su existencia como algo positivo, porque el que «los medios de comunicación sean el vínculo de relación entre sociedad y Estado refuerza la democracia». Y los peligros de los grupos económicos e intereses que controlan los medios de comunicación se ven compensados, a su modo de ver, por la apertura y pluralidad de esos mismos me-dios de comunicación. Siendo así que, gracias a la pluralidad existente de medios, los ciudadanos pueden seleccionar la información y construir su propio criterio desbordando los límites de las organizaciones políticas.

Es más, a su juicio el papel de los medios de comunicación, cada vez mayor en ese momento y en pleno desarrollo tecnológico, como elementos de presión para los Gobiernos sería muy importante. Porque gracias al periodismo de investigación –hoy de capa caída, pues es raro el artículo que no se hace a través de Google o viene ya cocinado desde las agencias de noticias– y la capacidad difusora de la televisión y la flexibilidad de la radio –hoy habría que añadir las redes sociales (que de algún modo menciona al final del artículo), las cuales han trastocado todo el tablero de los medios informativos; otra cosa es que en ellas la manipulación y el control sea menor, lo cual es muy discutible– el continuo destape de escándalos de todo tipo (financieros, sexuales, policiacos) y casos de corrupción de los políticos estaría llevando a una progresiva deslegitimación de los Gobiernos democráticos –en nuestros días pandémicos esto no ha hecho sino crecer–, así como de los partidos políticos y sus líderes.

Y no es que ahora los individuos, los Gobiernos o las empresas sean más corruptas que antes, «sino que hay más información sobre corrupción y mayor posibilidad de crear escándalos». Para Castells no estamos en ese sentido peor ahora que antes, sino que a su juicio el avance tecnológico y una mayor libertad de los medios de comunicación respecto al poder político –aunque haya reconocido que el control político y económico de los medios exista– es algo positivo. Pero aquí encontramos de nuevo una contradicción o una ambigüedad de gran calibre en el artículo de nuestro autor, porque continúa afirmando que la motivación de los medios de comunicación es clara: es su negocio. Su interés es aumentar tanto en ventas como en influencia. Y reconoce que ciertamente «los medios de comunicación no son neutros, pertenecen a grupos financieros importantes, tienen alianzas políticas y están anclados con frecuencia en afinidades ideológicas y religiosas». Pero al parecer de nuevo tenemos una tabla salvadora: la pluralidad. La pluralidad y la necesidad de generar credibilidad con la información aportada para vender más hace que estos diferentes grupos de medios de comunicación, a pesar de poder estar controlados desde poderes políticos o económicos y/o por sus propios intereses, puedan todavía prestar su servicio al ciudadano: «Las conspiraciones existen, pero son múltiples, se contradicen y se entrecruzan y tienen que respetar la autonomía y la credibilidad del medio sin las cuales el instrumento de comunicación se hace inservible. Es una lógica semejante a la que tiene lugar en los mercados financieros: los especuladores pueden suscitar movimientos importantes, pero no controlan las fluctuaciones de un mercado cuya inestabilidad refleja la geometría variable de la economía global». Este constante flujo de información y competitividad de los diferentes grupos de poder e interés hace, según Castells, que al final la información fidedigna llegue al ciudadano prevaleciendo sobre los flujos de poder. ¿Pero por qué? ¿No podríamos pensar que esta pluralidad es una pluralidad viciada? ¿Qué armonía secreta nos lleva a una información veraz capaz de ser útil al ciudadano democrático a pesar de la reconocida desviación interesada de los diferentes medios de comunicación? ¿Es que siempre un cúmulo de errores da lugar a una verdad? Si esto fuera así, si la pluralidad de medios de comunicación fuera garantía suficiente como para que los ciudadanos no se vean condicionados en su juicio por la información vertida por estos, el planteamiento de la mediocracia como problema no tendría sentido. No habría nada de qué preocuparse y todos veríamos fácilmente que no hay tema; que sí, que los medios de comunicación pueden tener sus intereses, pero al fin y al cabo eso sería peccata minuta.

Estas posibles objeciones, sin embargo, no parecen preocupar tanto a nuestro Ministro, porque para él «la mediocracia tiene un positivo efecto antiséptico sobre los mecanismos de ejercicio del poder político». Por más que se vea obligado a reconocer que «el desplazamiento del poder hacia los medios de comunicación plantea el viejo problema de quién controla a los controladores». Lo cual nos mete de nuevo en un embrollo, porque si antes se ha dicho que la pluralidad garantizaría que los ciudadanos siguen pudiendo seleccionar la información, formar su juicio y por tanto, mediante el positivo efecto anti-séptico, mantener cierta libertad y poder respecto al control político, ahora se reconoce que el poder se ha desplazado a los medios de comunicación. En cuya pluralidad debemos confiar para que no controlen y guíen a los ciudadanos.

Después de todo, la solución no parece estar sino en la confianza. Porque para evitar este posible poder desmesurado de los medios Castells no admite como solución, lógicamente, la censura o el control de los medios por parte del poder político, si no aquí la mediocracia no sería más que un poder al servicio de otro. Su solución es, si no interpretamos mal, recurrir ingenuamente a la confianza y a la ética política, ya que la manera «que tienen los políticos y administradores de evitar problemas con la opinión pública, es mantener un comportamiento irreprochable, aunque ello no garantiza que no se insinúen o inventen entuertos». Puesto que la mediocracia no puede estar al servicio del poder político y debe estar antes de lado de la ciudadanía, para que los políticos no tengan problemas con la mediocracia, y con la ciudadanía a través de ella, puesto que los ciudadanos mantendrían a raya la ejemplaridad de los políticos por medio de ella, lo mejor que pueden hacer es comportarse siempre con rectitud. No dar motivos para el escándalo, aunque estos sean de alguna manera inevitables de vez en cuando.

Como vemos, el embrollo en este asunto de la mediocracia, hasta en algunos estudiosos del tema, no es pequeño. Enseguida aparecen las ambigüedades, las vaguedades e incluso las contradicciones. Por eso, para entender bien la mediocracia y cómo esta influye en la vida de los países y de los ciudadanos europeos así como las interrelaciones que pueda haber entre poder político y medios de comunicación, lo primero que hay que hacer es aclarar bien a qué nos estamos refiriendo. Necesitamos definir con un mínimo de precisión los términos que utilizamos, ya que un buen diagnóstico es a menudo gran parte de la solución. O, como decía Schopenhauer, «el conocimiento correcto de las circunstancias y las relaciones es nuestra protección y nuestra arma en la lucha con las cosas y las personas»[7]. Sin un conocimiento adecuado, claro y distinto de nuestra realidad difícilmente nos podremos defender, en caso necesario y en la medida de lo posible (aunque sea al menos no cayendo en el engaño, que no es poco) de la mediocracia, se manifieste esta como se manifieste.

Continúa…


[1] Es posible consultarlo en: http://corpus.rae.es/cgi-bin/crpsrvEx.dll y en: http://corpus.rae.es/cgi-bin/crpsr-vEx.dll?visualizar?tipo1=5&tipo2=0&iniItem=0&ordenar1=0&orde-nar2=0&FID=120521\019\C000O12052021190835293.1020.1016&desc={B}+{I}+mediocra-cia{|I},+en+todos+los+medios,+en+{I}CORDE+{|I}+{|B}{BR}&marcas=0

[2] Es posible consultarlo en: https://www.filosofia.org/pcero.htm y en https://www.filosofia.org/

[3] Es posible consultarlo en: https://www.filosofia.org/hem/dep/mer/n011p354.htm

[4] Es posible consultarlo en: https://www.filosofia.org/aut/001/1933relg.htm

[5] 5 Para consulta en: https://elpais.com/diario/1995/01/24/opinion/790902010_850215.html

[6] 6 Ante este aspecto debemos destacar que no siempre los secretos y las mentiras políticas, difundidas a través de los medios, están injustificadas políticamente, puesto que en ocasiones –en ocasiones, incidimos– las informaciones son de tal gravedad que no ocultarlas podría provocar tales conflictos, altercados o incluso revoluciones que serían peligrosas para el mantenimiento de la unidad y fortaleza del Estado. También podrían provocar problemas exteriores con otros países, pudiendo desembocar incluso en situaciones de guerra. Con todo esto comprobamos, entonces, que el juicio y la prudencia política en ocasiones entran en conflicto con el juicio ético que, quizá, abogaría por la difusión de toda información. Podemos ver, por tanto, que la complejidad del terreno que pisamos tiene múltiples aristas y conflictos no siempre de fácil solución, si es que la tienen. Por otro lado, y en relación a este secretismo u ocultación, podríamos llegar a ver cómo para el poder político –o para el Gobierno de turno– la prensa aceptable o la prensa limpia será aquella que no remueve el statu quo ni compromete con sus informaciones la estabilidad de dicho Gobierno. De modo que podremos afirmar que uno de los aspectos más importantes en las relaciones entre los poderes políticos y medios de comunicación está en lo que estos últimos no muestran, allí donde estos no llegan o no pueden (o ni quieren) llegar. Pero, al mismo tiempo, habría que reconocer en consecuencia que con en ese ocultamiento también aumenta la distancia entre esos poderes democráticos y los ciudadanos votantes. No intentamos justificar estas situaciones con lo que decimos, tan sólo ponerlas en sus quicios.

[7] Arthur Schopenhauer, El Mundo como Voluntad y Representación, Ed. Akal, Madrid, 2005, pág. 654.

 

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