Metapolítica de D’ors IV: Eugeni D’ors ¿un revolucionario conservador?

Metapolítica de D’ors IV: Eugeni D’ors ¿un revolucionario conservador?. José Alsina Calvés

En diversas ocasiones nos hemos referido a la tesis de que el pensamiento de Eugeni D’Ors puede ser considerado como una versión española del movimiento intelectual que se desarrolla en el periodo de entreguerras y al que se ha llamado Revolución Conservadora. Pero antes de profundizar entre las similitudes y buscar a otros representantes de esta corriente en España, debemos profundizar en este movimiento y en que consiste.

La Revolución Conservadora alemana hace referencia a un amplio movimiento intelectual y político surgido en Alemania y Austria a principios del siglo XX, principalmente en el período de entreguerras, durante la República de Weimar[1]. El movimiento tuvo sus raíces en las obras de antiguos filósofos y autores del siglo XIX, como Friedrich Nietzsche, Johann Wolfgang von Goethe, Ferdinand Tönnies, Constantin Frantz, Friedrich List, Paul de Lagarde y Julius Langbehn, entre otros, haciendo uso de sus ideas o llevándolas más lejos e integrándolas en nuevas filosofías. La Revolución Conservadora fue liderada por grupos de intelectuales que habían comenzado su trabajo antes y durante la Primera Guerra Mundial, pero cuyas contribuciones revolucionarias más importantes comenzaron después de la guerra, en parte como reacción a las crisis política, económica y social que Alemania experimentó repentinamente como consecuencia de su derrota.

Estos pensadores y activistas también influyeron en el movimiento nacionalsocialista de Adolf Hitler y algunos elogiaron al fascismo italiano, pero es importante recordar que su relación con esos movimientos es complicada. Debe reconocerse que la Revolución Conservadora forma una línea de pensamiento distinta del fascismo y del nacionalsocialismo, ni tampoco puede ser mirada como “protonazi.” Algunos de sus miembros con el tiempo se unieron al movimiento nacionalsocialista y adoptaron su ideología, pero otros lo hicieron por oportunismo o con la esperanza de influir en él (por lo que nunca aceptaron su ideología) y otros incluso se opusieron tanto fascismo como al nacionalsocialismo e intentaron crear grupos políticos alternativos. Todos los miembros de la Revolución Conservadora, independientemente de la postura política que tomaron, tenían en común el postular el derrocamiento del Tratado de Versalles y la creación de un rejuvenecido Reich alemán basada en nuevos principios políticos y sociales.

Los intelectuales y dirigentes relacionados con el “movimiento conservador revolucionario” son típicamente conocidos como “conservadores revolucionarios” o, en algunos casos, como “neoconservadores”. Una de las figuras culturales más importantes que han popularizado el término “Revolución Conservadora” fue el autor monárquico austríaco Hugo von Hofmannsthal[2]. Hofmannsthal, refiriéndose a la construcción de una nueva Europa basada en las cualidades positivas de la tradición francesa y las fortalezas de principios del siglo XVI, declaró que “El proceso del que estoy hablando es nada menos que una revolución conservadora en una escala nunca conocida en la historia de Europa. Su objeto es formar una nueva realidad alemana, en la cual compartirá toda la nación “. Sin embargo, la referencia de Hofmannsthal a una “revolución conservadora” en aquel momento fue vaga y no tenía la definición más precisa que se daría años más tarde. Un significado un poco más claro fue dado al término por Edgar Julius Jung en 1932, quien escribió acerca de una nueva revolución alemana que haría una “revisión implacable de todos los valores humanos y disolvería todas las formas mecánicas,” y posteriormente llevaría a una revolución política de impacto internacional.

Por “revolución conservadora” nos referimos al retorno al respeto de todas esas leyes y valores elementales sin los cuales el individuo es alienado de la naturaleza y de Dios y es dejado incapaz de establecer un orden verdadero. En lugar de la igualdad viene el valor interno del individuo; en lugar de las convicciones socialistas, la justa integración de personas en su lugar en una sociedad jerárquica; en lugar de la selección mecánica, el orgánico desarrollo del liderazgo; en lugar de la compulsión burocrática, la responsabilidad interna del genuino auto-gobierno, en lugar de la felicidad de masas, los derechos de la personalidad formados por la nación.

La Revolución Conservadora fue un movimiento filosófico muy diverso, pero con tendencias claras: los conservadores revolucionarios desarrollaron a menudo sus propias líneas de pensamiento único, pero simultáneamente compartían ciertos principios en común con todos los demás, es por eso que todos pueden ser designados por un solo nombre. Todos los conservadores revolucionarios habían desarrollado una crítica mordaz del liberalismo, marxismo, republicanismo, individualismo, igualitarismo, modernismo occidental, materialismo filosófico y nihilismo. Todos tenían en común su creencia en los valores del volk (“gente,” “la nación”, o “ethnos”), el reconocimiento del valor de las diferencias entre individuos y entre los pueblos, la importancia de la autoridad, el valor del holismo y sentimiento de comunidad supra-individual, la importancia de las creencias religiosas, la supremacía de las fuerzas vitales y espirituales sobre la material y las fuerzas artificiales en la vida humana, el llamado a superar el nihilismo moderno y una visión revolucionaria de la tradición (conservadurismo cultural radical). El último concepto es uno de sus rasgos más definitorios y puede ser visto como el significado fundamental de la expresión “conservadurismo revolucionario”.

Arthur Moeller van der Bruck[3] fue responsable de establecer este concepto en una forma clara y de distinguirla de otras ideas. El punto de vista puramente revolucionario no reconoce la importancia de las tradiciones y valores, mientras que la visión reaccionaria apunta a un completo renacimiento de formas pasadas (culturales, políticas y sociales), creyendo que todo en un particular tiempo pasado fue positivo, o bien se sujeta rígidamente a todas las formas del pasado. Según Moeller van den Bruck, cierto conservadurismo es conservadurismo revolucionario cuando combina la estabilidad con dinamismo, conservando las tradiciones que son valiosas o eternamente válidas mientras acepta nuevas ideas o prácticas que son beneficiosas: ” El conservadurismo busca preservar los valores de una nación, tanto para conservar los valores tradicionales en cuanto éstos aún posean el poder de crecimiento, como asimilando los nuevos valores que aumentan la vitalidad de una nación”.

Moeller van den Bruck además escribió que “el reaccionario ve el mundo como él lo ha conocido; el conservador lo ve como lo ha sido y será siempre. [Los conservadores] distinguen lo transitorio de lo eterno”. En otras palabras, hay valores y principios que son atemporales y eternamente válidos, pero las formas particulares (instituciones, leyes, órdenes sociales, formas culturales, etc.) por medio de las cuales ellos se manifiestan son temporales, y varían y se transforman de acuerdo al tiempo y lugar. “El pensamiento conservador percibe el principio eterno que, ahora en primer plano, ahora en el fondo, más nunca ausente, en algún momento se reafirma porque es inherente a la naturaleza y a los hombres.” Por ende, la frase “el conservadurismo tiene la eternidad a su lado”. Así, el conservadurismo revolucionario es el reconocimiento, preservación o restauración de los valores eternos y principios mientras se descartan ideas y prácticas pasadas anticuadas o irrelevantes, asimilando nuevas ideas en su lugar”.

Esta concepción del conservadurismo hace posible resistir los progresos modernos indeseables sin rechazar todo en el mundo moderno – sin llegar a ser unos reaccionarios, que buscan restaurar completamente un estado pasado – y revolucionar la sociedad contemporánea por medio de la regeneración de lo que fue valioso en el pasado, conservando lo que es valioso en el presente y aceptando nuevas ideas positivas para el futuro. Asimismo, el conservadurismo revolucionario también permite la combinación o síntesis de las ideas que típicamente fueron vistos como antítesis o pertenecientes a escuelas de pensamiento opuestas: la combinación de ideas revolucionarias o radicales e ideas conservadoras o de derecha.

Más allá del concepto esencial descrito anteriormente, en la Revolución Conservadora figuran entre los diferentes grupos de pensadores un número de lo que podemos llamar sus “tendencias definitorias”, designando como estas a las siguientes: socialismo conservador, integralismo völkisch, tradicionalismo radical cristiano, pesimismo cultural, geopolítica y filosofía de la guerra. Debe reconocerse que estas grandes tendencias de pensamiento tienen una relación compleja: muchos se traslapan mientras que otros se contradicen entre sí, así como unos que han sido complementarios se han desarrollado por separado, y algunos que han sido contradictorios entre si se han reconciliado debido a ciertos intelectuales clave. En conjunto, forman las líneas fundamentales del pensamiento que compone la Revolución Conservadora alemán.

Podríamos sintetizar diciendo que, pesar de sus muchas diferencias, este conjunto de pensadores tiene dos cosas en común: su rechazo frontal a la Modernidad y, en consecuencia, rechazo a la idea lineal del tiempo y al mito del “progreso”. Pero también podríamos referirnos a una determinada versión del socialismo en la que rechaza el marxismo y la lucha de clases, así como simpatías por Rusia (no en todos los autores) en la que se quiere ver al comunismo como algo epidérmico, por debajo del cual late la Rusia eterna de siempre.

De este rechazo global a la Modernidad proceden las conflictivas relaciones de estos pensadores con el nacional-socialismo. Algunos, como Heidegger, colaboraron al principio para luego desengañarse. Otros, como Jünger o Moeller Van Den Bruck mantuvieron siempre una distancia hostil y crítica. Finalmente, otros, como Niekisch, se enfrentaron abiertamente al régimen y sufrieron represión y encarcelamiento. Los elementos “modernos” del nacional-socialismo, su racismo y su culto a las masas, así como sus tendencias anti rusas fueron los principales elementos de crítica y rechazo.

Esta idea cíclica del tiempo, este rechazo del mito del progreso y, en general, de todos los mitos de la Modernidad, la encontramos representada, de forma nítida, en la teoría de los eones que defiende D’Ors. Más adelantes no ocuparemos de las coincidencias entre el imperialismo de d’Ors y la teoría del Imperio en uno de los representantes más prístinos y característicos de la Revolución Conservadora alemana, Arthur Van Der Bruck, pero antes pasaremos revista o otros “revolucionarios conservadores” de fuera de Alemania, y también a la presencia de otros “revolucionarios conservadores” en España.

Georges Sorel ¿un conservador revolucionario?

Ya nos hemos referido en diversas ocasiones a la influencia del pensamiento de Georges Sorel sobre D’Ors. El pensamiento político y social de Sorel es de difícil clasificación, [4]pero diversos autores que han estudiado su obra lo han catalogado como “revolucionario conservador”[5].

Así, Julien Freund se refiere a Sorel como “el primer revolucionario conservador” [6], pues a lo largo de su obra conservadurismo y revolución están continuamente enlazados.

Por su parte, también Alain de Benoist también califica a Sorel de revolucionario conservador[7]. Dice, concretamente, que es revolucionario por se conservador, y conservador por ser revolucionario. Para Sorel solamente una revolución puede permitir conservar lo que merece ser conservado: un cierto numero de valores morales, que la burguesía mercantil está matando. Pero únicamente apoyándose en estos valores podrá el proletariado encontrar la fuerza necesaria para hacer la revolución.

Para Armin Mohler[8], Sorel es una especie de patriarca de la Revolución Conservadora alemana, probablemente un título algo exagerado, pues entre los autores de esta corriente solamente Eschman y Niekisch mostraron simpatías por Sorel.

En cualquier caso, la combinación de valores éticos tradicionalistas, rechazo a la Ilustración y reivindicación del activismo sindical y proletario hacen de Sorel un buen candidato a la etiqueta de revolucionario conservador. Algo parecido podemos encontrar en D’Ors, aunque en nuestro autor no se da este abierto rechazo a la Ilustración, sino la reivindicación de una “Ilustración católica”.

La diversidad de autores o incluso de políticos (de Lenin a Mussolini) que han reivindicado a Sorel no debe confundirnos. De la misma manera que hubo un hegelianismo de derechas y de izquierdas, también las influencias de Sorel se han repartido a un lado y otro. A partir de Sorel podemos llegar a Peguy, a Vallois y al propio D’Ors. Pero también a Orwell, a Christopher Lasch o a Jean Claude Michéa.

La Revolución Conservadora Rusa

La Revolución Conservadora no es un fenómeno estrictamente alemán, sino que lo encontramos también en otros ámbitos culturales y nacionales. Alexandr Dugin ha estudiado los antecedentes y los autores de la Revolución Conservadora rusa[9].

Dugin comienza pasando revista a todos los autores y movimientos que, de alguna manera, pueden considerarse precursores, la masonería rusa, los eslavófilos, los zapadnikis, los anarquistas nacionalistas, los narodnikis y los socialistas revolucionarios. Merecen especial atención los eslavófilos de segunda generación, llamados potchvennikis (de la palabra rusa potchva, tierra), entre los que figuró el escritor Fedor Dostoevsky, que fue traducido al alemán por Van Der Bruck.

Según Dugin, la Revolución Conservadora rusa, en sentido estricto, aparece después de la Revolución de Octubre, entre ciertos sectores de la emigración “blanca”. Entre esta emigración encontramos tendencias políticas e ideológica muy dispares: nostálgicos del zarismo, liberal demócratas, socialdemócratas…todos ellos consideraban que la Revolución de Octubre no era más que una revuelta popular y una crisis pasajera. Frente a estos análisis, la Revolución Conservadora rusa empieza a definir sus posiciones, a modo de una “tercera vía”, que se concreta en dos líneas ideológicas, los llamados “smeno-vetchovtsys” (cambio de orientaciones) y los “euroasiáticos”.

Entre los primeros destacan N. Berdyaev, S. Boulgakov, P. Strouve y S. Franch, que publicaron una compilación de artículos, bajo el título Vechi (Orientaciones), donde renegaban de sus antiguos posiciones pro-occidentales y más o menos izquierdistas, y se afirmaban nacionalistas, tradicionalistas y eslavófilos. Veían en el bolchevismo una revuelta contra el capitalismo y la occidentalización, y, aunque rechazaban el marxismo como ideología utópica, abstracta y occidental, reconocían el carácter ruso e imperial del joven Estado soviético.

Según Dugin, la otra corriente a tener en cuenta en la Revolución Conservadora rusa es la integrada por los euroasiáticos. Algo más conocida que la Smena Vech, se caracteriza, entre otras cosas, por su relación con la escuela geopolítica alemana de Karl Haushofer. El movimiento se inició en 1921, cuando un grupo de rusos “blancos” exiliados publicó, en Bulgaria, un conjunto de artículos bajo el título Éxodo hacia Oriente, y con el subtítulo Manifiesto de los Euroasistas.

La concepción euroasista se caracterizaba por hacer suyas las tesis geopolíticas de Mackkinder y Haushofer (los creadores de la ciencia geopolítica) y por su valoración de la Revolución de Octubre. Por un lado, rechazaban la occidentalización de Rusia, que se venia realizando desde el reinado de Pedro el Grande, y, por otro, mantenían una actitud ambivalente frente al Estado Soviético. Mientras que por un lado rechazan al marxismo, al que veían como otro subproducto de la occidentalización, pero reconocían elementos “nacionalistas” e “identitarios” en la propia Revolución de Octubre.

Entre los autores euroasistas hay que mencionar al padre George Florovsky, gran experto en teología ortodoxa rusa, y al conde Troubetskoy. Hay que señalar que, para estos autores, el cristianismo ortodoxo ruso era el alma y la columna vertebral de Rusia.

¿Revolución Conservadora en España?

Es un tema discutido se ha habido Revolución Conservadora en España. Las respuestas a esta pregunta pueden variar según el parámetro que utilicemos. Si tomamos como parámetros exclusivos a la Revolución Conservadora alemana, al único autor español que encajaría en la definición sería Ortega y Gasset, entre otras cosas por su papel de introductor en España de la ciencia y la filosofía alemanas[10].

Hay otras versiones. A veces se ha querido trazar un paralelo entre la derrota de 1898 de España frente a Estados Unidos y la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial. En este sentido, los autores de la llamada “generación del 98” serían los homólogos de los revolucionarios conservadores alemanes. Pero esta hipótesis no se sostiene por diversas razones. En primer lugar, la derrota del 98 no provoca un cambio radical de régimen y, de hecho, su impacto es más psicológico que otra cosa[11]. En segundo lugar, los autores que figuran en la nómina del 98 no fueron pensadores sistemáticos (con la excepción de Maeztu) sino básicamente literatos y, por tanto, no generaron doctrina.

Ahora bien, si partimos de una idea más general de lo que responde a considerar a la Revolución Conservadora como un fenómeno estrictamente alemán podemos cambiar las premisas. Ya hemos visto que también hubo una Revolución Conservadora rusa. Si vamos a la esencia de estos movimientos nos encontramos, por una parte, en un intento de recuperación de unas esencias, propias de su cultura nacional, pero no en simple clave reaccionaria, en una simple vuelta al pasado, sino en una reactualización de estas esencias, en lo que perdura.

También nos encontramos con un rechazo radical al liberalismo, pero no para auspiciar un retorno al Antiguo Régimen, sino como una parte de un rechazo global a la Modernidad, como periodo superado de la historia, y la búsqueda de nuevos modelos de organización y participación sociopolítica, que normalmente giran en torno al corporativismo.

Con esta nueva mirada, la figura de Ortega, como representante de una eventual Revolución Conservadora española, queda algo desdibujada. Es cierto que sigue habiendo elementos que lo aproximan, como su crítica al racionalismo abstracto al que opone su “raciovitalismo”, su conciencia de crisis de la Modernidad (yo soy nada moderno y muy siglo XX) y su llamamiento a la construcción de un “socialismo nacional” no marxista[12], pero su incapacidad de desprenderse del liberalismo y, sobre todo, su crítica radical a la historia de España en su conjunto, lo alejan, a nuestro modo de ver, de esta denominación.

En su discurso (después publicado) Vieja y nueva política, Ortega realiza una crítica radical a la Restauración y hace un llamamiento a la acción política en clave regeneracionista. Pero en obras posteriores, como España invertebrada[13], su crítica no va contra un régimen decadente, si no que apunta al corazón mismo del origen de España como nación histórica. La tesis de Ortega es que la temprana unidad que realizan los Reyes Católicos es un síntoma de debilidad, del hecho de que no hubiera feudalismo en Castilla ni en Aragón. Esta ausencia la atribuye, en una tesis casi racista, a la “poca vitalidad histórica de los visigodos”. La supuesta ausencia de feudalismo ha traído como consecuencia que en España nunca ha habido “minorías egregias” y que, en ausencia de estas minorías, todo lo haya hecho “el pueblo”.

Como España parece ser una equivocación desde sus orígenes, hay que mirar a Europa, a esta “Europa sublime” a la que Ortega dedica su desafortunada frase “España es el problema, Europa la solución”, con un tono casi negro legendario.

Todo ello no invalida a Ortega como uno de los pensadores españoles más importantes del siglo XX, ni quita importancia su sistema filosófico, el “raciovitalismo”, pero lo aleja de las coordenadas de lo que podría ser una Revolución Conservadora española, aunque tampoco se puede negar que algunos aspectos de su producción intelectual lo aproximarían a la misma.

En este sentido, cobraría fuerza la hipótesis de Ramiro de Maeztu, Garcia Morente[14] y Eugeni D’Ors como representantes de una Revolución Conservadora española. De los dos primeros ya nos hemos ocupado en otras ocasiones. En este sentido, la obra más representativa de Maeztu sería La crisis del Humanismo, mientras que la de Morente Idea de la Hispanidad. Pero en el presente trabajo queremos ocuparnos de Eugeni D’Ors.

Eugeni D’Ors y la Revolución Conservadora española

A lo largo de diversos artículos hemos tocado innumerables temas relativos al pensamiento de D’Ors. Aquí no vamos a añadir nada nuevo: únicamente queremos señalar aquellos aspectos de su pensamiento que refuerzan nuestra tesis de D’Ors como un revolucionario conservador.

En primer lugar, en su etapa catalanista, vemos a D’Ors hacer profesión de fe Noucentista. En el Glosari y, muy especialmente, en su novel La Ben Plantada, se van desgranando los elementos ideológicos de este Noucentisme: orden, equilibrio, civilidad, espíritu mediterráneo y, sobre todo, una idea de la Cultura y de la Civilización como algo opuesto a todo lo que sea espontaneo, natural e instintivo. Estas ideas van a estar presente, de forma notable, en su pedagogía y en su antropología tripartita que desemboca en la Angeología.

Sus simpatías y su aproximación al sindicalismo nos muestran un D’Ors muy alejado de las simples posiciones reaccionarias del que añora tiempos pasados. Su idea de las profesiones y de los oficios como ejes vertebradores de la socialización y de la participación política, muy acordes con las corrientes corporativistas de su tiempo, nos muestran a un pensador muy crítico con el individualismo liberal como ideología madre de la Modernidad.

Pero es especialmente en su filosofía de la Historia, expuesta en su obra póstuma La Ciencia de la Cultura, donde se manifiesta, de forma más notable, el D’Ors revolucionario conservador. Su teoría de los eones como constantes historiográficas significa la superación de uno de los mitos más significativos de la Modernidad: la concepción lineal de la Historia, que parte de un primitivismo absoluto y se encamina hacia un “estadio final”. Con los eones D’Ors vuelve a la idea del tiempo cíclico o esférico, a su vez compatible con la aparición de ideas nuevas, a través de sus “epifanías”.

El eon de Roma, del Imperio o de la Unidad, opuesto al de Babel o la dispersión, es el que presenta mayor carga metapolítica, magníficamente representado en su declaración de que “todo nacionalismo es separatista, no importa el nivel”.


[1] AAVV. (2015) Figuras de la Revolución Conservadora. Tarragona, Ediciones Fides.

[2] Benoist, A. (2015) Arthur Moeller van der Bruck y la Revolución Conservadora alemana. Tarragona, Ediciones Fides, p. 55.

[3] Benoist, obra citada.

[5] Freund J., De Benoist, A. et altrii (2016) El Enigma Georges Sorel ¿revisión del marxismo o prefascismo? Tarragona, Ediciones Fides.

[6] Obra citada, p. 21.

[7] Obra citada, p. 61.

[8] Mohler, A. (1989) Die Konservativen Revolution in Deustchland 1918-1932. Wissenschaftlinche Buchgesellschaft, Darmstadt, vol. 2, pp. 29-32

[9] Dugin, A. (2000) La Revolución Conservadora rusa, en AAVV Sobre la Konservative Revolution. Barcelona, Ediciones Nueva República, pp. 99-123.

[10] Alsina Calvés, J. y Sebastián Lorente, J. (2015) Ortega y Gasset. Socialismo nacional y Revolución Conservadora. Tarragona, Ediciones Fides. González Cuevas, P.C. (2009) Conservadurismo heterodoxo. Tres vías ante las derechas españolas: Maurice Barrès, José Ortega y Gasset y Gonzalo Fernandez de la Mora. Madrid, Biblioteca Nueva.

[11] Fernandez de la Mora, G. (1979) Ortega y el 98. Madrid, Editorial Rialp.

[12] Alsina y Sebastián, obra citada

[13] Ortega y Gasset, J. (1959) España invertebrada. Madrid, Revista de Occidente, pp.130-135

[14] Alsina Calvés, J. (2020) Ramiro de Maeztu. Del regeneracionismo a la contrarrevolución. Tarragona, Ediciones Fides. Ver también “Maeztu y Garcia Morente. Dos pensadores de la Hispanidad” https://somatemps.me/2020/10/02/maeztu-y-garcia-morente-dos-pensadores-de-la-hispanidad/.

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