Movilizar el español

Movilizar el español. José Vicente Pascual

Si algo define los idearios populares contemporáneos es su inanidad y desenfoque, gente que debate y propone y vuelve a debatir sobre asuntos que no van a ninguna parte mientras la realidad nuclear de las contradicciones y conflictos que determinan los perfiles decisivos de la convivencia permanece en su universo paralelo, tan campante. Este verano que ya va terminando —menos mal— ha sido especialmente profuso en esas polémicas acendradas que poseen como única virtud su inaudita capacidad de fermentar el odio, repulirlo y enfrentar saña con saña. En esto la izquierda es hábil y la derecha es torpe, aunque no se sabe cuál de estos atributos es más reprobable y cuál menos conveniente. Y digo que la izquierda es hábil porque está siendo capaz de situar los debates cruciales de este tiempo, en España y en general en occidente, allá donde la derecha se desmelena sin ninguna necesidad y, desde luego, errando el objetivo y exponiéndose a contrarréplicas cargadas de demagogia, buenismo y todas las jeremiadas seminaristas que florecen en el jardín de la izquierda rosada como champiñón en covacha.

El lugar y relato de afrentas más enconado, sin duda, ha sido y está siendo el despotricamiento por parte de la derecha contra la inmigración ilegal proveniente de norteáfrica y el mundo subsahariano, opuesta a la defensa por parte de la izquierda de una política de fronteras abiertas, acogimiento e “integración” para todas las almas errabundas en este mundo cruel. No hace falta insistir en explicaciones ni clarificar conceptos porque son de común y universal conocimiento. El detalle que considero revelador sobre cómo se manipulan las ideas por parte de las élites y sus aliados de la izquierda dominical es la eficiencia con que se ha centrado toda polémica sobre la cuestión migratoria: sólo parece interesar a estos efectos la que nos llega ilegalmente y desde el sur. Para la derecha, si nuestra derecha patria tuviese más línea política que instinto reactivo, la verdadera gravedad del asunto versaría hacia otras direcciones, previa denuncia de cómo se está escamoteando lo principal del asunto: cuál es la realidad de la inmigración en España, qué inmigración necesitamos —en el caso de que así fuese—, y qué políticas concretas son de aplicar para “fomentar” la inmigración y acogimiento de nuevos españoles con origen en hispanoamérica, que es nuestro venero natural, histórico y cultural de intercambio migratorio.

Son más de dos millones, la mayoría llegados de Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina, República Dominicana, Cuba… Todos hablan nuestra lengua, la mayoría son católicos, se formaron en la escuela estudiando libros de texto muy parecidos a los nuestros, los códigos legales de sus países de origen se fundamentan en el derecho romano igual que las leyes españolas, su cultura es la misma y, también la mayoría, llegan muy escarmentados de los experimentos socialistas en su entorno nacional y, por extensión, continental. Es una inmigración que no tiene que integrarse porque es nuestro espejo al otro lado del Atlántico, son personas con una acendrada cultura del trabajo y el compromiso familiar, no vienen en busca de “pagas” sino de empleos dignos; son pacientes, tenaces, esmerados en el cumplimiento de las obligaciones laborales, cívicas y administrativas que les impone su estancia en España. Son, como diría Marcelo Gullo, “los españoles de América”. Y encuentran mil dificultades de todo tipo para instalarse y desarrollar su proyecto de vida en nuestro país, desde los obstáculos burocráticos al acceso laboral en las mismas condiciones que los españoles, pasando sin duda por episodios de racismo insoportables.

La materia es amplia y compleja, y es decisiva. Francia está llena de argelinos, marroquíes y otras gentes del Sahel porque su devenir histórico y la “grandeur” de su francofonía así lo han determinado; el Reino Unido tres cuartas de lo mismo con su Commonwealth… Nótese el disparate, la paradoja anti-histórica de que España, en igualdad de posición con estos países y otros de la UE, en vez de plantearse como elemento fundamental en sus políticas de inmigración la mirada hacia nuestro ser civilizacional americano, se ocupa principalmente de desgarrarse en la polémica por la inmigración musulmana; es como si hubiésemos renunciado no solamente a nuestra historia como nación sino, directamente, a nosotros mismos como gente que habla español y desciende de quienes llevaron el idioma español y la cultura española a medio mundo. En fin, y como dijo un tertuliano de esos que saben de todo y de todo opinan. “Resulta que, en contra de toda lógica, otra vez el problema es el islam”.

Las concentraciones, la semana pasada, de decenas de miles de venezolanos y otros hermanos de hispanoamérica en protesta por el fraude electoral en Venezuela, nos da la pista —yo creo que concluyente—, al tiempo que muestra el auténtico derrotero por el que habría que reconducir esta cuestión: la inmigración hispanoamericana, en general, está en contra de las dictaduras y especialmente en contra de las tiranías socialistas, que son las que depredan actualmente el continente; la inmigración musulmana no tiene exacta noción de lo que sea la democracia y, desde luego, nuestra democracia les importa un bledo y no sólo les importa un bledo: están decididos a suplantarla por una teocracia islámica en cuanto tengan oportunidad. Por qué se fomenta esta inmigración del Corán, las mujeres con velo y los rezos en la calle, en detrimento del desarrollo y progreso de la inmigración americana, es un problema que sólo tiene una solución: hay que volver a mirar a nuestro ser expandido en su realidad histórica civilizadora. Igual que Winston Churchill, en la hora más oscura de resistencia ante el nazismo rampante, movilizó el idioma inglés en defensa de la causa británica y europea, nosotros, españoles del siglo XXI, en la hora más oscura ante el imperio woke y el saldo de nuestra nación para dejarla en manos de quien la quiera ocupar, deberíamos ir pensando en movilizar el idioma español y a los españoles de un lado y otro del océano. Todos, a un lado y otro de las aguas y sobre todo en el ámbito común del territorio español, tendrían mucho que decir en esta hora oscura para todos.

No sé si se me entiende. Quizás lo que nadie va a entender es lo que implica “movilizar”. Hay un argumento, por ejemplo, de principio: ¿Por qué los cubanos, venezolanos, colombianos, encuentran mil dificultades para asentarse en España en tanto que los marroquíes sólo tienen que llegar y decir que tienen menos de 18 años? Sería un buen comienzo. A ver si alguien se entera y se pone a la faena.

Top