Paradoja y reivindicación del cuerpo

Paradoja y reivindicación del cuerpo. José Vicente Pascual

En la escala de valores del pensamiento único, nuestro cuerpo es epicentro de una de las paradojas en que se asienta el discurso oficial: nos pertenece, en realidad es nuestra única posesión, podemos hacer con él lo que queramos y con absoluta libertad… Pero no nos pertenece si sus representaciones y funcionalidades no se ajustan a la doctrina obligatoria de la bondad universal. La prohibición o el rechazo social —la muerte civil—, acechan continuamente a los transgresores normativizados. «Proximus sum egomet mihi», sentenciaba Terencio: «Soy lo más cercano a mí», también traducido como «Soy mi pariente más cercano». Pero cuidado, el sentimiento —certeza— de posesión no puede mantenerse bajo cualesquiera circunstancias si el entorno social, previamente, ha reglado las maneras en que esa propiedad puede o no puede manifestarse. En plata: una mujer puede abortar cuando quiera y los demás estamos en la obligación de pagar a escote, vía sanidad pública, aquella radical expresión de lo que para muchos es un derecho humano; pero no puede aparecer desnuda en una publicación a menos que se trate de propaganda feminista. El cuerpo, para el pensamiento progre, es ante todo reivindicación. Su valor ideológico está por encima y mucho allá de cualquier observación puramente —sencillamente— biológica, estética, higiénica, erótica. «¿Por qué os dan tanto miedo nuestras tetas?», preguntaba la ministra tronada; al mismo tiempo, una joven hermosa mostrando los pechos en un calendario de bomberos y bomberas, es machismo. No se sabe por qué.

Hablando de cuerpos, el de bomberos es casus belli en esta materia. Sus famosos calendarios sexi-solidarios, algunos de ellos con bomberas de buen ver, han ido decayendo del desenfadado consenso social a la actual indiferencia, si bien por el camino tuvieron que soportar cuantiosas execraciones, cancelaciones y boicots por parte de la izquierda, acusados de heteronormativismo, machismo, culto al cuerpo… Según el lamento querubiniano, los cuerpos atléticos y musculados de los bomberos agreden la sensibilidad de quienes no disfrutan las virtudes del canon, es decir, los fofos, metidos en carnes, carrozas como un servidor o feos como la ministra de Hacienda. El factor heteronormativo también tuvo su relevancia en la contestación a los almanaques. Parece ser que los hombres jóvenes, blancos y en buena forma física son paradigma de la heterosexualidad; lo cual, de mera lógica, conduce a la bobada de que el buen homosexual debería ser un tipo enclenque, estrecho de hombros, aflautado y con la fuerza suficiente para dar dos pasos sin caer de culo.

Sabemos sin embargo que el prototipo de varón deseable en el ámbito homosexual viene a coincidir, aproximadamente, con el gusto femenino: tíos cachas y guaperas… y a ser posible heteros. Hace muchísimos años me lo dejó bien claro un amigo gay, mientras tomábamos cerveza con limón y tostadas de aceite de oliva en un bar de Granada tras una noche muy loca en la que ambos habíamos hecho locuras —cada uno por su cuenta, se entiende—; «Mi pena es que me gustan los hombres pero nunca voy a estar con un hombre, siempre condenado a las tortillas», me dijo. Sólo han pasado unos años y el paradigma ha cambiado en su expresión ideológica —en la práctica, en la realidad, nada nuevo bajo el sol, naturalmente—; ahora, el cuerpo canónico heterosexual es reprobable, el gimnasio ya no es templo sino antro, la buena presencia y la belleza masculina son pecado de gordofobia, edadismo y no recuerdo cuántos vicios más, incluido el resultar ofensivos para las personas con limitaciones funcionales, enfermitos y etcétera. Las únicas personas, digamos, autorizadas bajo el dogma neoprogre a mantenerse atléticas y ser guapas y atractivas —las que lo sean, eso está por demostrar—, son las jugadoras de fútbol y alguna atleta de afilada oratoria contra «la ultraderecha». Los demás, bajo sospecha: y el que acude al gimnasio y hace deporte para mejorarse físicamente sin ser deportista profesional o maratoniano solidario, bajo doble sospecha.

Este es el ideario que planea hoy sobre la realidad del cuerpo, el tremendo contrasentido de la doctrina redentora: nuestro cuerpo nos pertenece y tenemos derecho absoluto sobre él, pero lo único que se permite hacer con él sin necesidad de rendir cuentas ni dar explicaciones a la inquisición izquierdo-feminasta, es hipersexualizarlo, no importa desde qué edad ni muchos menos en qué sentido. El sexo rabiosamente observado como única vía de realización en esta vida es el nuevo paraíso prometido al rebaño; seremos pobres y no tendremos nada nuestro, pero seremos muy felices en cuanto poseedores de un cuerpo que es un tesoro. Eso sí, siempre y cuando nuestro cuerpo sirva a la causa y pueda encuadrarse en la doctrina lamentativa universal. En caso contrario, nuestro cuerpo es enemigo de la humanidad, del progreso, de la justicia y, sobre todo y por encima de todo, de la sagrada igualdad.

¿Les parece un barbaridad, una aparatosa estupidez, una tremenda degradación del valor de lo humano en aras de la tiranía de lo ideológico? A mí también. Sería cuestión de ir haciendo algo al respecto, aunque sirva de poco. Apuntarse a un gimnasio, salir a caminar por las mañanas y cuidar la dieta, hoy, son actos de contestación al sistema. Y que se mueran los feos.

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