Posmodernia ante el 1-O

«No son la naturaleza y el mundo de
los hombres los que se rigen por los
principios, sino los principios los
que sólo tienen razón de ser cuando
coinciden con la naturaleza y con la
historia» (FRIEDRICH ENGELS, en el
«Anti-Dühring»)

Los acontecimientos que se vienen sucediendo durante los últimos días en Cataluña constituyen un golpe de Estado. Llamemos a las cosas por su nombre. Porque golpe de Estado es la subversión de un orden establecido y su «sustitución» por otro de distinta condición. Y eso es exactamente lo que se pretende.
POSMODERNIA , pese a su aún corta vida, ha venido prestando atención constante y prioritaria al desbocado proceso secesionista, al punto que ya en el primer número de nuestra publicación, incluimos un pormenorizado análisis técnico-jurídico elaborado por el Notario Luis L. Bustillo Tejedor. A princios de junio, a través de la pluma de José Alsina Calvés, anticipábamos las expresas intenciones golpistas de Puigdemont. Con su acostumbrada maestría, el Vice-Rector de la Universitad Abad Oliva de Barcelona, nuestro entrañable Javier Barraycoa, se ocupaba de profundizar en el trasfondo ¨psico-sociológico» del secesionismo en un recientísimo ensayo, complemento de anteriores trabajos para POSMODERNIA, en los que viene desplegando su exhaustivo conocimiento de la temática separatista, analizándola desde diversas perspectivas. Un elocuente artículo de otro colaborador habitual, el Dr. Carlos Kaiser, sintetiza con precisión las tres fases de que consta la intentona golpista. Y junto con esta Editorial, verá la luz una nueva y, como siempre, original y atinada aportación del brillante José Vicente Pascual.
DEL GOLPE DE ESTADO AL GOLPE AL ESTADO
Hubo un Presidente de Gobierno en este país de nuestros desvelos, que pasará a la historia entre otros muchos dislates, por haberse permitido afirmar que «el concepto de nación es discutido y discutible». Al margen de hacerse eco de una evidencia en lo referente a España, donde el concepto de Nación es «discutido» por quienes están empeñados en desmembrarla, lo más grave del caso es que el personaje parecía no tenerlo demasiado claro tampoco. al situar como «discutible», lo que en función del cargo que desempeñaba adquiría una gravedad extrema, al poner en cuestión precisamente la entidad histórica y política sobre la que pretendía ejercer autoridad. Pero no ha sido Zapatero el único gobernante español en exhibir una idea difusa de España como Nación. Su antecesor, un aficionado impenitente a las antiguallas ideológicas, pretendió rescatar del «vertedero de la historia» aquella mercancía averiada del «patriotismo constitucional», un invento del trasnochado Jürgen Habermas, creado «ex profeso» para la por entonces, peculiar y «excepcional» situación de una Alemania dividida en la que el término «Nación» evocaba un pasado incómodo e «inconveniente»…. Y ni aún así, en tales circunstancias, consiguió hacer fortuna y prender en el imaginario colectivo alemán el forzado artificio. Algo enfermizo anidaba en la «necrofilia ideológica» de Aznar que le impelía a intentar resucitar cadáveres políticos cuando no es que estuvieran en estado de descomposición; es que se trataba ya de auténticos fósiles. El que a `posteriori se postula como «hombre de hierro» ante sus ingenuos (y cada vez más escasos) fans, emprendió en su etapa de gobierno una carrera tan desenfrenada de transferencias a las autonomías que al «pobre» ZP apenas le quedó nada que ofrecer a la voracidad depredadora del secesionismo. No menos censurable resulta la ejecutoria de los dos primeros mandatarios del Régimen del 78. Primero la desenfadada irresponsabilidad del vacuo Suarez, artista del «travestismo político», que en inverosímil pirueta saltó sin sonrojo de la «unidad de destino en lo universal» a la Nación de «nacionalidades» y el Estado demencial articulado en torno a semejante disparate teórico, La calculada ambigüedad de González en este capítulo, únicamente afianzó el camino emprendido e institucionalizó la costumbre de «tapar bocas» mediante cesión de competencias y dinero público, una táctica que implementaba una dinámica suicida y conducente a un callejón sin salida. Y así llegamos a Rajoy, el consumado maestro del «no sabe no contesta», que encarna el estereotipado tópico atribuído al gallego a mitad de la escalera, sin que sea posible descifrar si está subiendo o bajando. Resulta dudoso afirmar si buscándolo intencionadamente hubiera resultado posible encontrar un gobernante más incapaz para afrontar una situación como la presente. Ni liderazgo, ni decisión, ni carácter. Nada. «Laissez faire, laissez passer» llevado a un extremo inconcebible, Petrificado, mintiendo sin pestañear («no habrá referendum»), escondido tras las togas de jueces y fiscales, Rajoy representa cuanto no debe hacer un gobernante consciente y con un mínimo sentido del Estado. Porque la primera y primordial responsabilidad de un gobernante es precisamente gobernar, Su absoluta falta de credibilidad, sus patéticas apelaciones a «la ley», al «estado de derecho», a «la democracia» o a «la Constitución», resultan ridículas en boca de quién ni ha aplicado la ley, ni ha defendido el Estado de Derecho -suponiendo que este lo fuera…-, ni tiene la menor idea de lo que es la democracia -que confunde con esta mala imitación que soportamos-, ni es posible pensar seriamente que todavía crea en una Constitución que «hace aguas» por babor y por estribor, en la que nadie cree ya, y que no solamente no es una solución, sino que forma parte del problema desde su redacción.
Siguiendo el inveterado principio de «que cada palo aguante su vela», cabría preguntarse por el «palo mayor» de este tinglado en que se está convirtiendo España: ¿Y la Corona?. «Bien, gracias». El monarca Emérito, con la que está cayendo, estaba hace poco en Vancouver disputando una regata que por cierto ha ganado, por lo que debe estar «lleno» de «orgullo y satisfacción», El Sucesor, por su parte, ha participado estos días en un par de actos escasamente comprometidos en los que ha reiterado la necesidad de» diálogo», Recordemos que en su muy publicitada intervención en el Parlamento Británico, también apeló a «la necesidad de diálogo» para solventar el contencioso de Gibraltar con el resultado de todos conocido…. Confiemos en que nadie tenga que repetirle las palabras que el gran Quevedo dirigió a uno de sus predecesores de nombre también Felipe (IV, en este caso): «Lo es el Rey Nuestro Señor a la manera de los hoyos; más grande cuanta más tierra le quitan».
Lo cierto es que mientras se ejecuta el golpe de Estado de los secesionistas, conviene echar la vista atrás para verificar que durante cuarenta años, con total impunidad, se ha venido asestando de manera permanente y creciente un golpe continuado al Estado español, que no hubiera resultado posible de no contar con la complacencia, la anuencia, la complicidad y la connivencia de las máximas autoridades españolas. Han sido cuarenta años de mentiras, de insidias, de una falsificación histórica deliberada y consentida por los sucesivos gobiernos de España; cuarenta años de lenidad culpable y cobardía sin fin; cuarenta años de consentir un progresivo fomento del odio irracional a España y a todo lo español en las escuelas y universidades, en los centros públicos y medios de comunicación igualmente públicos, y todo ello sufragado y financiado con fondos públicos, esto es, pertenecientes en última instancia al Estado español. Se ha permitido la inmersión lingüística, la discriminación de los hispanoparlantes, la marginación «xenófoba» de quienes no han transigido con la coacción. Cuarenta años de incumplimiento contumáz de la ley por parte de las administraciones nacionales, autonómicas y locales. Cuarenta años de pactos inconfesables, de vergonzoso «pasteleo», de «mirar hacia otro lado» mientras se consumaban los víles atropellos del Derecho, de ocultar al pueblo español la realidad. Cuarenta años de corrupción y prácticas antidemocráticas cuando no abiertamente totalitarias. Cuarenta años, en fin, de soportar lo insoportable, lo que ningún gobierno digno y legítimo debe, bajo ningún concepto y por principio, soportar. Todo este memorial de agravios, de ignominia, de humillaciones y ultrajes compendian lo que hemos denominado golpe al Estado y exigiría, por un mínimo de decencia y decoro democrático, una inmediata e implacable depuración de responsabilidades.

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