Sumisión

Sumisión. José Vicente Pascual

A fuerza de melindrerías, zalamerías y vergonzoso peloteo a los progresistas, la iglesia católica se había vuelto incapaz de oponerse a la decadencia de las costumbres; de rechazar, clara y vigorosamente, el matrimonio homosexual, el derecho al aborto y el trabajo de las mujeres. Había que rendirse a la evidencia: llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa Occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma, como no lo estuvo la Roma antigua en el siglo V de nuestra Era”.

Con frases tan rotundas, Michel Houellebecq condena el futuro de Europa en su novela Sumisión (2015). Yo no creo que el matrimonio homosexual, el derecho al aborto y mucho menos el trabajo de las mujeres sean males apocalípticos en sí mismos, capaces de disolver o esclerotizar la fibra moral de una civilización. Sí estoy de acuerdo con el novelista en que la falta de capacidad para generar alternativas ideológicas/culturales al discurso de la cancelación que el pensamiento supuestamente progresista lleva imponiendo desde hace décadas, es síntoma inapelable de esa “decadencia” a la que se refiere Houellebecq. Ese oscuro futuro que dibuja en su novela.

La llegada masiva de poblaciones inmigrantes, impregnadas de una cultura tradicional marcada  aún por las jerarquías naturales, la sumisión de la mujer y el respeto a los ancianos, constituía una oportunidad histórica para el rearme moral y familiar de Europa, abría la perspectiva de una nueva edad de oro para el viejo continente. Esas poblaciones eran a veces cristianas, pero, por lo general, había que admitirlo, eran musulmanas”. (Sumisión, pág. 97).

Dejemos aparte ese “valor” tradicional de “la sumisión de la mujeres”; y aclaro, para quien no lo sepa, que el título de la novela, Sumisión, no hace referencia al sexo femenino sino que indica la correcta traducción de la palabra árabe islam.

Hace unos años, en el transcurso de un interesante debate con usuarios y colaboradores de una publicación digital, uno de los participantes expuso el siguiente punto de vista: “Cuando la cultura occidental y la tradición humanista y cristiana hayan desaparecido, engullidas por masas sin identidad llegadas de oriente, el islam será lo único que quede de occidente, del humanismo y del cristianismo”.

Merece la pena reflexionar sobre ello. Tanto el occidente cristiano como el islam han pugnado durante 1500 años por la hegemonía en el ámbito mediterráneo primero, y a nivel planetario desde mediados del siglo XX. Ambas civilizaciones han impuesto su paradigma y al mismo tiempo, por pura lógica de la historia —“dialéctica” diría un marxista—, han conservado los sustratos fundamentales de las sociedades absorbidas, aquellos resortes eficientes que condicionaron e impulsaron el ser mismo de estas culturas. Por poner dos ejemplos sencillos, evidentes: la aparición de la “revelación” coránica es impensable sin la aportación previa no sólo del mensaje cristiano sino de la exégesis de los teólogos tardoromanos y medievales, y de los Padres de la Iglesia; hablar la lengua española sin utilizar arabismos es prácticamente imposible. Estos fenómenos no se deben únicamente, ni por lo remoto, a la natural ósmosis cultural entre distintos ámbitos civilizacionales que es constante en la historia humana. Transcienden la categoría de lo necesario —inevitable—, para conformar una corriente dinámica de adaptación epistemológica, con el progreso histórico como meta. Una tendencia de uso asumida a beneficio de partes.

La diferencia en el resultado, después de siglos de andadura entre todas las dificultades que el islam y occidente han surcado, también parece evidente: occidente ceja, a veces de manera escandalosa, en su voluntad de ser. El islam, no. El islam continua siendo una civilización llena de empuje, con enorme capacidad de resiliencia, impermeable a los discursos globalistas y las distopías “progres” sobre cómo debería organizarse la vida mundializada; e intacta en su cuerpo doctrinal en lo que se refiere a leyes y costumbres —cosa distinta son sus divisiones internas concernientes a la fe, en esa materia no entro—. Occidente se tambalea por un vídeo viralizado de un policía deteniendo a un delincuente que acaba muerto. Decae y se arrodilla. El islam continua en pie y avanza. Cada día más.

Sé que estas reflexiones no son populares según en qué ámbitos. Pero creo que merece la pena detenerse un momento. ¿Imaginan la historia de Europa sin el islam, y la de las sociedades musulmanas sin intervención europea? Por lo general, salvo casos contados de alianzas militares en períodos especialmente complicados, ambas civilizaciones han estado en el mismo camino y enfrentadas. Pero en el mismo camino. La cuestión está, de nuevo, en imaginar ese camino del todo despejado, sin la presencia de uno de los peregrinos temporales, ya barrido del mapa por el “aluvión desesperado” que la historia nos está preparando. El islam no va a hacer ese papel, seguro. A lo mejor es momento de investigar por qué ellos estarán, seguro, y otros estarán —estaremos—, o no estarán. A lo mejor es hora de sentarse y hablarlo.  

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