Decía Ernesto Sábato (cito de memoria) que un buen escritor expresa ideas grandes con palabras sencillas mientras que el mal escritor dice simplezas con palabras grandilocuentes. La retórica desmadrada es sin duda el gran pecado no sólo del mal escritor sino del humano en ciernes, el adolescente sobrepasado por la pasión hormonal, el inmaduro arrasado por ideas pueriles que justifican su falta de sustancia y le prometen un mundo donde la trivialidad aspaventosa tendrá el mismo rango intelectual y el mismo prestigio que la razón sedimentada por siglos de estudio y experiencia. Por desgracia, ese es el mismísimo mundo en el que ahora vivimos: el paraíso de las pomposas estupideces; el infierno de quienes tengan desarrollado el sentido, no tan común, de la vergüenza ajena.
Las imágenes y el audio de Eva Amaral a pecho descubierto, el pasado sábado en Aranda de Duero, clamando por “la libertad de todas las mujeres” y llamando a “la revolución” (no se ha quedado corta la maña), confirman tristemente esa sensación, más bien la certeza de compartir espacio y tiempo con el personal más necio y más ñoño que cayó por la historia de España desde que Paco Porras intentaba convencernos de que el futuro depende de las hojas de un rábano. Aunque, claro, no se sabe si es más abochornante el gesto pazguato de la cantante (me perdonará si no la llamo cantanta) o el entusiasmo con que lo han acogido la mayoría de los medios informativos, con especial fruición de los telediarios televisivos: “valiente”, “comprometido”, dicen. Ejemplar sin duda, pues clama el ejemplo de cómo lo encargados de informar se ocupan de embrutecer al rebaño. El colmo de los comentarios majaderos se produjo, cómo no, en la vengativa TVE, donde una locutora de verano, con trazas de llevar en el oficio por lo menos semana y media, expresaba su contento: “Mientras haya gente que se escandaliza por ver los pechos desnudos de una mujer, el gesto de Amaral tendrá pleno sentido”. Pero vamos a ver, criatura del Señor: ¿Tú crees que a estas alturas de la historia hay alguien que se escandalice por ver unas tetas? Ya durante el imperio romano hubo debate sobre la cuestión porque Calígula se empeñó en clasificar las femeninas mamas entre virginales y matronales, con obligación de declararlas cuando las esposas de los senadores acudían, supongo que forzadas, a prestar servicio en el famoso burdel para patricios y cresos organizado por el emperador. Desde entonces ha llovido y no para bien en este asunto. Desde luego, en plenos tiempos de internet unas tetas femeninas tienen de disruptivo o escandaloso lo mismo que los muslos de Leo Messi o las bragas de las jugadoras de tenis. Por favor…
En el fondo, visto lo visto y oído lo que se ha oído, lo único que se adivina de este sainete es que algunas personas, por lo general de esa izquierda sopasobre que aplaude en los balcones cuando nos encierran y votan a Sánchez porque llegan “la derecha y la extrema derecha”, están convencidas de que el gobierno de Aragón, en manos del PP y con participación de Vox, tiene el apoyo multitudinario de gentes que se rasgan las vestiduras por ver a una artista en el escenario haciendo cosas de artista, como exhibir los pezones; “gente de misa diaria”, deben de pensar, de chocolate y picatostes en la rebotica después de rezar el rosario, de confesión con golpes de pecho mientras el cura les reprocha amablemente sus excesos de escrúpulo. Tal lo imaginan, seguro. Mira que son burros…
No se enteran. No tienen bien caracterizado al “enemigo”, entre otras razones porque ni les interesa lo que piensan ni quieren saber lo que hacen salvo cuando la Sexta ordena llevarse las manos a la cabeza; y como no observan, hablan de oídas y meten la pata hasta el corvejón, hasta dar grima, que es la manera más dolorosa de hacer el ridículo. Si se molestasen en conocer por qué millones de españoles han votado a la derecha en las últimas elecciones generales (bastantes más que a la izquierda pastelosa de Yolanda y a la oficinesca de Pedro) y cómo son de verdad, lo que naturalmente piensan, en lo que creen y en qué España quieren vivir, se llevarían una enorme sorpresa. Como me dijo antes de ayer el gran Xavi, rocker heavy oficial de mi barrio (también cito de memoria): “Voto a Vox porque una cosa es que yo sea gilipollas y otra que el gobierno me tome por tonto, yo me equivoco cuando me sale de los cojones pero a mí no me marimoñea ni mi padre”. He aquí la cuestión. Una cosa es hacer el imbécil, a ver quién no ha hecho el imbécil alguna vez, y otra esmerarse en el ridículo tal como se esmeró la señora Amaral y tal como aplaudieron sus condescendientes. Y esa es la miseria de nuestra blanda izquierda de blanca bandera: lo imbécil se lo dan por sabido, casi que superado, casi que integrado en sus maneras de vanguardia, como pensamiento avispa y actitud infinita ante la vida, descacharrando como Nicolas Cage en Livins Las Vegas; y lo ridículo se lo trabajan con inusitada constancia, con orgullo de estirpe. Sin dejar a nadie atrás. Y así no hay manera.