Utopías 2023

Utopías 2023. José Vicente Pascual

La derecha no tiene utopías, y si acaso las invoca siempre llegan instaladas no en el futuro sino en incierto pasado, un ayer en el que había respeto a la propiedad privada, la familia, el orden y la ley. Cuanto más derecha la derecha, más literario el pretérito: hiperbóreas ilusiones sobre culturas grandiosas y más antiguas que el martes, forjadoras del aliento esencial de nuestra civilización. La tradición nórdico-artúrica y el clasicismo greco-latino son los escenarios preferidos de esa nostalgia por los esplendores del pasado. Pero en fin, esto es hablar por decir algo, porque la derecha política presente no fija su mirada en la Odisea ni en los sagrados textos rúnicos sino en el producto interior bruto, el índice de precios al consumo y las fluctuaciones del euríbor. El único futuro utópico que concibe la derecha genuina es aquel en el que pueden desarrollarse los elementos ideales de la realidad ya instalados en el presente: una tasa razonable de desempleo, un crecimiento económico no inflacionista y una estabilidad institucional fundamentada en la independencia de poderes, sobre todo del poder judicial. Y eso es todo, amigos.

La izquierda sí tiene utopías. De hecho, su especialidad teórico-doctrinal es comparar los peores datos y situaciones nefastas de lo real contemporáneo con los ideales angélicos de un futuro que no existe. Nunca verán a convencidos izquierdistas, de la tendencia que sea, comparar la economía y los niveles de bienestar social de, pongamos por caso, Cuba, con los mismos indicativos de Alemania, España o Italia, valgan los referentes. Lo que hará el pensamiento neoprogre, al igual que en el pasado hicieron los marxistas de manual, será establecer y subrayar la diferencia escandalosa entre la pobreza y la marginación en la España —Alemania, Italia— de carne y hueso, desgraciadamente capitalistas, y el pleno empleo y el disfrute de la vida en la sociedad socialista que aún no ha advenido pero que ellos tarde o temprano van a construir, nos guste o no y pese a quien pese.

La utopía, o mejor dicho, la no utopía de la derecha es francamente aburrida, como de felicidad británica un sábado por la mañana: cuidar del jardín y de la familia y llevarse bien con el vecino. Eso no es bueno en términos propagandísticos porque la vida sin queja ni aventura ni pulsión hacia lo sublime acaba por amodorrarse, y de la pereza y la ociosidad nacen todos los vicios, como todo el mundo sabe. Las utopías de la izquierda son muchísimo más dinámicas aunque, claro, tienen el defecto de que exigen sacrificios extraordinarios en el presente, sobre todo a los demás. Alguien dijo alguna vez que el comunismo y el socialismo son teorías políticas orientadas implacablemente a hacer pobres a los ricos, miserables a los pobres y millonarios a los mandamases de la nueva sociedad. Y otro inconveniente es que las utopías de la izquierda, aparte de héroes y mártires, necesitan víctimas; muchísimas, cuantas más mejor. Si para hacer un rico es necesario que cientos de pobres vivan pobremente, para hacer un héroe socialista es preciso que mueran por la causa miles de adeptos, desafectos, enemigos y algún que otro aliado. En suma: una tarea de sangre, sudor y lágrimas que no sé yo si al final resultará atractiva para quienes, en teoría, disfrutarán los resultados del movidón el día de mañana, cuando nieve en Ceuta y las ranas críen cola.

Alguno entre mis millones de lectores y seguidores en redes sociales se preguntará a qué viene este recurso a la obviedad con que hoy me despacho en Posmodernia. Yo se lo aclaro: porque dentro de unos días, pasado mañana como quien dice, estamos llamados a las urnas con objeto de determinar qué utopía —o qué no utopía— elegimos para los próximos años: la paciencia del poco a poco, el buen sueño y las digestiones en calma o la euforia de quienes quieren comerse el futuro como un pez grande se traga a otro más grande todavía, con la voracidad demoledora de quien necesita muchas ruinas caídas del odiado pasado para construir con los mismos materiales la felicidad universal venidera. Y como en esta convocatoria electoral no se ha discutido de nada en concreto ni de nada que no fuese la permanencia o no al frente del Estado del gran hermano resistente, no queda otra que resumir el sentido de cada voto en tal sentido: sí o no, se queda o no se queda, creemos en nosotros hoy o creeremos en un nosotros ideal, utópico como cielos de nata y ron, proyectado en el mañana idílico; o no tanto idílico como en cenizas, en espera de la gran resurrección.

Como dicen en la ONCE: ya veremos.

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