70 combates, con 50 victorias (34 por KO), 17 derrotas (1 por KO) y 3 nulos. Este es el palmarés de Paulino Uzcudun, considerado el mejor peso pesado español de la Historia. También conocido como el Toro vasco o el leñador de Régil, Paulino nació en ese pueblo guipuzcoano el 3 de mayo de 1899. Fortalecido por su trabajo como hachero, elevado a la condición de aizcolari y practicante de la lucha grecorromana, su amigo Justo Oyarzábal le inició en el pugilato que le dio fama mundial.
En 1924, Uzcudun se proclamó vencedor en el Campeonato de España de los pesos pesados al derrotar en París, por K.O. técnico, al barcelonés José Teixidor, prófugo del Servicio Militar que no podía regresar a España, so pena de encarcelamiento. Un año más tarde, Paulino se coronó campeón de Europa por primera vez, tras derrotar en Barcelona, al italiano Spalla. En 1928, hizo lo propio en San Sebastián al ganar a Ludwig Haymann por K.O. Su apoteosis llegó el 30 de noviembre de 1930, al vencer en el estadio de Montjuich al italiano Primo Carnera, que se tomó la revanchael 22 de octubre de 1933 en Roma, con el título mundial en juego. A la pelea, ganada a los puntos en una decisión muy protestada, asistió Benito Mussolini, que felicitó a Uzcudun al terminar el combate. Entre estos dos acontecimientos, Uzcudun dio el salto a América. Allí se enfrentó a grandes púgiles como Jack Delaney, Schmelling o Max Baer. Los focos se apagaron definitivamente el 12 de diciembre de 1935, cuando Paulino, de 36 años, se enfrentó a un jovencísimo Joe Louisen el Madison Square Garden de Nueva York. En el cuarto asalto, el Bombardero de Detroit noqueó al Toro vasco. Aquella fue la última vez que el de Régil se subió a un cuadrilátero.
Los éxitos pugilísticos de Uzcudun corrieron paralelos a sus inquietudes políticas y su militancia, un aspecto que, por ejemplo, la Real Academia de la Historia omite. Paulino Uzcudun fue el afiliado número 785 de Falange en Guipúzcoa. En cuanto a su activismo, destaca su intento de rescate a José Antonio Primo de Rivera en septiembre de 1936, tentativa que tuvo continuidad con su participación en la Guerra Civil como requeté. El soldado de Régil participó en la toma de Irún encuadrado en una compañía de ametralladoras. Buen administrador del dinero ganado con los guantes, el 4 de julio de 1985, Paulino Uzcudun falleció en Madrid a los ochenta y seis años de edad.
Casi cuatro décadas después, Régil sigue siendo un pequeño pueblo guipuzcoano situado entre idílicos valles salpicados de caseríos. En el centro de la localidad se alza la iglesia de San Martín. Remodelado con el correr de los siglos, el templo está coronado por una figura que recrea la habitual escena del santo partiendo su capa para dársela a un pobre. En una de sus paredes puede contemplarse una placa en recuerdo de Santo Domingo Ibáñez de Erquicia, mártir de la evangelización de Japón e ilustre vecino del pueblo. Alrededor de la Iglesia hay varias casas solariegas en cuyos dinteles figura el medallón del Sagrado Corazón de Jesús sobre los cuarteles del escudo nacional. La leyenda reinaré, completa el conjunto, en recuerdo de la promesa que la Virgen -«Reinaré en España»-, hizo al padre Hoyos.
Curiosamente, en este mundo casi idílico de caserío, iglesia y frontón ya no se ve ni una bandera o pancarta proetarra y la bandera nacional cuelga discretamente en el ayuntamiento. Sin embargo un detalle llama la atención en lo que podría ser una epítome de la vasconia idealizada, y es que el alcalde, Severo Maria Agirretxe Arruti, perteneciente a Bildu, pretendiendo aventajar en progresismo a PSOE y a Podemos, decidió pintar con los colores arco iris los bancos de la localidad, donde unos perplejos paisanos ven la vida pasar mientras, con gran esfuerzo, informan a quien les pregunta de que en el pueblo no hay ninguna placa que recuerde a Paulino Uzcudun, cuya vida fuera del boxeo encaja mal con los dictados de la Ley de Memoria Democrática.
Dos tipos de intentos globalizadores -el católico y el sorosiano– cohabitan simbólicamente en Régil. En ambos casos, la nación, por superación o por disolución, supone el mayor obstáculo para alcanzar los objetivos marcados en las diferentes agendas. A la última de ellas, la llamada Agenda 2030, se aferran los herederos de ETA, tan entusiastas colaboradores del poderoso divide y vencerás que se trata de imponer como sabedores de que los poderes que profesan bajo el anillo multicolor sabrán silenciar los terribles crímenes cometidos por la banda en la que militó ese mismo Gordo de cuyos ojos brotan lágrimas de cocodrilo o, por mejor decir, de serpiente enroscada a un hacha, que nada tiene que ver con la que en su día manejó Uzcudun.