Vladimir Putin y el soberanismo ruso

Vladimir Putin y el soberanismo ruso. José Alsina Calvés

Como ya mencionábamos en un artículo anterior[1]la etapa de gobierno de Boris Yeltsin en Rusia llevó a este país a un caos económico sin precedentes y a un autentico peligro de fragmentación. La privatización salvaje de empresas e infraestructuras alumbró la aparición de los llamados “oligarcas”, antiguos funcionarios y políticos del régimen comunista que habían acumulado gran cantidad de poder y riqueza con estas privatizaciones, riqueza que contrastaba con la miseria creciente de la mayoría de la población rusa. 

En septiembre y octubre de 1993 el descontento de gran parte de la población contra las políticas de Yeltsin dio lugar al levantamiento de la Duma (parlamento) contra el presidente. Las ultimas elecciones habían dado la mayoría a Vladimir Zhirinovsky, líder populista y nacionalista, pero la estructura muy presidencialista de la politica rusa hacia que en la realidad la Duma tuviera muy poco poder. En el levantamiento iban a convergir las fuerzas patrióticas y antiliberales que formarían la base del movimiento patriótico que seria liderado por Vladimir Putin : los nacionalistas de Zhirinovsky (algo así como nuestro Vox), el partido comunistas ruso (en realidad nacional-comunista) de Gennady Zyuganov (algo así como nuestro Santiago Armesilla o nuestro “Frente Obrero”), y grupo zaristas y religiosos ortodoxos (algo así como nuestros carlistas). A pesar de sus diferencias ideológicas, estos grupos tenían en común su oposición al liberalismo y al occidentalismo, y su defensa de la integridad y la soberanía de Rusia.

Los diputados rebeldes se hicieron fuertes en el edificio de la Duma, que fue bombardeado por unidades militares leales a Yeltsin. La sublevación fue aplastada, pero a partir de este momento la línea política de Yeltsin empezó a vacilar. Los ocho años que Yeltsin había permanecido en el poder habían constituido un periodo realmente oscuro en la historia de Rusia, con un gobierno antinacional y aliado a los intereses de potencias extranjeras[2]. Su política de cambio hacia una sociedad liberal a la occidental se basaba en la inversión extranjera occidental y en los prestamos cuantiosos de los organismos financieros internacionales. Sin embargo, nada de todo esto se plasmó en la realidad: los préstamos del Fondo Monetario Internacional fueron a cuenta gotas, inmensamente más pequeños de lo prometido y que sirvieron únicamente para pagar los intereses de la deuda externa.

De alguna manera se puede establecer un cierto paralelismo entre la transición rusa y la española. Gobiernos que responden a intereses extranjeros, desmantelamiento de la industria, privatización de empresas y peligro de fragmentación por los nacionalismos crecientes. La única diferencia es que en España no se ha producido la reacción patriótica que si tuvo lugar en Rusia.

Aunque la sublevación de la Duma fue aplastada por la fuerza, puso en evidencia el fracaso del proyecto Yeltsin. Los oligarcas, enriquecidos por las privatizaciones salvajes, y que apoyaban las políticas liberales y prooccidentales, retiraron su apoyo al presidente e impulsaron a un desconocido Vladimir Putin, pensado que este realizaría una política más acorde con sus intereses. Yeltsin renunció el 31 de diciembre de 1999, así que el año 2000 fue el inicio de una nueva era en Rusia[3].

Vladimir Putin era un hombre del Aparato. No tenía nada que ver con las fuerzas patrióticas y soberanistas que habían protagonizado el levantamiento de 1993. Pero Putin procedía de los Servicios de Seguridad (la antigua KGB) y estaba educado en la idea de que estos servicios, junto con el poderío militar, tenían como finalidad la defensa del interés nacional. 

Desde los inicios de su mandato, Putin sugirió una política exterior más asertiva y nacionalista, que no se subordinase de los intereses de las potencias occidentales, lo cual le proporcionaba el apoyo de la elite militar rusa. Pero, al mismo tiempo, con gran habilidad, logró el apoyo de Boris Berezovsky, el principal oligarca de la era Yeltsin, que pensó, erróneamente, que Putin favorecería sus intereses.

Putin forzó al oligarca Vlaadimir Guzinsky al exilio. Asimismo, provocó la caída de Roman Abramovich y de Alexander Voloshin, otros poderosos oligarcas. Posteriormente, los nuevos lideres de estos clanes le ayudaron a alejar a Berezovsky.

De hecho, desde el primer momento Putin inició una batalla por el control de la economía, lo cual le llevo a un enfrentamiento con los oligarcas. Logró el exilio de Berezovsky y Abramovich. Posteriormente, en julio de 2000, arrestó a Vladimir Gussinsky, el mayor poseedor de medios de comunicación, acusándolo de haber sustraído diez millones de dólares a la compañía estatal Russian Video.

El año 2003, ya al final de su primer periodo, Putin arrestó al poderoso millonario de la industria petrolera, Mijaíl Kodorkovsky, acusándolo de evasión de impuestos y de corrupción. Ya desde estas fechas, y con la escusa de estas detenciones, Occidente empezó a acusar a Putin de “autoritarismo” y de volver a los métodos policiacos de la época estalinista. En la campaña se sumaron medios de comunicación (New York Times, 2003, Washington Post, 2003) y desde el propio Departamento de Estado de Estados Unidos se afirmó que la libertad básica de los rusos estaba en peligro. Como podemos apreciar, la inquina occidental (más concretamente de USA) contra Putin viene de antiguo, desde el momento que este se negó a ser un títere como su antecesor, Yeltsin. 

Kodorkovsky representaba a la perfección al antiguo funcionario del aparato comunista, enriquecido con las privatizaciones salvajes de la etapa Yeltsin. Intentó utilizar su inmensa fortuna para financiar su campaña a la presidencia de Rusia, envalentonado por el apoyo occidental, que lo presentaba como un representante de los valores “liberales y democráticos”. 

La concentración de riqueza en manos de unos pocos oligarcas había provocado que unos 31 millones de rusos (más del 20% de la población) subsistieran con el equivalente, o menos, de 50 dólares al mes. Según un estudio de la ONU la mitad de la población rusa vivía en la pobreza, y según cifras del Comité de Estadísticas del Estado Ruso, en 2002, más de cuarenta millones de rusos sufrieron desnutrición[4]. En estas circunstancias ya no parece tan extraño que muchos rusos añoraran la época soviética. 

Junto con estos datos relativos a la calidad de vida hay que señalar la destrucción del sistema de salud estatal. El conjunto de todo ello provocó un desplome de las expectativas de vida, que paso de 70 años para los hombres, en la era soviética, a 57.

La ofensiva política del gobierno de Putin contra Kodorkovsky fue fundamental para la segunda elección del presidente Putin en 2003. Proyecto una imagen de lucha contra los oligarcas que le hizo muy popular entre una población que, en palabras del politólogo Yuri Tziganov, deseaba ver a todos los gánsteres rusos perseguidos y castigados por la destrucción social que habían provocado en Rusia[5]

Kodorkovsky se había caracterizado, no solamente por la acumulación de grandes riquezas, sino por su intención de utilizarlas políticamente. Había realizado grandes aportaciones de dinero a los que llamaba “partidos de la oposición democrática”, y había tratado de explotar el descontento social para instigar un cambio de régimen.

En vista de todo ello, resulta patética la propaganda occidental que no para de hablar de “los oligarcas de Putin”, cuando precisamente lo que ha caracterizado a la política interior de Putin ha sido la persecución y neutralización económica y política de estos oligarcas, enriquecidos en la etapa Yeltsin, y que se habían caracterizada por apoyar a las ideas liberales y occidentalistas en Rusia.

Hacia el final de su segundo mandato, el año 2007, Putin pronunció un importante discurso en la Conferencia de Múnich sobre política de seguridad[6]. En este discurso expuso toda una doctrina de relaciones internacionales fundamentada en la multipolaridad, doctrina que es imprescindible conocer para entender las raíces profundas del conflicto actual con Ucrania. 

Esta doctrina puede resumirse en los siguientes puntos:

  1. El modelo unipolar del mundo no solo es inaceptable, es imposible.
  2. USA ha sobrepasado sus fronteras nacionales en todos los sentidos, imponiendo sobre otras naciones sus acciones económicas, políticas, culturales y educativas.
  3. La toma de decisiones sobre el uso de la fuerza militar debe estar en la ONU.
  4. La OTAN avanza sus fuerzas fronterizas a nuestras fronteras.
  5. ¿Qué ocurrió con aquellas promesas dadas por nuestros socios occidentales tras la disolución del Pacto de Varsovia?
  6. Con una mano se da “ayuda caritativa”, con la otra se preserva el atraso económico y se recolectan beneficios.
  7. La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) se ha convertido en un instrumento para garantizar los intereses de unos estados en contra de otros.
  8. Rusia, en su milenaria historia, siempre ha tenido una política exterior independiente. No vamos a cambiar esta tradición.

Con estos ocho puntos Putin fijaba, de forma nítida, las líneas básicas de su política internacional. El mero hecho de mantener la unidad de Rusia en contra de las políticas de balcanización y disgregación de la era Yeltsin ya significaba un enfrentamiento contra el “Nuevo Orden Mundial” unipolar que acariciaban desde USA a partir del momento del hundimiento de la URSS. Mantener el orgullo nacional ruso, su negativa a pedir perdón, la asunción desacomplejada de su propia historia (desde el zarismo a la URSS) constituían una provocación hacia la ideología de este “Nuevo Orden Mundial”, que no consiste más que exportar e imponer a todo el Globo Terráqueo los valores de la sociedad norteamericana.

A todo ello hay que añadir la poca permeabilidad de la sociedad rusa en su conjunto al proyecto ideológico de la Agenda 2030, con todos sus tentáculos: neofeminismo, histeria climática, ideología de género, inmigracionismo y multiculturalismo. Rusia se ha convertido en un problema para el “Nuevo Orden Mundial”, un “problema” con una gran extensión, reserva de materias primas y armas nucleares.

Durante el periodo Trump la sangre no llego al rio. Este mandatario mostró ser el menos globalista de todos los presidentes de USA (no inició ninguna guerra), más preocupado en cuestiones internas de la nación norteamericana, y cuyos movimientos en política internacional no chocaron (al menos frontalmente) con Rusia. 

Con la llegada al poder de Biden todo cambió. Este personaje, que no es más que un títere de los sectores neocones del Partido Demócrata, dejo muy claro en su campaña electoral que su política iría dirigida a que USA volviera a ser el LIDER mundial. Esto significaba que USA volvería a la política de la Unipolaridad (disfrazada de “multilateralidad”) y, por tanto, el enfrentamiento con cualquier potencia que se les opusiera.

Recordemos que los neocones son los voceros de una visión mesiánica de Norteamérica como nación solo unida por un credo susceptible de extenderse a toda la humanidad[7]. En la teoría neocon los USA son una “nación universal” que tiene en los “derechos humanos” su eje de política exterior, de la misma manera que los soviéticos tenían al marxismo-leninismo. La Norteamérica de Biden vuelve a ser así el epicentro expansivo de la “democracia liberal”.

Para los neocones, o sea para Biden, la democracia liberal y la economía de mercado, puede construirse en cualquier parte del mundo, con la ayuda, si es preciso, de los cazabombarderos y los misiles norteamericanos, o, mejor aún, de un Estado títere como es el caso de Ucrania. Cualquier oposición es “tribalismo”, nazismo, estalinismo o todo a la vez. Naturalmente, el lobby armamentístico sonríe complacido. 


[1]La geopolítica del Angloimperio y la Balcanización de Rusia. Publicado en el digital Posmodernia, 6 de marzo de 2022. 

[2]Gutiérrez del Cid, A.T. (2010) El ascenso de Vladimir Putin y la consecución del interés nacional de Rusia. Cuadernos de Relaciones Internacionales, Regionalismo y Desarrollo. Vol. 5, No 10. 

[3]Dugin, A. (2018) La última guerra de la Isla Mundial. La geopolítica de la Rusia contemporánea. Tarragona, Ediciones Fides, p.122.

[4]Gutiérrez del Cid, obra citada.

[5]Tziganov, Y. (2000) “Yeltsinism konchilsa, no sin prodolshaetsa” Narod. Moscu, enero.

[6]Dugin, obra citada, p. 149.

[7]Erriguel, A. (2021) “Derechita en pie de guerra (cultural). 2º parte” La Emboscadura. La voz del pensamiento crítico, año 3, nº 10, septiembre. Publicado originalmente en Posmodernia y reproducido con autorización.

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