Wilhelm Weitling era un sastre itinerante alemán partidario de la corriente igualitarista revolucionaria en la línea del revolucionario francés de finales del siglo XVIII François Noël Babeuf.
Fue un autodidacta que llegó a enseñar griego y latín y citaba de memoria a Homero, Aristóteles y la Biblia, de la cual tomó buena nota para elaborar su teoría social.
Al llegar a París en 1835 Weitling se inscribió en la Liga Alemana de los Proscritos, para abandonarla y formar un año después la Liga de los Justos. Al transformarse la Liga de los Proscritos en la Liga de los Justos hubo una escisión en el camino, ya que el ascetismo y la disciplina militar que quería inculcar Weitling no eran del agrado de los libertarios que formaban parte de la organización. Karl Schapper afirmó que «el sistema de Weitling es triste y despótico, idéntico al de soldados en un cuartel… En el sistema de Weitling no hay libertad» (citado por David Priestland, Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Traducción de Juanmari Madariaga, Crítica, Barcelona 2010, pág. 40).
Las ideas de Weitling, junto a las de la Société des saisons del neojabino Louis Auguste Blanqui, adoptaron en 1839 el manifiesto oficial de la Liga de los Justos; ideas que llevaron al intento de una insurrección en París y tras su fracaso la Liga trasladó su sede a Londres (bajo el liderazgo del relojero Joseph Moll, el zapatero Heinrich Bauer y el antiguo estudiante de la escuela forestal, cajista de imprenta y profesor de idiomas Karl Schapper), aunque Weitling se refugió en Suiza.
De Blanqui tomó Weitling la idea del comunista profesional, entregado en todo momento a la causa; cosa de la que tomaría buena nota Lenin con su doctrina de los «hombres-partido» (véase Daniel Miguel López Rodríguez, «La revolución proletaria», https://www.nodulo.org/ec/2017/n181p01.htm).
Inglaterra y Suiza eran lugares en los que se permitía la libertad de reunión, aunque una de las ramas de la Liga continuó en París bajo la dirección de Hermann Ewerbeck (alemán de Danzig), traductor de la utopía de Étienne Cabet, Viaje a Icaria, y preso del utopismo de éste.
Weitling fue considerado por Marx como ni más ni menos que el primer ideólogo del movimiento obrero. Escribía Marx en su artículo del Vorwärts: «En lo que concierne a la cultura de los obreros alemanes en general, o a su aptitud para instruirse, recordaré los geniales escritos de Weitling que, desde el punto de vista teórico, superan incluso frecuentemente las obras de Proudhon, a pesar de resultar inferiores en cuanto a su ejecución. ¿Qué obra comparable a la de Weitling, “Garantías de la armonía y de la libertad”, puede presentarnos -respecto a la emancipación burguesa, la emancipación política– la burguesía -comprendidos sus filósofos y sus sabios? Que se compare sino la mediocridad mezquina y prosaica de la literatura política alemana con ese enorme y brillante debut literario de los obreros alemanes» (Karl Marx, «Glosas críticas marginales al artículo: “El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano”», https://izquierdaweb.com/glosas-criticas-marginales-al-articulo-el-rey-de-prusia-y-la-reforma-social-por-un-prusiano/).
Aunque Marx recelaba de sus ideas por ser un tanto confusas y demagógicas (utópicas), siendo más bien un socialista no falto de inspiración cristiana ortodoxa.
Weitling no llegó a trascender el horizonte del aprendiz artesano alemán, y lejos de ser el primer teórico comunista «fue el primero en negar que dicho proyecto descansara sobre bases “teóricas”» (Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 318).
Marx no se adhirió a la Liga de los Justos porque ésta era una sociedad secreta, y él prefería adherirse y apoyarse en el movimiento real de las masas (en sintonía con su implantación política de la filosofía lejos de todo esoterismo: https://posmodernia.com/la-implantacion-politica-de-la-filosofia-de-marx/). Se ha llegado a decir que la Liga de los Justos «era muy probablemente una sociedad infiltrada por el Iluminismo masónico» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, pág. 115), esto es, la gnosis moderna.
Weitling publicó La humanidad tal y como es y tal como debería ser en 1838 y Garantías de la armonía y de la libertad en 1842, obras que Marx leyó atentamente durante el invierno de 1843-1844. En la primera obra Weitling recomienda que se entrenase a una «masa irresistible de desesperados» que cifran en «unos 40.000 ladrones y atracadores, maestros de la acción directa» (es decir, lo que Marx llamaría lumpemproletariado).
Weitling sostiene que «todos los socialistas, salvo Fourier, consideran perjudicial la forma de gobierno llamada democracia» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 319). El «pueblo en armas» ha de alzar la voz y no recurrir a las urnas; puesto que «capitalistas, mercaderes, clérigos, abogados, lacayos, y otros parásitos» son incapaces de concebir un mundo «sin rivales» y por esto no tienen legitimidad para depositar su voto para comprender la meta final de semejante empresa: «Deseamos ser libres como los pájaros del cielo; queremos pasar por la vida como ellos, en despreocupado y jubiloso vuelo y en dulce armonía» (citado por Escohotado, Los enemigos del comercio II, pág. 320).
En sus obras Weitling presenta a la revolución como el cumplimiento de los ideales del cristianismo primitivo que la perversidad de los curas impidió que se realizase. Sostenía que Jesucristo fue un «comunista revolucionario nacido en Nazaret [los evangelios, como bien se sabe, afirman que nació en Belén, pero es posible que Weitling tenga razón] cuya vida tuvo como principio la comunidad del trabajo y el disfrute» (citado por Escohotado, Los enemigos del comercio II, pág. 318).
En su tercer libro, que escribió a inicios de 1843, se titulaba El evangelio del pobre pecador en que anunciaba la llegada de un nuevo Mesías: «Un nuevo Mesías vendría con el fin de realizar la doctrina del primero. Destruiría el corrompido edificio del orden antiguo, conduciría las fuentes del llanto hacia el mar del olvido, y transformaría la tierra en un paraíso… En este libro, queda probado con más de cien pasajes de la Biblia, que las consecuencias más atrevidas de las ideas progresistas, están de perfecto acuerdo con el espíritu de la doctrina de Cristo… Lamennais, y antes de él Karlstadt, Tomás Munzer y tantos otros, han demostrado que todas las ideas democráticas no son sino consecuencias del cristianismo. Por tanto la religión no debe ser destruida, sino utilizada a bien de la humanidad. Cristo es un profeta de la libertad, su doctrina es la de la libertad y el amor» (citado por Jean Guichard, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Traducción de José María Llanos, Editorial Española Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pág. 65).
Como decía Engels en un artículo publicado en el New Moral World el 18 de noviembre de 1843, Weitling pretendía que el verdadero cristianismo fuese el comunismo. Para Marx el comunismo de Weitling no era otra cosa que una abstracción dogmática.
Pero lo que a Marx, así como a Engels, fascinó de Weitling no era la teoría sino la militancia, esto es, el modo de organizar grupos comunistas entre los obreros alemanes; logros que Weitling consiguió tras su experiencia en los levantamientos populares de Leipzig en 1830 y sus prolongadas estancias en París por las que pudo conocer la prensa y los ambientes comunistas. De ahí Weitling pasó a ser miembro del Comité directivo de la Liga de los Justos que llegaría a extenderse por Suiza, Inglaterra y Alemania.
En 1841 Weitling reinició su acción en Suiza, donde publicó revistas comunistas como la Joven Generación. En Suiza conoció y adoctrinó a Mijaíl Bakunin, y aunque no conocía personalmente a Marx éste -como ya hemos visto- le saludó con énfasis desde las páginas de Vorwärts: «¿Qué obra comparable a la de Weitling, “Garantías de la armonía y de la libertad”, puede presentarnos -respecto a la emancipación burguesa, la emancipación política– la burguesía -comprendidos sus filósofos y sus sabios? Que se compare sino la mediocridad mezquina y prosaica de la literatura política alemana con ese enorme y brillante debut literario de los obreros alemanes. Que se compare ese gigantesco zapato de niño del proletariado con el zapato político y enaniforme de la burguesía alemana, y se podrá predecir una forma atlética para la cenicienta alemana» (https://izquierdaweb.com/glosas-criticas-marginales-al-articulo-el-rey-de-prusia-y-la-reforma-social-por-un-prusiano/).
Pero en 1843 fue condenado a 10 meses de prisión, donde escribe Kerkerpoesien y Sonidos del pueblo, y al salir sería expulsado de Suiza. La causa de su proceso le hizo ganar fama entre los círculos radicales, de ahí su prestigio cuando llegó a Londres en 1844, y por entonces nadie ponía en entre dicho su autoridad moral e intelectual.
Tras pasar por Bruselas Weitling buscó refugio en Londres, donde, en lugar de llevar a cabo agitación y propaganda revolucionaria, se dedicó a la inútil tarea de crear una lengua universal, pasatiempo que pasaría a ser su quimera favorita.
Weitling no acabaría sus días predicando con el ejemplo del comunista profesional y militante porque sería un comunista pacifista norteamericano y además padre de una familia numerosa. En Iowa intentaría fundar una nueva Jerusalén llamada Communia, que fracasó en apenas un año. Finalmente se estableció profesionalmente en Nueva York.