Toda una vida. 1936 a 2022 (fotonovela)

Toda una vida. 1936 a 2022 (fotonovela). Fernando Sánchez Dragó

Mis progenitores, antes de que él muriera. Quizá esté yo en la foto, invisible aún, en el vientre de mi madre. ¿1936? Mi novia dice que  ahora suelo ponerme en la misma postura. Cosas que se heredan.

Con mi madre, Elena Dragó. Le debo todo y, en justa reciprocidad, todo lo hubiera dado por ella.

Cuando los niños españoles aprendíamos a leer, a escribir y a vivir en español. No sé si sobra aclarar que el de la foto soy yo.

Cuando todavía era muy niño di las primeras señales de mi vocación literaria. A los tres años anuncié que sería escritor. A los ocho inventé, diseñé, dibujé y escribí una revista. Se la regalé a mi madre por el día de su santo. Aquí la prueba.

Con mi madre y mis dos hermanos, fruto de sus segundas nupcias, camino de Alicante. ¡Aquellos trenes de larguísimo recorrido!

Curtiéndome en la mili. La de verdad, no la de los señoritos universitarios. La hice en Zapadores…

Hazañas bélicas y sueños épicos en el campamento de Colmenar.

Portada del número de Aldebarán dedicado a Ortega y Gasset tras su fallecimiento. La revista, fundada y dirigida por mí y otros amigos fue prohibida por la Policía a partir de ese número, el cuarto de su trayectoria.

Extracto de mi expediente penitenciario. Tanto va el cántaro a la fuente…

Otro documento histórico. Hemingway, de espaldas (tercero por la izquierda), en el entierro de Baroja. Yo estaba delante de él.

Primer matrimonio. Elvira, mi mujer, y Alejandro, mi hijo mayor. Me casé en la cárcel (agosto de 1958). El matrimonio se volvió martirimonio y no duró mucho.

Carmen Santos, la ragazza de Torremolinos, que inspiró El dorado, mi primera novela (1961). Nos fugamos juntos a Italia dos años después. Ella lo hizo con pasaporte falso.

Simposio antifascista en Génova, junio de 1963. Yo presenté una ponencia sobre España.

Roma, 1964. Frente a Caterina, en la trattoria del Giardinetto, a dos pasos de la casa en que vivíamos. Muerte y funeral de Togliatti. La primera botella de vino al comenzar el exilio. Allí conspirábamos y nos amábamos.

Caterina y yo leyendo la prensa cheek to cheek.Años inolvidables. Éramos pobres y felices.Nos queríamos, como en el verso de Aleixandre.

En Delfos, 1966, viviendo a toda pastilla.

En Corea del Sur, codeándome con sus militares a muy poca distancia de la frontera con la del Norte. Caterina arrodillada. 1968.

Siempre al margen de la ley. En Okinawa, archipiélago de las Ryukyu, a la sazón protectorado estadounidense.

Camino del corazón. Mayo de 1968. Esperando el visado para Taiwán en el archipiélago de las Ryukyu.

Navegando de isla en isla por las Filipinas. El ambiente era como de novela de Conrad.

Fumando marihuana rodeado de hippies en un bosque de Bali. Aquello todavía no se había convertido en Benidorm.

Alojado con Caterina en una pequeña fonda de Ubud, Bali, regentada por una reina. Había entonces, en aquella isla, nada menos que cinco mil reyes. Hoy sólo hay cochambre turística.

Saigón, 1968. Corresponsal en la guerra de Vietnam poco después de la ofensiva vietcong del Tet.

En la India, con mi viejo amigo Roberto Oest, en pleno Camino del Corazón, 1968. En París se estaban haciendo otras cosas, pero yo prefería hacer éstas.

En el Taj Mahal cuando nadie lo visitaba… Un recuerdo y un minuto de silencio para mi yo de entonces, para el hippie más hippie de todos los hippies.

En Kabul, con el Indómito Volkswagen, en diciembre del sesenta y ocho. Fue la época del Camino del Corazón. El frío pelaba.

El Indómito Volskwagen también era un poco anfibio. Fuera, el páramo de Afganistán, a quince kilómetros de Kandahar, fortín, luego, de los muyaidines y los talibanes.

Roma, mercado de Porta Portese, con dos amigos, en 1969. Seguía el exilio. Había terminado la gran aventura asiática. Ayanta acababa de nacer. Mi madre vino desde Madrid.

Esta foto salió en la contraportada del tercer volumen de la primera edición de «Gárgoris y Habidis». Otoño de 1970: yo, en Burkina Fasso, que entonces aún se llamaba Alto Volta, cerca de la frontera con Costa de Marfil. Fiesta de la cerveza de mijo.

  1. Cruzando el Sáhara camino de Senegal con Pilar Suárez Carreño y tres norteamericanos. Luchábamos, como la Armada Invencible, contra los elementos.

En la isla de Gorée, en aguas de Dakar. Allí se encerraba a los esclavos antes de enviarlos a América.

El Dos Caballos era mi montura favorita. Recorrí medio mundo a horcajadas de él. En su grupa siempre había una chica.

Cuando el periodismo aún era lo que ya no es…

Madrid, 1977. En mi buhardilla de la calle Madera. Solo, como don Quijote, pero no aislado, como Robinson. Allí viví varios años. Después me fui a Fez. Fue una de las etapas más copiosas, disparatadas y felices de mi vida.

Entrevistando para Radio Nacional al primer lector que tuvo Gárgoris y Habidis. Seguro que lo conocen. Pasaba por allí.

Dos que cabalgaron juntos. Ángel Sánchez-Gijón, padre de Aitana. Amigos y compañeros.

Soria, la Saca, junio del 83. Ése soy yo. Tenía 47 años. Los doce toros del solsticio me rodearon, diez pasaron de largo y dos se me echaron encima. Los burlé con un quiebro de cintura y un quite de camiseta. Luego cogí la mano de la moza que me acompañaba e hicimos el amor al pie de una encina.

«Tú siempre, Nano, corriendo delante del toro de la vida». Eso me decía mi madre. Y así era. La foto, tomada en Cañadahonda, parque natural de Valonsadero, Soria, allá por el 1975, le da la razón.

En 1986 recorrí el Tíbet y en octubre acudí a Nueva Delhi, por encargo del Diario 16, para entrevistar al Dalai Lama en el hotel Ashoka. Volví a coincidir con él en junio del 90, en un programa de Mercedes Milá. Nos acompañaba Octavio Paz.

Mi madre, ya muy viejecita, aún me llamaba querido Nano. Emma Nogueiro, mi novia, acaba de terminar su primera novela, que se llama así.

Madrid, 2006. El día en que el huérfano colgó en la esquina de la plaza dedicada al responsable de la muerte de su padre el nombre de éste. Vino la policía, pero no quisieron detenerme.

Con Antonio Escohotado, alias Escota, cultivando el pensamiento y la amistad. No le quedaba mucho tiempo.

Emma y yo ahora. La foto lo dice todo. No hace falta añadir nada.

Dos pares de zapatos al pie de la cama. Happy End.

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