(A modo de índice, o introducción)
1-No es el cambio desde abajo, es la revolución desde arriba. Los ricos y poderosos del mundo se pusieron de acuerdo, allá por 2008, en torno a la “refundación del capitalismo”. “Cambiarlo todo para que nada cambie” es su propósito. Lo van consiguiendo gracias, entre otros factores, al apoyo entusiasta de la izquierda huérfana de trazado teórico más allá de la ideología de género y la nueva religión climática. A nadie extraña la coincidencia casi absoluta, táctico/estratégica, entre la oligarquía mundialista y la izquierda occidental. El único reparo de esta nueva pseudo izquierda ante el capitalismo globalizado es que los ricos ganan demasiado dinero; así ha quedado el antiguo discurso socialdemócrata y también el insurreccional leninista sobre la lucha de clases: el agravio comparativo, la queja y nada más.
2-No son gobiernos, son gestores de la Nueva Clase Dominante Mundial. La democracia en las nuevas sociedades globalizadas es una quimera. Las libertades individuales son un mito y el “gobierno del pueblo” casi una broma. La Unión Europea es una sucursal más o menos sumisa, dócil por lo general, de los grandes centros de negocios internacionales, estén ubicados en América, el Reino Unido, Oceanía o Asia. Quienes tienen el poder “legítimo” en los países occidentales —salvo excepciones conocidas—, sólo operan desde la conformidad previa de los dueños el enorme tinglado. La ilusión democrática murió al mismo tiempo que nacía la posición teórica y moral oficialista del Nuevo Orden: el pensamiento único.
3-No es la libertad, es acatamiento de la indigencia como estado natural del ser humano. El nuevo concepto de libertad implica la renuncia a la propia libertad. No cuestionar los dogmas oficiales, no “ofender” a los colectivos en permanente estado de reivindicación, no discutir el derecho del Estado a inmiscuir y en todas y cada una de las facetas de la vida de los ciudadanos, es el nuevo paradigma de libertad. El único sentimiento de seguridad y amparo “democrático”, a cobijo de la ley, proviene de la renuncia: aceptar la indigencia intelectual y material como estado nativo y permanente del nuevo ciudadano desculturizado, domesticado e instruido en la obediencia. Lo demás son utopías. Lo demás, como gran ensayo, fue la pandemia del Covi19. Y las que vendrán.
4-No es el beneficio del individuo, es la eclosión activa de la masa alienada. Hasta ayer aceporrados en la mansedumbre y el ocio inane, sectores amplios las masas han despertado a la acción, en medio de una pesadilla órquica. La demagogia “progresista” no diferencia entre derechos objetivos y subjetivos: todo son derechos y lo que no son derechos se consideran trabas insoportables hacia la felicidad universal, la cual tiene tres sólidos anclajes mediante los que piensa avanzar en la historia: victimismo, obediencia en la fe única y la pobreza como virtud suprema. Ese es el plan de los dueños del mundo, para satisfacción de la izquierda miserista.
5-No es feminismo, es arrojar a la mujer a la guarida de lobos del capitalismo. Debería existir un término medio entre la mujer conformada en su hogar, en tareas de madre y ama de casa, y alterar ese panorama con inusitada vehemencia para meter codo y merecer ser explotada en el mercado de trabajo con preferencia sobre los hombres. Para la izquierda y el feminismo tóxico, ese punto de virtud se llama “empoderamiento”, un ideal darwinista en el que las mujeres ricas y las mujeres pobres están igual de realizadas porque todas mantienen convulsa vigilancia en su permanente competencia contra los hombres; contra los hombres y no contra el sistema que secularmente ha explotado a hombres y mujeres. A eso llaman también “sororidad”, que significa, traducido a hechos reales, que la señora de la limpieza del banco de Santander debe sentirse muy feliz porque la dueña del banco de Santander sea una mujer. A la viceversa no funciona, pues, seamos realistas, a la dueña del banco de Santander le importa un pimiento la vida, pensamientos y sentimientos de la señora de la limpieza.
6-No es igualdad, es precarización. El izquierdismo, desde épocas paleomarxistas, tiene una obsesión: la igualdad. Pero no todos pueden nadar en la abundancia al mismo tiempo —a la historia me remito—, por lo que han encontrado una solución radical: todos pobres. Todos, menos los que gestionan el invento, naturalmente.
7-No es nacionalismo, es latrocinio. Las identidades regionales europeas no sólo tienen sentido sino que conforman la esencia, el espíritu de nuestra civilización. De ahí que algunos imaginativos partidarios de la ingeniería social hayan querido asociar el concepto de identidad cultural con el de identidad nacional. El lema “Un idioma, un territorio, una patria, unos valores únicos compartidos” se inventó hace mucho tiempo y al mismo no fueron ajenos, precisamente, los grandes dictadores del siglo XX en Europa y América. Incluido nuestro dictador. La fórmula parece no haberse agotado. Reconvertir un entorno cultural para transformarlo en nación es el gran negocio de nuestro tiempo. Ya lo advertía Polidoro de Samos: “Roba una gallina y serás un ladrón, roba un país entero y serás emperador”. Roba un territorio y serás honorable president, o lendakari, o lo que proceda en cada caso.
8-No es fiscalidad, es confiscación. La vocación por la pobreza —la de los demás se entiende—, es casi un instinto en la dirigencia izquierdista contemporánea. Por tanto odian a no sólo a los ricos sino a quienes consiguen, gracias a su esfuerzo, su pericia o su talento, “salir adelante en la vida”. Salir adelante en la vida, en sociedades gobernadas por esta izquierda miserista, tiene un coste exorbitante: dejar el provecho propio por el camino, en forma de impuestos entregados al Estado para que el Estado pueda crecer y crecer sin límites; y por tanto administrar con más eficiencia la pobreza obligatoria del conjunto de la población. Confiscar para acrecentar su poder, pagar fidelidades y nichos-pesebre de votos, es su intención indisimulada. El coste final: acabar con toda riqueza. El mantra “no dejar a nadie atrás” significa, para ellos, “que nadie pueda salir adelante”. Ejemplos hay unos cuantos, no hace falta siquiera señalarlos. El mito absurdo de que la igualdad puede conseguirse si los ricos pagan muchos impuestos se quiebra en cuanto se acaban los ricos. Como son pocos —los ricos‑, se agota enseguida ese cauce y el pueblo tiene que seguir pagando hasta que se seque el nervio productivo de la sociedad. Al final, miseria para casi todos. Los que mandan, se libran.
9-No es lo público, es el Estado omnímodo. La “defensa de lo público” es otra de las falacias de la izquierda posibilista, refundada sobre el ideal de la precariedad como bien común. En cualquier sociedad civilizada y sujeta a la ley, “lo privado” está condicionado por muchos más controles de eficiencia, calidad, servicio, precios, deontología y “buenas prácticas” que lo público. Cuando la izquierda actual reclama más y más hacia lo público, en realidad lo que quieren decir es más y más capacidad coercitiva, más y más control; más y más hasta perpetuarse en el poder porque el sector privado habrá desaparecido y los servicios de lo público serán escuálidos pero las masas famélicas se aferrarán a ellos con desesperación. Las colas del hambre para recibir la sopa boba no tanto significan el fracaso del sistema como sirven para avisar sobre el futuro que aún puede evitarse. A las colas del hambre normalizadas, en países “socialistas” como Cuba, Nicaragua o Venezuela, se las llama por su nombre: ir a hacer la compra.
10-No es laicismo, es fe humana. La izquierda globalista odia la religión porque instaura un discurso utópico que le hace competencia. La fe en lo divino es denostada porque necesitan sustituirla por la fe humana. Fe en la justicia, en la libertad, en la igualdad, en la bondad de los gobernantes. Sólo hay que recordar cualquier puesta en escena y cualquier discurso de cualquier dictador “revolucionario” para hacerse una idea de la cantidad de fe humana que se precisa para estar convencido de que esa gente va a hacer —iba a hacer— algo beneficioso para su pueblo.
11-No es progreso, es retroceso. Si ser pobres y vivir entre mugre, entregar la vida y la libertad al Estado, venerar a los líderes políticos que sostienen la comedia y a los multimillonarios globalistas que apuntalan el sistema… Si todo eso es progreso, entonces el canibalismo es una forma pintoresca de gastronomía. No es progreso, es degradación de todos y cada uno de los valores en que se ha fundamentado hasta hoy nuestra civilización: la libertad individual y la igualdad ante los poderes del Estado, la identidad cultural y el poder político ejercido por cauces democráticos, el derecho de expresión, a la felicidad y la belleza; el derecho a la memoria y al reconocimiento de la tradición como portadora del fuego que nos alumbró hasta el presente. Sin todo eso, no somos nada, y el globalismo y sus gestores de la izquierda lo saben perfectamente. Sin todo eso, ellos tienen sentido, aunque sea el más nefasto: como activistas de la aniquilación, las cenizas y el olvido.
Si los sufridos lectores de esta sección de Posmodernia no ponen objeción, durante las próximas semanas iremos desarrollando estos once puntos, uno por uno, hasta dar con los fundamentos, orígenes y consecuencias de cada una de las proposiciones enunciadas. Nos veremos por tanto, si quieren.