El pasado 12 de octubre, en Barcelona, se congregaron a las once y media de la mañana, en el paseo de Gracias, unos cuantos miles de personas para conmemorar el descubrimiento de América, la hispanidad, nuestro idioma y civilización comunes, la diversidad cultural, la vitalidad de los pueblos indígenas en la preservación de su identidad aborigen, la solidaridad y hermanamiento entre todos, en fin, qué sé yo: para celebrar el 12 de octubre, esa fiesta nacional de España y de otros países de Hispanoamérica que según la incombustible Irene Montero debería señalarse y destacarse en el calendario mundial como de exaltación del feminismo “que lo está cambiando todo”, tanto en nuestro país como en los hermanos de la otra orilla oceánica. Cosas de doña Irene, no le hagan mucho caso, o háganle el caso que merece: ninguno. A lo que iba.
Las seis organizaciones cívicas convocantes de la manifestación y posterior concentración en la plaza de Cataluña —entre las que se encontraba la Unión por la Resistencia Ciudadana de Venezuela—acordaron incorporar una cabeza de cortejo con cincuenta representantes de cada una de ellas, número de personas que se alargó hasta las 416 por la necesidad de integrar a los fotógrafos, los representantes de partidos políticos y otras organizaciones invitadas y los miembros del servicio de orden. Ese era el protocolo firmado, pactado y comunicado a la guardia urbana de Barcelona. La manifestación, por otra parte, contaba con la presencia, en cortejos separados, de agrupaciones culturales y folclóricas americanas, grupos de baile y música, exhibición de atavíos autóctonos, etc. No diré que el conjunto de la marcha fuese espectacularmente nutrido, mucho menos multitudinario, pero que allí se reunieron, entre unos y otros, de cinco a seis mil personas aproximadamente, es una evidencia que cualquiera que estuviese presente pudo comprobar sobre el terreno. Sin embargo, la ya citada y nunca suficientemente puesta en entredicho guardia urbana de Barcelona, cifró en 500 —quinientas— las personas participantes en el evento.
Vaya por Dios, así que a los 416 manifestantes puestos de oficio por los organizadores en cabeza de la manifestación, se unieron más o menos ochenta movilizados más. Y ya está. Y otro vaya por Dios: esta guardia urbana que siempre ha manejado las cifras de manifestantes conforme le dictase la alcaldía de turno, sumadas por un/a poltronero/a arrebujado/a que sólo sale de su despacho para reunirse con alguna de las decenas de ONGs subvencionadas por su equipo de gobierno con el dinero de todos los barceloneses —y de todos los catalanes y de todos los españoles—, esa misma guardia urbana que en tiempos del procés contaba por cientos de miles y hasta un millón los participantes en las convocatorias separatistas, resulta que cifrando a las gentes pro-12 de octubre es tan estricta y tan precisa que aventura una cifra absurda y deliberadamente mendaz sin que le tiemble el bigote y sin que se le caiga la cara de vergüenza.
En realidad este asunto no tiene mayor importancia, ni desde luego mayor recorrido que el de una fechoría más de los mandamases en el cortijo catalán. Es irrelevante que en la manifestación participasen 500, 5000 o 5.000.000 de personas; es agua que no mueve molino porque una manifestación no es un referéndum ni unas elecciones, ni siquiera es un indicativo fiable del estado de opinión respecto a un asunto determinado porque en ese tipo de reuniones, primero, cada cual se representa a sí mismo y a nadie más, y segundo, sólo se congrega la gente dispuesta a darse la caminata y perder dos o tres horas de su tiempo un día concreto, a una hora concreta y en un sitio determinado, lo que reduce cualitativamente el significado real del número de vinculados efectivos a la convocatoria. Una manifestación no debería valorarse nunca por las cifras de adheridos sino por la oportunidad de sus contenidos. En suma, lo que interesa no es si se reunieron muchos o pocos vecinos de Barcelona para celebrar y reivindicar el 12 de octubre sino que lo muy interesante es otra cosa.
La otra cosa: cómo la mentira —mentira— de los quinientos, trascendió rápidamente a la prensa, y la prensa, la prensa democrática, la prensa pilar de la democracia, la prensa que está ahí para combatir los bulos y la desinformación, la prensa cuarto poder y ética y crisol de virtudes ciudadanas, esa prensa, no otra, esa misma prensa, la de Maldita y la de Newtral, la prensa progre de El País y La Vanguardia y El Periódico de Catalunya y no digamos la prensa palatina de izquierdas como Eldiario.com, Público, El Plural y demás jarca, toda esa prensa, y no digamos la prensa ultrasanchista de RTVE, RNE, La2 y las que hagan falta, todísima esa prensa compró y publicitó inmediatamente el dato de “QUINIENTOS”, lo reprodujo a titulares destacados como si “quinientos” fuese un gran triunfo del progrerío, de las políticas del gobierno respecto al problema catalán y un refrendo sin paliativos a la popularidad del flamante presidente Illa. La ínclita La Vanguardia, decana de la prensa mercenaria y eje vertebrador por el que pasa toda la información propagandizada en Cataluña, titulaba así la noticia: “El 12-O pincha en Barcelona”. Y lo peor de todo no es que mientan, pues eso, como a los antiguas reclutas el valor, se les supone. Lo malo de verdad es que se propagan las mentiras a sabiendas de que lo son y a sabiendas de que nadie va a inmutarse lo más mínimo por saber que son trolas de torpe factura, tampoco por sospechar que se está mintiendo en la cara al público que recibe las noticias como quien oye llover. Total, qué más da, qué importa, qué valor tiene la verdad en los tiempos que corren, estos tiempos de posverdad en que lo sustancioso de cualquier noticia es si acomoda o no con nuestros intereses ideológicos y nuestras reacciones emocionales ante los hechos dignos de conocerse y convertirse en realidades, los famosos “aspectos de lo público”.
Así es como funciona la máquina de mentir y así se reconducen los hechos y la palmariedad de lo fáctico hasta un relato que sea, como mínimo, inofensivo para el poder al que los medios están arrimados, allá donde abrevan. Y si la verdad puede revertirse y volverse contra el adversario, mejor todavía. Así, una manifestación que fue un éxito y un jolgorio de vivas protestas y viva esperanza, según La Vanguardia fue “un pinchazo”. Miren ustedes: llovía mucho, el día estaba oscuro como promesa del marido de Begoña, las autoridades habían puesto todas las trabas habidas y por haber, los medios del sistema —o sea, casi todos— habían renunciado a publicitar la convocatoria, las posibilidades materiales y dinerarias de los convocantes eran exiguas… y así y todo, bastantes miles de personas acudieron con todas sus ganas y toda su fe a celebrar y reivindicar el 12 de octubre. Y lo mejor, porque alguna vez habrá que rematar uno de estos artículos con algo de lo mejor y un poco de optimismo: la cantidad de gente joven, jovencísima, que había en la marcha. Mucha más que en una discoteca. Si los propagandistas de la máquina de la mentira hubiesen estado allí y hubieran contemplado con sus propios ojos aquella afluencia de la edad de la ilusión, bajo el lema “12 de octubre, orgullo nacional”, se habrían visto obligados a inventar sobre la marcha un titular un poco más comprometido con la mentira que la estupidez del “pinchazo”; habrían hecho cuentas sobre la media de edad de los participantes para poder mentir a gusto y escribir que los quinientos, de media, tenían unos 37 años.
A veces lo pienso: el futuro no es suyo porque han dimitido de la realidad y encima la juventud hace ya bastante que dejó de ser hacerles caso. A lo mejor me equivoco, pero no miento: el futuro no es suyo.