A los pueblos latinos, especialmente los hispánicos o ibéricos, nos une más con los eslavos que con los anglosajones. Y me explico.
La naturalización de un bloque occidental nos hace aceptar sin rechistar que a un español le es más natural la convivencia con un inglés que con un ruso o un serbio. Aunque no es algo tan natural como podría parecer. A los españoles nos une más con los ingleses, mientras más dejamos de ser españoles y aceptamos una forma de ser basada en el modelo anglosajón. Solamente cuando el español renuncia a su ser histórico y a su identidad para aceptar un modelo de «ciudadano global» completamente impersonal y al que lo único que identifica es un documento desprovisto de carácter nacional, es cuando se asemeja más a un londinense o a un neoyorquino que a un serbio.
Y podemos entenderlo como una deriva histórica. Casi todos los europeos estamos en ese proceso de sustitución de nuestros caracteres nacionales por una argamasa de individualismo, desarraigo, sexualidad ambigua y rechazo a cualquier rol social que no sea el de consumidor y peón laboral de alguna multinacional. Aunque no es un destino inevitable. Cualquier acción conlleva una reacción. Y a dicho proceso le ha respondido una renacionalización y búsqueda de referencias grupales tradicionales y autóctonas por parte de una gran parte de nuestras sociedades.
Pero más allá de ese proceso de alienación nacional y la respuesta que está teniendo, me interesa el tema del grado de afinidad entre pueblos europeos mucho más que el simplismo de «Occidente respecto a los demás».
Como español, me rechina bastante el término «occidental» por varios motivos. Uno de ellos es su carácter vago e impreciso que puede tratar como occidental a un polaco o a un californiano sin ningún reparo. Aunque eso demuestra que cualquiera puede ser occidental si se asumen los postulados anglosajones. Porque “Occidente” pudo ser un nombre válido y una categoría de análisis más o menos válida, pero no ahora. Ahora sólo indica al dueño de la etiqueta geopolítica.
Por eso me rechina tanto el término «Occidente», porque se basa en la preeminencia de Inglaterra y Estados Unidos como una especie de eje vertebrador de ese «Occidente» y todos los demás somos meros suburbios de su occidentalidad. Es más, España, es un país «del sur de Europa». Cosa que tampoco niego, pero los caracteres español y portugués se corresponden geográfica e históricamente con lo más occidental que siempre tuvo Europa. Se nota que las definiciones las imponen otros. Y a los ingleses les gusta llamarse occidentales. Aunque les cundiría más llamarse europeos insulares del norte. Más propio a su realidad geográfica, histórica y cultural.
Dejando de lado el papel de Estados Unidos como coprotagonista en la historia de los anglosajones como eje de Occidente, hay que tratarlos como lo que son, americanos del norte o americanos anglosajones. Si Iberoamérica no es Occidente pero España y Portugal, sí, quizás haya que tratar al resto del mismo modo. Si la nación americana heredera de Inglaterra es occidental, tres cuartos de lo mismo para nuestros hermanos americanos. Y si no lo son, mientras España y Portugal tenemos que serlo de una forma precaria y subsidiaria, quizás no sea más que una etiqueta que nos han puesto los anglos para tenernos en un equipo que ellos dirigen, pero que no es el nuestro. También es una forma de mantener separado y desavenido a un bloque ibérico con un potencial demográfico, cultural y económico que podría fácilmente disputarle la hegemonía mundial al dúo.
De hecho, esa es la gran utilidad del término «Occidente» cuando lo dirigen los anglosajones. Alienar y dividir. Se mantiene a España y Portugal en la periferia de Europa. Incluso a Italia, Grecia y a otros. Se aísla a Hispanoamérica de la madre patria. Pero no es únicamente contra nosotros.
Esa misma táctica se repite respecto al corazón de Europa. Se mantiene a Alemania ciertamente pacífica y controlada respecto a Francia y Reino Unido. Aunque a éstas alturas de la película, esa utilidad es innecesaria. Ningún alemán quiere invadir Francia y sacarse fotos victorioso frente a la Torre Eiffel. A un alemán, quizás, lo que le interese sea mantener su economía e industria.
Y para mantener esa economía y esa industria necesita de energía barata y presencia en la mayor parte de mercados posibles. Alemania, quitando otros elementos históricos que también la hacen dependiente, necesita a Rusia. Una potencia industrial sin energía requiere de una potencia energética. Y ya hemos visto que ni Estados Unidos ni Inglaterra querían a una Alemania acaramelada con Rusia. La cooperación de Alemania con Rusia produce un terror inimaginable en las élites anglosajonas. Un continuo geográfico que retroalimenta energía, producción y consumo con la posibilidad de expandirse hacia Asia sin barcos ni avión y fuera de ejes comerciales controlados por Washington o Londres, es espantoso. Principalmente porque les convierte en periferia y en prescindibles. Así que es imperativo mantener al centro de Europa enconado contra el este.
Como podemos ver, los planes geoestratégicos anglosajones para mantener su hegemonía, se basan en romper cuántas afinidades y sinergias naturales tengamos los demás. Nosotros sin mirar a Hispanoamérica, Hispanoamérica en peleas, Alemania enconada y en caída contra Rusia. Divide et impera.
Por ello el concepto “Occidente” jamás se refiere al occidente europeo. Porque el occidente europeo es España y Portugal. Geográfica e históricamente. Pero tratamos con un concepto anglosajón de lo occidental. Poco menos que decir, Reino Unido, Estados Unidos y sus vasallos. Y sí, nos tratan como a vasallos. Porque, al final, guste o no, la relación de países como España con Estados Unidos es de vasallaje. Más exactamente es un vasallaje de nuestro país a los intereses de las élites económicas y del estado profundo norteamericano y británico. Así se explica que ante la guerra de Ucrania y el reciente regreso de Trump, el gobierno español haya pasado de dar material roñoso y a regañadientes a Ucrania, a defender el envío de tropas. Lógico. No por ninguna solidaridad con el pueblo ucraniano. Es todo mero interés del gobierno español en someterse a los dictados de las élites que ya no disponen del poder ejecutivo en los EEUU. Y a la espera de que vuelvan los señores de la guerra al gobierno estadounidense, sus vasallos se ponen más belicosos. A España no nos va nada en esa guerra.
De hecho, nos interesa la paz y la estabilidad en el continente. Y por muy malos que nos parezcan los rusos, nos tocará entendernos con ellos. El concepto de guerra de “Occidente contra Rusia”, jugando con el simplismo de “democracia contra dictadura”, nos encuadra en unos términos morales solamente absolutos para el ceporro que ve demasiada televisión. En términos geoestratégicos y de política real, la democracia o no, se la trae al pairo a todo gobernante promedio. Recordemos que los que hoy quieren censurar las redes sociales en la UE son los mismos que gustaban de hacer y justificar escraches y ataques contra la oposición. En el este de Europa lo que hay es un conflicto de intereses entre las élites que dirigen el concepto “Occidente” y Rusia. Nada más. Un conflicto de intereses que hace correr sangre y muerte. Y que únicamente beneficia a una poca gente al otro lado del charco. Pero Europa, en global, pierde.
Y, mientras leo mis propias líneas, sospecho que saldrán muchos llamándome prorruso o bobadas de esas de parco neuronal. Pero yo defiendo la soberanía de España y el interés de mi pueblo con arreglo a un estado de paz en Europa. Lo demás, es ver demasiado Risto por las tardes.
No hay ninguna guerra entre un salvador Occidente contra Rusia. Sólo hay miles de europeos muertos por haber sido incapaces de frenar las ansias de imposición de las élites que dirigen nuestros destinos. El “Occidente” anglosajón no es más que usar a Europa como carne de cañón.
Pero más aún. Porque como ya he dicho al comienzo, se nos hace creer a los latinos que tenemos más en común con los anglosajones o con los nórdicos que con los eslavos. Y a los habitantes de ésta cabeza de Europa nos une mucho con el otro cabo. Porque cuando una cuerda está unida, son los cabos los que están más juntos. Y eslavos y, especialmente, portugueses y españoles, somos los extremos de Europa. Unos somos, precisamente, el occidente de Europa. Y los otros, el oriente de Europa. Pero esos occidente y oriente no son antagónicos como lo plantean los anglos. Son los dos extremos de la misma realidad. Son la periferia de Roma y Constantinopla. Son los europeos sometidos por invasores islámicos. Son los mismos europeos que, cada uno por su lado, lograron desembarazarse del yugo invasor. Fueron los muros que salvaron al corazón de Europa. La misma Europa que se lanzó a América y la que se volcó en Asia. La misma fe y casi el mismo dogma, pero diferentes ritos. La periferia europea a la que los demás trataban de atrasada y se desarrolló tardíamente con modelos que no son los suyos. La gente que llegada la posmodernidad, se debatió entre sus dos almas más radicales y sangrientas. Con distintos resultados, pero los mismos mimbres. Los reflejos opuestos pero idénticos de la misma gente.
Si alguien amase a Europa y a los europeos, utilizaría nuestros lazos e inclinaciones históricas y culturales para volver a pintar algo en el mundo. Porque mientras nos peleamos con Rusia, se nos cierra nuestra puerta natural hacia Asia y utilizamos canales anglosajones. Cuando hacemos que Alemania deje de comprar gas ruso, arruinamos la industria europea. Y, total, el gas sigue llegando a través de intermediarios como la India, que hacen su agosto a costa de nuestra imbecilidad. Y las élites anglosajonas y globalistas aplaudiendo.
Es más, cuando Europa necesita «trabajadores cualificados» como programadores, nuestras élites cortan la relación con Bielorrusia, que nutría a países como Polonia. Parece que es mejor el plan de Pedro Sánchez de traernos miles de subsaharianos. Porque esa es otra. España y Portugal deben ser evitadas como salida natural y proyección hacia América. Mejor dejarles el negocio a los yanquis. A España nos reservan el bonito papel de «puerta a África». Un título que nos atribuyen los nietos «cosmopolitas» de los cantamañanas que sostenían lo de «África comienza en los Pirineos». Los tiempos cambian, pero el desprecio continúa. El único cambio es estético. Antes nos trataban como a un estercolero. Ahora, utilizan eufemismos pero nos mandan la basura.
Ojalá hubiera alguien en nuestro continente que realmente amase a Europa. O que la reconociera como tal. Porque somos todos hijos de Europa, no esclavos de Occidente.