Lecciones del pasado

Lecciones del pasado. Axel Seib

Hay dos artículos de la Constitución de 1812 que siempre me han llamado poderosamente la atención. Artículos que merecen atención porque, creo, pueden revelarnos mucho sobre el presente. Y sé que puede parecer raro que un par de artículos constitucionales de hace dos siglos puedan iluminar fenómenos presentes. Pero así lo creo.

El primero y, muy obel propio artículo primero que reza así:

“La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.

Poderoso concepto y revelador de parte del auténtico ser español, que jamás fue el de unos esclavistas peninsulares respecto a unas «oprimidas colonias» sometidas a la metrópoli. En 1812 ya queda constancia que era tan español uno de Madrid como otro de Quito. Y eso, por más que se diga, no sale tanto del liberalismo de la Constitución de Cádiz tanto como de la fuerte constancia en nuestros antepasados de lo que siempre fue nuestro ser nacional. Y nada pudo definirlo mejor que “la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. No reduce la Nación a ridículos conceptos ajenos basados en una condición administrativa por nacimiento en un feudo estatal. El artículo sabe expresar eficaz y claramente que la Nación española la forman todos los españoles, sean de donde sean.

Es más, se define a la nación como el conjunto de sus miembros naturales. Si, parece sencillo porque es un sonoro y claro “España son los españoles”. Pero en nuestros tiempos, estamos saturados de mentecatos profesionales que se muestran incapaces de definir y entender qué o quién es español con tal de negar la Nación. No nos engañemos, el sonriente arrogante que se plantea “¿qué es ser español?” siempre lo hace para entrar de cabeza en esa charca ponzoñosa que es el relativismo. Y en el relativismo, ellos ganan. Porque la única victoria de quienes basan su discurso en el cuestionamiento y la negación de lo obvio, es el caos. Por eso no vale la pena entrar en debates con simplones que reducen a mera pregunta vacía toda una identidad nacional que, por arrogancia y vanidad, odian.

Pero reconozco que la Nación ha tenido redefiniciones varias. Desgraciadamente, la definición de 1812 ya nos queda lejos. Pero no deja de tener importancia para comprender nuestro ser y carácter histórico. Del mismo modo que, mucho antes, España pudo haber sido el conjunto peninsular cristiano. Ya dejó de ello constancia el gran poeta luso Luís Vaz de Camoes con su:

“Falai de castelhanos e portugueses, porque espanhóis somos todos”.

Porque hubo un tiempo en que la unión ibérica era una realidad en la conciencia de muchos. Camoes se sabía tan español como un castellano y jamás necesitó de un mentecato comentarista que le plantease “¿qué es ser español?”. Se sabía español, como lógicamente portugués, y escribió “Os Lusíadas” con la misma naturalidad. Luego, avatares históricos cambiaron las circunstancias y, ahora, nos encontramos con naciones diferentes. Aunque la hermandad prevalece y debe prevalecer.

Pero vayamos al segundo artículo de la Constitución de Cádiz que me genera interés. Y es el artículo 13.

“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”.

Parece un artículo biensonante y más basado en una especie de moda histórica basada en los principios liberales y de otras constituciones sobre la felicidad. Algo lógico, la inclusión de «búsqueda de la felicidad» o, directamente, «la felicidad de la Nación», ofrece un fuerte contraste con formas de gobierno más represivas y «oscuras». Y vende mejor pensar que el gobierno quiere nuestra felicidad de cara a tener que guardarle lealtad. No hay puntada sin hilo.

Normalmente yo sería de los que tratan la inclusión de éstos conceptos como pura retórica y algo de mercadotecnia en un artículo constitucional. Y precisamente, cierta forma de liberalismo, entendería la felicidad como un elemento o cualidad que cada individuo debe construir por sí mismo. Así que las apelaciones al gobierno o el estado como garante de nuestra felicidad, puede sonar, como ya he dicho, a retórica.

Pero pensándolo bien, ofrece un análisis interesante de las circunstancias actuales. El régimen del 78 no hace mención a la felicidad en la constitución. Ni mucho menos en uno de los primeros 15 artículos. Hay mención al «bienestar» o «estado social», pero nada de definir el estado como garante de felicidad alguna. Y viendo las circunstancias actuales, me encaja.

Haciendo uso de una concepción de la felicidad que se basa en el principio de ilusión respecto al mañana, de optimismo y confianza en nuestro presente para conseguir metas en el futuro, no me extraña que la Constitución de 1978 no diga nada sobre la felicidad. El régimen actual es lo más lamentable que nos podemos encontrar en ese aspecto. Yo no he visto jamás tanto pesimismo respecto al futuro, más catastrofismo y más derrotismo. No hay ningún tipo de confianza en el mañana, nos invaden los discursos sobre la extinción, accidental o voluntaria, la ansiedad, la depresión y otros muchos problemas psicológicos nos persiguen y rodean. Es como estar azuzados permanentemente por un agorero.

Pero, eso sí, nos insisten en el bienestar. De forma machacona y tóxica. Quizás no tengamos coche, no podamos tener una familia, ni un piso o una casa. Las vacaciones son una ilusión. Pero tendremos bienestar.

Parece una ironía, pero no. El bienestar es más fácil de manipular. Incluso, como es nuestro caso, de adulterar su sentido. Están arruinando nuestro futuro y, precisamente, nuestra potencial felicidad. Pero le dan un giro y, sencillamente, hablan del bienestar como un umbral muy bajo de seguridad vital mínima. Claro, cuando el bienestar es tener techo y una posible paguita ridícula, todo es muy fácil. Aunque dudo que compartir un piso enano con 40 años, trabajar con ansiedad y medicado, sin familia y con constantes agoreros climáticos y bélicos que viven del miedo y trabajo ajeno, mientras te roban las últimas migajas de tu libertad, ofrezca ninguna posibilidad de felicidad o de confianza en el futuro.

El tan cacareado bienestar puede ser tenerte medicado indefinidamente y trabajando más de medio año para mantener el estado que llena nuestras calles de criminales con subsidios. Pero siéntete afortunado, tienes un techo donde resguardarte. Aunque el estado jamás lo protegerá si entran en él. Y puedes montarte en un tren que nunca llega para servir cafés en una ciudad en la que no te puedes permitir vivir. Incluso puedes compensar tu soledad y vacío existencial viendo series online. O pornografía. Aunque tampoco nos pasemos, que el estado implantará un pasaporte para esas webs sórdidas. No quieren que tengas hijos, ni te relaciones con el otro sexo, pero tampoco quieren que te abandones al onanismo. Mejor a los porros.

Por eso no me extraña el exagerado peso de ese engendro que llaman «bienestar» en contraste con la nula mención a la felicidad. Parece que la intención siempre fue la misma, no hacer mención a aquello que querían aniquilar y colarnos un sucedáneo que no es más que una correa corta para tenernos domesticados.

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