Crítica a la concepción del Estado y de las clases sociales en el marxismo clásico (X)

Crítica a la concepción del Estado. Daniel López Rodríguez

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Los planes de transformar la Gran Guerra en una serie de guerras civiles

Mientras se disparaba desde las trincheras en la Primera Guerra Mundial, Lenin, desde su exilio en Suiza, asistiría a dos conferencias socialistas: en septiembre de 1915 asistiría a la conferencia de Zimmerwald, un pequeño y montañoso pueblo cercano a Berna, en septiembre de 1915. Y en abril de 1916 en la conferencia de Kienthal, situado en la misma zona. Ambas conferencias fueron organizadas por el socialista suizo Robert Grimm y el italiano Odino Morgari.

En ambos eventos se pidió que la guerra se convirtiese en una lucha de clases y por consiguiente en guerra civil en los diferentes países enfrentados, porque -como decía Lenin- era la primera vez que millones de pobres disponían de armas.

En Kienthal se condenó el pacifismo pánfilo (fundamentalista), pese a que muchos delegados querían que se acabase la guerra como fuese. Se pidió además «una acción vigorosa dirigida a derrocar a la clase capitalista» (Robert Service, Lenin. Una biografía, Traducción de José Manuel Álvarez Flórez, Siglo XXI, Madrid 2001, pág. 278). Con esto Lenin acabó satisfecho con los resultados de las conferencias, pero casi todo terminó siendo flatus vocis o papel mojado.

Si en la Primera Guerra Mundial fue el rechazo a la guerra lo que hizo subir al comunismo al poder (aunque sólo en Rusia), en la Segunda Guerra Mundial fue la participación en la guerra lo que supuso el ascenso al poder (como pasó en los países de Europa del Este y en China cuatro años después del conflicto).

La serie de guerras civiles que realizasen la revolución se hacía con el propósito de acabar con todas las guerras; lo mismo diría el presidente estadounidense Woodrow Wilson en el Congreso el 2 de abril de 1917, pero desde la dialéctica de Estados: «una guerra para terminar todas las guerras».

Ni la guerra en la dialéctica de clases (la guerra civil) acabó con todas las guerras y ni mucho menos la guerra en la dialéctica de Estados (la guerra mundial) acabó con todas las guerras. La «guerra a la guerra», en todo caso, lo que impone es la paz de la victoria de determinadas potencias (más o menos aliadas con los recelos correspondientes) para en desarrollos posteriores desembocar en una nueva guerra que a su vez dará lugar a una nueva paz, que sólo es posible desde el poder militar y el poder diplomático, y así se establecen nuevas rutas comerciales y nuevas relaciones internacionales. Y si la guerra es mundial se impone un nuevo orden mundial (positivo, y no metafísico).

Vender la paz perpetua es vender humo: una estafa ideológica que se irresponsabiliza de lo que pasa en la cruda realidad. La revolución mundial de la dialéctica de clases sólo fue una ilusión montada sobre la guerra mundial de la dialéctica de Estados.

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