Coronavirus y geopolítica

Las pandemias han sido recurrentes desde el siglo XVI, y diezmaban a las poblaciones. La mortandad en América cuando llegaron los españoles se explica precisamente por una pandemia, y no por un exterminio planeado y programado por unos malvados imperialistas sedientos de sangre como relata exagerando y omitiendo la Leyenda Negra. Por mencionar sólo unos ejemplos, en 1889 la gripe asiática/rusa causó un millón de muertos, entre 1918 y 1919 la mal llamada gripe española acabó con la vida de unos 40 o 50 millones de personas, la gripe asiática de 1957 mató a un millón y medio y con la gripe de Hong Kong de 1968 murieron un millón.

La pandemia del coronavirus, con fecha del 21 de marzo, ha infectado en todo el mundo a 273.324 personas: de las cuales han fallecido 11.349 y se han recuperado 90.907 (son números oficiales, y como no todo está registrado las cifras naturalmente serán más altas). En España tenemos oficialmente 24.926 infectados, 1.326 fallecidos y 2.125 curados. Comparadas con las otras pandemias, las cifras del coronavirus no son muy espectaculares, pero se trata de un virus muy contagioso. 

El control y confinamiento de millones de personas es una situación a la que nunca nos hemos enfrentado. Y si le hubiésemos dicho esto a cualquiera en los felices meses finales de 2019 nos hubiesen tomado por conspiranoicos o lunáticos apocalípticos. Esto parece un experimento psicológico tipo «la guerra de los mundos» pero a nivel global. O séase, una auténtica locura. Más de cien países han tenido que refugiar en sus casas a sus ciudadanos y ponerlos en cuarentena. Un panorama tremendo e insospechable hace unas semanas. (Y que conste que el que esto escribe sin duda hubiese tachado de conspiranoico y escatólogo al que hubiese descrito un escenario así; pero un servidor es simplemente un españolito de a pie, anónimo, sin ningún cargo y responsabilidad política, más la que tenga como mero ciudadano).

El primer problema de la pandemia del coronavirus es el peligro de colapso del sistema sanitario; porque si bien -como hemos dicho- no es un virus muy mortal sí es muy contagioso. El segundo problema es la crisis económica que va a dejar. Y será una grave amenaza para todos aquellos países que tienen un sistema sanitario deficiente y mucho menos sofisticado que el que nosotros afortunadamente gozamos (muchas veces sin valorarlo lo suficiente). En Hubei los chinos construyeron dos hospitales en diez días y aun así estaban abrumados y los pacientes inundaron los hospitales. En Italia también se llenaron y los enfermos tuvieron que ser atendidos en los pasillos o en las salas de espera. Asimismo, en el país transalpino los médicos han tenido que decidir a quién tratar: «Al cabo de unos días, tenemos que elegir… No todo el mundo puede ser entubado. Decidimos en función de la edad y el estado de su salud».

El aislamiento entre las personas es imprescindible para que el virus deje de extenderse. El virus puede propagarse a una distancia de dos metros si una persona tose. Por eso cada día cuenta y como el virus se expande exponencialmente es imprescindible tomar medidas drásticas, desde el principio, cosa que no se hizo ni en Italia ni en España  teniendo las autoridades la referencia de China (en donde se pusieron medidas también tarde, el 22 de enero, cuando la epidemia brotó en diciembre o incluso puede que en noviembre). Aunque también podríamos preguntarnos si el confinamiento es la medida más prudente para enfrentarnos a esto. También se discute al respecto.  

Es muy pronto para saber algo sobre el origen de la pandemia: si fue intencionado o no, y si lo fue quién lo hizo; yo personalmente apostaría a que simplemente se trató de un accidente, y ya se sabe lo peligrosos que son los mercados de animales salvajes vivos en China. No cerrarlos fue un gravísimo error y una enorme imprudencia de Pekín. Asimismo, también es muy pronto para saber sobre sus repercusiones geopolíticas. Pero, si me lo permiten, hagamos algunas consideraciones sobre por dónde podrían ir los tiros.

La crisis financiera y el terremoto económico que se avecinan no serán causados totalmente por la pandemia del coronavirus. Las economías occidentales ya estaban lo suficientemente tocadas como para que se estuviese pronosticando una bancarrota. Pero esto va hacer que la crisis definitivamente estalle y a una velocidad de vértigo, como por sorpresa. Si la situación se hacía cada vez más insostenible, la pandemia hace que ya sea dramática y de ruina total. Si tales economías estaban enfermas, ahora van a quedar moribundas y en poco tiempo muertas. Y si no al tiempo.

En España, aunque tengamos un sistema sanitario sofisticado (fragmentado en 17 trozos, inconveniente que ahora con esta situación no se ha tenido más remedio que corregir), no tenemos soberanía alimentaria ni industrial, y ni mucho menos monetaria y fiscal. Dependemos de lo que produzcan otros países. Si las cadenas de suministro se obstaculizasen la población española pasaría hambre y sería el caos. ¿Aprovecharían esta más que lamentable situación podemitas y separatistas (valga la redundancia) para destruir lo que quede de España? No les quepa la menor duda: cochambre hasta el infinito y más allá.

Los casos de Italia y España muestran una vez más, ya de una forma escandalosa y en extremo trágica, el fracaso que significa esa cosa llamada «Unión Europea», cuyos burócratas («euroburócratas»), más preocupados por la crisis de la banca y por evitar la quiebra de las grandes multinacionales, han dejado que los 27 países miembros se salven cada uno como pueda y por su cuenta (mucho más significativa ha sido la ayuda china, aunque no hay que ser demasiado listos para pensar que en última instancia y a largo plazo el país asiático vela por sus intereses). Los que no estamos contagiados por el virus del europeísmo no nos ha hecho falta llegar al coronavirus para saber que la unión de la UE es una unión de papel. Pero, como guía para perplejos, diremos que esta pandemia ha puesto dicha unión en evidencia e incluso en ridículo (risible si no fuese por la tragedia que tenemos encima). El coronavirus será la tumba del europeísmo. Ese sería un buen epitafio.

Otro problema que tienen los países europeos es su casta política: la peor que ha conocido el continente en siglos. La gestión de la crisis coronavírica sólo ha venido a corroborar esto, porque ya lo sabíamos. En cambio, Donald Trump, Xi Jimping y no digamos Vladimir Putin han mostrado al mundo que son estadistas. Cosa de la que también estábamos al tanto. ¡Sorpresa!   

Por lo que se refiere a Estados Unidos, hay que decir que el Imperio se ha aislado cerrando fronteras con Canadá y México y ha confinado al 25% de la población, pero sólo en los Estados de Nueva York, California e Illinois; y con condiciones más laxas que las impuestas en Italia y España porque se permite a la gente salir a pasear o a hacer ejercicio siempre que haya un distanciamiento personal de dos metros; lo cual no es una medida precisamente prudente porque mismamente en Nueva York se han disparado los contagios esta semana y la ciudad cultural y financiera del mundo ya cuenta con 5.151 infectados, y ya se está planteando usar hoteles y centros de convenciones para alojar a los enfermos.

Donald Trump no ha podido gestionar bien la crisis del coronavirus porque Estados Unidos, pese a contar con unos equipos sanitarios de última tecnología, es un país con un sistema de salud pública muy deficiente. Ningún presidente podría hacerlo mucho mejor. Pero esto le puede costar la reelección como presidente, que parecía que tenía metida en el bolsillo. Si ganan los demócratas pueden que se incrementen considerablemente las amenazas de guerra, principalmente contra Rusia (dada su terrorífica munición atómica).

Para Estados Unidos todo depende de cómo se gestione la pandemia, y si el virus se extiende y no se frena con rapidez eso podría acarrearle muchos problemas a un país que tiene una elevada desigualdad y un sistema económico que deja a mucha gente a su suerte, siendo además una sociedad individualista con una sistema sanitario público insuficiente. A lo que hay que sumar, por si fuera poco, que se trata de una sociedad con muchos individuos armados. La inestabilidad social podría ser enorme en el país del sueño americano que en su momento, cuando se derrumbaba el gigante soviético, parecía que llevaba firme la Antorcha de la Universalidad, que diría Hegel. Y si se llega a tal desestabilización en la dialéctica de clases, ni que decir tiene que Estados Unidos perdería su lucha en la dialéctica de Estados, dada la codeterminación entre ambas dialécticas.

Si bien es cierto que ha debilitado la infraestructura sanitaria, cosa que le puede salir carísima, la Administración Trump estaba llevando a cabo una gestión económica excelente, con ganancias en bolsa y reducción del paro. Pero el coronavirus puede hundir todo este trabajo y echar a Trump de la Casa Blanca. El coronavirus puede ser la tumba del trumpismo. De momento, la pandemia ha hecho que la bolsa estadounidense pierda todo lo que subió desde que el rubiales se sentó  más chulo que un ocho, hay que reconocerlo, en el sillón principal del despacho oval.

La salida de Trump del oval pondría en su lugar a un presidente demócrata totalmente entregado al Establisment del llamado «Deep State» (Council on Foreign Relations, Skull and Bones, Bilderberg y demás instituciones globalistas corruptas y decadentes) y declararle la guerra a Rusia y China. No hay que descartar que la crisis económica que va a dejar el coronavirus desencadene una nueva crisis de los misiles. Las bombas ahí están.

En Estados Unidos hacerse la prueba del coronavirus no la cubre el Estado y cuesta unos 3.000 dólares. Los candidatos demócratas a la Casa Blanca, fundamentalmente Bernie Sanders, proponen -como ya lo hizo en su momento el Premio Nobel de la Paz con esa cosa del «Obamacare», y sin éxito a la hora de aplicarlo- una «sanidad para todos», basado en un Estado del Bienestar que para que se pusiese en marcha requeriría una enorme recaudación fiscal, en sintonía con el modelo escandinavo.  

La crisis del coronavirus está recrudeciendo la enorme tensión comercial, económica, tecnológica y cultural entre China y Estados Unidos. Y esta tensión no dejará de crecer cuando la pandemia se frene. El coronavirus ha acelerado el ritmo de la disputa por la hegemonía mundial de estos dos Imperios (contado con Rusia, que ha sabido controlar muy bien la pandemia y posiblemente sea el país que menos debilitado salga de la crisis). Asimismo, la economía china parece que está resistiendo la crisis con mucho más solvencia que Estados Unidos. Y, por si fuera poco, según dice el gobierno chino, ya no hay más contagios en su país, mientras el virus se va expandiendo por todo el mundo. (Si China ha hecho esto con intención habría que reconocer que ha sido una jugada maestra; pero el origen intencionado de la pandemia, a falta de pruebas, es a día de hoy carne de teorías conspiranoicas).  

Ya el pasado 19 de febrero, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, dejó meridianamente claro que «el enemigo ahora es China y eso significa que tiene que ser también enemigo de todos los países europeos».

Puede que China no tenga la suficiente potencia todavía para ganar esta disputa geopolítica, pero Estados Unidos sí puede estar en condiciones de perderla. Aunque a China no le interesa resolver la disputa de una manera más o menos repentina (aunque la pandemia precisamente está acelerándolo todo); lo que le beneficia al Imperio del Centro es el largoplacismo. La tradicional paciencia china puede con las posmodernas prisas de Occidente. Y ahí tiene todas las papeletas de resultar vencedora e implantar la paz china: panacea para algunos, desventura para muchos.

De lo que no hay la más mínima duda es que esta gigantesca crisis va a determinar el orden internacional, orden muy alejado de las ilusiones aureolares de los globalistas anglosajones y su «Nuevo Orden Mundial»; para los cuales, por si la llegada de un antiglobalista confeso y negacionista del cambio climático como Donald Trump a la Casa Blanca no era suficiente, el juego se ha acabado: Game over!

Precisamente, el coronavirus ha podido extenderse en buena parte del mundo y a tal velocidad a través de la globalización positiva, y sin embargo será la tumba del globalismo, esto es, de la Globalización oficial aureolar, el descabellado proyecto del Gobierno Mundial: que ni está ni se le espera porque ni existe ni puede existir. (Para los términos globalización positiva y globalización aureolar véase Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, Barcelona 2004; y a quien esté interesado en el globalismo véase esta conferencia que dimos el pasado 20 de enero en la Fundación Gustavo Bueno:

Con toda probabilidad, las consecuencias de la pandemia serán mucho más notables que las del 11S (o en España el 11M) y la caída del Lehman Brothers en 2008. Quién sabe si la repercusión de este golpe es tan fuerte como la del crack del 29. En Wall Street y en la City no tienen ya suficiente Trankimazin; ni, malévolamente suponemos, suficientes rollos de papel higiénico; como pasa en los supermercados de España.

Otras fuentes pronostican que la pandemia fortalecerá a China y la hará definitivamente vencedora de su guerra comercial con Estados Unidos. De ahí que Trump llame al coronavirus el «virus chino», porque China es el país responsable de la pandemia. Trump parecía que le estaba ganando la partida a los chinos, pero el coronavirus parece que ha venido para cambiarlo todo y darle la vuelta al marcador. Hay teorías que hablan de «Jaque Mate». Todas estas apariencias el tiempo dirá si son falaces o veraces. Que conste que aquí no estamos dando por vencedor a nadie a la ligera.

Con la que parece que no hay que contar en esta disputa geopolítica es con ese «experimento de gobierno mundial» -en palabras de Javier Solana- llamado Unión Europea, que -como decíamos- esta crisis ha evidenciado su falta de unión, y lo que es peor: su manifiesta debilidad (claro, la unión hace la fuerza). Europa, o más bien los países del continente, será sierva de China, Rusia y Estados Unidos (todo depende de cómo estas potencias se repartan el botín). La batalla comercial entre China y Estados Unidos ya la estaban perdiendo los países europeos. Lo que el coronavirus ha expuesto es la corroboración de esa derrota y la aceleración de la misma.    

Ni que decir tiene que una vacuna contra el Covid-19 sería la solución a este grave problema sanitario. Pero, según la Organización Mundial de la Salud, dicha vacuna tardará en llegar unos 18 meses. Y en ese tiempo pueden pasar muchas cosas. Y sin duda, la dialéctica de Estados está muy presente en el «a ver quién la saca primero». Por tanto, lejos de la cooperación internacional para solucionar este problema global, lo que vamos a tener es una frenética competición. Esta crisis no va a hacer que la humanidad (esa enigmática señora) se solidarice. La polémica está servida, y la guerra es el único ámbito en las disputas interestatales cuando la situación llega a un límite en la que las discrepancias no se resuelven con el diálogo y la negociación.

Europa va camino de ser carne de botín de las potencias que salgan más fortalecidas (o menos debilitadas) de esta enorme crisis. Según la Organización Internacional del Trabajo, la crisis podría hacer que se despidan hasta 25 millones de personas de sus puestos de trabajo. El desequilibrio fiscal que puede dejar esto va a ser pavoroso, y las consecuencias en las vidas de las personas ya se las pueden ustedes imaginar.  

España es un país que se nutre fundamentalmente del turismo y esta temporada hay que darla por perdida. ¿Cómo se remonta eso? Y se calcula que en menos de cuatro semanas se van a perder 300.000 puestos de trabajo. Y con tal crisis económica vamos rumbo hacia la irrelevancia geopolítica y tecnológica (que era a lo que íbamos si nada lo remedida, pero encima vino el virus y lo precipitó todo). Puede que tengamos que hacer algo más que apretarnos los cinturones, ya que vienen curvas peligrosas y años de hierro. El coronavirus no será una de esas pandemias que deje millones de muertos, pero lo que sí va a dejar es a millones de pobres. Bienvenidos al nuevo orden mundial no globalista. Bienvenidos a los tristes años 20. 

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