El auge de China

El auge de China. Daniel López Rodríguez

El comunismo chino (ya de por sí particular, porque su base más que marxista o marxista-leninista es maoísta, aunque algo de marxismo obviamente hay) se combina con las tradiciones originales de China (fundamentalmente el confucionismo) y con tendencias occidentales en lo económico y tecnológico. El comunismo chino supuso la refundación del nacionalismo chino y, es más, del Imperio Chino, como gigante que ha despertado tras el «siglo de las humillaciones». La nueva China combina desarrollo y liberación económica con control político; esto es, el dominio del Partido en la vida política y en los medios de comunicación. 

El socialismo de mercado de la China de Deng Xiaoping fue llamado por Chen Yun, uno de los cinco grandes de la China comunista que asentaría las bases de la «reforma y apertura» que puso en marcha Deng, la «jaula de pájaro». «La jaula es el plan, y puede ser grande o pequeño, pero dentro de la jaula el pájaro (la economía) es libre de volar como él desea» (Luis Palacio y Raúl Ramírez, China. Historia, pensamiento, arte y cultura, Almuzara, 2011, pág. 292). Cuando Jiang Zemin le tomaba el relevo en el Partido y en el Estado a Deng Xiaoping las nuevas consignas eran: Partido, nación y tecnocracia.

Se ha dicho que la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, defendida por Bush II y también por la Unión Europea, supuso su «incorporación a la globalización» (es decir, a formar parte del comercio mundial a través de la globalización positiva). Y «significaba tener que abrirse definitivamente, y de la manera más completa, a la libertad de todas las transacciones internacionales» (Palacios y Ramírez, China, pág. 302). Esto supuso un hito en la historia contemporánea de China, como la proclamación de la República por Sun Yat-sen en 1911, la revolución comunista en 1949 o el socialismo de mercado de Deng Xiaoping en 1978. Aunque ya con el propio Deng empezaría la apertura de China al exterior como él mismo reconocía: «La política de apertura de China al mundo exterior y de intercambio con los países extranjeros se hace sobre la base de la igualdad y ventajas mutuas» (Palacios y Ramírez, China, pág. 337).Es decir, en 1979, al ser reconocida por Estados Unidos, China empezaría a participar en el juego mercantilista global, fundamentalmente porque a Estados Unidos le interesaba contra la Unión Soviética (que por entonces empezaba a empantanarse en su Vietnam particular: Afganistán).

Y así China salía del sometimiento occidental de los «Tratados Desiguales» y pretendía volver al centro de la política mundial, que es el lugar que los chinos creen que debe ocupar su país en tanto «Imperio del Centro». De este modo China accedía a los mercados internacionales, a los capitales extranjeros y a las nuevas tecnologías. La visita de del presidente Nixon en 1972 (precedida un año antes por la mano derecha de David Rockefeller: Henry Kissinger), el reconocimiento por fin de Estados Unidos en 1979 con Carter en el Despacho Oval (teledirigido por la rockefelleriana Comisión Trilateral de Zbigniew Brzezinski, que suponía una alianza con la élite japonesa), el socialismo de mercado de Deng Xioaping y la incorporación del país a la Organización Mundial del Comercio son los hitos por los que tuvo que pasar China para lograr su profunda transformación (que no se ha manifestado de otra manera que como imponente despegue económico y tecnológico). A lo que hay que sumar el lanzamiento de la nave tripulada Shenzhú V en octubre de 2003, lo que mostró el músculo tecnológico de la nueva China (por no hablar de llegar al lado oculto de la Luna en 2019, aunque de momento sea sin taikonautas). 

«Se puede afirmar que China progresa hacia la inserción internacional y, aún manteniendo su especificidad política, la evolución de su régimen constituye un caso excepcional. En la China comunista no ha habido ni implosión, ni derrocamiento del partido único, ni transición. Desde finales del maoísmo en 1978 el sistema político chino ha ido transformándose sin cuestionarse para nada el papel del partido comunista chino que cuida de que no se pierda la estabilidad social y política y que el orden establecido se mantenga» (Palacios y Ramírez, China, pág. 340).   

Con la caída del bloque soviético y los acontecimientos de la plaza de Tiananmen, la «alianza» chino-estadounidense se evaporó y China volvería a ser vista como una «dictadura intolerable» para los parámetros occidentales y especialmente desde el fundamentalismo democrático más ingenuo o tal vez más impostor. En mayo de 1996 China y Estados Unidos tuvieron un enfrentamiento comercial, pero el 27 de octubre de 1997 el presidente Jiang Zemin visitó Estados Unidos y selló la normalización entre ambos países. Aunque cuando en julio de 1998 Bill Clinton viajaba a China denunció la represión de Tiananmen. Bush II prometió mano dura contra China, pero el 11S cambiaría el panorama geopolítico (o tal vez no tanto, pues las invasiones a Afganistán e Irak entre otras cosas trataban de cercar a China, lo que 20 años después ha resultado ser un fracaso).

Antes de la pandemia del SARS CoV-2, el Deutsche Bank calculó que la economía china crecería un 26% entre 2019 y 2023, y que Estados Unidos lo haría sólo un 8.5%. Es decir, en condiciones normales, sin una pandemia a la vista, se estimaba que China subiría tres veces más que Estados Unidos. Pues bien, llega la pandemia (de manera natural o artificial, voluntaria o accidental; no lo sabemos) y ahora se estima que China crecerá un 24%, es decir, sólo ha reducido un 2% sus expectativas de desarrollo, y Estados Unidos obtendría un 3.9%; luego según los cálculos China va a crecer 6.15 veces más que Estados Unidos. Ante la crisis del COVID-19, ¿quién puede decir «Salimos más fuertes»? Por no hablar de la paz talibana instaurada en Afganistán, donde China sale más fuerte (y también Rusia).

Que China llegue a ser una democracia es el sueño de muchos magnates, como sin ir más lejos el ínclito George Soros, que apuesta por la existencia en el gigante asiático de muchas personas que «están a favor de la sociedad abierta». China -afirma Soros- «hace que todo sea mucho más difícil. Hay mucha gente que dicen que deberíamos trabajar muy de cerca con China, pero no estoy a favor de hacerlo. Debemos proteger nuestra sociedad abierta democrática. Al mismo tiempo, debemos encontrar una manera de cooperar, en la lucha contra el cambio climático y el nuevo coronavirus. Eso no será fácil. Simpatizo con el pueblo chino, porque está bajo el dominio de un dictador, el presidente Xi Jinping. Creo que muchos chinos educados están muy enojados con él por mantener el COVID-19 en secreto hasta después del Año Nuevo Chino» (citado por Carlos Astiz, El proyecto Soros y la alianza entre la izquierda y el gran capital, Libros Libres, Madrid 2020, pág. 59).

Pero China colapsaría si se transformarse en una «sociedad abierta», y más si cayese bajo las sucias manos de los lobos de la City y de Wall Street. Según lo visto, lo más prudente para su desarrollo y despertar geopolítico ha sido su régimen comunista de características chinas, en el cual muchos chinos han salido de la miseria (ya no hay grandes hambrunas en la China), y en política exterior el país es uno de los actores principales del panorama actual. 

La soberbia del fundamentalismo democrático, o más bien su ingenuidad, cree -como lo creía Fukuyama en 1989- que la democracia es un sistema universalizable. El reciente desastre de Afganistán muestra lo ridículo mas lo peligroso de tal ideología. Precisamente cuando cayeron las Torres Gemelas se dijo que Fukuyama se equivocaba cuando pronosticaba el «fin de la historia». Ahora su error nos movería a risa, si no fuese porque los talibanes han tomado Afganistán y el régimen que quieren implantar (o más bien reimplantar) está a mil millas de la democracia liberal parlamentaria y también anda muy lejos del comunismo con características chinas; es decir, muy distante de todo régimen más o menos racional. Pero el Imperio del Centro ha sabido mover sus fichas en «el gran juego» y concibe perfectamente que las alianzas, por repugnantes que sean, son tan importantes como las propias fuerzas. Ahora está por ver cómo es la paz chino-ruso-talibana en la zona, si es que prospera y no se desencadena un nuevo conflicto.  

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