El Plan Marshall (I)

Ante la inviabilidad de la economía europea en 1945, el remedio inminente ante tal desastre vino a suministrarlo la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation), institución financiada principalmente por Estados Unidos. Con esta ayuda se instalaron servicios especiales en Italia, Yugoslavia, Grecia, Austria, Checoslovaquia, Polonia y algunas partes de la Unión Soviética. La UNRRA sólo se comprometió a ayudar a aquellos países que se opusieron al Eje. 

Pero el panorama general era de incertidumbre y desesperanza. Alemania se dejaría al cargo de las naciones ocupantes: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética. La URSS ocuparía las provincias del Este: Sajonia, Turingia, Brandenburgo y Mecklenburgo. Gran Bretaña ocuparía zonas del Rin, el Ruhr y la Baja Sajonia y el norte del país. El sur sería ocupado por Estados Unidos y Francia. Asimismo Berlín, a pesar de estar situada en la zona soviética, también fue dividida en cuatro partes.

Con el estallido y el desarrollo de la Guerra Fría, Estados Unidos mantuvo un compromiso en los asuntos de Europa. En febrero de 1947 Bevin informó a Washington de que Gran Bretaña no podía ayudar ni económica ni militarmente a Grecia y Turquía. Truman pidió al Congreso que se le concediese a ambos países la ayuda de 400 millones de dólares en ayuda económica y militar. «Los pueblos libres del mundo se vuelven hacia nosotros en busca de apoyo -manifestó el presidente Truman-. Debe constituir una política de los Estados Unidos al ayudarles a que resistan la subversión de minorías armadas, o las presiones externas, y lo haremos primordialmente a través del socorro económico y financiero» (citado por Walter Laqueur, Europa después de Hitler (I), Traducción por Editorial Grijalbo, Sarpe, Madrid 1985, pág. 158).    

El 12 de marzo de 1947 el presidente Truman pronunció un discurso histórico, no obstante maniqueo y propagandístico, en la sesión conjunta del Congreso, cuyo contexto era la guerra civil griega entre los monárquicos de Jorge II (y tras su muerte de Pablo I) y los comunistas del ELAS: «En el momento actual de la historia del mundo, casi todas las naciones deben escoger entre distintas formas de vida. Con demasiada frecuencia, esta elección no es libre. Una forma de vida se basa en la voluntad de la mayoría, y se caracteriza por instituciones libres, un gobierno representativo, elecciones libres, garantías de libertad individual, libertad de expresión y libertad de religión, y libertad frente a la opresión política. La segunda forma de vida se basa en la voluntad de una minoría impuesta a la fuerza sobre la mayoría. Se fundamenta en el terror y la opresión, en una radio y una prensa controlada, elecciones amañadas y la eliminación de las libertades personales. Yo creo que Estados Unidos debe tener por principio apoyar a los pueblos libres que se resisten a los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o presiones externas. Creo que debemos ayudar a los pueblos libres a resolver su propio destino según ellos mismos prefieran. Creo que nuestra ayuda debe ser de índole primordialmente financiera y económica, lo que resulta esencial para la estabilidad económica y los procesos políticos normalizados» (citado por Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, págs. 345-346). 

En semejante discurso se estaba incubando la llamada «Doctrina Truman», y el objetivo de tal doctrina estaba claro: se propugnaba la intervención económica y militar de Estados Unidos como dique al comunismo internacional dirigido por la Unión Soviética. No obstante, tal objetivo fue considerado por algunos senadores como algo peligroso al venir a ser como una especie de «declaración de guerra a Rusia».

Truman se movía por la ecuación «miseria y necesidad = regímenes totalitarios», y éstos «se expanden y crecen en el funesto suelo de la pobreza y el enfrentamiento. Se desarrollan en su forma plena cuando entre el pueblo muere la esperanza de una vida mejor. Debemos mantener viva esa esperanza» (citado por Gellately, La maldición de Stalin, pág. 346).

El 2 de mayo de aquel 1947 Truman firmaba la ley por la cual el presidente lideraría la cruzada antibochevique, y el anticomunismo militante había llegado a la Casa Blanca para quedarse, y así hasta el final del comunismo gubernamental realmente existente.

El general Marshall, cuando fue nombrado rector de la Universidad de Harvard, llegaría a decir: «Nuestra política no va dirigida contra ningún país o doctrina, sino en contra del hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. La iniciativa ha de venir de Europa» (citado por Laqueur, Europa después de Hitler (I), pág. 158).

El mismo día en que Andréi Zhdanov, tercer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética y hombre fuerte en Leningrado, daba su exposición de los «dos campos», el 22 de septiembre de 1947, quince países de Europa occidental más Turquía concluían una conferencia en París en la que se aprobó un plan de coordinación y cooperación y además se llegó a un compromiso para favorecer la comercialidad de las monedas de cada país. Se trataba, pues, del plan del secretario de Estado estadounidense George C. Marshall (jefe del Estado mayor de los ejércitos de Estados Unidos desde el 1 de septiembre de 1939 hasta el 2 de septiembre de 1945), conocido como «Plan Marshall», con el que se estaba dispuesto a que el mundo recobrase su estado de salud económica normal.

El Plan Marshall salió de los War and Peace Study Groups (Grupos de Estudio de la Guerra y la Paz), el cual se creó en 1939 en el Council on Foreign Relations (el Consejo de Relaciones Exteriores, CFR en sus siglas en inglés, el mayor think tank de Estados Unidos), lo que fue posible gracias a la financiación de casi 50.000 dólares para el primer año del proyecto que depositó la Fundación Rockefeller. El proyecto del plan se pulió en 1946 por el grupo de estudio en el Proyecto de Reconstrucción Europeo (que era el verdadero nombre del Plan Marshall) que auspició fundamentalmente David Rockefeller. No obstante, el Plan Marshall no sería característico de la incipiente Globalización oficial sino más bien  «una operación tradicional de crédito e inversión propia del capitalismo financiero desplegada en el marco de la ideología del desarrollo» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, pág. 13). 

El 3 de abril de 1948 Truman ratificó el Plan Marshall y fundó la Administración para la Cooperación Económica (ACE), que dirigía Paul G. Hoffman. En 1948 Alemania occidental, Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Holanda, Islandia, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido, Suecia, Suiza, Turquía y Estados Unidos firmaron el acuerdo de fundación de la OCDE con agencia coordinadora.  

El Plan Marshall y la subsiguiente construcción de la OTAN marcaron las pautas para la geopolítica estadounidense en la Guerra Fría. En el Plan Marshall está la génesis del proceso de integración europea (cuya unidad de su estructura está en nuestros días puesta en duda, en crisis o, directamente, en proceso de desintegración, tras veinticinco años de la caída de la Unión Soviética; y habrá que ver que es de la Alianza tras la crisis del coronavirus y la tensión en Estados Unidos). «El plan de reconstrucción implicaba, de hecho, una “globalización” de Europa -de la Europa dividida por las Guerras Mundiales-, una “globalización” realizada desde el exterior (también la globalización de Hispania había sido realizada originariamente por Roma)» (Gustavo Bueno, España frente a Europa, Editorial Alba, Barcelona 2000, pág. 398). 

El Plan Marshall terminaría restaurando la salud económica de Europa (en este sentido Estados Unidos se comportó bajo el ortograma de un Imperio generador, sin perjuicio de su depredación en otras partes del mundo). Según el folleto disponible en la librería del Congreso de los Estados Unidos, «América también se benefició del plan desarrollando unos valiosos socios comerciales y unos aliados de confianza entre las naciones de Europa  Occidental. Y más importantes fueron los muchos lazos de amistad individual y colectiva que se desarrollaron entre los Estados Unidos y Europa» (citado por Daniel Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, Bronce, Barcelona 2005, pág. 133).

El comentarista político Mike Peters, en un artículo publicado en la revista Lobster 32 titulado «The Bilderberg Group and the Project of European Unification», afirma: «Este ejercicio de generosidad internacional sin precedentes (calificado por Churchill como “el más noble acto de la historia”) beneficiaba directamente a los propósitos económicos de las empresas estadounidenses orientadas internacionalmente que lo promocionaron. William Clayton (CFR), por ejemplo, el subsecretario de Economía, cuya gira por Europa y las cartas que enviaba a Washington desempeñaron un papel fundamental en la preparación del Plan, y quien lo defendió ante el Congreso, sacó un provecho personal de 700.000 dólares al año; y su propia compañía, Anderson, Clayton & Co., consiguió 10 millones en pedidos hasta el verano de 1949 (Shuman 1954; pág. 240). General Motors también obtuvo, de forma similar, 5,5 millones de dólares en pedidos entre julio de 1950 y 1951 (14,7% del total) y la Ford Motor Company, 1 millón (4,2% del total)» (citado por Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, págs. 133-134).

Según afirmaba en 1978 G. William Domhoff en «The powers that be» (los poderes fácticos), el Plan Marshall se emprendió «para combatir a los aislacionistas americanos de derechas. Presidiendo el comité se hallaba Henry L. Stimson, ex secretario de Defensa y de Estado, miembro del CFR desde la década de 1920. Cinco de los siete miembros del comité ejecutivo estaban afiliados al CFR» (citado por Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, pág. 135).

Kai Bird, editor y columnista de la prestigiosa revista La nación, describe los aspectos ocultos del Plan en The Color of Truth: McGeorge Bundy and William Bundy: Brothers in arms: En 1949 «McGeorge Bundy, ex presidente de la Fundación Ford, inició un proyecto con el CFR en Nueva York para estudiar el Plan Marshall de ayuda a Europa […] El grupo de estudio del consejo incluía a algunas de las autoridades en política internacional del establishment. Trabajando con Bundy en el proyecto estaban Allen Dulles, David Lilienthal, Dwight Eisenhower, Will Clayton, George Kennan, Richard M. Bissell y Franklin A. Lindsay […] que en poco tiempo se convirtieron en funcionarios de alto rango de la nueva Agencia Central de Inteligencia […] sus encuentras eran considerados tan delicados que la habitual transcripción off the record no se distribuía a los miembros del Consejo. Había una buena razón para ese secretismo. Ésos eran probablemente los únicos ciudadanos particulares que sabían que había una parte encubierta en el Plan Marshall. En concreto, la CIA [contralada por el CFR] se apropió de parte de los 200 millones de dólares anuales de los fondos en moneda local de los receptores del Plan Marshall. Ese dinero no justificado fue usado por la CIA para financiar actividades electorales anticomunistas en Francia e Italia y apoyar a los periodistas, líderes sindicales y políticos amigos» (citado por Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, pág. 134). 

Carroll Quigley, profesor de historia de la Foreign Service School de la Universidad de Georgetown, afirmó en su célebre obra Tragedy and Hope que «la integración de Europa Occidental empezó en 1948 motivada precisamente por el Plan Marshall […]. Estados Unidos había ofrecido la ayuda del Plan Marshall con la condición de que la recuperación europea se llevase a cabo bajo un esquema de colaboración. Esto condujo a la Convención para la Cooperación Económica Europea […] firmada en abril de 1948 y el Congreso de la Haya para la Unión Europea, que tuvo lugar al mes siguiente» (citado por Daniel Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, págs. 135-136).

En el Congreso de la Haya pudieron verse las tesis «mundialista» de los promotores del Plan Marshall que apostaban por una Europa unida «entendida -sostiene Dennis Behreandt- como un paso esencial hacia la creación de un Mundo Unido» (citado por Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, pág. 136). 

De modo que, a través del Plan Marshall, Estados Unidos penetró su sistema de gestión en Europa. Esto supuso la semilla de lo que sería la Unión Europea al eliminarse los aranceles comerciales y crearse instituciones a fin de coordinar la economía europea. El Plan Marshall no se limitó a ser un plan meramente comercial, sino que también suponía un plan de expansión cultual (la american way of life se iría asentando en la vieja Europa) y, fundamentalmente, vino a ser el requisito previo para el desarrollo de la OTAN.

(Continuar)

Top