El vasallaje de la Unión Europea a Estados Unidos (II)

El vasallaje de la Unión Europea a Estados Unidos (II). Daniel López Rodríguez

Los políticos europeístas son meros cipayos de Estados Unidos, y más que europeístas podría decirse que son más bien americanistas (norteamericanistas, proyanquis). Aquí muy bien podría decirse: Europa para los americanos (o tal vez para los globalistas, y así nos va). Luego, en cierto, modo el relato europeísta está cimentado sobre la impostura de una Europa fuerte (una «Europa geopolítica», se dice ahora). 

Los políticos de la llamada Unión Europea mienten, y como decía Platón en la República, se revuelcan en la mentira «como un animal de la especie porcina» (535e). 

No ha parecido mostrar el mismo vergonzoso vasallaje Turquía, que pese a ser miembro de la OTAN (pero no de la UE) no parece muy dispuesta a compartir los planes de las autoridades estadounidenses para el despliegue de la Alianza en el Mar Negro, como así lo manifestó el ministro de Defensa Nacional Hulusi Akar el 27 abril al señalar que Turquía «está haciendo esfuerzos para evitar que la cuenca del Mar Negro se convierta en un escenario de conflicto, competencia y tensión entre Rusia, Estados Unidos y la Alianza del Atlántico Norte durante la crisis de Ucrania» (https://iz.ru/1326110/kseniia-melnikova/vkhod-zapreshchen-turtciia-ne-khochet-voennykh-korablei-nato-v-chernom-more).   

El marido de Victoria Nuland, William Kristol, escribía junto al neocón Robert Kagan para Foreign Affairs ya en 1996: «La hegemonía estadounidense es la única defensa confiable contra la ruptura de la paz y el orden internacional [esto es lo que Gustavo Bueno llamó mito apotropaico de la globalización oficial liderada por Estados Unidos]. El objetivo apropiado de la política exterior estadounidense, por lo tanto, es preservar esa hegemonía lo más lejos posible en el futuro. Para lograr este objetivo, Estados Unidos necesita una política exterior neoreaganista de supremacía militar y confianza moral» (https://carnegieendowment.org/1996/07/01/toward-neo-reaganite-foreign-policy-pub-276). 

Y en 2017 afirmaba Kagan:«Estados Unidos debe controlar los poderes asertivos y crecientes de Rusia y China antes de que sea demasiado tarde. Aceptar esferas de influencia es una receta para el desastre» (https://foreignpolicy.com/2017/02/06/backing-into-world-war-iii-russia-china-trump-obama/).

En Foreign Affairs no se cortan un pelo: «La administración Biden también puede usar la crisis en Ucrania como una oportunidad para remodelar el panorama militar y revitalizar el liderazgo de EE. UU. en el continente. Un elemento de eso debería ser un aumento en el tamaño de la presencia militar estadounidense en Europa. Eso debería incluir mejorar la postura de EE. UU. en los Estados bálticos, Polonia y Rumania, como sugirió recientemente el presidente del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley. Estados Unidos debería establecer bases permanentes en el flanco este de la OTAN para ayudar a tranquilizar a los aliados en la primera línea de la agresión rusa, reforzando significativamente la presencia rotativa anterior a la crisis que contaba solo con unos pocos miles. Esto podría incluir al menos tres unidades adicionales equivalentes a una brigada del Ejército de los EE. UU. estacionadas permanentemente en Polonia, Rumania y Alemania que rotarían continuamente a través de otras naciones vulnerables del flanco oriental, incluidos los países bálticos. Esto debe ir acompañado de la mejora de EE.UU» (https://www.foreignaffairs.com/articles/world/2022-04-20/made-alliance). 

Afirma José Ramón Bravo en su magnífico libro recientemente publicado: «En cuanto a la Unión Europea (UE), a pesar de su presencia ubicua y de su historia político-institucional, nadie ha explicado aún con claridad lo que espolíticamente. No es, obviamente, un Estado, tampoco una mera “organización internacional”, y sin embargo ha minado y sigue minando las capacidades soberanas de sus Estados miembros. ¿Cómo conceptualizar la UE desde criterios que no sean los metafísico-idealistas de tantas teorías liberales y postmodernas? La categoría que nos permite entenderla es la de imperio, pero sólo es posible comprender su verdadera naturaleza a partir de una teoría política real-materialista, lo que obliga a redefinir la UE en términos de un imperio factual anglosajón cuyo hegemón es una potencia externa a Europa: Estados Unidos» (Filosofía del Imperio y de la Nación del siglo XXI, Pentalfa, Oviedo 2022, pág. 159).

La UE es en realidad «un proyecto imperial dirigido por Estados Unidos y que en última instancia sirve a sus intereses geopolíticos, pues ¿cuál es la razón de ser de la OTAN como alianza?» (Bravo, pág. 370). 

Decir -como así le he leído en la red social Facebook a un simpatizante de Vox (no sé si militante)- que «la OTAN es una alianza militar necesaria, que ha preservado la libertad en Europa desde 1949. Pregunte a polacos, búlgaros, estonios, finlandeses, alemanes, húngaros, letones, rumanos, griegos, etc. qué piensan de la OTAN», aparte de propaganda otanista, es como decir «el globalismo ha preservado la libertad en Europa desde 1949». La OTAN es el brazo armado del globalismo. Sin la Alianza Atlántica las multinacionales de los magnates globalistas jamás hubiesen podido existir. Porque la geoeconomía es imposible sin la geopolítica.

El 10 de abril de 2022 decía Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN: «Lo que vemos ahora es una nueva realidad, una nueva normalidad para la seguridad europea. Por lo tanto, ahora hemos pedido a nuestros comandantes militares que ofrezcan opciones para lo que llamamos un reinicio, una adaptación a largo plazo de la OTAN» (http://elespiadigital.com/index.php/noticias/historico-de-noticias/37366-2022-04-10-22-09-39). Llama bastante la atención esta terminología globalista forodaviana: «nueva normalidad», «reinicio». Aunque no hay que extrañase nada porque -como decimos- la OTAN es el brazo armado del globalismo, y asimismo Stoltenberg es miembro del Partido Laborista de Noruega, es decir, el personaje no es más que un progre globalista (como lo pueda ser Pedro Sánchez, del cual se rumorea que aspira a ser secretario general de la Alianza; son rumores). 

Y añade Stoltenberg: «Espero que los líderes de la OTAN tomen decisiones sobre esto cuando se reúnan en Madrid en la cumbre de la OTAN en junio» (http://elespiadigital.com/index.php/noticias/historico-de-noticias/37366-2022-04-10-22-09-39). 

En Madrid los Aliados se sentirán como en casa, porque el anfitrión (el citado progre Pedro Sánchez Pérez-Castejón) es aún más partidario que Stoltenberg (e incluso que el mismísimo Soros o que Klaus Schwab) de la «nueva normalidad» y del «gran reinicio». 

Nuestro presi es más globalista que el Papa, que, por cierto, se ha atrevido a darle un toque de atención a la ofensiva OTAN; lo cual viniendo de Francisco es sorprendente. Parece que este Papa siempre juega a desconcertar, y más aún teniendo en cuenta que la mayoría de los ucranianos son mayoritariamente católicos frente a los ortodoxos rusos; aunque -como decía Stalin- «¿con cuantas divisiones acorazadas cuenta el Papa». No obstante, si un cura ahorra cien gendarmes, cuántos el Papa. 

Como institución globalista la OTAN habla de «la inestabilidad y el fracaso del Estado-nación» (https://www.nato.int/cps/en/natohq/declassified_139339.htm).Y se autodefine como «una de las principales instituciones internacionales», en la que dicen con mayúsculas que están para «PROTEGER A LA GENTE» (https://www.nato.int/nato_static_fl2014/assets/pdf/pdf_publications/20190925_What_is_NATO_esp_20190712_LD.pdf). 

Pero, en rigor, ¿no estarán más bien PARA PROTEGER A LA ÉLITE GLOBALISTA FINANCIERA? Pues exactamente para eso: sin la OTAN no sería posible el chollo de las multinacionales. Porque el poder federativo del comercio internacional es imposible sin el poder militar de los diferentes Estados, que en este caso depositan su soberanía en la OTAN -es decir, en Estados Unidos- para que las élites se puedan forrar  con cantidades galácticas y descabelladas, en detrimento del bienestar del vulgo que vota a los partidos políticos traidores; aunque tan miserables son los partidos como el vulgo que los vota. 

El 11 de abril Josep Borrell subiría el tono afirmando que este conflicto «se ganará en el campo de batalla». Lavrov le respondió que dichos llamamientos suponen «un cambio de sentido muy serio en la política europea» (https://www.elmundo.es/internacional/2022/04/11/62547e9cfdddff92928b45de.html). Casi parece una declaración de guerra, porque Borrell se cree lo de la «Europa geopolítica» y el «hard power». O se lo cree, o sabe muy bien, revolcándose en la mentira como la especie porcina que decía Platón, que los intereses son para Estados Unidos, que ha conseguido vender su gas natural licuado a los países europeos (en España ya es nuestro principal distribuidor, y más aún tras la crisis con Argelia).  

Esto ha hecho que el 13 de mayo el Representante Permanente Adjunto de la Federación Rusa ante la ONU, Dmitry Polyansky,
afirmase que «La membresía de Ucrania en la UE ya no puede ser parte de ningún acuerdo de paz. Ahora no hay camino para la diplomacia» (https://www.pravda.ru/world/1708558-ukraine_europa/).

Aunque hay que decir que es la primera vez que la UE financia la compra y entrega de armas letales. Sin embargo, lo hace subordinándose a la OTAN, es decir, a Estados Unidos, que presiona a los demás países de la Organización para que lo hagan contra su rival geopolítico ruso, ya que las bases europeas de la OTAN sirven como escudo y lanza del Tío Sam contra el oso.

En el caso de España, el vasallaje al angloimperio supone enfrentarse a Rusia y a China, pero también a la América hispana. Ha supuesto, en definitiva, haber roto los lazos geopolíticos con las naciones hispanoamericanas. Y en esto han colaborado los políticos españoles tanto como los anglosajones y europeístas (y también hispanoamericanos). Con mucho afán lo han hecho los politicastros del Régimen del 78. 

La leyenda negra antiespañola ha sido una pieza clave para que esto se haya forjado. La leyenda ha calado mucho en nuestros políticos, y también en los políticos hispanoamericanos (el caso de Andrés Manuel López Obrador es paradigmático). 

España se ha quedado sin potencia material de actuación, y «la libertad política no puede ser sino potencia material de actuación, que es el imperio sobre sí mismo y frente al adversario. En la historia y la política del mundo, finalmente, todo es cuestión de imperio» (Bravo, 541). Y en la España partitocrática coronada la Idea de Imperio tiene el más mínimo prestigio. 

El cáncer de la leyenda negra ha entrado en metástasis y no hay cura a la vista, e incluso parece diseminarse cada día más. «Si habla mal de España, es español». Aunque también hispanoamericano. Y lo peor es que desde arriba, desde el poder político, no se hace nada para remediar semejante lastre. Es más, parece que los politicastros del régimen comulgan con los postulados negrolegendarios: base ideológica de dominio extranjero en España (y en Hispanoamérica).    

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