Equivocarse de enemigo

Ese ha sido siempre el peor de los errores que pueden cometerse. Suelen suceder amparados en la soberbia ciega y el menosprecio de cuantos nos rodean. Los ejemplos a lo largo de la Historia son innumerables y muy repetitivos. Voy a citar sólo algunos de ellos recientes.

Napoleón Buonaparte, un genio político y administrativo, tras enfrentarse a los bárbaros austro-prusianos, se cegó en fuegos de artificio y centró su poderío en humillar a dos adversarios “menores”: una España en absoluta decadencia y una Rusia sin proyecto de futuro. El resultado fue catastrófico para él: en España perdió la camiseta (eso sin perjuicio de destrozarnos dentro y dejar en sodomía a una América Hispana suplicante de madrastra anglo-sajona y yanky) y en Rusia se le quedaron atrás los calzoncillos. Su verdadero enemigo, la Pérfida Albión, aprovechó para aniquilarlo.

Hitler, un genio de la comprensión del Poder, se olvidó de su enemigo Inglaterra (Dunquerque) y se refociló en humillar a Francia (una ridícula farsa de chusca derrota) y en atacar a su gran aliada Rusia (entonces ya llamada URSS). El resultado es conocido, con la “ayuda” de USA (las sandalias del pescador a rio revuelto), el Reich fue destruido, aunque luego rescatado mediante el Estado del Bienestar.

Nosotros nos escondemos frente a un dilema similar. España hoy no se enfrenta a Cataluña ni a ningún otro delirio similar. En estos días, el enemigo de España es España. Si alguien cree que esto es una democracia, que la Constitución ampara a la Nación, que las Autonomías son compatibles con la igualdad ante la Ley, que la corrupción no es algo consustancial e intrínseco al sistema de partidas políticas, que la restricción irredenta y creciente de las llamadas libertades no forma parte inexorable del ser mismo de esta España, entonces ese alguien forma parte de ese enemigo que nos resistimos tanto a identificar. El terror de España ante España. Y para vencerlo harían falta, más las ya vigentes, dos mil Leyes de memoria histórica, de expolio fiscal y de violencia castrada (también dicha de género). La Guerra de Independencia no ha hecho más que empezar.

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