Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (I)

Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Adriano Erriguel

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (I)

Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (II)


Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (I)

El futuro es un país extraño: allí las cosas se hacen de otra manera. Esta frase – inspirada en una famosa novela – es hoy más certera que nunca.[1]   

Junio 1914, último verano de la Belle Époque. Una era de ciencia y de progreso. En Aulnay-sous-Bois, una encantadora población cerca de Paris, un grupo de jóvenes ociosos, aristócratas y burgueses – la “juventud dorada” de la época– se entrega a un pasatiempo de moda: consultar a una vidente. ¿Cómo será este mismo lugar – este mismo café, esta apacible placita – dentro de veinticinco, cincuenta, cien años…? 

La vidente, cuya reputación se basa en no callar cosas desagradables, hace honor a su fama. En tres años, de uno de los presentes solo quedará un esqueleto – a cinco metros bajo tierra en el campo de Verdun. Un comienzo poco prometedor. Las visiones se suceden. En quince años (1930) todos parecen felices: hay un baile en la plaza y desconocidos modelos de automóviles inundan el recinto. Diez años más tarde (1940) una gran columna de refugiados parece atravesar el lugar. En junio 1964 – a los cincuenta años de la despreocupada reunión – las cosas parecen haber cambiado: las viejas casas han sido demolidas y unos gigantescos bloques de cemento – unas moles grises de forma cúbica y con multitud de orificios – están siendo erigidos en su lugar. 

A partir de ese momento las visiones se hacen más extrañas. En junio 2014 – a los cien años de la reunión – en el lugar del café se alza una mezquita. Las mujeres llevan pañuelo en la cabeza o cubren su rostro con una tela negra, entre enjambres de niños con la tez oscura. Muy cerca se alza un edificio parecido a un mercado, con los cristales rotos, como si hubiera sido saqueado. Se escuchan sonidos ululantes, como sirenas de alarma…       

“¿Una mezquita? ¿Mujeres con velo? ¿Está hablando de Francia o de las colonias?” – exclama uno de los jóvenes presentes. Definitivamente, el humor del grupo parece arruinado. 

Junio 2114, doscientos años después. Luce un sol radiante entre el murmullo de los pájaros. La vegetación se alza sobre lo que parecen ser unas ruinas inmensas. Sobre lo que debía ser la placita de Aulnay-sous-Bois se alzan unas viviendas rudimentarias, especie de chabolas de madera y chapa metálica. Entre ellas se arraciman grupos ruidosos, personas con la piel muy oscura.

“¿Son… negros?” pregunta una de las presentes.

“Sí, señora vizcondesa; son negros”.   

Este es el inicio del libro “Arqueofuturismo 2.0”, del escritor y teórico francés Guillaume Faye.  Un maldito entre los malditos, en una “familia” de pensamiento ya de por sí maldita. 

Siniestro total 

El mundo moderno se asemeja a un tren de municiones que se precipita en la niebla en una noche sin luna y con todas las luces apagadas.

ROBERT ARDREY

Dentro del pensamiento crítico, anticipar el futuro es siempre lo más arriesgado: o bien se hace el ridículo o bien se gana un aura de profeta, normalmente a título póstumo. Para conjurar el riesgo los escritores visionarios se refugian en los dominios permisivos de la ciencia ficción. Georges Orwell (1984), Aldous Huxley (Un Mundo Feliz) y Ray Bradbury (Fahrenheit 451) son los ejemplos más destacados. Ya sea desde el ensayo o la ficción, nuestra época es propicia a tales ejercicios. ¿Cuáles son sus escenarios recurrentes?

Por un lado, la invasión de la tecnología en todos los órdenes de la vida hace entrever un futuro transhumanista, definitivamente administrado, regulado por algoritmos predictivos, regido por una cúpula en control de los big data. Por otro lado, las prospectivas sobre el cambio climático han desembocado en la colapsología: una “ciencia del colapso” con ribetes apocalípticos. Para completar el cuadro, el temor de que el capitalismo rebase los límites físicos del planeta hace que algunos se planteen un futuro post-capitalista. Aquí las pesadillas distópicas de unos – un planeta devastado, regido por una elite extractiva – se alternan con los deseos utópicos de otros: un “ecosocialismo” de tintes moralistas, o – en los casos de optimismo agudo – un escenario de automatización plena, de transhumanismo emancipador y de renta básica universal; un “comunismo de lujo”, en suma.[2] En este variado contexto: ¿dónde se sitúa la obra de Guillaume Faye? 

Guillaume Faye es conocido por su idea de “arqueofuturismo”, que suele ser categorizada como “una utopía de extrema derecha”. Ahora bien, es muy difícil pensar que el mundo descrito por Faye sea una “utopía”. Ninguna persona que esté en sus cabales – por muy extremista de derechas que sea – querría conocer ese mundo. Las visiones de Faye no son para estómagos delicados y su lectura nos deja mal cuerpo. Se trata en realidad de una distopia siniestro total que, si en la escala apocalíptica tuviera que puntuar del uno al diez, estaría en un veinte o en un treinta. Pero Faye no lo plantea en clave pesimista ni optimista. Su perspectiva es la del aceleracionismo, lo que en términos vulgares significa “cuanto peor, mejor”. El aceleracionista parte de la base de que, cuando una situación está podrida, lo mejor es que reviente cuanto antes. Un hilo argumental – el de los aceleracionistas – que nos genera desconfianza.

¿No es la posición de Faye una forma de milenarismo? ¿No se trata de una confesión de impotencia? Para el ensayista francés Romain D´Aspremont, la actitud de Faye denota “la impotencia del hombre de derechas que odia tanto este mundo – imagen de su derrota perpetua – que tiene la fantasía de su destrucción apocalíptica, de una especie de diluvio universal que barrería la civilización izquierdista de la faz de la tierra, lo que le permitiría hacer triunfar su programa reaccionario”.[3] Una explicación psicológica que suena plausible. ¿Lo suficiente como para olvidarnos de Faye?

Lo que ocurre es que, cuando un profeta acierta una vez, puede ser casualidad; pero cuando acierta varias veces puede dar que pensar. Guillaume Faye publicó su libro “Arqueofuturismo” en 1999, en el intervalo optimista de la “globalización feliz”. Dos años más tarde tuvieron lugar los ataques del 11 de septiembre (2001); en 2008 tuvo lugar la crisis financiera global; en 2015 estalló una crisis migratoria sin precedentes; paralelamente, el auge del populismo empezó a reivindicar los valores “fuertes” en un contexto marcado por el conflicto entre el Islam y Occidente, por una vuelta de la geopolítica y por un retorno de los liderazgos carismáticos. Durante estos años se agudizaron las evidencias del cambio climático, y en 2020 estalló la pandemia del COVID. De un modo u otro, todos estos fenómenos habían sido anunciados por Guillaume Faye desde los años 1990. Visto con perspectiva: ¿quién resultó ser mejor profeta, Guillaume Faye o Fukuyama?  

El corazón de las tinieblas

Pensador “de culto” ajeno a las modas y al gran público, Guillaume Faye fue desde los años 1970 una referencia para el mundillo intelectual que dio en llamarse la “Nueva derecha” francesa. Faye era un pensador de intuiciones fulgurantes, de ideas-choque en las que aunaba la provocación y cierto carácter premonitorio. Favorecido por una innegable apostura personal – un dandy a la francesa – Faye aunaba el sentido de la fórmula, el don de la elocuencia y una amplia formación intelectual. Pero como a veces sucede, la sobreabundancia de dones puede ser una maldición. Difícil saber lo que le ocurrió, tal vez fue víctima de su desinterés por “hacer carrera”, o tal vez aplicó a la letra la máxima de William Blake – “el camino del exceso conduce al templo de la sabiduría” – y se pasó de frenada. Sea como fuere, en los años 1990 abandonó la Nueva derecha – a la que había modulado de forma decisiva – y se embarcó en actividades variopintas. Fue animador en la cadena de radio Skyrock, donde se hizo popular por sus aparatosas bromas (canular, en francés) a base de noticias falsas (precursor de las fake news) y suplantaciones irreverentes.[4] Fue también guionista de comics y – si hemos de creerle –  actor porno ocasional, aunque nunca se sabe; su faceta situacionista le impulsaba al teatro y la farsa. A fines de los años 1990 retornó a la escritura política y lo hizo sin guantes de terciopelo; uno de sus libros fue prohibido por decisión judicial. Hoy lo más fácil es leerle en inglés. Sus excompañeros de la Nueva derecha publicaron que se había vuelto loco (como una especie de Kurtz en el “Corazón de las Tinieblas”). Sus allegados decían que no era un intelectual al uso, sino eso que los franceses llaman un éveilleur, que en inglés se traduce como awakener y en español sería algo así como un “despertador” o “vigía”. Quizá el término más apropiado sea el de “inspirador”.  

“Los inspiradores – escribía un amigo de Faye – son hombres que proceden de un mundo inmutable, inmanente y permanente, de una especie de “otro mundo” paralelo al nuestro, y que tienen una misión por cumplir. Esos hombres no tienen más preocupación que la de trasmitir su conocimiento y su energía, toda su vida está consagrada a esa transmisión (…) Un inspirador es un realista, a pesar de que pueda parecer un místico. Es normalmente un hombre simple y modesto, carece de vanidad y no sufre de narcisismo ni de un ego inflado”.[5] ¿Qué misión se impuso Guillaume Faye? Sin duda la de sacudir, zarandear, avergonzar las conciencias de sus compatriotas europeos; la de denunciar la enfermedad del alma que corroe su civilización. Tal vez la de prepararles para algo.

Por desgracia, muchas de las intuiciones de Faye sintonizan demasiado bien con el clima vital – con el Zeitgeist– de nuestra época.Como en el film “La Naranja Mecánica”, Faye nos obliga a mantener los párpados abiertos ante cosas que preferiríamos no ver. 

Las profecías de Corvus

In girum imus nocte et consumimur igni[6]

Atribuido a VIRGILIO

El libro más propiamente “profético” de Faye se titula “La convergencia de catástrofes”, y fue publicado en 2004 con un seudónimo de mal agüero (Guillaume Corvus).[7] En la estela del matemático René Thom – estudioso de los colapsos sistémicos – Faye alertaba sobre la conjunción de una serie de líneas dramáticas que llevan largo tiempo incubándose, y que resultarán en una ruptura decisiva en la historia de la humanidad. Algo diez veces más terrible que la caída del Imperio Romano. 

Guillaume Faye se tomaba muy en serio la cuestión del cambio climático, aunque a su juicio no es ésta la única catástrofe en el horizonte, ni siquiera la más grave. El estallido de una economía financiera basada en la deuda marcará, según él, el colapso de la globalización, junto a una recesión económica sin precedentes que se unirá a una escalada de crisis paralelas: el retorno de las epidemias a escala global, la crisis energética y la escasez de combustibles fósiles, la insuficiencia de recursos agrícolas y pesqueros, las crisis migratorias a gran escala, el incremento de los nacionalismos, la proliferación del terrorismo, el estallido de conflictos armados –nucleares tal vez – y una enemistad creciente entre el Islam y Occidente. En Europa el panorama es especialmente sombrío: el envejecimiento dramático de la población facilitará una invasión migratoria que resultará – dicho con toda claridad y con todas las letras – en una serie de guerras civiles raciales en el continente. Frente a los colapsólogos que se centran en el cambio climático y en el agotamiento de los recursos energéticos, los conflictos étnicos son, para Faye, uno de los escenarios centrales del colapso. Fundamentalmente en Europa.  

¿Guerra civil racial? El paradigma del “mestizaje universal” y del “ciudadano del mundo” –afirma Faye – no verá jamás el día. El futuro será el de una geopolítica conformada en bloques étnicos que competirán por las tierras, por los mares y por los recursos raros del planeta. La Europa peninsular es una pieza codiciada por los Estados Unidos, y también por el Sur, bajo la bandera del Islam. Los jóvenes salidos de la inmigración no apoyarán a los progresistas que hoy les abren la puerta – vana ilusión de la “izquierda bonita” – sino a los partidos confesionales de su propio campo. El choque de civilizaciones (previsto por Huntington) tendrá lugar dentro de  Europa: una catástrofe mucho mayor que todas las plagas y guerras que hasta ahora ha conocido.        

Hay pequeños detalles en Faye que a veces sorprenden; como que en 2002 había previsto una oleada de camiones-kamikaze en las ciudades europeas, y había recomendado colocar mojones en zonas muy transitadas (medida generalizada a partir de 2016). A caballo entre el ensayo y la literatura de anticipación, Faye despliega su particular catálogo de los horrores: gaseamiento de túneles de metro, descarrilamientos de trenes de alta velocidad, atentados a instalaciones eléctricas, ataques en aeropuertos con stinger portátiles, bombas radiológicas en capitales, ciberataques… todos los escenarios del apocalipsis, desde el macro-terrorismo artesanal y sin explosivos hasta el terrorismo con objetos incendiarios, pasando por atentados con medios balísticos, aviones suicidas y giga-terrorismo nuclear. ¿Quién se atrevería hoy a asegurar que ninguno de esos escenarios es posible? 

La gran ruptura, según Faye, no ocurrirá de forma abrupta, sino que será una reacción en cadena que durará varios años. En un arriesgado ejercicio de anticipación, Faye propone varios escenarios alternativos. En el más duro de ellos prevé una contracción demográfica a escala mundial; una brutal regresión tecnológica y una economía de subsistencia fuera de las ciudades (que básicamente desaparecen). Tendrá lugar entonces una coexistencia de “niveles de civilización”: retorno al Neolítico en gran parte del mundo, vuelta a una especie de alta Edad Media (escenario europeo) y persistencia de algunas “islas de civilización”, con una tecnología cercana a la de comienzos del siglo XX. Este escenario “Mad Max” culmina en una estabilización de varios cientos de millones de habitantes en todo el planeta; la humanidad se confirma como una “variante ajustable” en la transición desde un sistema no viable a uno viable. Una conclusión que recuerda a la célebre “hipótesis Gaia”, pero sin la dimensión mística y la quincallería New Age.

Como diría Lenin ¿qué hacer?

La era del ciudadano-soldado 

Lo interesante de Guillaume Faye no estriba en el péplum apocalíptico que nos propone, sino en la letra pequeña que lo rodea. Su punto fuerte está en la denuncia de los males que, según él, corroen a la civilización europea – el envejecimiento, el etnomasoquismo, la migración de repoblación, la disolución de su tejido social, entre otros – y la dejan inerme ante las pruebas que se avecinan. Entre los escenarios que maneja sobresale el de la guerra: guerra en las calles, guerra civil étnica, guerra terrorista generalizada, guerra de civilizaciones, conflictos nucleares tal vez… ¿Delirios de un iluminado de extrema derecha? Podría verse así. Pero al plantear todos estos temas no hizo sino adelantarse a un estado de espíritu que iba a extenderse en las próximas décadas.     

Francia, abril 2021. Una veintena de generales retirados – con el supuesto apoyo de cien mandos en activo – publican una carta conjunta en la que denuncian el comunitarismo étnico, la progresiva desintegración del país y el peligro de una guerra racial. La reacción del gobierno y de la prensa sistémica es la previsible: “retórica de extrema derecha dirigida a avivar el odio”. Se anuncian sanciones a los responsables. Un mes después – en mayo 2021– una nueva carta, esta vez de militares anónimos en activo, reitera que “una guerra civil se está incubando”. Los militares recuerdan sus sacrificios en el extranjero “para destruir a ese islamismo al que ustedes hacen concesiones en nuestro suelo” y anuncian un “período de caos y violencia” que “no vendrá de un pronunciamiento militar sino de una insurrección civil”. Más de 160.000 firmas avalan la carta. El escándalo político y mediático – dentro y fuera de Francia– es mayúsculo. Todo ello en el contexto de una polémica nacional desencadenada por el Ministro del Interior, Gérald Darmanin, tras haber asegurado que “Francia está enferma de inseguridad” y su sociedad en proa al “ensalvajamiento” (ensauvagement). Palabras que según los progresistas “hacen el juego de la extrema derecha”. Tal vez algunos entonces recordaran lo que un tal Guillaume Faye venía diciendo desde hacía tiempo. Lo decía en libros como “La Colonización de Europa” (condena en el 2000 por “incitación al odio racial”) y “Antes de la guerra: crónica de un cataclismo anunciado” (2002). Estos libros se adelantaron en años a los best-sellers de reputados periodistas como Walter Laqueur, Christopher Caldwell y Douglas Murray.[8] Con una diferencia: Faye no alimenta la ilusión de que, por algún tipo de milagro final, la situación pueda arreglarse a satisfacción de todos. Su pronóstico es sombrío: el problema no es de “inmigración” o de “invasión” sino de colonización: proceso por el cual los alógenos repueblan un territorio y desplazan a los autóctonos. La demografía es implacable: tarde o temprano un poder islámico se instalará en Francia; primero a nivel municipal, y después – posiblemente – a nivel nacional. Lo que piadosamente se oculta como “delincuencia juvenil” no son sino los prolegómenos de una guerra civil étnica. Guillaume Faye escribía esto varios años antes de que Michel Houellebecq publicase “Sumisión”. ¿Incitaciones al odio? 

La libanización violenta del continente es un escenario contemplado, desde hace ya años, en las prospectivas estratégicas a ambos lados del Atlántico. La tesis ha inundado el debate público e incluso ha dado lugar a un género literario: la novela de guerra civil distópica. Por no hablar de la miríada de ensayos que describen un futuro de sangre y de caos.[9]Europa estaría entrando – escribe Bernard Wicht, profesor de la universidad de Lausanne– en “una espiral de conflictos caóticos y violencias anárquicas a la africana”. Es lo que el historiador Ferdinand Braudel llamaba “zonas de desórdenes prolongados”.[10]Un escenario que fue esbozado por el alemán Hans Magnus Enzensberger en 1992, cuando anunciaba que la mundialización de los mercados conllevaría una mundialización de las migraciones.[11]El politólogo suizo Eric Werner denunciaba en 1998 la complicidad del poder en la extensión del desorden, una tesis desarrollada a su manera por Naomí Klein en “La Estrategia del shock” (2008).[12] En estos escenarios las megalópolis se configuran – al igual que sucedió en Bosnia y el Líbano – en el campo de batalla por excelencia. El reparto mafioso de las zonas urbanas y la división en territorios étnicos adquirirá un carácter irreversible, al tiempo que el Estado pierde el monopolio de la violencia legítima y los ciudadanos se organizan en autodefensas. Es la noción de “ciudadano-soldado 2.0” (Bernard Wicht).[13] Es la idea de “guerra civil molecular” (H.M. Enzensberger) que se plasma en una violencia permanente llamada “de baja intensidad” por su carácter difuso. Tampoco se descartan, a la larga, enfrentamientos entre los Estados y unas ONGs cada vez más agresivas, así como el recurso a armas nucleares de baja intensidad. En estos escenarios-límite las zonas que no dispongan de una cultura local solidaria y homogénea (como la de Japón, que tuvo un comportamiento ejemplar en el tsunami de enero 2011) serán penalizadas. En las zonas “multiculturales” los pillajes estarán a la orden del día y las grandes ciudades se convertirán en trampas mortales. 

El futuro es arcaico

Para situar el contexto conviene tener presente que, si las tendencias demográficas no cambian, en 2060 los europeos autóctonos serán minoritarios y en 2100 la población europea autóctona – Rusia incluida – será menos de un tercio en el viejo continente: 170 millones de individuos frente a una aplastante mayoría de origen alógeno.[14] En un mundo de escasez y de penuria las constantes antropológicas se manifestarán en toda su crudeza: combatir por los recursos, controlar el territorio, asegurar la reproducción, proteger a la prole. Los valores que la modernidad había querido eliminar retornarán con una venganza. Se asistirá a una etnicización definitiva de las relaciones sociales. El paradigma liberal será impotente para pensar los nuevos tiempos. En la fase actual, el vínculo social continúa fragmentándose y la sociedad se tribaliza según las pautas neoliberales. Pero esa diversidad posmoderna – las “minorías sexuales” en primer término – es un artificio. La diversidad fake no resistirá el embate de las verdaderas “tribus”, las que se organizan según criterios étnicos y religiosos (no sociológicos). La tribu que más crece – señala Faye – es el Islam. 

¿Cuál es la receta oficialista? La conocemos de sobra: igualdad ante la ley, tolerancia, laicidad, “la diversidad es nuestra fuerza”, etcétera. Es decir: el recurso a los valores abstractos que cementan la convivencia. Se espera que la prosperidad individual y el culto al consumo hagan el resto. Pero se oculta con ello una verdad esencial: no hay “valores” que valgan si no se sustentan en un sentido de pertenencia común, en una conciencia nacional, en una cultura. Si todo lo que nos une es una promesa de consumo ilimitado ¿qué pasará cuando esa promesa no pueda mantenerse? 

El tiempo pasa y las máscaras van cayendo. Los críticos “conservadores” hacen con frecuencia el diagnóstico correcto, pero se empeñan en alimentar una ilusión: la de que todo el mundo puede ser “occidental” si quiere, la de que todos quieren ser occidentales, sin más horizonte que el del consumo. Lo que es una negación de la realidad en sentido freudiano. Escribía hace años el ensayista español Álvaro Delgado-Gal: “la noción terrible de una enemiga a muerte entre formas de vida bloquea el horizonte. Literalmente nos deja boquiabiertos y como pasmados (…) A los occidentales les place pensar que sus enemigos encarnizados son víctimas de un malentendido. Pero el dolor acabará por despertarlos a la realidad”.[15]  

¿Discursos de odio? Al leer a Faye conviene subrayar que no hay en él llamadas al odio, ni denigración de etnias o creencias, sino una fría constatación etológica. “No hay que negar al enemigo ni su nobleza ni su humana coherencia – subraya Faye –, él solo ocupa el terreno que otros abandonan”. El futuro será más arcaico,es decir, más humano en sentido etológico que el pasado reciente.

¿Otro escenario es posible? Faye la denomina “sinfonía española”. De la resistencia a la reconquista.

Metapolítica del finmundismo

¿Qué pensar de los trompeteros del apocalipsis? ¿Qué pensar de Guillaume Faye y su “convergencia de catástrofes”?

El “fin del mundo” está de moda. El catatrofismo climático y la crisis del COVID no han hecho sino acelerar esa ola de pesimismo. Con su teoría de la convergencia de catástrofes, Guillaume Faye se adelantaba a un debate que, diez años más tarde, se impondría en Francia con el nombre de “colapsología” o “ciencia del colapso”. Impulsada por los investigadores Pablo Servigne y Raphaël Stevens, la idea consiste en agregar todos los datos fiables sobre la evolución de los ecosistemas terrestres, con el fin de anticipar las catástrofes.[16] Su campo de visión se amplía al integrar la llamada “teoría de la complejidad”, que estudia las vulnerabilidades sistémicas que se derivan de la interacción de distintos factores.  A medida que una sociedad se hace más compleja – nos dice esta teoría – se hace también más vulnerable. A este respecto, el pasado abunda en ejemplos. 

Aplicando la “teoría de la complejidad” a la historia, el antropólogo americano Joseph Tainter estudiaba –  en una obra ya clásica – el colapso del Imperio romano, de la civilización maya y de la civilización del Chaco, entre otras.[17] Más recientemente, el biólogo evolucionista Jared Diamond expandía ese análisis en un conocido best-seller.[18] Por su parte, el historiador americano Eric H. Cline señala que en la última Edad de Bronce existía ya “un sistema globalizado con múltiples civilizaciones interactuando, parcialmente dependientes unas de las otras (…) Los paralelismos – o comparaciones – entre aquella época y la nuestra pueden resultar intrigantes”. El colapso final de esa era – en torno al año 1177 A.C. –se aceleró por “una sucesión dramática de invasiones, guerras, pillajes, desastres políticos y largos colapsos económicos”, a los que cabe añadir las sequías, las hambrunas, los desastres naturales (volcanes, terremotos) y el colapso de las cadenas de suministros.[19] Escribe Eric H. Cline que cuando trabajaba en la revisión de su libro (2020) se vio sorprendido por un titular del Guardian: “La Humanidad bajo la amenaza de una tormenta perfecta de crisis”. Según una encuesta entre 22 científicos de 52 países – escribía la periodista científica Fiona Harvey – la combinación de una serie de emergencias (escasez de agua, cambio climático, pérdida de especies, crisis de la producción de alimentos) puede culminar en una “tormenta perfecta” que arrastre a toda la humanidad. Señala Cline que “la pregunta no es tanto si todo esto puede ocurrir, sino cuándo ocurrirá”. Algunos meses más tarde estallaba la crisis del COVID.[20]

Las estimaciones de la colapsología se enfrentan a múltiples objeciones. Por ejemplo, las de quienes denuncian cálculos erróneos en la correlación de factores. La vulnerabilidad – dicen esas críticas – coexiste con la resiliencia, y los sistemas complejos tienden siempre a reequilibrarse: justo lo contrario de lo que dicen los colapsólogos. Se les acusa también de hacer un uso selectivo de los datos, de escoger solo los que ratifican sus tesis. También se discute la pertinencia de ciertos pronósticos (por ejemplo, la polémica sobre el cambio climático no está cerrada). Se trata de objeciones fundadas. Pero sea como fuere, conviene no olvidar que no hay civilización en la historia que no haya colapsado, y nada hace pensar que la nuestra tenga que ser una excepción. El hecho diferencial estriba hoy en que la globalización encierra a todos los pueblos del planeta en un sistema complejo. El mayor peligro – señala Nassim N. Taleb, autor de la célebre teoría del “Cisne Negro” – surge cuando existe demasiada conectividad. Cualquier evento negativo puede crear una reacción de consecuencias fatales.[21]Según esa idea, vivimos en la era de mayor peligro. ¿Debemos obsesionarnos con ello?

El tema del “fin del mundo” es tan viejo como el hombre. Cabe sospechar de quienes insistan demasiado en este tema. Demasiadas veces el catastrofismo vehicula una “cólera contra el mundo” muy característica de los perdedores en la historia: la “catástrofe redentora, purificadora, refundadora, presente en los grandes relatos religiosos”.[22] El problema de esta forma de pensar estriba en su naturaleza antipolítica.“A base de apostar demasiado por la catástrofe – escribe Francois Bousquet – se la erige en un absoluto insuperable y se condena así a no tener aplicación práctica”. En otras palabras: la obsesión por el colapso anula el sentido de la política, que es el arte de lo posible aplicado a situaciones reales. Los “preparacionistas” (que esperan un apocalipsis que nunca acaba de llegar), los aceleracionistas (que desean que la catástrofe advenga), los moralistas (que se refugian en formas de vida utópicas): todos ellos son ejemplos extremos de antipolítica. Pero nada hay que esté escrito en la historia. Aunque los escenarios del Armaggedon sean posibles, la función de la política consiste en tratar de evitarlos.[23]

Guillaume Faye sabía seguramente todo esto. Seguramente también sabía que nuestra civilización tecnológica es demasiado resistente, que el conocimiento acumulado es demasiado grande, que es muy difícil pensar – aún en el caso de un gran cataclismo – en una regresión de la magnitud que él planteaba (y que además preveía para 2010-2025). Por mucho que se dejara llevar por su imaginación, es raro que en algún momento no fuera consciente de eso. ¿Qué pretendía entonces?

Apolo volverá

Grecia, verano de 1979. Una escena inusual tiene lugar en el santuario de Delfos, ante las ruinas de la Stoa. Un grupo de jóvenes, venidos de diferentes partes de Europa, pronuncia un extraño juramento. El tono es solemne y decidido. “Juramos obrar, con toda nuestra energía y con toda nuestra voluntad, para el renacimiento de la cultura europea (…) Juramos ser fieles a la más larga memoria para construir el más grande porvenir (…) por la lira de Apolo, cuyo canto acompaña nuestros pasos: el Sol volverá”. La fórmula recuerda a la última profecía atribuida a la Pitia de Delfos, en el siglo VI después de Cristo: “Un día, Apolo volverá, y será para siempre”. El joven Guillaume Faye – uno de los cabecillas del grupo – quedará marcado por estas palabras. La escena – con su vago aroma sectario– es ilustrativa de una pulsión ideológica que ganó gran peso en la derecha radical de la época: el (neo) paganismo. El “juramento de Delfos”, promovido por la asociación cultural GRECE (núcleo de la llamada “Nueva derecha” francesa), solemnizó la filiación cultural neopagana de una generación de cuadros y militantes. Ése es el trasfondo ideológico que ayuda a interpretar la visión posapocalíptica de Faye, a encuadrarla filosóficamente.

El “neopaganismo” de derechas fue un gran error metapolítico: no hay peor “guerra cultural” que la que se refugia en universos paralelos. En su peor versión, el neopaganismo de derechas era sólo un anticristianismo disfrazado, o un kitsch cultural que lindaba con un folklorismo del peor gusto.No era ese el casode Guillaume Faye. Desde una formación muy teñida de positivismo, sus intereses se orientaban a la sociología, a la filosofía, a la economía, a la ciencia política, a dominios alejados de unas veleidades esotéricas a las que abiertamente despreciaba. Sin embargo, su obra vehicula una actitud claramente pagana. ¿Qué paganismo era ése? 

El paganismo de Guillaume Faye enlaza con una tradición clásica de escepticismo y de realismo político. “A los ojos de Faye – escribe su amigo Robert Steuckers – el único paganismo viable es aquél que reconecta con la antigüedad griega y con su filosofía bien estructurada: el ardor dinámico de Heráclito, el elitismo de Platón, la lógica y el rigor que se despliega en la Política de Aristóteles”.[24]Un paganismo sobrio, racional, filosófico, muy en la línea de Tucídides, de Maquiavelo y de Nietzsche; una actitud vital a años luz del “Imperio del Bien” posmoderno. Frente al normativismo moral que invade el espacio de lo político, el paganismo reivindica lo “bueno” como aquello que fortalece al individuo, como aquello que facilita tanto su supervivencia como la del grupo, especialmente en las épocas de hierro y fuego. En la visión de Faye, llegará un día en el que los fetiches ideológicos actuales – la ideología de la emancipación, la comunicación ilimitada, el mestizaje sin límites, las identidades fluidas – desaparecerán de la noche al día en el basurero de la historia. El progresismo del siglo de las Luces se revelará entonces como lo que siempre fue: un estadio pasajero, una ilusión, como lo fueron en su día el liberalismo y el marxismo, con su pretensión de hacer de la racionalidad económica la fuente de toda razón. No tendremos un mundo pacificado por la diosa Razón, sino la “guerra de los dioses” que anunciaba Max Weber (El Sabio y la Política, 1919). No asistiremos al “fin de la Historia” sino al comienzo de un nuevo ciclo. Las líneas de conflicto serán étnico-culturales, religiosas, territoriales. El “mundo de ayer” perdurará como un mito: el de una “edad de oro” que precedió a la época oscura.

Evidentemente, hay bastante épica en todo esto, una cierta poesía pos-apocalíptica. No habla aquí un “intelectual” sino un “inspirador”. Lo que a Faye más le interesa no es que nos creamos sus pronósticos, sino que generemos cierta actitud mental: la de un ethos pagano. Desde esa actitud, el pesimismo no es una opción y la desesperanza tampoco; si acaso, un optimismo trágico. “La vida – escribe Faye –  es un juego trágico pero necesario; la “Salvación” en el fin de la historia y en la paz perpetua son solo delirios”.[25]Faye habla a sus compatriotas europeos, les apela para dar una respuesta in extremis, como hicieron en otros momentos de su historia. En último término: Amor fati, aceptación resuelta del destino. Es el estoicismo de un Marco Aurelio. La preparación ante el Ernstfall del que hablaba Carl Schmitt: la manifestación de aquello que es vital y catastrófico.  

“El término catástrofe – escribe Faye – no debe ser percibido en términos de apocalipsis, sino de transformaciónmetamorfosis(…) Prepararse para la catástrofe y para el renacimiento implica empezar a transformarse uno mismo desde dentro”.[26]En un spengleriano giro final, Faye rinde tributo a las concepciones cíclicas de la historia; las que sabían que, tras el fin de la noche, el sol siempre retorna: Sol Invictus.Como en la Iliada, los dioses juegan indiferentes con los destinos de los hombres, pero nunca los aniquilan por completo. Porque al fin y al cabo ¿qué serían los dioses sin los hombres?

Un mito soreliano

En una grabación privada que circuló hace años, Faye afirmaba que nunca pensó que fuera posible expulsar a los inmigrantes de Europa, que todo era una broma (un canular) destinada a un público de “mongoloides”: los militantes de extrema derecha. De forma implícita, Faye se reconocía como un productor de “bienes culturales” para un público concreto. Lo cual causó cierto revuelo. ¿Fue el propio Faye víctima de un canular radiofónico? Más tarde declaró que él se limitó a seguir la corriente a sus entrevistadores, a sabiendas de que la entrevista era una trampa. Una explicación confusa. Con Faye nunca se sabe. Pero francamente, es difícil ver qué perseguía al producir todos esos “bienes culturales” que no le reportaban ningún beneficio material, y sí no pocos sinsabores. ¿Qué pretendía en realidad? ¿Creía en todo lo que decía?

Guillaume Faye se declaraba admirador de la antigüedad clásica y de las categorías del pensamiento aristotélico: mesura, experiencia y sentido común. Por eso sorprende que insistiera con tanta fuerza en algo tan antipolítico – tan alejado de toda mesura – como la “convergencia de catástrofes”. ¿Qué pensar de sus visiones apocalípticas? 

Podemos pensar que la “convergencia de catástrofes” es, ante todo, una provocación. Que lo que perseguía era forjar un “mito” movilizador, en el sentido, por ejemplo, del mito de la “huelga general revolucionaria” en la obra de Georges Sorel. No en vano, el propio Sorel escribía sobre la importancia del mito apocalíptico para los primeros cristianos, un mito que les ayudó a sobrellevar persecuciones y martirios. Los mitos políticos miden su importancia no en función de su falsedad o certeza, sino de las imágenes que generan y que inspiran a los hombres. Al situar a los europeos ante el escenario de una prueba existencial suprema, Faye les conmina a poner pie en pared, les impele a corregir – aquí y ahora – una serie de tendencias que auguran el peor de los futuros.

Los últimos libros de Faye son deslavazados. Su lenguaje es claro y a veces altisonante, más para ser escuchado que para ser leído. Las ideas fluyen con elocuencia, apresuradas y a borbotones.  Son las obras de alguien desprovisto de vanidad. Sin duda, él habría podido producir textos esmerados, ensayos primorosos. De haberle dado un enfoque académico a sus primeros textos, hubiera podido consolidarse como un intelectual de prestigio. Pero eso no merecía para él la pena. Faye no era un pensador de “sistema” – de los que se pasan la vida sacando brillo a la “doctrina” o comentando al “maestro”. Él proponía, pistas, no dogmas. No quería imponer sus tesis, sino provocar debates. Era un forjador de conceptos, de ideas-fuerza, de provocaciones. Procedía por intuiciones, por aproximaciones indirectas, por fogonazos. Objetivo: resquebrajar el “pensamiento débil” posmoderno y centrar el foco en las cuestiones esenciales. 

Su intuición más rotunda – el mito que pretendía forjar – es el arqueofuturismo. Sus contenidos– escribía – “podrán parecer ideológicamente delictivos a los ojos de la ideología hegemónica y para el corazón pseudo-virginal de los biempensantes. Lo son”.


[1]“El pasado es un país extranjero, allí las cosas se hacen de otra manera”. Inicio de la novela de L. P. Hartley: El Mensajero (The Go-Between, 1953). 

[2]Aaron Bastani, Fully Automated Luxury Communismo: A Manifesto. Verso Books 2020. James Bridle, New Dark Age: technology and the End of the Future. Verso Book 2019. Peter Frase, Four Futures: Life after Capitalism.Verso Book 2016. Murray Bookchin, Post-Scarcity Anarchism, AK Press 2004. 

[3]Romain D´Aspremont, “Archeofuturisme ou droite prométhéenne?”https://rage-culture.com/archeofuturisme-ou-droite-prometheenne-partie-1/

[4]En uno de sus más célebres canulars Faye se personó, con dos amigos, en una prestigiosa galería de arte contemporáneo, haciéndose pasar por un artista-performer lituano, amigo del Presidente de esa República. Faye y sus secuaces – inspirados por el alcohol – pintaron en un solo día veinte cuadros de penes en erección que fueron expuestos y vendidos a precios elevados, en días sucesivos. Un sonado escándalo que puso de relieve, una vez más, la impostura del arte contemporáneo.

[5]Pierre-Émile Blairon, “Guillaume Faye, an Awakener of the Twenty-First Century”, en Guillaume Faye, Truths and Tributs. Arktos 2020, pp. 123-124. 

[6]Damos vueltas alrededor de la noche y nos consumimos en el fuego”.

[7]Manejamos aquí la edición en inglés: Guillaume Faye, Convergence of Catastrophes. Arktos Media 2012.

[8]Walter Laqueur, The last Days of Europe. Epitaph for an old continent.St Martin Press 2007. Christopher Caldwell: Reflections on the Revolution in Europe: Inmigration, Islam and the West– Allen Lane 2009. Douglas Murray, The Strange Death of Europe: Inmigration, Identity, Islam,Bloomsbury Continuum 2017. Guillaume Faye: La colonization de l´Europe. Discours vrai sur l´inmmigration et l´Islam. L´Aencre 2000. Avant-Guerre. Chronique d´un cataclysme annoncé. L´Aencre 2002. 

[9]Jean Rolin, Les Événements(Folio-Gallimard 2016); Laurent Obertone, Guerilla, Le Jour où tout s´embrasa(La mécanique générale 2018); Franck Poupart, Demain les Barbares. Chroniques du grand effondrement (Amazon 2021). Yvan Riouffol, La guerre civile qui vient(Pierre-Guillaume de Roux 2016). 

[10]Bernard Wicht, Europe Mad Max demain? Retour à la défense citoyenne.Favre 2013. 

[11]Hans Magnus Enzensberger, La grande migration. Vues sur la guerre civile.Gallimard 1995. 

[12]Eric Werner, L´avant-guerre civile. Le chaos sauvera-t-il le système? Xenia 2015 (segunda edición).

[13]Bernard Wicht y Alain Baeriswyl, Citoyen-soldat 2.0. Astrée 94. 

[14]“Enquète sur le tabou de l´immigration. Laurent Obertone enterre le “vivre ensemble”. En Éléments por la civilisation européenne nº 174, octubre-noviembre 2018, pp. 6-9. 

[15]Álvaro Delgado-Gal, “Occidente Ignaro”. ABC 10/7/2005.

[16]Alexandre Lacroix, “La fin du monde, vous la voulez comment?” En Philosophie Magazine nº 136, febrero 2020. 

[17]Joseph A. Tainter,The Collapse of Complex Societies. Cambridge University Press 1990. 

[18]Jared Diamond, Colapso, Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Debolsillo 2007

[19]Eric H. Cline toma la fecha simbólica de 1177 A.C. por ser la de la invasión de los “pueblos del mar” sobre el Reino de Egipto, que marcó el inicio de una concatenación de circunstancias que provocó el colapso dramático de la civilización de la época. 

[20]Eric H. Cline, 1177 B.C.,The year civilisation collapsed. Revised and Updated Edition 2020. Pp.xv-xvii (introducción). 

[21]Conversación entre N.N. Taleb y B. Avishai: “The Pandemic isn´t a Black Swan but a Portent of a more Fragile Global System.  New Yorker, abril 2021  

[22]Francois Bousquet, “Impolitique de la catastophe. La fin du monde, une histoire sans fin”. En Éléments pour la civilisation européenne nº 175, diciembre-enero 2019, pp. 69-72. 

[23]De producirse un Apocalipsis – señala Romain D´Aspremont  – este podría, más bien, corresponderse con el sentido griego del término (“Revelación”), como una revolución científica que nos abriría a nuevas percepciones sobre la naturaleza de nuestra realidad (el espacio-tiempo como ilusión, por ejemplo).

[24]Robert Steuckers, “Farewell, Guillaume Faye, After Forty-four years of Common Struggle”, en Guillaume Faye, Truths and Tributs. Arktos 2020, p.50.

[25]Guillaume Faye, Avant-Guerre. Chronique d´un cataclysme annoncé. Éditions de L´Aencre 2002, p. 303.

[26]Guillaume Faye, Convergence of Catastrophes. Arktos Media 2012, p. 216.

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