Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (II)

Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (II). Adriano Erriguel

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (I)

Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (II)


Guillaume Faye y la visión del Arqueofuturismo (II)

“En el mundo que yo veo – estarás acechando alces entre los bosques húmedos del cañón alrededor de las ruinas del Rockefeller Center. Usarás ropa de cuero que te durará el resto de tu vida. Subirás por las enredaderas de viñas kudzu del grosor de una muñeca que envuelven la Torre Sears. Y cuando mires hacia abajo, verás diminutas figuras machacando maíz, colgando tiras de venado en el carril vacío de alguna superautopista abandonada”. 

Estas líneas del film Fight Club– adaptación de una novela de Chuck Palahniuk – expresan un Zeitgeist apocalíptico muy propio de nuestra época. Son una estampa del año cero, del big bang hacia un nuevo mundo. El mundo del arqueofuturismo.

¿Paradigma o mito?

La idea de “arqueofuturismo” puede resultar de entrada grotesca. Como en toda coincidencia de los opuestos (coincidentia oppositorum) esta idea exige situarse en una perspectiva radical, en una perspectiva de ruptura con la ideología hegemónica. Un pensamiento radical no es un pensamiento necesariamente “extremista” – de ideas fijas y trincheras doctrinales – sino un cuestionamiento de los pilares del orden vigente. Un pensamiento radical aspira a crear su propio lenguaje, porque es consciente de que las palabras – como señalaba Foucault – “son el fundamento de conceptos que son, en sí mismos, impulsión semántica de las ideas, y éstas forman el motor de las acciones. Nombrar y describir es ya construir”.[1] El arqueofuturismo aspira no solo a interpretar la realidad, sino también a construirla, y tiene los contornos de un mito. 

La politología oficial se sitúa normalmente de espaldas al mito. Sabe que los mitos se sitúan más allá de la demostración lógica, que están más allá de lo verdadero y lo falso. Por eso, más que demostrar su falsedad, intentan despojarles de su aura. Intentan deconstruirlos. Pero los mitos tienen la vida dura. Pueden desaparecer por un tiempo, pero sólo para reaparecer bajo nuevas formas. “Los mitos irrumpen normalmente en los momentos críticos de la vida social del hombre, cuando las fuerzas racionales que resisten al resurgimiento de las viejas concepciones míticas pierden confianza en sí mismas. En esos momentos se presenta de nuevo la ocasión del mito”.[2] Ese es el momento arqueofuturista. 

Todos los grandes mitos reposan sobre una pareja antitética: el declive y el progreso, el civilizador y el buen salvaje, el elegido y el reprobado, el espacio y el tiempo, lo verdadero y lo falso. El mito arqueofuturista une lo arcaico y lo futuro. Nos dice que los valores “arcaicos” – aquellos que la modernidad había intentado erradicar – retornan siempre con una venganza. Y expresa – como todos los mitos – lo que muchas gentes sienten y desean en forma vaga, inconcreta y difusa. El arqueofuturismo aporta una clave interpretativa – un paradigma – sobre los tiempos que corren. 

Arqueofuturismo: signos precursores

Al abordar el arqueofuturismo es necesario comenzar por una precisión semántica. La palabra “arcaico” deriva del griego Arché, que no se refiere a algo antiguo, viejo o periclitado, sino que significa a la vez “fundamento” y “comienzo”; dicho de otra forma: “impulso fundador”. Lo arcaico hace referencia a constantes antropológicas que aseguran la continuidad de las comunidades humanas, al menos desde que el hombre dejó de ser un cazador-recolector. El arqueofuturismo no es por tanto la formulación de una nostalgia, de una ideología ultraconservadora o de un impulso reaccionario. ¿Es una forma de tradicionalismo? Solo en cuanto promueve la transmisión de valores “fundacionales”, pero también considera que hay tradiciones que es mejor echar por la borda. El arqueofuturismo no es sinónimo de tradición sino de vitalidad. No apela a un retorno del pasado, sino a la emergencia de configuraciones “arcaicas” en un contexto nuevo. “El arqueofuturismo – escribe Faye – es una visión metamórfica del mundo. Proyectados en el futuro, los valores de la arché son reactualizados y transfigurados. El arqueofuturismo es también unpensamiento de orden(…) pero según la visión platónica expresada en La República: el orden no es injusticia, todo pensamiento de orden es revolucionario, y toda revolución es un retorno a la justicia del orden”.[3]

¿Signos precursores del arqueofuturismo? La revolución iraní de 1979 marcó el comienzo de un nuevo ciclo: el del retorno intempestivo de los valores arcaicos. El ídolo del Progreso – la idea de que los valores laicos de la Ilustración se extenderían al resto del mundo – saltó entonces hecha pedazos. Una brecha que no ha hecho sino ensancharse. El Islam es hoy un ariete de arcaísmo a escala global; una religión teocrática, proselitista y comunitaria, que contrasta con el harakiri teológico de la iglesia católica. Este fenómeno se palpa también en la racialización de los discursos culturales, que hoy toma la forma posmoderna del wokismo. El comunitarismo étnico – escribe Faye – inyecta una lógica arcaica en el mundo posmoderno: “separación de los roles sexuales, transmisión de tradiciones étnicas y populares, espiritualidad y organización sacerdotal, jerarquías sociales visibles y vertebradoras, culto de los ancestros, ritos de paso y pruebas iniciáticas, des-individualización del matrimonio – en tanto cuestión que atañe tanto a la comunidad como a los esposos – y fin de la confusión entre el matrimonio y el erotismo”. De manera espontánea, “los magrebís y los negros jurídicamente franceses que razonan en términos de etnia (y no de nacionalidad) son arqueofuturistas sin saberlo”.[4] No en vano, el sociólogo francés Michel Maffesoli definía la posmodernidad como “la sinergia del arcaísmo y el desarrollo económico. Para decirlo de modo muy sencillo, sinergia significa multiplicación de los efectos entre lo arcaico (la tribu) e Internet”.[5]  

¿Más ejemplos? Asistimos a una reemergencia del prestigio de las castas guerreras, si bien de una forma caótica y antisocial. En una época en la que el Estado no es más que un distribuidor de ayudas y subvenciones – explica el politólogo suizo Bernard Wicht – “el capital guerrero de los jóvenes ya no se invierte en las instituciones del Estado (el ejército, fundamentalmente) sino que tiende a migrar a actividades y grupos marginales, donde encuentran un código de valores, una disciplina fuerte, la fidelidad a un jefe y otros elementos similares de socialización”.[6] El aura social de ciertas organizaciones criminales, de los yihadistas y de grupos extremistas de diverso signo son ejemplos de esa pulsión tribal de violencia que no encuentra, hoy por hoy, otra forma de expansión que el recurso a la marginalidad. Pero es en el campo de la geopolítica donde asistimos a un retorno por la puerta grande de las pulsiones arcaicas. 

Normas de supervivencia

Cuando Huntington proponía el paradigma del “choque de civilizaciones” (1993) estaba ya describiendo, sin nombrarlo así, el mundo arqueofuturista. Tras el espejismo del “fin de la historia”, las tensiones ideológicas de la guerra fría han sido sustituidas por la rivalidad ancestral entre bloques étnico-culturales, por una carrera en pos del territorio y de los recursos. Y ello es así porque la esencia de la historia no consiste en una lucha de ideologías o en una lucha de clases – como se llegó a pensar en el siglo XX–  sino “en la lucha multiforme de pueblos – polémica o no – bajo los ángulos imbricados de la etnicidad, la religión, la territorialidad y la economía”.[7]El desafío religioso del Islam; las batallas por los recursos agrícolas, petroleros, minerales y pesqueros; el conflicto Norte-Sur; la estampida migratoria hacia el hemisferio norte; la rivalidad geoestratégica en el Ártico; la polución del planeta; el choque entre los deseos de la ideología del desarrollo y las realidades físicas: cuestiones inmemoriales todas ellas que dejan a los debates cuasi-teológicos de los siglos XIX y XX sumidos en la insignificancia. La proliferación de liderazgos fuertes – Rusia, China, Turquía, India, América (Trump), países de Visegrado – apunta a esa necesidad de pensar en términos estratégicos y a largo plazo, más allá del cortoplacismo de los políticos liberales. 

El arcaísmo no es de ayer sino de siempre, y tiene más futuro que la ideología progresista. El filósofo francés Raymond Ruyer explicaba en los años 1970 que los pueblos “religiosos” prevalecerán sobre los “emancipados”, y los Imperios “veneradores” prevalecerán sobre las democracias liberales. No en vano, los actores e instituciones de los primeros se orientan hacia la duración en el tiempo, mientras que los segundos se orientan hacia el día a día y la utilidad inmediata. Pero la vida compleja de los seres vivos– señala Ruyer – está al servicio de la reproducción, y lo que es cierto para un vegetal o un animal lo es también para las sociedades humanas. Un pueblo obsesionado por su confort y su conservación antes que por su reproducción “no es más que una multitud (“gente”) en proa a la destrucción; un pueblo asesinado o suicidado”. Asegurar la reproducción es la primera norma de la supervivencia, una norma que se burla de las ideologías, de las morales y las “antimorales” contemporáneas. Los valores arcaicos derivan de ese imperativo de selección natural que será siempre más fuerte que las selecciones – o antiselecciones – artificiales; dicho de otra forma: las cuestiones suscitadas por Darwin y Malthus prevalecerán sobre el resto de las ideologías acabadas en “ismos”.[8] 

Escribe Guillaume Faye: “el paréntesis de los siglos XIX y XX se cierra, y tras las alucinaciones del igualitarismo – que han sumido al mundo en la catástrofe – la humanidad retoma los valores arcaicos, es decir: biológicos y humanos en sentido antropológico. Los valores arcaicos “son justos – en el sentido de los antiguos griegos – porque toman al hombre por aquello que es: un zoon politikon (“animal social integrado en una ciudad comunitaria”) y no por lo que no es: un átomo asexuado y aislado provisto de pseudo-derechos universales e imprescriptibles. Los valores anti-individualistas permiten la realización personal, la solidaridad activa y la paz social, allí donde el individualismo pseudo-emancipador de las doctrinas igualitarias sólo conduce a la ley de la jungla”.[9] Nada tiene de extraño que, expulsado por la puerta, el arcaísmo vuelva a entrar por la ventana. 

Arqueofuturismo e Islam 

En un brillante ensayo publicado en 2005, la islamóloga francesa Martine Gozlan se preguntaba por el “deseo de Islam” que parece triunfar entre tantos individuos formados y tantos jóvenes occidentales en crisis de identidad.[10] Un ejemplo anecdótico: resulta curioso que el uso del velo adquiera una pátina liberadora en el discurso de ciertas feministas. Estas parecen ansiosas de exculpar al Islam de toda carga patriarcal, en aras del combate contra el “varón blanco colonial y racista”. La ideología decolonial, con su farfolla académico-foucaltiana, se consolida como una coartada (más o menos consciente) de ese “deseo de Islam” que anida en el corazón de tantos progresistas, y que parece vehicular un inconfesado deseo de sumisión.[11] Un fenómeno que se presta a un análisis entre el freudismo y el arqueofuturismo.  Martine Gozlam apunta que el “deseo de Islam” responde al “sentimiento de inmersión” que éste procura, a ese “anhelo de pertenencia” que nuestras sociedades desencantadas y nihilistas son incapaces de colmar. Una respuesta, en suma, al déficit de arcaísmo en las sociedades posmodernas. 

El Islam es una fuerza arqueofuturista, afirma Guillaume Faye. “Comprender el Islam – escribe – es admitir su potencia histórica, basada en siglos de intimidación y de conquista”.[12]Frente a quienes lo desprecian por “arcaico” y “retrógrado”, Faye afirma que no hay nada despreciable en el Islam, y sí mucho de peligroso. Lo que para algunos son defectos, son para Faye las cualidades que hacen su fuerza, al menos por ahora. El Islam se radicaliza, y esa radicalización no es un extremismo sino un retorno a las raíces. Existen ciertamente musulmanes “moderados”, pero dan la impresión de propugnar una religión reformada, interpretativa, europeizada, en ruptura filosófica con la mayoría de la umma. Es preciso desearles buena suerte, pero el Islam en su conjunto es otra cosa. Frente a las ilusiones de los progresistas occidentales, “el Islam ha emprendido un vasto movimiento de des-occidentalización en los espíritus y formas de vida. Un movimiento inverso al que se había producido a lo largo del siglo XX”. Pero las elites occidentales alimentan al respecto un espíritu apaciguador, que recuerda al de las democracias ante el nazismo en los años 1930.[13]

Como en una ley pendular del desarrollo histórico, los valores arcaicos están de vuelta. La alternativa –para Faye – es la siguiente: o bien dejar que el Islam los imponga en Europa (lo que ya sucede de forma subrepticia) o bien que los europeos se los autoimpongan, acudiendo para ello a su fondo cultural propio. Va a jugarse una partida decisiva que a los europeos no les pilla en su mejor forma. Dejando aparte el declive demográfico, su principal debilidad consiste en un estado avanzado de reblandecimiento mental y de cretinización de los espíritus. El diagnóstico de Faye no es indulgente. El arqueofuturismo es su terapia de choque.[14]

Desvirilización 

Vivimos bajo la dictadura de lo superfluo. La pacotilla ideológica oculta los problemas reales. El sistema promueve una panoplia de medidas simbólicas que afectan a estratos muy reducidos de la población, pero que acaparan el ruido mediático y la atención del público. Es el último recurso de un sistema ayuno de ideas, exhausto de propuestas, al que solo le queda confiar en el embrutecimiento mental colectivo para disimular su vacío. ¿Qué mejor forma de embrutecimiento que situar los temas del bajo vientre en el centro de la discusión pública? Las “guerras culturales” de la izquierda posmoderna cumplen una función: la de imbuir de sentido de misión a los tontos, la de hacer que se sientan peligrosos subversivos, la de ayudarles a monopolizar el centro del debate. Pero las pseudo-reformas progresistas y la quincalla cultural de las universidades anglosajonas desaparecerán por el desagüe, cuando los problemas reales se desborden. Llegará entonces lo que los polemólogos llaman “el punto de ruptura”, el momento en el que todo confluye sobre un instante crítico. El porvenir pertenecerá entonces a quienes de verdad tengan algo que decir, a quienes planteen los problemas reales. 

¿Cuáles son los “problemas reales”? Entre las “líneas de catástrofe” identificadas por Faye figura, en primer lugar, lo que él llama “la cancerización del tejido social europeo”. Incluye ahí factores como el fracaso de la sociedad multirracial, la metamorfosis etno-antropológica de Europa (consecuencia de las políticas migratorias), el retorno de la pobreza, la progresión de la criminalidad y el consumo de drogas, la disolución de las estructuras familiares, el declive de la educación y de la calidad de los programas escolares, la desaparición de la cultura popular, el embrutecimiento audiovisual, la falta de trasmisión de disciplinas sociales, la corrupción política endémica.  Todo ello en el marco de un modelo fiscal extractivo y de un sistema de vigilancia generalizada que – como subraya el ensayista francés Guillaume Travers – no es sino el estadio final del liberalismo.[15] Poco a poco se perfila una sociedad cada vez más egoísta y más salvaje, cada vez más infantil y más primitiva, disimulada por el sirope de las morales empáticas, angelicales y pseudo-humanistas. Se trata, en suma, de un proceso de descivilización (Renaud Camus) que seguirá acentuándose – si no hay cambios mayores – hasta un punto de ruptura.

Un aspecto no menor del “reblandecimiento mental” al que aludíamos arriba es lo que Guillaume Faye denomina “la feminización y desvirilización de la sociedad”. Se trata de un fenómeno ya retratado por una retahíla de pensadores, a cada cuál más maldito y sulfuroso (Philippe Muray, Alain Soral, Eric Zemmour).  Para el filósofo Peter Sloterdijk la feminización de la sociedad “va de la mano de la evolución del sistema político hacia la primacía de las funciones terapéuticas”.[16] Tiene toda la lógica: en una sociedad cada vez más infantilizada y violenta, es normal que el poder adquiera la figura, o bien de una enfermera maternal y empática, o bien de una gobernanta estricta y castradora. Conviene dejar claro que la feminización de la sociedad no es el resultado del acceso de las mujeres a posiciones de poder, ni tampoco del progreso de la homosexualidad, sino de la desvirilización de los varones. Esta feminización es en realidad una caricatura de los valores femeninos, y consiste en la promoción hipócrita de los valores de fragilidad, tolerancia, emotivismo y empatía, con el culto a la “víctima” como coronación de la ideología posmodernista. Los talleres de “nuevas masculinidades” y la lucha contra “la masculinidad tóxica” atestiguan que la desvirilización adquiere el rasgo de auténtica política de Estado. La feminización es una domesticación ideológica que promueve un pensamiento “intuitivo”, empático y psicologizante, basado en los sentimientos individuales, carente de visión colectiva, destinado a nutrir la confianza en las virtudes balsámicas del sistema. Curiosamente – y por aquí asoma el veneno soterrado del arcaísmo – todo esto se combina con la resignación (cuando no con la fascinación inconfesada) ante las actitudes machistas y testosterónicas de muchos migrantes extraeuropeos, practicantes muchos de ellos de una religión viril donde las haya. Es comprensible que éstos no quieran integrarse en un sistema donde los varones devienen fluidos y las mujeres resultan más masculinas que los hombres. Desvirilización, etnomasoquismo y xenofilia: los tres engrudos mentales que anuncian la muerte de Europa. 

Escribe Guillaume Faye: “ante las tempestades que se acercan, nunca han estado los europeos menos preparados: invadidos, desvirilizados, física y moralmente desarmados, prisioneros de una cultura de la insignificancia y de la culpabilidad masoquista. Los europeos nunca han sido tan débiles como en este momento, cuando la gran amenaza se dibuja en el horizonte”. 

Un mundo hiper-tecnológico y desigualitario

Señalábamos arriba que el arqueofuturismo no es una perspectiva retrógrada. Una constante de la mentalidad europea – escribe Faye – estriba en su rechazo a todo lo que es inmutable. Europa es “faústica” (Spengler), es creación e invención incesante, es un impulso inagotable hacia nuevas formas de civilización. El fondo cultural europeo es aventurero, voluntarista, transformador, una mentalidad de proyectos y representaciones anticipadas del futuro. “¿Cuál es la esencia del futurismo? La de trazar la arquitectura del porvenir, no la de hacer del pasado tabla rasa. El futurismo es pensar la civilización como una obra en movimiento”.[17]Pero el futurismo tiene un peligro: el de dar lugar a aberraciones utópicas. Es la idea progresista del “cambio por el cambio”, es la hubris de la ausencia de límites, que al final se revela suicida. “El futurismo – concluye Faye –  debe por ello ser moderado por el arcaísmo; dicho de otra forma: el arcaísmo debe depurar el futurismo”.[18]Lo que también puede ser pensado a la inversa: el futurismo debe depurar el arcaísmo. No pueden tener cabida en Europalas normas arcaicas quesocavan la igualdad jurídica (como las que subordinan la mujer al hombre), ni las que suprimen libertades básicas del individuo. La igualdad ante la ley y las libertades individuales son también normas de supervivencia comunitaria, claves en las sociedades creadoras y competitivas de occidente. El arqueofuturismo europeo exige una vía propia.

El arqueofuturismo es un pensamiento de lo concreto. Guillaume Faye desgrana en sus libros una batería de propuestas para darle carne a la idea, para aplicarla a los desafíos que se plantean a la civilización europea. En esta tormenta de ideas hay un poco de todo: intuiciones sugestivas y especulaciones arriesgadas, planteamientos razonables y divagaciones quiméricas. En su visión de la “convergencia de catástrofes”, Faye cae en una especie de determinismo. No tiene en cuenta que, si bien una gran crisis económica es muy probable, el capitalismo se construye al fin y al cabo sobre ciclos de crecimiento, crisis y depresión (los ciclos de Kondratiev y la “destrucción creadora” de Schumpeter). También menosprecia la capacidad de los avances tecnológicos para contrarrestar los límites físicos del crecimiento. En esto se muestra poco coherente, habida cuenta de su exaltación entusiasta de la tecno-ciencia. Faye arremete contra la “tecnofobia” que históricamente aqueja al pensamiento de derecha. En este campo tuvo intuiciones brillantes.

La expansión de las hipertecnologías – dice Faye – no nos conduce a un mundo más igualitario, sino a modelos sociales más arcaicos y jerarquizados. Esto lo escribía en 1998, en plena era optimista de los ideólogos de Internet. Hoy ya podemos entrever que las tecnologías no sólo conducen a una “democratización del conocimiento”, sino también a formas específicas de alienación, cuando no al embrutecimiento generalizado. En contraste, la verdadera educación de calidad es cada vez más inalcanzable para el común de los mortales. En el mundo hipertecnológico ganarán los pueblos que cuenten con “bloques de elite” más fuertes y mejor seleccionados, así como con las masas más orgánicamente integradas. La concurrencia tecnológica y la guerra por los recursos raros favorecerán a las sociedades más tradicionales y holistas, a aquellas capaces de producir en masa productos de alto contenido tecnológico, como paso previo a la innovación. ¿No es eso acaso lo que ya ocurre en China? En cualquier caso, será necesario liberarse de la hubris de la modernidad: de esa ilusión igualitarista que regala títulos y diplomas y a todos hace creer que pueden subir a la cúspide. Esa ilusión tiene, de todas formas, los días contados. La nueva era digital será un acelerador del proceso. En este punto entramos de lleno en la “utopía de extrema derecha” de Guillaume Faye. 

El mundo que ve Faye es un mundo de grandes Estados, de Imperios que abarcan las grandes áreas de civilización. Después de la catástrofe, la ciencia y la tecnología no tendrán más opción que la de quedar confinadas a determinadas áreas geográficas, abandonando el sueño igualitario de una civilización universal. Las elites de dichos imperios “se beneficiarían de todas las tecnologías hipermodernas y las utilizarían como instrumentos para establecer un poder planetario indestructible. El resto de la población se reconectará con la tierra, tendrá un modo de vida agrario y desarrollará una cultura popular, estable y eterna. El arqueofuturismo es por tanto arcaico, agrario y ecológico para la gran masa de gente, e hiper-técnico y futurista para las élites” (Robert Steuckers).[19] Una visión brutal de una humanidad a dos velocidades, que contrasta con la visión alternativa – también inquietante – de una sociedad de consumo ilimitado para 10 billones de personas en todo el mundo.

Sueños para algunos, pesadillas para otros.

Del lado de los Titanes

Guillaume Faye abre una puerta que raramente atraviesa el pensamiento “de derecha”, y lo hace de una patada. La derecha debe pensar la tecno-ciencia: esa “alianza infernal” entre la informática y la biología, la biotecnología y la biogenética. Un mundo que está a nuestras puertas y provocará un desamparo ético sin precedentes, de efectos devastadores. Esa es la realidad que va a clausurar la modernidad (y no el posmodernismo de baratillo de las universidades anglosajonas). La comunidad científica es hoy prisionera de un dilema: recorrer hasta el final el camino emprendido o ceder ante el “terrorismo intelectual del igualitarismo”, que pretende mantener “los mitemas canónicos de la religión de los derechos del hombre, tales como el de la igualdad genética de los grupos humanos”. La cartografía completa del genoma humano anunció hace ya décadas la demolición de esos mitos. Para aguantar el choque global de la genética del futuro – escribe Faye – “será necesaria una mentalidad arcaica”.[20] La ciencia y la técnica son para él las aliadas del arcaísmo.

La meditación sobre la técnica es el auténtico núcleo de la concepción arqueofuturista. En un deslumbrante estudio sobre Heidegger – publicado en 1982 – Faye ofrecía una original reinterpretación del maestro de la Selva Negra, generalmente considerado como un pensador reacio a la técnica. Escribía allí: 

“Es por un proyecto orgulloso y auto-asumido de mundo hiper-tecnificado – y no por la regresión a una civilización no-técnica – que Europa, para Heidegger, volverá a dar un sentido a su existencia historial. Una espiritualidad inmanente tomará entonces el relevo de una espiritualidad trascendente, devenida imposible en tanto que agotada”. Faye creyó detectar una vía que permitía reintroducir a la técnica – de forma positiva – en el sistema de Heidegger.[21]Escribía: “la ciencia al servicio de la técnica: esta última constituye un destino histórico cuyo objeto no es el conocimiento, sino la acción. Por la esencia de la técnica se manifiesta un rasgo historial de la civilización europea: dominar es más importante que conocer”. Según esa interpretación, a través de la técnica se produciría un re-encantamiento del mundo y una superación del nihilismo: “al mundo desesperado del humanismo racional, Heidegger opone el advenimiento, en el corazón de la ciencia moderna, de lo sagrado (das Heilige)”. Como señalaba Hölderlin: “allí donde está el peligro (en la técnica) está también lo que salva”.[22] Una interpretación de Heidegger que quizá no sea filológicamente correcta, pero sí plenamente coherente, y que contiene en potencia toda la concepción del arqueofuturismo.

Guillaume Faye cruzó un umbral por el que otros, desde la “derecha”, después le han seguido. Evidentemente, ese umbral da a un abismo. Por primera vez en su historia, la humanidad accede a los medios de transformarse como especie. Los riesgos son inmensos. Los de la cosificación de las personas – a través, por ejemplo, de la creación de patentes sobre lo humano – son algunos de ellos, especialmente en un sistema que no atiende a más lógica que a la del dinero. Un debate difícil, inmenso, sobre todo para familias de pensamiento vertebradas en una tradición religiosa. Pero guste o no guste, la cuestión “biopolítica” se inscribe ya en el centro del debate ideológico. Sería deseable abordarla más allá de juicios sumarios y admoniciones sentenciosas. El ensayista Romain d´Aspremont – por lo demás, muy crítico con Faye – propugna una “derecha prometeica” que apueste decididamente por la ingeniería genética. “El transhumanismo no podrá ser detenido – escribe – y serán los países más audaces los que se hagan con su control, relegando a los más timoratos y conservadores”.[23] Otro intelectual de derecha, Julien Rochedy,  afirma que “la clave del transhumanismo se encuentra, ante todo, en el sentido en que la humanidad debe utilizarlo, más que en la cuestión de saber si hay que prohibirlo o no (…) Si el pensamiento tradicionalista no le proporciona ese sentido, si escapa al debate y cierra los ojos, serán los individuos poco recomendables los que se lo procuren, aprendices de brujo con instintos mediocres”.[24] El debate está lanzado en un terreno – el de la derecha disidente – que a priori estaba poco abonado. 

En este debate se levantan objeciones importantes. Refiriéndose al arqueofuturismo, escribía Alain de Benoist: “llama la atención que lo único que se le pueda oponer a la época actual sea una intensificación de todas sus tendencias: más voluntad de dominio; más frenesí tecnológico; más exclusión; más fugas hacia delante. Un proceso acelerado con todos los ingredientes de la autodestrucción. Prometeo contra Zeus; situarse del lado de los Titanes”.[25]

Para acabar con el conservadurismo 

Guillaume Faye obliga al lector a cambiar constantemente de registro. No se sabe muy bien lo que es: un visionario, profeta, panfletario, periodista, filósofo social o autor de ciencia ficción. Con su talento para la fórmula y la síntesis, es capaz de deslizar, en una simple frase, una lección completa de filosofía política. Tal vez sea el inventor de un nuevo género: la fantaciencia política. Es fácil archivarlo como un iluminado de extrema derecha, o como el ideólogo de una utopía siniestra. Pero eso es un cierre en falso, porque los estigmas no son argumentos. Indiferentes a las condenas morales, las ideas malditas prosiguen su curso. ¿Qué pensar de las ideas y visiones de Guillaume Faye?

Como suele ocurrir en la ciencia ficción, Guillaume Faye trabajó con el material del que se forjan los mitos. Rotas las amarras con el pensamiento convencional, Faye formuló un díptico – la “convergencia de catástrofes” y el “arqueofuturismo” – que está mal ensamblado y en el que las contradicciones abundan. Por otra parte, su exaltación de la tecno-ciencia es idealista y acelerada. Inútil buscar en él una reflexión seria sobre los peligros del transhumanismo. Pero de los artistas cabe siempre esperar inconsistencias. Lo importante no está en el rigor de lo que dicen, sino en las verdadesque iluminan. ¿A quién le importa que la cronología de Orwell en “1984” estuviera equivocada? ¿O que el “Estado mundial” profetizado por Huxley nunca llegue a concretarse? Eso no quita un ápice al carácter premonitorio de sus visiones, muchas de las cuales se cumplen con una exactitud pasmosa. Las visiones de Faye pueden parecer absurdas, a veces delirantes, pero están trufadas de intuiciones válidas y de verdades como puños. “Es preciso que las cosas se digan de una vez por todas –  escribía – porque no hay tiempo que perder”. Faye dice todo lo que casi nadie más se atreve hoy a decir – incluidos quienes posan como “políticamente incorrectos”– y lo hace sin eufemismos ni melindres. Los dogmas de la ideología occidental son desbrozados como una colección de piadosas sandeces, como una propaganda de intimidación enfrentada a la naturaleza y a la vida. Universalismo, igualitarismo, pacifismo, multiculturalismo, teoría de género, mestizaje, deconstrucción, posmodernismo… Faye no hace prisioneros. De esta hoguera purificadora se pueden destacar algunas conclusiones. 

En primer lugar, la de que las ilusiones políticamente correctas se verán obligadas a ceder el paso, más pronto que tarde, a una serie de realidades primordiales. Un baño de realidad le aguarda a este modelo económico, social y cultural que se creía inmune al viento de la historia, como si pudiera caminar sobre las aguas. Pero la historia no es un largo río tranquilo, sino una corriente tumultuosa presta a desbordarse en un sentido o en otro.

En segundo lugar, la intuición de que el arcaísmo está siempre al acecho, y tarde o temprano retorna con una venganza. La civilización y el arcaísmo guardan una especie de relación dialéctica. Lo que ganamos en civilización – en maximización del confort individual – lo pagamos en instintos básicos de supervivencia, entre ellos el instinto de reproducción. Pero como señalaba Raymond Ruyer, la naturaleza es instintiva, no hedonista. Solo el instinto – que no el “deseo” – es “natural” en un sentido estricto. Por eso todas las civilizaciones, en la medida en que priman la razón calculadora, son en cierto modo “disgénicas” (contradicen las pautas de la selección natural) y son en cierto modo “suicidas”. Se produce entonces un momento de reequilibrio – el retorno del arcaísmo – que bien puede ser una “invasión de los bárbaros”. Guillaume Faye propone no esperar a los bárbaros. Los europeos – señala – deben volverse hacia su fondo ancestral, metamorfosearlo y proyectarlo hacia el futuro.

En tercer lugar, Faye – que pasa por ser “de derecha” – plantea un borrón y cuenta nueva con las grandes familias derechistas: “tradicionalistas”, “reaccionarios” y “conservadores”. Especialmente con estos últimos. Proclamarse “conservador” denota, de entrada, una actitud mediocre. Aquél que no tenga más afán que “conservar”, sólo por eso merece perder. La vida es invención, desafío, salto a lo desconocido. En el campo cultural casi siempre es la izquierda quien innova – aunque lo haga en direcciones nefastas–, y los conservadores se limitan a seguirla, normalmente a rastras. Eterna dinámica del conservadurismo: lo “progresista” de hoy será lo “conservador” de mañana. El conservador es un progresista de efecto retardado. Como decía Chesterton “la ocupación de los progresistas es cometer errores, y la de los conservadores es la de impedir que se corrijan”. Ser conservador – escribía por su parte Michael Oakeshott – es “una manera de acomodarnos nosotros mismos a los cambios y a las actividades que se imponen a todos los hombres”.[26]¿Cabe mayor declaración de pasividad? Cuestión de acomodo, pues. Ninguna filosofía política ostenta tantos dorados blasones como el conservadurismo: una filosofía de eminentes doctrinarios y chispeantes polemistas, a disfrutar al calor de una chimenea fumando en pipa y vestido de tweed. Pero el paisaje exterior no es el de una apacible campiña inglesa, sino un paisaje posindustrial bajo la lluvia ácida y con bandas étnicas que se disputan el territorio. Ése es el mundo del arqueofuturismo. 

Visto de otra manera, el arqueofuturismo podría considerarse como una radicalización de los “revolucionarios-conservadores” del siglo XX, de aquéllos que, más que “conservar”, querían transformar los valores ancestrales en una síntesis revolucionaria. 

En último lugar – y a pesar de sus siniestras predicciones – Guillaume Faye no era un pesimista sino todo lo contrario. Se sitúa en una posición diametralmente opuesta, por ejemplo, al fatalismo de un Michel Onfray, quien afirma que los días de la civilización occidental están contados, que el “judeocristianismo” no sobrevivirá a la amenaza islámica y que sólo queda “desaparecer con estilo y elegancia”.[27]Todo lo contrario: el arqueofuturismo es un grito de insurgencia contra la fatalidad, es una llamada a la confianza: en la Providencia, en la Fortuna romana, en la Moira griega. El arqueofuturismo es consciente de que, en último término, la historia es trágica e incierta, los movimientos sociales no son racionales y la voluntad humana puede impulsar a la historia en múltiples direcciones. Guillaume Faye albergaba una confianza absoluta en la capacidad de reacción del hombre europeo. Pero no estamos aún en ese momento. El hombre europeo está demasiado apegado a los bienes de la civilización, es demasiado burgués, demasiado blando. Solamente cuando ya no tenga casi nada que perder, sólo entonces reaccionará. 

¿Por qué leer hoy a Guillaume Faye? 

Para bien o para mal, vivimos en una “primavera de las ideologías”. Populismos, extrema izquierda, extrema derecha, islamismo, neofeminismo, wokismo… las visiones más extrañas y las propuestas más increíbles proliferan por doquier. Lo que parece claro es que el orden de posguerra garantizado por la hegemonía americana pertenece al pasado, y nunca volverá. En esa tesitura – escribe el periodista británico Aris Roussinos – debemos hacernos a la idea de que alguna ideología se postulará, tarde o temprano, como sucesora de un orden liberal cada vez más alejado de la realidad. Tal vez esa ideología existe ya, agazapada en algún oscuro sector marginal (como existió el comunismo antes de tomar el poder). Conviene por ello estar atentos a lo que se mueve en los márgenes, ahí podría residir el auténtico fermento ideológico del siglo XXI. En esta atmósfera de cambio de época “la existencia de los excéntricos es, sin embargo, ampliamente positiva, porque demuestra que hay gente que está pensando seriamente qué es lo que debería reemplazar al marco intelectual y político que está muriendo en torno nuestro”.[28]

¿Hay algún excéntrico mayor que Guillaume Faye? Su “arqueofuturismo” se plantea como un mito, pero de un contenido extraordinariamente político. Si nos atenemos a la literalidad de sus visiones, muchas de ellas nos parecerán descabelladas y absurdas. Pero el “mito” que deslizan no lo es de ningún modo, para quienes lo sepan entender. Ahí reside la ambigüedad y el poder del mito; también en su capacidad de crear un lenguaje propio, cosa que Guillaume Faye hace. Al fin y al cabo, la “verdad” puede asumir multiplicidad de formas, y los grandes proyectos aparecen muchas veces anunciados en forma de visión o de mito.[29]En último término, los mitos no son descripción de las cosas, sino expresión de una determinación para actuar.

¿Para quién escribía Guillaume Faye? Para los jóvenes, principalmente. Él ya había anunciado que el sistema se encargaría de encerrarlos en una jaula: el de las subculturas juveniles, el de las falsas rebeldías, el del circo de las identidades.[30]Es el mundo artificial de “la nueva burguesía salvaje, de espíritu limitado por el pragmatismo tecnológico, y de sensibilidad embotada por el contacto con una subcultura americana”. Y escribía:

“Pero el artificio puede volverse contra su propio amo. Que los creadores de la falsa juventud tengan cuidado: mientras haya “inspiradores” todo será posible. Quizá un día pueda la juventud escucharlos. Igual que el “rio de la vida”, la juventud vuelve siempre con cada nueva generación. Y los “inspiradores” siembran. No para este mundo. No para esta juventud, sino para la que viene”.[31]   

Guillaume Faye murió en marzo 2019; un año antes de una catástrofe que él había anunciado: el retorno de las pandemias. En los días posteriores a su muerte, se generó un sorprendente rumor. En un emotivo texto, uno de sus amigos relató que, durante sus últimos días, Faye recibió el auxilio espiritual de un sacerdote dominico, y falleció – en palabras de este último – “en la fe de su infancia y con toda simplicidad de corazón”.[32]Algunos de los que le conocían afirmaron que eso no podía ser posible. ¿Un canular póstumo? Con Guillaume Faye nunca se sabe…


[1]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, p. 55

[2]Ernst Cassirer, El Mito del Estado (1947). Citado por Manuel García Pelayo en Los Mitos Políticos. Alianza Editorial 1981, p. 19. 

[3]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales. L´Aencre 2011, p. 73. El término griego Archésignifica “comienzo/origen” pero también “mandato” u “orden”, así como la relación necesaria que se establece entre ámbos términos. Ello es debido a que el “origen” es siempre fuente de autoridad e imprime su sello sobre todo lo que sigue. No en vano la noción de Arché– señala el filósofo Baptiste Rappin – se encuentra en el centro de todo el sistema metafísico concebido por los antiguos griegos. La Arché es, por tanto, el principal objetivo a destruir por parte de los partidarios de la an-archia, es decir, de quienes abogan por un pensamiento deconstruído, sin origen ni autoridad alguna. Como reivindicación de la Arché, el arqueofuturismo se perfila entonces como un enemigo absoluto del pensamiento posmodernista y de su idea de la deconstrucción. (Baptiste Rappin, Abécédaire de la Déconstruction. Les Editions Ovadia 2021, pp. 13-20).   

[4]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, pp. 67 y 151.

[5]“Max Weber: entre relativismo e individualismo metodológico. Entre vista con Michel Maffesoli”. Rafael Arriaga Martínez. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-11912012000200006

[6]“Aux armes, citoyens! L´autodéfense 2.0 selon Bernard Wicht et Alain Baeriswyl”. Éléments por la civilisation européennenº 173, agosto-septiembre 2018, p. 69.

[7]Guillaume Faye, Comprendre l´Islam, Éditions Tatanis 2015, p. 277. 

[8]Raymond Ruyer, Les cent prochains siècles: le destin historique de l´homme selon la nouvelle gnose américaine. Fayard 1977. 

[9]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, p. 68.

[10]Martine Gozlan, Le désir d´Islam. Grasset 2005. 

[11]En noviembre 2021 el Consejo de Europa – sancta santorumde los “valores europeos” – alabó en una campaña publicitaria el uso del velo islámico como símbolo de “libertad” (si bien tuvo en parte que desdecirse, ante las protestas de no pocas mujeres musulmanas). Esta campaña del Consejo de Europa – sinecura bien retribuida para políticos amortizados – ejemplifica la pusilanimidad de las instituciones europeas, que siempre encontrarán la forma de rendirse frente a los valores arcaicos cuando consideren que éstos tienen las de ganar. 

[12]Guillaume Faye, Comprendre L´Islam. Éditions Tatamis 2015, p. 10.

[13]Guillaume Faye, Comprendre L´Islam. Éditions Tatamis 2015, p. 278.En esta obra, Guillaume Faye describe la fascinación recíproca entre el Islam y el nazismo: culto de la violencia guerrera, antijudaísmo, anticristianismo y gusto por una sociedad unidimensional y totalitaria. Frente a quienes establecen una asociación entre el neonazismo y la islamofobia, Faye recuerda la islamofilia frecuente entre muchos neonazis (perceptible, por ejemplo, en la obra de la islamóloga alemana Sigrid Hunke: El sol de Alá brilla sobre occidente) y su utilización de la baza propalestina para atacar a los judíos. Según relata Albert Speer en sus memorias, Hitler afirmaba que el Islam es “perfectamente adecuado al temperamento alemán” al tratarse de una religión “que glorifica el heroísmo y abre las puertas del cielo a los guerreros audaces”y bajo la cual “las razas germánicas habrían conquistado el mundo”. Guillaume Faye fue atacado desde la extrema derecha al ser considerado “pro-sionista”.

[14]La visión de Faye sobre el Islam es, a largo plazo, concluyente: aunque hoy navegue a favor de la historia – escribe – será al final víctima de sí mismo: de su rigidez moral, de su ausencia de soluciones, del hecho de estar por debajo del nivel intelectual y cultural medio de la humanidad.Se producirá entonces “un movimiento de desamor, de cansancio, de decepción y de revueltas (…) su flujo será efímero y terminará secándose en las arenas de las que procede” (Comprendre l´Islam. Editions Tatamis 2015, pp. 286-287).Esta conclusión parece dar cabida una visión “progresista” de la historia que, curiosamente, estaría en contradicción con las premisas ideológicas de Faye. Por otra parte, la identificación que hace entre islamismo e Islam es también problemática. No cabe duda de que la aversión de Faye hacia el Islam europeo le hace caer en una visión simplista, en cuanto parece ignorar la pluralidad del mundo islámico y los logros de su civilización.

[15]Guillaume Travers,La societé de surveillance, stade ultime du libéralisme.La Nouvelle Librairie 2021. Shoshana Zuboff, The age of surveillance capitalism.The fight for a human future at the new frontier power.Profile Books 2019. 

[16]Peter Sloterdijk, entrevista para Point(abril 2007). Citado por Guillaume Faye en Sex and Deviance. Arktos 2011, pp. 90-91. 

[17]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, p. 69.

[18]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, p. 70.

[19]“Guillaume Faye y el arqueofuturismo. Entrevista a Robert Steuckers, por Philip Stein”. 

https://www.elinactual.com/p/guillaume-faye-y-el-arqueofuturismo.html

[20]Guillaume Faye, L´Archéofuturisme. Techno-sciencie et retour aux valeurs ancestrales.L´Aencre 2011, p. 108-109.

[21]Robert Steuckers, “Farewell, Guillaume Faye, after forty-four years of common struggle”, en: Guillaume Faye, Truths and Tributes, Arktos 2020, pp. 52-53. 

[22]Guillaume Faye y Patrick Rizzi, “Pour en finir avec le nihilisme. Lectures de Heidegger”. Nouvelle Ecole nº 37, primavera 1982, pp. 12-46. 

[23]Romain D´Aspremont, Penser L´Homme nouveau. Pourquoi la droite perd la bataille des idées.Amazon 2018, p. 235. 

[24]Julien Rochedy, “Pensar el transhumanismo desde la tradición”. Elinactual.com

https://www.elinactual.com/p/blog-page_615.html

[25]Alain de Benoist, Dernière Année. Notes pour conclure le siècle. L´Age d´Homme 2001, p. 183. 

[26]Michael Oakeshott, “On being Conservative”, en: Rationalism in politics and other essays.Liberty Fund 1992, p.410. 

[27]Michel Onfray, Decadencia: vida y muerte de Occidente.Ediciones Paidós 2018.

[28]Aris Roussinos, “The man who predicted 2020”.

https://unherd.com/2020/05/the-man-who-predicted-2020/

[29]Michael O´Meara, “Why read Guillaume Faye”, en:  Guillaume Faye and the battle of Europe. Arktos 2013, Edición Kindle. 

[30]Guillaume Faye, La Nouvelle Societé de consommation.Le Labyrinthe 1984,

[31]Guillaume Faye “Los héroes están cansados”. En: Alain de Benoist-Guillaume Faye, Las ideas de la “Nueva derecha”. Una respuesta al colonialismo cultural.Ediciones Nuevo Arte Thor 1986, p. 324. 

[32]http://www.contre-info.com/la-mort-chretienne-de-guillaume-faye

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