II concurso de relatos: Carta a la hija

Publicamos un octavo trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo”organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Carta a la hija

Pseudónimo: Josef K


Querida niña:

Tantos años después, aún no sé qué nombre darte. Te hubieras llamado Raquel o Ruth, quizá Jimena. A tu madre no le hubiera gustado actuar como un alma pobre, de las que imponen cargas a las demás para mostrar sus atributos.  Hubiéramos querido que tu esencia estuviera dentro y fuera tuya, no cargarte con el peso de nuestra esperanza desbocada. Pero son nombres escritos en el agua, en el agua del tiempo impasible.

Los caminos de la vida parecen de otoño cuando las cosas bellas del pasado van tornando su color de un cobre delicado y los contornos se pierden y las arrugas pesan. Parece que vemos los caminos con la claridad que faltó entonces. La lucidez es una espina que crece en los márgenes del tiempo, o para el pasado o para el futuro; el presente nos exige vivir, pelear, caer, agitarnos en su malla sutil. Hoy no sé qué hice para decidir la soledad. Las más de las veces pienso que ni siquiera decidí. Avanzaba contra el mar, ensimismado en mis dudas y cuando quise despertar, la orilla de vuelta estaba demasiado lejos y el puerto que hubiera podido acogerme no existía. Cuanto veía del mundo me recordaba tanto a mí que era insoportable no poder ser otro y cuando había gente, era igual a la otra. Mi falta de imaginación y de sosiego me encerraron en mí.

Solo hablo de mí y me compadezco. Ahí está la mala literatura y no estás tú. He imaginado que tú me habrías liberado, hubieras arrojado la tristeza y hubieras consagrado un hogar, destruyendo esta tristeza sin nombre que nunca he sabido nombrar y que me ha agotado en mi mezquindad. Tú habrías puesto la alegría, la luz, el espejo jovial contra los embates de cada día. 

Tengo un sueño recurrente. Tú y yo estamos juntos. A la entrada de un valle hay una posada. Los caminantes entran y salen y se dirigen hacia un paso entre las montañas o vuelven por el sinuoso camino que los devolverá a alguna ciudad. Tú y yo entramos a la fonda y nos acomodamos cerca de una lumbre que crepita, amistosa. El resto de la gente también sonríe al contraluz de los fuegos y la luz suave de las lámparas. Tomamos una cerveza lenta, mientras me cuentas como la vida te va moldeando y yo siento que es así como deseo que lo haga. Eres todo lo que yo no soy: audaz, amorosa, tenaz, plena de energía. Mi mirada se llena en la tuya y las horas pasan mientras todo es perfecto. Al final, abruptamente salimos de la hospedería, yo hacia la carretera que lleva al mundo y tú hacia la cumbre. Miro como tu figura se va haciendo más pequeña y cuando te vuelves para despedirte por última vez, yo ya soy tan lejano que no puedes verme. Yo avanzo tres pasos no más. Después, todo se acaba. Me tienta saber que me diría un experto, si es que los hay, sobre interpretación de los sueños, pero no esperaría más que banalidades.Todos tenemos miedo y estamos solos, necesitamos la validación de otro que nos diga que merecemos vivir. Supongo que el autoengaño del sueño como si fuera externo, paga la cuota como cualquier otra mentira piadosa. 

Este mundo es ingrato y vacío, como han sabido todos los padres. Pero ello no les impidió apostar contra él la fugaz moneda de su cariño. Yo pude hacerlo, pero el tiempo pasó y con él, se agostó la era contra un crepúsculo  que no dejó su temblor. Supongo que desde el otro lado del espejo vives la vida que te asigno cada día, y espero que exista y que hayas seguido tu camino por el valle lejano hacia la cumbre. 

Ya ves, yo tampoco tenía excusa. Ni un amor desgarrado, ni el resplandor de la melancolía, ni el sabor de la espera traicionada. Dejé pasar el tiempo y he aprendido una forma de perdernos: no hacer nada. Tu madre también lo aprendió después y tú no estuviste ahí para salvarnos. 

Todo corre peligro y es al tiempo una explosión de júbilo. Cada noche charlo contigo y te preparo la cena, te aconsejo sobre los días y me asombro de que de mi barro pudiera surgir tu oro. Luego te acuestas y yo te arropo, te beso la frente y recojo los platos. Hoy miro por el balcón el invierno plácido. Las huellas se borran, la nevada envuelve las sombras. Bebo un té pausado y pienso en la tarea de mañana mientras los recuerdos pasados se pierden bajo la nieve, que como un susurro tenue cubre de silencio las almas bajo mi ventana; como yo, errantes. Como tú, fantasmas.

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